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La mayor gloria de Israel

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Fortalecido en su corazón y muy alentado por el aviso celestial, Salomón inició el período más glorioso de su reinado. Todos los reyes de la Tierra procuraban acercársele para “oír la sabiduría que Dios le había dado” (9:23). Salomón les enseñaba lo referente al Dios Creador, y regresaban con un concepto más claro del Dios de Israel y de su amor por la familia humana. En las obras de la naturaleza contemplaban una revelación de su carácter; y muchos eran inducidos a adorarlo como Dios suyo.

La humildad de Salomón al reconocer delante de Dios: “Yo soy un niño pequeño” (1 Rey. 3:7, BJ); su notable reverencia por las cosas divinas, su desconfianza de sí mismo y su ensalzamiento del Creador infinito, todos estos rasgos de carácter se revelaron cuando al elevar su oración dedicatoria lo hizo de rodillas, en la humilde posición de quien ofrece una petición. Los seguidores de Cristo hoy deben precaverse contra la tendencia a perder el espíritu de reverencia y temor piadoso. Deben acercarse a su Hacedor con reverencia, por medio de un Mediador divino. El salmista declaró:

“Vengan, postrémonos reverentes,

doblemos la rodilla

ante el Señor nuestro Hacedor” (Sal. 95:3, 6).

Tanto en el culto público como en el privado, es nuestro privilegio arrodillarnos delante de Dios cuando le dirigimos nuestras peticiones. Jesús, nuestro ejemplo, “se arrodilló y empezó a orar” (Luc. 22:41). Acerca de sus discípulos quedó registrado que también Pedro “se puso de rodillas y oró” (Hech. 9:40). Pablo declaró: “Por esta razón me arrodillo delante del Padre” (Efe. 3:14). Daniel “tenía por costumbre orar tres veces al día” (Dan. 6:10).

La verdadera reverencia hacia Dios está inspirada por un sentido de su infinita grandeza y un reconocimiento de su presencia. La presencia de Dios hace que tanto el lugar como la hora de la oración sean sagrados. “Su nombre es santo e imponente” (Sal. 111:9). Los ángeles velan sus rostros cuando pronuncian ese nombre. ¡Con qué reverencia debieran pronunciarlo nuestros labios!

Jacob, después de contemplar la visión del ángel, exclamó: “En realidad, el Señor está en este lugar, y yo no me había dado cuenta. [...] Es nada menos que la casa de Dios; ¡es la puerta del cielo!” (Gén. 28:16, 17).

En lo que dijo durante el servicio de dedicación, Salomón había procurado eliminar las supersticiones relativas al Creador que habían confundido a los paganos. El Dios del cielo no queda encerrado en Templos hechos por manos humanas; sin embargo, puede reunirse con sus hijos por medio de su Espíritu cuando ellos se congregan en la casa dedicada a su culto.

“Bienaventurada la nación cuyo Dios es Jehová,

el pueblo que él escogió como heredad para sí.

“Santos, oh Dios, son tus caminos [...] Tú eres el Dios que realiza maravillas;

el que despliega su poder entre los pueblos” (Sal. 33:12-14, RVR; 103:19; 77:13, 14).

Dios honra con su presencia las asambleas de su pueblo. Prometió que cuando se reuniesen para reconocer sus pecados y orar unos por otros, él los acompañaría por medio de su Espíritu. Pero los que se congregan para adorarlo deben desechar todo lo malo. A menos que lo adoren en espíritu y en verdad, así como en hermosura de santidad, de nada valdrá que se congreguen. Los que adoran a Dios deben adorarlo “en espíritu y en verdad; porque también el Padre tales adoradores busca que le adoren” (Juan 4:23).

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