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2. LA PALESTINA ROMANA DE FLAVIO JOSEFO

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Flavio Josefo no sólo es testigo de uno de los momentos más importantes del pueblo judío, sino que además es auténtico protagonista de algunos de sus acontecimientos 14 . Mucho había cambiado la situación desde que los Asmoneos se habían librado del poder seléucida y habían creado un estado y una dinastía nacionales. Los hebreos, que a lo largo de su devenir histórico han tenido que soportar la sumisión a dominios extranjeros, disfrutaron entonces de un auténtico florecimiento. Pero la ambición de sus dirigentes y el enfrentamiento interno entre las diferentes facciones políticas, religiosas y sociales fue minando la estabilidad de este estado judío y facilitó la irrupción de Roma en Palestina. Pompeyo invade el país en el año 63 a. C. y lo anexiona a la provincia romana de Siria. No es propiamente una anexión, pues Israel mantendrá un cierto status independiente, aunque, eso sí, sometida a la supervisión del gobernador de Siria 15 . De ahí que los reyes asmoneos y, luego, los de la familia de Herodes permanezcan aún con determinadas prerrogativas políticas y, sobre todo, religiosas: Hircano II y Antígono son los últimos monarcas de la dinastía de los Asmoneos. Entre el 37 y el 5 a. C. permanece en el trono judío Herodes el Grande, a cuya muerte se producen disturbios populares y la división del reino en tres territorios, uno para cada hijo, Arquelao, Herodes Antipas y Filipo. A su muerte Roma fue incorporando, ahora de una forma real y efectiva, a su provincia de Siria los reinos de Arquelao y Filipo. Sólo el territorio de Herodes Antipas tiene cierta continuidad con Agripa I, que gobernará hasta el 44 d. C. Tras este rey el emperador Claudio convierte la totalidad de Palestina en territorio romano a las órdenes de un procurador. Un poco más tarde este mismo emperador concedió un pequeño reino a Agripa II, personaje que siempre mostrará una sumisión total a Roma, en especial durante la revuelta judía, lo que le acarreará la ampliación de sus dominios después de la guerra 16 .

La política de los nuevos mandatarios romanos no acaba con los problemas internos judíos. La provincia de Judea es en este siglo I de nuestra era extremadamente heterogénea. Se detecta un notable contraste entre las ciudades helenizadas de la costa y las del interior, que no hace sino reproducir la eterna oposición entre los judíos de Palestina y los de la Diáspora, entre el apego a las tradiciones ancestrales y la apertura a nuevas culturas. A ello hay que añadir el tema de las sectas y de las fuertes desigualdades sociales. Todo ello dio lugar a movimientos ideológicos, revolucionarios, sectarios, etc… que van a desembocar en la insurrección antirromana.

En concreto, surgen brotes nacionalistas muy activos que chocan con actitudes favorables a Roma. El resultado de todo ello ya es conocido. La población judía se levanta el año 66 d. C. contra las autoridades romanas y empieza la guerra que culminará con la destrucción del Templo y de la ciudad de Jerusalén. La chispa que encendió el conflicto fue la actitud del procurador romano Gesio Floro que se atrevió a tocar el Tesoro del Templo. Esto, junto con otras acciones criminales, levantó los ánimos del pueblo. Tras un primer momento de división en la población entre los rebeldes y los partidarios de la paz, son las clases altas sacerdotales y los fariseos los que se ponen a la cabeza de la revuelta: José, hijo de Gorión, Anano, Jesús, hijo de Safias, Eleazar, hijo de Ananías, y nuestro Josefo. A partir de aquí sería muy largo relatar todos los incidentes, intrigas y batallas que jalonan esta guerra judía contra Roma. Tras la sumisión de Galilea en el 67 por parte de Vespasiano, los ojos de las legiones están puestos en Jerusalén, donde ante el asedio surgen facciones internas enfrentadas. En el 70 la ciudad cae por fin en manos de Tito, mientras Vespasiano acababa de ser nombrado emperador.

Pero la contienda bélica no acaba ahí: toda Palestina quedó bajo el poder de la legión X Fretensis, a las órdenes de Sexto Lucilio Baso y luego de Lucio Flavio Silva, que se dedicarán a la toma de los tres reductos judíos que quedaban, Herodion, Maqueronte y Masadá. Incluso, tras la caída de estos enclaves, se produce una nueva revuelta en Egipto y Cirene que también se convierte en un fracaso y una derrota para los judíos. En definitiva, en esta obra de Josefo asistimos a los últimos momentos de la existencia nacional del pueblo judío, antes de dispersarse por gran parte del mundo conocido.

En este contexto histórico nuestro autor participa activamente de los acontecimientos de antes, durante y de después de la guerra. Él mismo fue uno de los comandantes del ejército judío sublevado en el frente septentrional de Galilea. Fue hecho prisionero en el asedio de Jotapata en el 67, y en el campamento romano tuvo lugar uno de los hechos más curiosos de la biografía de Josefo. Profetizó a Vespasiano que sería nombrado emperador, tanto él como su hijo Tito. Como consecuencia de esta predicción, que realmente se cumplió, Josefo no sólo fue liberado, sino que llegó a ser amigo y consejero de Tito hasta que acabó la contienda. Desde entonces no se separó de la familia de los Flavios, bajo cuya protección vivió en Roma alrededor de 30 años, desde que acabó la guerra hasta finales del siglo I .

Resulta paradógico este cambio de actitud. Un personaje que procedía de la alta nobleza de Jerusalén, cuyo nombre originario era Joseph ben Matthias, un sacerdote que pretendió ser fariseo, se convierte en miembro de la corte imperial romana y adopta los tria nomina de la ciudadanía romana 17 . Esto le ha hecho merecedor del apelativo de «tránsfuga» y de «traidor». Un estudio más profundo de los hechos y escritos de Josefo, inmerso en los avatares de la Palestina de su tiempo, perfila esta simplista y precipitada calificación.

Josefo, incluso en Roma, continúa fiel a su pueblo y a su Dios. Su integración en la vida social y cultural del mundo greco-romano no es incompatible con el judaísmo. La Diáspora hebrea es, desde hace tiempo, un claro ejemplo de ello, y ahora, fuera de Palestina, nuestro autor es un miembro más de ese grupo de judíos desplazados de su tierra. Flavio Josefo fue un judío romano, un intermediario que trató de armonizar ambos mundos. Su actitud hacia Roma es positiva, ya que ve en ella una garantía de libertad y de independencia para Palestina. Su postura demuestra un convencido realismo político que distingue entre el Imperio Romano y sus representantes. Elogia a Julio César, Augusto, Vespasiano y Tito, mientras que recrimina de corruptos y criminales a Calígula, Nerón y Gesio Floro, el último procurador de Judea durante los años 64 y 65. Como veremos con detalle después, tal actitud llevará a Josefo a exculpar a Roma de la responsabilidad en este conflicto e imputarla a una minoría nacionalista de su pueblo, dado que, a su juicio, la población judía era en general favorable a la presencia romana. En este sentido la obra de Josefo permite estudiar la relación del pueblo judío con Roma durante un período histórico fundamental para Roma y Palestina, es decir, para la Palestina romana 18 .

Pero no todos los problemas de Judea residían en su enfrentamiento con Roma. El pueblo hebreo presentaba entonces una serie de conflictos sociales, en parte definidos por la guerra y sus hechos concomitantes, que habían dado lugar a un sinfin de esperanzas políticas y religiosas de tipo mesiánico, como lo demuestra la literatura apocalíptica apócrifa, en especial algunos de los Oráculos Sibilinos, Jubileos, Henoc , el Testamento de los doce Patriarcas y los Salmos de Salomón , concretamente el XVII 19 . Estos movimientos de masas fueron el caldo de cultivo de la insurrección contra Roma y no hay que perderlos de vista para poder entender de una forma completa las claves del conflicto. Nuestro autor no es una buena fuente de información para esta realidad, a pesar de que su relato presenta toda una gama de movimientos sociales, que van desde el bandolerismo tradicional de carácter rural al mesianismo auténtico 20 . Su inclinación filorromana es totalmente partidista y no lo disimula. Únicamente su obra deja entrever parte de este conflicto interno judío en la polémica política y literaria que Josefo mantiene con el historiador Justo de Tiberíades. Este personaje, activista también en la guerra, compuso otra Historia de la guerra judía , conocida también con el título de Contra Vespasiano 21 . Esta obra es una importante fuente complementaria de la Josefo para reconstruir los acontecimientos de Galilea y es quizá una de las pocas voces discordantes del judaísmo antirromano que ha podido traspasar la barrera de la historia oficial impuesta por Flavio Josefo 22 . Por lo poco que sabemos, la historia se centraba en la campaña de esta región anterior a la llegada de Vespasiano 23 , aunque lamentablemente no nos ha llegado más que un pequeño fragmento conservado por los copistas cristianos por hacer referencia a Jesucristo 24 . Seguramente en esta obra Justo atacaría a Josefo por esa actitud «poco definida», entre judío y romano, en la contienda bélica, lo que provocaría la airada reacción que se materializa en la Autobiografía . Josefo le acusa de agitador y extremista, y le responsabiliza de la insurrección de su ciudad contra los romanos 25 . El hecho de no tener ante nuestras manos esta otra versión escrita del mismo asunto nos impide llegar a saber la auténtica verdad sobre la guerra de los judíos contra Roma. Hemos de ser plenamente conscientes de ello a la hora de enfrentamos al texto de Josefo, que sin lugar a duda constituye la más importante fuente para la historia del pueblo judío durante el siglo I , durante los años precedentes a la revuelta, la propia guerra contra Roma y los años inmediatamente posteriores, cuando el judaísmo pasa por un momento de reconstrucción.

La guerra de los judíos. Libros I-III

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