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LOS CASTIGOS

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Era costumbre que, cuando pasaba la celadora cerca de nosotros, levantásemos el brazo para cubrirnos de algún “cachetazo” que pudiera venir, ellas no te avisaban, si estabas cometiendo alguna falta, ahí nomás te zampaban uno sin ningún miramiento ni aviso previo, ibas a parar al piso y sobre la marcha te gritaban:

—¡Parate, guacho de mierda!…

—¡Te voy a dar a vos hacerte el gracioso!…

Había varios tipos de castigos, todo dependía de la celadora que estaba ese día.

Algunas te ponían en penitencia en un rincón del salón, mirando hacia la pared durante largo rato, y guay de moverte de ahí.

Otras te daban tremendas palizas que te dejaban desecho por un buen rato, además de insultarte en todos los idiomas.

Pero la peor de todas, al menos para mí, era cuando nos teníamos que bañar, ellas se encargaban de hacerlo, uno por uno, porque naturalmente nosotros todavía éramos muy chicos y no sabíamos bañarnos solos.

Las muy “guachas” iban llamando de a uno, mientras el resto esperaba afuera en un pasillo.

—¡González!…

Él iba al baño, le sacaba toda la ropa y ya tenía la bañera llena de agua, ahí metía a cada chico y lo enjabonaba y refregaba con un trapo, en ese entonces no había esponjas, después lo enjuagaba bien, lo secaba y le volvía a poner la ropa mandándolo al pasillo.

El problema era cuando el chico que llamaba había cometido una falta de conducta, que para ellas cualquier travesura merecía un castigo.

—¡Martínez!…

—A éste, directamente lo agarraba de los pelos, le quitaba la ropa, lo tomaba de los dos pies y las manos y lo zambullía en la bañera ahogándolo por varios segundos que se hacían interminables, lo único que podía hacer era patalear desesperadamente porque si gritaba se tragaba toda el agua, mientras escuchaba:

—¡Vas a aprender a portarte bien, desgraciado!…

Cuando alcanzaba a sacar la cabeza del agua, atinaba a gritar…

—¡Me voy a portar bien!

—¡Me voy a portar bien!, qué… gritaba ella y lo volvía a meter debajo del agua.

Cuando volvía a sacarle la cabeza del agua tenía que decir:

—¡Me voy a portar bien, señorita!…

Recién ahí, lo enjabonaba, lavaba y secaba, ponía la ropa y continuaba amenazándolo que volvería a ahogarlo la próxima vez que se portara mal.

Yo recibí dos o tres veces ese castigo y puedo asegurar que no se lo deseo a nadie.

Nunca entendí qué era “portarse mal”; ¿acaso era charlar, reírse, correr, saltar, esconderse, y todas las cosas que hacen los nenes de esa edad?…

Bueno, un rotundo SÍ para las celadoras, eso era considerado “mala conducta”, sólo se podía hacer cuando ellas lo permitieran, así que “cuidadito con portarse mal”, era una desobediencia y como tal merecía un castigo.

Y desde luego, tenían un horario para permitir “jugar” a los chicos, fuera de él, la boca cerradita, nada de muecas y estar sentadito o paradito sin moverse del lugar, esa era la disciplina que nos imponían, así que nos teníamos que acostumbrar, obedecer si no queríamos ligar una paliza.

Yo fui huérfano

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