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La inocencia perdida

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Rastrear las vinculaciones de la televisión con el poder político en sus primeros años es hurgar en una historia secreta que si alguna vez se hizo pública fue con ocasión de los discursos oficiales del premier y ministro de hacienda Pedro Beltrán que el canal 4 transmitió diligentemente. Pero la prensa y la competencia no escarbaron en el tema, dejando sobreentendido que la extrema cortesía de González y Umbert con la oficialidad era asunto de las buenas relaciones públicas de sagaces radiodifusores, sumadas a los buenos oficios del tercer socio, Avelino Aramburú, de presencia nula en el planeamiento del canal, pero muy al tanto de su marcha política. Él fue gestor crucial de la presencia del presidente Manuel Prado el día de la inauguración.

Los Delgado, del 13, en cambio, no contaron con la visita presidencial. No sólo porque su fundación fue postrera, sino porque Genaro y Héctor Delgado Parker eran más jóvenes para la política que para la telecomunicación. Con escasos veintitantos años, los hermanos Delgado Parker junto a su padre ya habían librado algunas escaramuzas con la dictadura de Odría para obtener la licencia de radio Panamericana en 1953 y habían tenido más de un encontrón con la política gremial, en especial en enero de 1958, cuando la Federradio, dirigida por José Eduardo Cavero, protestó por la instalación de 11 repetidoras de radio Panamericana en la costa peruana. Los hermanos replicaron la protesta y perdieron. Al inaugurar el canal 13, los dueños de Panamericana no eran capaces de convocar a la clase dirigente del país y no eran ni de lejos los negociadores que dieron más tarde tantas muestras de sagacidad política, de capacidad de supervivencia en tiempos difíciles y de acomodo. Eran, más bien, jóvenes empresarios a la caza de talentos para encargarles sus proyectos creativos, incluida la política.

Para dirigir el primer programa de debates de la televisión peruana, Genaro Delgado Parker enroló a Alfonso Tealdo, periodista de 47 años y probada independencia de criterio, que moderaría un panel de hombres de prensa que aspiraba a cierta pluralidad (Luis Loli, Arturo Salazar Larraín, Mario Herrera Grey, Jorge Luis Recavarren, entre otros) por lo menos de centro a derecha sin incluir al Apra (aunque las simpatías de Loli estaban cerca de Haya de la Torre). Representativo o no, el panel de Ante el público pronto se vio enfrascado en discusiones que cuestionaban frontalmente la política de Prado y Beltrán. El Panamericano, noticiero de la casa que mantuvo el mismo nombre que tenía en la radio, también llevaba a la cabeza a un periodista autónomo y coetáneo de Tealdo, el argentino Raúl Ferro Colton. El canal 4 no tuvo el mismo impacto opinante con Las cartas sobre la mesa, espacio surgido al calor de la campaña de 1962, conducido por Luis Rey de Castro y con la participación de la poeta Blanca Varela.

Sin embargo, en 1963 estalló el primer gran escándalo político de la televisión y el 13 fue acusado por la misma competencia que rehuía los debates y el periodismo crítico, de buscar y recibir gollerías. Sucedió que la junta militar que depuso al presidente Prado tras el fraude electoral de junio de 1962 y gobernó al país hasta el triunfo de Fernando Belaúnde un año después, decretó en enero de 1963 que la frecuencia 5, que según el reglamento de telecomunicaciones estaba reservada al Estado, quedaba liberada para uso particular.38 Enseguida, Panamericana reclamó el dígito por el que hoy la conocemos. La competencia, maliciando que la concesión había provenido del general Nicolás Lindley, miembro de la junta de gobierno, hacia su pariente Isaac Lindley (Isaac era tío de Nicolás pero eran coetáneos y se habían criado como hermanos), presidente del directorio de Panamericana, protestó enérgicamente. El motivo declarado fue que la proximidad de las frecuencias era técnicamente desaconsejable. El argumento no pudo hacer nada contra una gestión que no quebraba sustancialmente las reglas del juego competitivo; a los Delgado Parker se les presentó un comodín político y lo jugaron como lo hicieron luego con muchos otros. Más tarde Panamericana destinó la frecuencia 13 a fines culturales y el canal se trasladó a la Universidad de Lima.

El 16 de octubre de 1965 fue reinaugurado el canal 5, ahora sí con la venia del presidente. Fernando Belaúnde Terry, nuestro primer mandatario de pantalla, quien había protagonizado la primera edición polémica de Ante el público en enero de 1960, lanzó un discurso genérico sobre la libertad de expresión al que Genaro Delgado Parker respondió diciendo que en el Perú “había una democracia plena para el uso de las cámaras”. A Belaúnde, templado liberal, arquitecto modernista urgido de apoyo audiovisual —el gag de los mapas y la tiza del presidente señalando a pueblos de nombre obsceno lo perseguirá aún después de sus dos gobiernos—, le fue mucho mejor que a Haya de la Torre que debutó sin garra al lado de sus compañeros Luis Alberto Sánchez y Ramiro Prialé en la campaña de 1962.

El 10 de junio de 1962, día de las elecciones presidenciales, el canal 13 se ufanaba del papel alturado y orientador que había cumplido en la campaña. A continuación, un extracto de un comunicado público39 con huellas de esa inocencia que ya no encontraremos luego:

Por primera vez en nuestra historia, gracias a la televisión, han podido ser libremente interrogados los candidatos a la vista del público, bajo las miradas de las cámaras. Por primera vez el elector ha visto desfilar de cerca el rostro de los candidatos, con sus expresiones y reacciones magnificadas por los primeros planos. [...] La televisión peruana tiene derecho a sentirse plenamente orgullosa de su primera gran actuación en la política del país. Percibe su influencia sobre el ánimo del público y consciente de la responsabilidad que ella entraña, pide ser siempre iluminada por la providencia e inspirada en el bien de la nación.

Genaro Delgado Parker no anticipó que al día siguiente la nación hablaría de fraude electoral, y más de una vez ha declarado que esa contingencia fue su bautizo de fuego en las lides político-televisivas.

Si alguna vez la tuvieron, los dueños de Panamericana habían perdido definitivamente su inocencia y ganado la astucia necesaria para anticiparse a los acontecimientos políticos y, ¿por qué no?, intervenir en ellos.

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