Читать книгу Razzgo, Indo y Zaz - Jairo Aníbal Niño - Страница 6

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El sol parecía un pájaro gordo posado en lo alto de un árbol. Razzgo contempló el cielo que se filtraba a través de las copas de unos cedros y sintió el deseo de caminar en el aire.

De pronto percibió un tenue chasquido que lo puso en guardia. Su instinto le dijo que estaba frente a un gran peligro. Descubrió en fracciones de segundo una oscilante línea roja, un afilado punto de luz y un puño cerrado de manchas. Apenas tuvo tiempo de proteger sus espaldas contra un tronco y de esquivar el zarpazo del tigre tuerto.

—¿Por qué me agredes? —preguntó Razzgo.

—Cállate y pelea —vociferó Argg.

—No te he hecho nada.

—Un tigre herbívoro no merece vivir.

—¿Por qué?

—Por herbívoro.

—Esa no es ninguna razón.

—No he venido a discutir contigo sino a eliminarte.

Argg se le abalanzó con toda su fuerza. Razzgo lo eludió al mismo tiempo que lo golpeaba con el revés de su garra. El tigre tuerto cayó entre la hojarasca. Se incorporó con presteza y con su único e iracundo ojo observó al joven tigre.

—Eres hábil pero de nada te servirá —rugió.

—No quiero pelear con mis hermanos. Mi propósito es vivir en paz —dijo Razzgo.

—¿Hermanos? ¿A quién te refieres? Yo no soy tu hermano. Los otros tigres tampoco. No perteneces a nuestra familia.

—¿Por qué no?

—¿Y todavía lo preguntas?

—Soy un tigre —exclamó Razzgo.

—Has dejado de serlo.

—¿Por qué?

A modo de respuesta, Argg dio un gran salto y le causó a Razzgo una larga herida en el costado. La sangre empezó a manar a borbotones.

—Qué sorpresa —gritó Argg.

El ojo tuerto parecía reír.

—No creí que tuvieras sangre en el cuerpo sino savia de verdolaga.

—Déjame ir, Argg.

—¿Que te deje ir?

—No deseo hacerte daño.

—No seas iluso. No ha nacido quien se pueda enfrentar al viejo Argg, y menos una criatura comedora de hierba, como tú.

Argg disparó sus garras. Razzgo detuvo los golpes, lanzó su cuerpo contra su adversario y juntos rodaron a un profundo abismo que ocultaba la maleza. Se escucharon unos rugidos tan espantosos, unos gritos de tigre tan terribles, que un colibrí, presa del pánico, se cristalizó sobre una rama y se volvió cogollo, un riachuelo se secó cuando sus aguas huyeron espantadas, unas nubes negras cayeron como trapos sobre los árboles, y a un caracol se le volvió polvo la concha.

Luego se precipitó un silencio total. La selva se quedó muda y el aire sordo.

Momentos después, un moscardón que se había quedado paralizado en el cielo reemprendió el vuelo y la selva recuperó su voz.

En el fondo del abismo yacían Razzgo y Argg. El viejo tigre respiraba con dificultad.

Razzgo lo observó con atención y se dio cuenta de que Argg, al golpearse con una estaca, había perdido el ojo que le quedaba.

Razzgo, Indo y Zaz

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