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Padre e hijo, y concuñados

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uana de Ponthieu iba a cumplir su función de reina acompañando a Fernando III muy de cerca. Incluso más que Beatriz, pues la francesa marcharía junto a él en muchas de las campañas contra los musulmanes.

De ella se decía que era muy bella y dulce, pero se diferenciaba de su antecesora por poseer un carácter impetuoso, una exaltada vitalidad, una notable desinhibición. Y aunque también se mantuvo al margen de la política regia, se benefició ventajosamente con el proceso conquistador que llevaba adelante su esposo. El rey le concedería enormes propiedades en los repartimientos de tierras que haría a medida que iba ganándoselas a los moros.

A poco de haberse casado, sin embargo, surgió una duda que tal vez le inquietara el sueño a doña Juana. Más tarde o más temprano, ella iba a heredar el condado de Ponthieu y, a su turno, debería recibirlo el primer vástago que naciera de su matrimonio con Fernando. Pero ¿qué ocurriría si ella o su marido fallecían sin haber tenido descendencia? El vínculo de Castilla y León con Ponthieu desaparecería. Y si bien el condado no era privilegio de los vástagos anteriores del castellanoleonés –en particular de su primogénito Alfonso–, este pasaría a ser patrimonio de algún indeseado pariente de la reina y no de un descendiente directo o más cercano a ella.

No obstante, Alfonso se presentó como la solución al dilema. Sí, porque se decidió que el infante, que en ese momento acababa de cumplir dieciséis años, se casara con Felipa de Dammartin. También llamada Felipa de Ponthieu, por entonces rondaba los cinco o seis años, y era ni más ni menos que la hermana menor de la madrastra.

Se suscribió un acuerdo mediante el cual, luego de conseguir la dispensa papal para el enlace, padre e hijo quedaron como futuros concuñados. Llamativa situación. Pero el arreglo garantizó que a través del vínculo con una Ponthieu, cuando Alfonso llegara a ser rey tendría control sobre ese territorio y, a su turno, este pasaría a manos del heredero que naciera del matrimonio con Felipa.

La solución tuvo corta vida. Al año de haber contraído nupcias, en 1238, a Fernando y a Juana les nació el primer hijo. Lo llamaron igual que el padre: Fernando. Así, la sucesión del condado quedó garantizada, lo cual se vio reforzado en lo sucesivo con la llegada de otros tres descendientes de la pareja que sobrevivieron al parto: Leonor (1240), Luis (1242) y Simón (1244).

Con el nacimiento del primer hijo de los reyes ya no era necesario que Alfonso siguiera comprometido con la hermana de su madrastra. El acuerdo fue anulado. Y por segunda vez el infante se quedó sin una esposa.

Alfonso X

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