Читать книгу 50 miradas a la educación - Jose Angel Lopez Herrerias - Страница 20

10 Ibn Tufail

Оглавление

1110 -1185

La interiorización de lo mejor del pasado

Ibn Tufail, nacido en Guadix (Granada), es una muestra significativa de la plural realidad de los logros creativos del encuentro cultural hispano-árabe en los tiempos de la convivencia andalusí. Su pensamiento refleja las ideas que serán eje en la mente renacentista, como, por ejemplo, el Discurso sobre la dignidad humana de Pico della Mirandola.

Su espíritu es reflexivo, cargado de cuidado por el esmero en el uso del lenguaje y por la comunicación bella, nutrida de expresiones de elevado nivel poético e imaginativo. De honda espiritualidad mantiene la referencia a los ideales de la razón feliz, la resonancia clásica de la eu-daimonia, verdad, belleza y bondad.

Ibn Tufail estudió derecho islámico y medicina, y fue un gran conocedor de la astronomía, las matemáticas, la poesía y la filosofía.

Fue médico del sultán almohade Abu Yaqub Yusuf, que fue su mecenas. Atrajo a la corte almohade al famoso filósofo Averroes y le aconsejó que se dedicase a transmitir fiel y claramente la filosofía de Aristóteles.

Su filosofía arranca del platonismo, pero adaptándose a la mística islámica y como era habitual en la filosofía islámica, conjugando las verdades reveladas por la religión con la especulación filosófica. Recibe el influjo de los primeros introductores del pensamiento de Aristóteles en la filosofía del islam: Avicena y Avempace.

Ibn Tufail introduce en la novela filosófica el concepto del “solitario” en la persona de Hayy ibn Yaqzan. Este niño, con la sola fuerza de su razón, pasa del conocimiento empírico al científico y de este al místico –gradación establecida por Avempace–, y señala la gratuidad del don místico y un contenido más iluminativo.

Más adelante, Hayy entra en contacto con un visitante llamado Absal, que va a la isla para dedicarse a la contemplación, guiado por las enseñanzas del islamismo. Ambos se dan cuenta de que buscan lo mismo, pero por diferentes caminos. Con ello Ibn Tufail muestra que la verdad revelada por la religión y la verdad intelectual filosófica son la misma.

© CPA Media Pte. Ltd./Alamy, 2B01G9Y

“La sabiduría toda, la dirección y la confianza están en lo que los profetas han hablado y la ley contiene, y nada es posible fuera de esto, ni nada se le puede aumentar”

“Como tuviese, pues, gran compasión hacia los hombres y desease que la salvación les llegara sirviendo él de intermediario, concibió el deseo de aproximarse hasta ellos para exponerles claramente la verdad y hacérsela evidente. Confió este designio a su compañero Asal y le preguntó si le sería posible hallar un medio para acercárseles. Asal le informó sobre el natural imperfecto de los hombres y sobre el apartamiento en que viven de los preceptos divinos, pero Hayy no lograba comprender esto, y en su interior siguió aferrado a su primera esperanza. Asal, por otra parte, deseaba también ser el medio por el cual Dios dirigiese a algunos hombres de los que lo conocen, a los iniciados, que están más cercanos a la salvación que los otros; y así acompañó a Hayy en su intento. […]

Hayy ibn Yaqzan se dedicó a instruirlos y a revelarles los secretos de la sabiduría. Mas apenas se elevó un poco sobre el sentido exterior y comenzó a describirles verdades contrarias a las que antes habían entendido, se apartaron de él; sus almas tomaron horror a las doctrinas que él traía; en su interior se irritaron contra él, aunque le mostraron buena cara, por su consideración a su carácter de extranjero y por respeto a su amigo Asal. No dejó Hayy de manifestarse benévolo con ellos, día y noche, y de mostrarles la Verdad en privado y en público; pero esto no les produjo otro efecto, que desdén y aversión, no obstante ser amigos del bien y deseosos de la Verdad; solo que ellos por su imperfección natural, no buscaban la Verdad por el debido camino, ni la tomaban por su exacta dirección, ni llamaban a su puerta, sino que querían conocerla por el camino común de los hombres. Desesperó, pues, de corregirlos y renunció a la ilusión de que aceptaran [sus doctrinas]. Examinó, luego, las categorías de los hombres y vio que ‘los de cada categoría, contentos con lo que tienen delante, toman por dios a sus pasiones’, y por objeto de adoración a sus deseos; se matan por poseer las vanidades del mundo, ‘absorbidos por el cuidado de atesorar, hasta que visitan la tumba’; no les aprovechan las advertencias, no les hacen ningún efecto las palabras buenas, la discusión solo les aumenta la pertinacia; no tienen ningún camino para llegar a la sabiduría ni poseen una mínima parte de ella. Están sumergidos en la ignorancia, ‘y los bienes que persiguen han invadido sus almas como la suciedad. Dios ha sellado sus corazones y sus oídos, y sobre sus ojos se extiende un velo. Un gran castigo les espera’. […]

Cuando comprendió la naturaleza de los hombres, que la mayor parte de ellos son como bestias irracionales, conoció que la sabiduría toda, la dirección y la confianza están en lo que los profetas han hablado y la ley contiene, y nada es posible fuera de esto, ni nada se le puede aumentar; pues para cada acción hay hombres y cada cual es más apto para lo que fue creado. […]

Se dirigió, pues, a Salaman y a sus compañeros y les dio excusas por las conversaciones que con ellos había tenido, y les pidió perdón por ellas. Les hizo saber que pensaba igual que ellos, que su regla de conducta era la suya. Le recomendó observar rigurosamente los preceptos tradicionales y las prácticas exteriores, mezclarse poco en las cosas que no les importasen; creer con facilidad las [verdades] oscuras, apartarse de las herejías y de las pasiones, imitar a los antepasados virtuosos y huir de las novedades. Les encargó evitar la negligencia del vulgo respecto a la ley religiosa y su aferramiento a este mundo; los puso en guardia contra el peligro que esto entrañaba. Porque tanto él como su amigo Salaman reconocían que esta clase de hombres rebeldes e incapaces no tenían salvación, sino por tal camino; que si se les apartaba de él, llevándolos al plano elevado de la especulación, se turbarían vehementísimamente, sin poder conseguir, no obstante, el grado de los bienaventurados, se agitarían de un lado para otro, estarían trastornados y tendrían un mal fin; mientras que, si perseveraban en su estado actual hasta la muerte, alcanzarían la salvación y serían de los colocados a su derecha”.1

“Creció el niño en esta isla, libre de animales dañinos, criándose con la lecha de la gacela, hasta alcanzar los dos años de edad. Aprendió a andar y echó los dientes. El niño la seguía, y ella era buena y complaciente con él. Cuando se habían fijado en el espíritu del niño las representaciones de las cosas, una vez desaparecida su percepción actual, nacía en él o el deseo hacia alguna de ellas, o la aversión respecto de otras.

A la vez que todo esto, él miraba a los demás animales y los veía revestidos de pelo de lana o de pluma; observaba su rapidez para la carrera, su fuerza y las armas de que estaban dotados para rechazar al que los persiguiese, como, por ejemplo, los cuernos, los colmillos, los cascos, los espolones, las garras. Luego, contemplándose a sí mismo, veía su desnudez, su falta de armas, su lentitud para la carrera, su poca fuerza respecto de los animales que le disputaban los frutos, que se los apropiaban en contra de su voluntad, y le vencían en la lucha, sin que pudiese repelerlos y escapar de ninguno de ellos. Veía también que a sus compañeros, los hijos de las gacelas, les salían cuernos que primeramente no tenían; que se volvían fuertes en la carrera cuando antes eran débiles. Y en sí mismo no veía nada de esto; reflexionaba a causa de ello y no encontraba la causa. Y al no hallar en sí mismo ningún parecido con los animales, se juzgaba deforme o enfermo. Estas observaciones le afligían y le atormentaban. […]

Como su tristeza por tal causa se prolongase mucho tiempo y, llegando a tener cerca de siete años, desesperase de alcanzar aquellas cosas cuya falta le producía dolor, cogió hojas grandes de árboles, y unas se las uso por detrás y otras por delante, e hizo con las hojas de palmera y de esparto un cinturón que rodeó a su cuerpo, con el cual sujetó las hojas. Tomó ramas de árboles como lanzones, las igualó en sus extremos, las unió por las puntas, y las empleaba contra los animales, con quienes peleaba, atacando a los más débiles y resistiendo a los más fuertes. Entonces concibió cierta idea de su poder y vio que su mano tenía una gran superioridad sobre las garras de los animales, puesto que con ella le era posible cubrir sus vergüenzas y coger bastones con los que se defendía de los seres que le rodeaban, lo cual le permitía pasarse sin armas naturales”.2

“Les encargó evitar la negligencia del vulgo respecto a la ley religiosa y su aferramiento a este mundo; los puso en guardia contra el peligro que esto entrañaba”

“Ya había descubierto Hayy, en sus primeras reflexiones sobre el mundo de la generación y de la corrupción, que la realidad de la existencia de todo cuerpo solo proviene de su forma, o sea, su disposición para los distintos movimientos; y que la existencia que el cuero tiene por parte de su materia, es inconsistente y casi imperceptible. Por tanto la existencia del mundo entero proviene solo de su disposición para el movimiento, dado que por este motor, el cual está libre de materia y de cualidades corpóreas, exento de todo lo que es perceptible por los sentidos o accesible a la imaginación; y si este motor es el autor de los distintos movimientos del cielo, por medio de un acto permanente continuo e ininterrumpido indudablemente ha de tener poder sobre ellos y los ha de conocer”.3

Bibliografía

Ibn Tufail (1948): El filósofo autodidacto, Madrid, Publicaciones de las Escuelas de Estudios Árabes.


50 miradas a la educación

Подняться наверх