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LAS VISITAS

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Habitualmente los domingos venían familiares a visitar a los internados, por supuesto, no a todos, yo era uno de ellos, porque jamás había recibido una visita.

Ellas esperaban en la Dirección del Instituto, las celadoras recibían la comunicación de los chicos que eran visitados y de inmediato comenzaban a llamarlos.

¡González, Fernández, Aguirre!, … etc.,—Ahí no se acostumbraba a llamarte por tu nombre, siempre era por el apellido, por eso hasta yo mismo desconocía cuál era mi nombre.

Desde el pabellón los trasladaban por el pasillo largo hasta la Dirección donde se encontraban con sus familiares, estos generalmente los llevaban al enorme parque que estaba al frente del Colegio, donde había muchos bancos y un hermoso césped bien cortadito y pasaban la tarde disfrutando de su compañía.

La visita duraba dos o tres horas y después ellos se iban y los chicos retornaban al pabellón cargados de golosinas, masitas y alguno que otro juguete, yo aprovechaba esa situación, enseguida me arrimaba a ellos y les “pechaba” un caramelo o masita (pechaba significaba pedirles), desde luego, como era muy amigo de ellos y también sabían que a mí nunca me visitaban, no se negaban a darme algo.

Yo fui huérfano

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