Читать книгу 50 miradas a la educación - Jose Angel Lopez Herrerias - Страница 13

3 Sócrates

Оглавление

470 - 399 a. C.

La acción virtuosa de la razón

Sócrates no dejó nada escrito directamente por él. Sabemos de su pensamiento y su actividad en el ágora por referencias de Jenofonte y Platón, principalmente. Con buen criterio y generosidad discipular, y como escritor dramaturgo, el filósofo Platón lo incluye en todos sus Diálogos, portavoz de su pensamiento y de las enseñanzas de aquel.

Sócrates es el maestro que abre conciencias, comadrona del espíritu: conjuga el mithos en el logos, razón abierta y dialógica; se centra en el “conócete a ti mismo”, la razón de ser de la existencia, y la felicidad (eu-daimonía). Antepone a todo aquello que es bello y bueno a la vez (kalòs kai agathós, la kalokagathía).

La sociedad griega era muy desigual. Se diferencian dos grupos de personas: libres y esclavos. Los libres no pertenecían a nadie y se dividían en dos categorías: los ciudadanos y los no ciudadanos.

Los ciudadanos poseían derechos políticos, por lo que podían votar y elegir cargos públicos, así como ser elegidos ellos mismos como tales. Pagaban impuestos y habían de servir en el ejército. Muchos de ellos eran agricultores o comerciantes. Este grupo de los ciudadanos era una minoría: se estima que en el siglo v a. C., solo el diez por ciento de los habitantes de una polis eran ciudadanos.

Los no ciudadanos eran los “metecos” (o “periecos” en Esparta) y eran emigrantes residentes en la ciudad. Eran hombres y mujeres libres, podían tener esclavos, pero carecían de derechos políticos y no podían ostentar cargos públicos. Se dedicaban a la artesanía y al comercio.

Las mujeres, aunque fueran libres, carecían de derechos políticos, sometidas al varón, ya fuese el padre o el marido, y sus movimientos estaban muy restringidos. Las que pertenecían a las familias acomodadas salían poco de su hogar, y dentro de este tenían asignado su espacio particular: el “gineceo”, una habitación en la que solo entraban ellas.

Los sofistas (Gorgias, Protágoras…) eran los instructores-oradores de los pocos ciudadanos de cada polis. Frente a ellos, Sócrates, maestro de la racionalidad, ayuda a parir el pensamiento con el método (socrático) del diálogo, que ponía en el medio y en el fin la razón como experiencia indagatoria, complementaria y discursiva, para clarificar las ideas. Conocido como “crítico de Atenas”, su influencia en los jóvenes provocó que el Gobierno democrático lo acusase de “impiedad” y su juicio es uno de los más famosos de la historia.

© The Metropolitan Museum of Art, Nueva York, Rogers Fund, 1962

“Un sistema de moralidad que se basa en valores emocionales relativos es una mera ilusión, una concepción bien vulgar que no se basa en nada seguro y en nada verdadero”

“En efecto, cuenta que viéndole discurrir sobre todo menos sobre su causa, le dijo:

—¿No convendría, mi querido Sócrates, que discurrieras también algo sobre tu defensa?

A lo que el filósofo le contestó:

—Pues qué ¿mi vida entera no le prueba que constantemente me ocupo de ella?

—Y ¿cómo? —replicó Hermógenes.

—Procurando no hacer jamás una acción injusta: ese es a mis ojos el mejor modo de preparar una defensa.

—¿Pero no ves —dijo nuevamente el hijo de Hipónico— que los tribunales de Atenas han hecho perecer á multitud de inocentes, víctimas de su turbación para defenderse, mientras que han absuelto á otros muchos siendo delincuentes, porque su lengua los ha movido a compasión ó cautivado por su elegancia?

—Pues, ¡por Júpiter!, dos veces he intentado ya ocuparme de preparar una defensa y otras tantas se ha opuesto á ello.

—¿Qué estás diciendo? ¡Me sorprende!

—Y ¿por qué sorprenderle, si la Divinidad juzga que es más ventajoso para mí el dejar la vida desde este instante mismo? ¿Pues tú no sabes que hasta el presente no hay un solo hombre á quien le conceda que haya vivido mejor que yo? Mi conciencia me dice, y es mi más dulce satisfacción, que he vivido de una manera justa y religiosa, de tal modo, que después de mi propia aprobación me encuentro con la de aquellos que me tratan, que tienen formada igual opinión sobre mi conducta. Pero ahora mi edad avanza; sé que han de sobrevenir las cosas propias de la vejez: ver mal, oír peor, ser cada día más tardío para aprender y de lo que tiene uno aprendido irse olvidando rápidamente. Y si yo me apercibo de la pérdida de mis facultades, y si he de estar incómodo conmigo mismo, cómo podré decir entonces: ¿vivo gustosamente? Acaso Dios me concede esto como un don especial: pues no solo voy á dejar la vida en el momento más favorable, por mi edad, sino de la manera menos penosa: pues si hoy me condenan, me será permitido indudablemente escoger la especie de muerte que estimen más sencilla, muerte que dé lo menos que hacer á mis amigos, y que llene cumplidamente los deseos del que ha de sufrirla”.1

“En comparación con los males que sé que son males, jamás temeré ni evitaré lo que no sé si es incluso un bien”

“Compareció ante los Jueces y dijo: ¡Atenienses! Lo que más me maravilla en este asunto es la conducta de Mélito. ¿Cómo ha osado asegurar que desprecio las deidades de la República, cuando todo el mundo me ha visto, y él mismo si lo ha querido, tomar parte en las comunes festividades y sacrificar en los altares públicos? ¿Es, por ventura, introducir númenes extraños, el haber yo dicho que la voz de un ‘Dios’ resuena en mi oído ensenándome cómo debo obrar? ¿Pues los que consultan los cantos de las aves ó los pronósticos de los mismos hombres, no se dejan influir también por sonidos articulados? ¿Quién puede negar que el trueno sea una voz y el más grande de todos los presagios? ¿Pues la Pitonisa colocada sobre la trípode, no se vale también de la voz para pronunciar los oráculos de su Dios? Una palabra, que Dios conoce y revela a quien le place el secreto de lo porvenir: he ahí todo lo que yo digo, que es lo mismo que dicen y piensan los demás. Pues bien, los demás llaman á todo eso augurios, pronósticos, presagios, profecías; yo le llamo Daimonion: y creo que llamándolo así, uso un lenguaje más verdadero y más piadoso que los que atribuyen á las aves el poder de los dioses. Y la prueba de que no miento contra la Divinidad es, que cuantas veces he manifestado á mis numerosos amigos los consejos del Dios, jamás les he parecido engañado. Alborotáronse los jueces al oír esta arenga: unos porque no daban crédito á lo que habían oído, otros aguijoneados por la envidia de que aquel hombre hubiera conseguido mayores distinciones que ellos de parte de los Dioses”.2

“Algunos más razonamientos se añadieron por el filósofo y por los amigos que hablaron en su defensa. Mas no ha sido mi intento referir los pormenores de este célebre proceso. Bástame haber demostrado que Sócrates creía de gran importancia el no mostrarse irreverente con los dioses ni injusto con los hombres. Lo de conservar la vida creía que no debía pedirse con humillaciones; antes bien, estaba convencido de que era la ocasión oportuna de morir: y que ora esta su convicción claramente se vio después de pronunciada la sentencia. Se le invitó primero á que conmutase la pena capital por una multa, y ni accedió á ello, ni permitió á sus amigos que la entregaran, pues decía que condenándose á una pena pecuniaria, tenía que confesarse culpable. Quisieron luego sus amigos proporcionarle una huida; mas la rehusó también, y aun les preguntó, con cierto humor, si ellos tenían noticias que hubiese fuera del Ática algún tugar inaccesible á la muerte. En fin, luego que la sentencia fue pronunciada, cuentan, que se expresó así: ¡Ciudadanos! los sobornadores que han inducido al perjurio á los testigos que han depuesto en contra mía, y los que se han prestado al soborno, deben imprescindiblemente reconocerse culpables de una gran impiedad, de una tremenda injusticia. ¿Y sería decoroso que yo mostrara menos ánimos ahora que antes de haber sido condenado, yo que no estoy convicto de haber ejecutado nada de cuanto se me ha acusado? Se me ha visto á mí, desertor del culto de Júpiter o de Juno, y de los demás dioses y diosas, sacrificar a nuevas divinidades? En mis juramentos, en mis discursos, me veis invocar otros dioses que los vuestros? Y por lo que hace a la juventud, ¿cómo yo he de pervertirla, cuando la acostumbro a la paciencia y a la frugalidad? Ninguno de esos crímenes contra los que la Ley pronuncia la muerte: el sacrilegio, la perforación de muros, la venta de hombres libres, la entrega de la Patria, ninguno de esos delitos me ha sido imputado por mis contrarios. Por lo que me parece muy digno de extrañeza que vosotros hayáis podido encontrar en mi causa, acción alguna que merezca la muerte. Mas yo no me creo por eso menos digno de estimación, pues muero inocente. No es el oprobio para mí; sino para los que me condenan. Por otro lado, me sirve de consuelo el destino de Palamedes muerto de una manera semejante á la mía. […]

“No sale de las riquezas la virtud para los hombres, sino de la virtud, las riquezas y todos los otros bienes, tanto los privados como los públicos”

—Pues yo me sublevo contra esa sentencia —dijo Apolodoro, hombre sencillo, que le era muy adicto y que estaba allí presente— porque veo que mueres injustamente.

—Queridísimo Apolodoro —le contestó Sócrates, pasándole la mano cariñosamente por la cabeza—, pues ¿por ventura querrías tú mejor verme morir con justicia que con inocencia? —y al mismo tiempo dejó ver su afable sonrisa.

Cuentan también que al ver á Añilo que pasaba, dijo: ese hombre va tan enorgullecido, como si hubiera realizado una acción grande y bella con haber votado mi muerte y ¿por qué? porque le hice notar que no estaba bien que él, honrado por la Ciudad con los más elevados cargos, rebajara á mi hijo hasta el oficio de curtidor. El insensato, no conoce que entre él y yo el triunfo será siempre de aquel que en todo tiempo haya ejecutado las cosas más útiles y bellas! Pero Homero concede á algunos de los que están para morir el don de penetrar en lo venidero, y os voy á pronunciar un vaticinio: he tratado un poco de tiempo al hijo de Anio, y no me parece un espíritu desprovisto de energía: pues os anuncio que no ha de permanecer en el oficio servil a que el padre le ha consagrado; falto de un honrado guía que le conduzca, sucumbirá á una pasión vergonzosa; y ya en adelante continuará progresando en el camino de la depravación. Los hechos correspondieron á la profecía: el mancebo se entró al vicio del vino, y ebrio a todas horas concluyó por hacerse un hombre inútil para su Patria, para sus amigos y para sí mismo. El padre, por la educación infame que había dado al hijo, y por su torpe ignorancia, ha logrado verse deshonrado aun hasta hoy, después de muerto. En cuanto á Sócrates el haberse engrandecido ante sus jueces excitó contra él la envidia y los decidió más resueltamente á condenarle. Por lo demás, creo también que su muerte fue un beneficio que le concedieron los dioses, puesto que dejó lo más triste de la vida y alcanzó la más dulce de las muertes. ¡Y qué alma tan grandiosa! Convencido como estaba de que la muerte era para él más ventajosa que una larga vida”.3

Bibliografía

Jenofonte (2009): Apología. Banquete. Recuerdos de Sócrates, Madrid, Alianza Editorial.

Platón (2000): El Banquete, Madrid, Alianza.

— (1985): Apología de Sócrates, Madrid, Editorial Alhambra.


50 miradas a la educación

Подняться наверх