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De nuevo un mismo reino

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uál había sido el derrotero del rey Alfonso IX mientras su hijo avanzaba en una nueva etapa de la conquista? Tras la paz de Toro firmada entre Castilla y León en el verano de 1218, Fernando III y doña Berenguela mantuvieron las treguas con los almohades hasta 1224.

Todo lo contrario que el monarca leonés.

Ese mismo verano de 1218, Alfonso IX se lanzó en nombre de su reino a una ambiciosa ofensiva para apoderarse de Andalucía. Contaba con la venia del papa Honorio III y una descomunal fuerza militar: castellanos, cruzados gascones y caballeros de las órdenes militares y religiosas de Calatrava, Temple, Pereiro-Alcántara y los Hospitalarios de San Juan.

Su lucha antiislámica se extendió a lo largo de la década siguiente. Lucha que se vio coronada con la toma de plazas fuertes musulmanas y que allanó el camino para conquistar Sevilla, capital de los almohades.

Tras sus victorias, en 1230 Alfonso IX emprendió un viaje procesional a Santiago de Compostela, pues era muy devoto de ese apóstol, santo patrono de las tierras hispánicas. Pero a mitad del camino lo sorprendió una grave enfermedad y falleció el 24 de septiembre de ese año en Villanueva de Sarria, provincia de Lugo.

Con esa muerte, se desplegaba nuevamente sobre el tablero un juego por la sucesión. Y nuevamente doña Berenguela movería las piezas de una partida que se planteaba compleja.

Al parecer, ni el hijo, ni la ex esposa del rey difunto se dieron tiempo para lágrimas. Había que avanzar casillas con rapidez, astucia, determinación.

La Reina Madre y Fernando se reunieron en Toledo para planificar la estrategia para que Castilla y León volvieran a quedar bajo una misma corona. Por supuesto, la corona de Fernando.

El heredero original de León –hijo de Alfonso IX y Teresa de Portugal, también llamado Fernando– había fallecido en 1214. Pese a eso, el monarca leonés siempre se mostró reticente a reconocerle al vástago que había tenido con Berenguela el derecho a sucederlo.

Pero para contrarrestar esa negativa, en julio de 1218 el rey castellano había obtenido una bula del papa Honorio III que lo declaraba legítimo heredero del trono leonés. Ignorando ese derecho, Alfonso IX empezó a expresar en documentos y actos públicos que sus sucesoras eran las infantas Sancha y Dulce, también nacidas del matrimonio con Teresa de Portugal y que, por ende, en la línea sucesoria se ubicaban delante del tercer Fernando.

La movida de la Reina Madre y su hijo consistía en hacer valer la “razón de varonía” para imponerse a Sancha y Dulce. Y lo hicieron dejando que los mismos leoneses lo reconocieran como rey. En su viaje desde Toledo a la capital de León, dividida entre los partidarios fernandistas y los de sus medias hermanas, cada ciudad de ese reino por la que pasaba lo fue acogiendo como su nuevo, legítimo e irrefutable monarca.

Cuando por fin entró a la cabecera leonesa, se habían impuesto sus partidarios. Y ya no hubo dudas de quién ganaba. Probablemente el 7 de noviembre de 1230, Fernando III fue proclamado rey de León.

Unos días más tarde, la reina doña Teresa, que se hallaba en Villalobos, a dieciocho kilómetros al sudeste de la villa leonesa de Benavente, envió a doña Berenguela proposiciones de paz. La ex esposa y la viuda de Alfonso XI junto a sus hijas se reunieron en Valencia de Don Juan ese 11 de diciembre.


Versión logotipada del escudo de Castilla y León para uso de la Junta.

Firmaron entonces la Concordia de Benavente. Mediante ese acuerdo, Sancha y Dulce renunciaban a sus derechos sucesorios a cambio de una pensión vitalicia de 30.000 maravedíes anuales. Una verdadera fortuna que “compró” la reunificación de dos reinos, luego de setenta y tres años de separación en los que no faltaron guerras, complots y derramamiento de sangre. Fortuna gracias a la cual Fernando III quedó confirmado como rey de Castilla y León: un inmenso reino que a su turno iba a heredar su hijo Alfonso.

Alfonso X

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