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La gloria de Dios llena el Templo en su dedicación

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Salomón escogió la Fiesta de las Cabañas para la dedicación. Esta fiesta era preeminentemente una ocasión de regocijo. Las labores de la cosecha habían terminado, y la gente estaba libre de cuidados y podía entregarse a las influencias sagradas y placenteras del momento.

Las huestes de Israel, con representantes ricamente ataviados de muchas naciones extranjeras, se congregaron en los atrios del Templo. La escena era de un esplendor inusual. Salomón, con los ancianos de Israel y los hombres más influyentes, había regresado de otra parte de la ciudad, de donde habían traído el arca del testamento. De las alturas de Gabaón había sido transferido el antiguo “tabernáculo de reunión, y todos los utensilios del santuario que estaban en el tabernáculo” (2 Crón. 5:5); y esos preciosos recuerdos de los tiempos en que los hijos de Israel habían peregrinado en el desierto y conquistado Canaán, hallaron albergue permanente en el magnífico edificio.

Con cantos, música y gran pompa, “los sacerdotes llevaron el arca del pacto del Señor a su lugar en el santuario interior del Templo” (vers. 7). Los cantores, ataviados de lino blanco y equipados con címbalos y arpas, se hallaban en el extremo situado al este del altar con 120 sacerdotes que tocaban las trompetas (vers. 12).

“Los trompetistas y los cantores alababan y daban gracias al Señor al son de trompetas, címbalos y otros instrumentos musicales. Y, cuando tocaron y cantaron al unísono [...] una nube cubrió el Templo del Señor. Por causa de la nube, los sacerdotes no pudieron celebrar el culto, pues la gloria del Señor había llenado el Templo” (vers. 13, 14).

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