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El tesoro de Tibissi

Tibissi (Castellet de Banyoles, Tivissa, junto al Ebro). Invierno del 547 (206 a. C.). La Guerra Púnica en Hispania está a punto de acabar con la victoria de Roma. Escipión prepara la ocupación de Gadir (Cádiz) y ya piensa en llevar la lucha a África. Un rumor sobre su muerte provoca la revuelta de los ilergetes y de unidades militares romanas y aliadas del norte de Hispania.

La Guerra Púnica en Hispania se alargaba, parecía que no iba a terminar nunca, y Astrak no quería que se acabara.

─ No me puedo quejar ─reflexionaba Astrak─. La guerra me da oportunidades. Puedo matar enemigos y reunir plata... Hace cuatro años que estrené la espada en Iltirda... Quién lo diría. Ahora soy yo quien decide.

Se había convertido en uno de los jefes de las tropas aliadas de Tibissi, en uno de los más sanguinarios, de aquellos que no dudaban en atacar, torturar o matar enemigos o amigos para saquear o robar. Cuando llegó la falsa noticia de que el joven Escipión había muerto, el ejército se sublevó por falta de paga y el caos se extendió por toda la frontera. Astrak, convertido en señor de la guerra, tuvo su gran oportunidad. Sus guerreros, sin freno, sembraron el terror en la Ilergecia, la Ilercavonia y aún en las lejanas tierras de más allá del Hiberus. Muchas riquezas se acumularon en Tibissi. Pero la noticia de la muerte de Escipión era falsa y ahora el general volvía para poner orden. Y Astrak tenía claro lo que podía pasar.

─ Si vuelve seremos nosotros, las tropas indígenas las que tendremos un castigo ejemplar.

Los comandantes de las fuerzas aliadas de Tibissi estaban preocupados. El consejo de guerra debía tomar decisiones. Astrak, expuso la situación.

─ Está claro que Escipión no murió en Ilipa, fue un rumor absurdo, ha vuelto y quiere pasar cuentas. Con nosotros, con sus tropas legionarias y con los íberos, es decir contra todos los que quisimos aprovechar el vacío de poder. Nos sublevamos sin tener certeza de su muerte y ahora tendremos problemas.

─ Bueno ─precisó uno de los comandantes─. Problemas, problemas... depende de cómo se mire, durante semanas hemos saqueado a placer. Las fuerzas romanas continúan amotinadas por falta de paga, y los ilergetes también se mantienen firmes. Escipión tendrá dificultades, tardará en llegar a esta remota base.

De repente, la puerta del barracón del pretorio chirrió. Probus entró visiblemente cansado y con una expresión desencajada. Después de una larga cabalgada volvía con las últimas novedades.

─ Malas noticias amigos. Las tropas romanas han retornado a la obediencia. El motín ha terminado. Y eso no es lo peor. Indíbil se ha sometido de nuevo a Escipión.

─ ¡Imposible! Maldito traidor ─los comandantes quedaron traspuestos.

─ Pues claro que es posible ─exclamó Probus─. Los ilergetes tenían un pacto personal con Publio, no con Roma. Con la supuesta muerte del general dieron por liquidados sus compromisos, se desvincularon de la alianza y dejaron de pagar tributos. Ahora, como está vivo vuelven al redil.

─ ¿Pero? ¿No se han resistido? ─preguntó uno de los mandos.

─ Sí, pero Escipión los ha convencido ─Probus acompañó la explicación con un gesto de contrariedad─. Les ha exigido el cumplimiento del pacto personal y les ha perdonado. Y para garantizar la sumisión ha prometido que considerará la posibilidad de devolverles el tesoro del Templo del Lobo. Indíbil está encantado y más servil que nunca.

─ No puedo creerlo ─Astrak no salía de su asombro─. ¿Esto quiere decir que Escipión vendrá hacia aquí en primavera?

─ Nada de eso Astrak ─sentenció Probus─. Escipión ha salido de Tarraco, a pesar del invierno. Sus vanguardias están cerca, mañana los tendremos encima. Si intentamos escapar nos perseguirá como conejos. Lo siento, son días nefastos, ya se sabe.

Al día siguiente, el ejército romano se desplegó ante las murallas de Tibissi exigiendo la rendición de los rebeldes. Probus intuyó que aquello acabaría mal, y mientras los comandantes aliados discutían si rendirse o luchar, decidió abandonarlos. Pero antes tenía que poner a salvo su preciado botín de guerra. Excavó un agujero en el suelo de su barracón, junto a uno de los pilares, para esconder sus ahorros. Pero la tentación pudo con él y tomó también monedas, vasos y joyas, de sus camaradas, el botín que aún no había sido repartido. Lo puso todo en un saco. Guardó también la pátera y las piezas del Templo del Lobo. De nuevo el lobo sonreía, abría y cerraba la boca. La alucinación duró unos segundos. Probus repasó el bajorrelieve con el dedo, la imaginación le había traicionado, pero todo volvía a ser correcto. Luego, de manera silenciosa, enterró el botín y disimuló cuidadosamente el espacio excavado. La barraca de Probus estaba situada en la zona del centro de la base. El centurión pensó que podría reconocer el lugar aunque hubiera destrucciones, pero, para más seguridad elaboró un plano para localizar el silo. Contó pasos y calculó ángulos aprovechando las calles, y tomó como referencia inicial la roca desde donde los centinelas controlaban el río, frente a la montaña de las Orejas del Lobo. Sobre una fina lámina de plomo anotó, con un punzón, las claves de acceso y el plano esquemático. Luego cortó cuidadosamente la lámina de plomo en dos partes que habría de juntar para hacer una correcta interpretación. Enrolló cuidadosamente cada una de ellas y las introdujo, por separado, en dos grandes cuentas de collar de pasta vítrea.

El centurión se deslizó por los puestos de guardia pronunciando la contraseña de la noche y descendió por los barrancos que daban al Hiberus hasta contactar con los centinelas romanos. Inmediatamente fue trasladado a la tienda de Escipión.

─ Vaya, vaya. Te recuerdo. Tú eres Probus. ¿No? ¿No fuiste tú quien saqueó el Templo de Iltirda?

─ Es cierto nobilísimo Escipión, báculo de todos nosotros, doy gracias a los dioses por estar de nuevo en brazos de Roma ─Probus se arrodilló suplicando─. Las últimas semanas entre los bárbaros han sido durísimas. Mataron al legado Druso, y yo fui encarcelado. He podido escapar gracias a la embriaguez de los guardias y estoy, como siempre, a tu disposición.

─ Estoy impresionado, e incluso te daré una oportunidad para que demuestres tu lealtad. Quiero ir a África y tengo que terminar este asunto rápido y sin negociar. ¿Cuáles son los puntos débiles de las defensas?

Probus meditó unos momentos.

─ Hay un sendero que remonta el acantilado que se abre frente al Hiberus. Tus legionarios podrían infiltrarse. Yo puedo conducir las tropas hasta el inicio del camino.

─ Harás algo más, amigo. Coges tres centurias y remontas el acantilado. Después atraviesas Tibissi y llegas a la entrada de las dos torres, líquidas a la guardia y abres las puertas. Entonces yo entraré con la caballería. ¿Lo has entendido? Si tienes éxito te permitiré seguir viviendo y te reincorporaré, como centurión, en la quinta legión, si fracasas morirás... Simple. ¿Verdad?

Mientras Escipión hablaba Probus iba maldiciendo su suerte.

─ Estaba ya fuera de peligro y ahora este loco me ordena una misión suicida.

Después de un largo rodeo las tropas, conducidas por Probus, ganaron la base del acantilado. La ascensión comenzó en absoluto silencio. Atravesaron el campamento como una exhalación para ocupar violentamente las torres de la entrada norte. Escipión entró con la caballería exterminando a los que salían aturdidos de barracones y tiendas.

Probus respiró, había sobrevivido una vez más. Fue señalando a todos los mandos rebeldes capturados, que fueron ejecutados en el acto. Sin embargo Astrak se había evaporado. Pero Probus no se preocupó, probablemente se encontraba entre los cientos de cadáveres que se amontonaban por todas partes.

Al amanecer la base aliada era una pira que olía a carne quemada. Probus quedó tranquilo. Ahora sólo tenía que esperar la licencia. Cuando abandonara el ejército simplemente tenía que volver, desenterrar el tesoro y dedicarse a vivir la vida, instalar una tintorería, una fullonica, en Roma o, quizás, comprar una gran villa y vivir rodeado de mujeronas y comida. Pero... las cosas no fueron tan sencillas.

Al año siguiente, el 548 (205 a. C.), Indíbil y Mandonio volvieron a sublevarse. De nuevo Probus entró en campaña con la quinta legión, pero ahora bajo el mando de Léntulo y Manlio. Los ilergetes fueron derrotados. Indíbil murió al frente de sus guerreros y Mandonio fue torturado y ejecutado.

En aquellos años, y los que siguieron, Escipión continuó la guerra en África. Derrotó a Aníbal en la batalla de Zama, el 551, y le impuso a Cartago un tratado de paz. La Segunda Guerra Púnica había terminado, pero en Hispania el dominio romano progresaba poco. El 556 (197 a. C.) los íberos comenzaron una rebelión que se extendió con rapidez. El pretor de la provincia Citerior, Sempronio Tuditano, y buena parte de los efectivos de la quinta legión fueron exterminados, pero Probus volvió a tener suerte y sobrevivió...

La pátera del Lobo

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