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El ambiente universitario en el que surge y se difunde la Comedia de Calisto y Melibea[86]

La España de fines del siglo xv tuvo profundos cambios políticos e intelectuales propiciados por los Reyes Católicos, quienes potenciaron y reformaron las órdenes religiosas e introdujeron en los obispados prelados pertenecientes en su mayoría a las órdenes mendicantes; por otra parte, sometieron a la nobleza pero impulsaron su formación cultural aunando armas y letras; finalmente intentaron controlar la universidad, para lo cual enviaron visitadores a los diferentes centros para su reforma.

La mayoría de las universidades contaban con una facultad o escuela en Artes, preparatoria para los estudios llamados mayores: Teología, Derecho Civil y Canónico y Medicina. Estas enseñanzas eran las que daban categoría a los centros universitarios. A fines del siglo xv y principios del xvI, el mayor número de estudiantes en gran parte de las universidades (exceptuando algunas de la Corona de Aragón) se concentraba en las facultades de Derecho, tanto Civil como Canónico. Por esta causa, cuando el Cardenal Cisneros fundó la Universidad de Alcalá, excluyó explícitamente el grado de Derecho para centrarse y dar mayor categoría a la licenciatura de Teología, en un intento de superar los estudios no reformados de la Universidad de Salamanca.

Los estudios de Teología y Filosofía estaban durante este período en un profundo cambio en toda Europa, que desembocó en la crisis de la Teología escolástica, cuyo apogeo remonta a la Universidad de París y a los grandes maestros del siglo XIII: santo Tomás y san Buenaventura. En el siglo XV se reanuda y amplifica el ataque desde diferentes frentes a estas enseñanzas por su degeneración lingüística y su mal dialéctico (el uso continuo de sofismas y vanas disquisiciones metafísicas).[87] La preponderancia de la lógica multiplicará proposiciones e imaginaciones descabelladas, por lo que la Teología se ocupará de cuestiones inútiles, alejándose de la Fe.[88] Dirá Luis Vives en su Adversus pseudodialecticos (epístola donde ataca la Lógica en su uso dialéctico y sofístico por ciertos profesores de la Universidad de París, dirigiéndose a Juan Fort):

¿No te parece que la Universidad de París es como una vieja que, ya pasados sus ochenta años, está en pleno delirio de senilidad?¿No piensas acaso que, si por arte de milagro, a saber: por influjo de las buenas artes, no se remoza (¡aleje Dios ese horroroso augurio!), se halla en trance de muerte inminente? Yo me atrevo a jurar por todos los santos del cielo que no hay hombre tan lerdo y tan majadero que enviara a sus hijos a esa escuela con el fin que aprendiesen si se percatara de las enseñanzas que allí se dan.

[...] Si alguno los envía acá, no los envía a esos sofistas, que Dios confunda, sino a determinados profesores que, en medio de tan desaforada locura, conservan un adarme de cordura.[89]

Frente a esta preponderancia de la lógica en la filosofía, pero sobre todo en la teología, surgirán una serie de corrientes místicas en toda Europa. Uno de los primeros en alzar la voz contra esta situación es el Canciller de París Juan Gerson, insistiendo en primar una fe sencilla para el estudio de la Sagrada Escritura, todo dentro de un nuevo clima de piedad. En este movimiento, donde se valora más la espiritualidad que la razón o cierta intelectualidad sofística, se sitúan muchos autores de las órdenes religiosas, como los cartujanos o los franciscanos (Dionisio de Rickel El Cartujano, Nicolás Kemph, Tomás de Kempis, Enrique Herp, etc.), lo que supuso una primera reforma espiritualista a la escolástica tradicional, que tuvo una amplísima repercusión en toda Europa, siendo sus textos de imitación de la vida de Cristo editados continuamente por la imprenta en el período que va de 1470 a 1570.

No podemos dejar de lado las diferentes escuelas adscritas, en gran parte, a corrientes rivales apoyadas por distintas órdenes religiosas. Juan Belda, al analizar las doctrinas teológicas enfrentadas en Salamanca, manifiesta que:

Desde que Santo Tomás realizase la síntesis novedosa aristotélico-agustiniana, frente a San Buenaventura y a la corriente tradicional platónico-agustiniana, el enfrentamiento de ambas corrientes teológicas no hace sino incrementarse a lo largo de los siglos XIIIY XIV. Ambos maestros dejan tras de sí sendas Escuelas Teológicas de fuerte personalidad y dura oposición, con su pléyade de discípulos: La Escuela Tomista por un lado y la Escuela Franciscana por otro. Poco después será el escocés Juan Duns Escoto quien continúe como jefe de fila la Escuela Franciscana (Escotista, en adelante).[90]

En la primera mitad del XIV empieza a despuntar otra escuela, la de Guillermo de Ockam, con su sistema denominado Nominalismo, que será aceptado progresivamente en parte de las universidades europeas (con discípulos tan eminentes como Juan Buridan, Juan Gerson, Juan Mair o Mayor, etc.). Se caracteriza el Nominalismo por un afán de simplificar y por una orientación empírica y positivista. Otra de las peculiaridades de esta corriente es que sus miembros se consideraban libres de todo partidismo (schola non affectata). Para muchos fue el inicio de la nueva ciencia, pues desarrollaron el eclecticismo al introducir en sus argumentaciones conceptos de las diferentes doctrinas medievales junto con textos de filósofos griegos, latinos, árabes, de los Santos Padres, Sumos Pontífices y de las Sagradas Escrituras. A partir de este método, que se significa por subestimar las fuerzas de la razón junto a la proposición de que el hombre solo puede conocer a través de lo experimental, lo sensible, lo fenoménico, se dio una separación entre fe y razón, que desembocó en un cierto fideísmo que apoyaron algunos intelectuales españoles de fines del xv y principios del xvI, siendo una de sus cabezas visibles Cisneros, quien encabezó esa primera gran reforma teológica hispánica, en la cual se postula que la Revelación y la Fe no pueden ser entendidas por la razón.[91]

Así pues, cuando el primer acto de la Celestina estaba circulando por la Universidad de Salamanca y por los colegios mayores adscritos a ella, coexistían unos cuantos métodos filosóficos enfrentados entre sí, aunque todavía mantenía la Escolástica la primacía. Pero ya apuntaban y se posicionaban otras doctrinas reformadoras.

Los escolásticos, poco dados a innovaciones, mantuvieron una actitud confrontada a los nominalistas, pero también a los escotistas y lulianos. Para poner un ejemplo, sirva la actuación de Don Pascual de Ampudia (obispo de Burgos, 1496-1512), quien realizó la reforma del Capítulo Salmantino en el convento de San Esteban de Salamanca en 1489, donde promulgó que «in conventibus nos-trae congregationis non legatur alia grammaticae ars nisi Nebricensis», frente al uso por los escolares de ciertas gramáticas nominalistas.[92] Por su parte, Diego de Deza implantó el tomismo en la Universidad de Salamanca e impidió, incluso en Sevilla, la entrada del Nominalismo.

El nominalismo español experimenta su gran florecimiento en la segunda mitad del siglo XV y tiene su sede en la Universidad de París en torno a la escuela del reputado lógico Juan Mayor; de allí es importado a la península, donde intentará afianzarse poco a poco desde fin de siglo. Se impondrá posteriormente gracias al Cardenal Cisneros en la nueva universidad de Alcalá, al no permitírsele reformar la de Salamanca anteriormente. Hacia 1517, entrará con fuerza en la Universidad de Salamanca y en Valencia por los años 1514-5.[93]

Otra de las doctrinas en pugna fue la de Ramón Llull. «La lógica luliana difiere esencialmente de la lógica tradicional, codificada en las Summulas de Pedro Hispano. Lull tiene de la lógica un concepto puramente instrumental. Mientras en el Occidente latino, la lógica, vinculada a la Facultad de Artes, pugna por constituirse en disciplina propia e independiente de la teología, el filósofo mallorquín que aborrece cordialmente el arte vana de la disputa por la disputa —«segunda intención»—, representa el movimiento contrario de total subordinación de la lógica a la teología —una teología, en este caso, de fondo agustiniano y místico».[94] En España existe un amplio grupo luliano; en Mallorca existió una cátedra de Ramón Lull desde 1478. El primero de los maestros fue Juan Llobet, de Barcelona, autor de un libro de Lógica y otro de Metafísica. Sucedió a Llobet en la cátedra mallorquina Pedro Dagui o Degui, contra el cual se renovaron las acusaciones de heterodoxia:

Dagui era capellán de los Reyes Católicos cuando estos sus libros se imprimieron en Castilla. Nuestros teólogos, mal avenidos con la fraseología luliana, dirigieron al papa una censura contra varias proposiciones del libro…[95]

El lulismo entró en la Universidad Complutense a través de Nicolás Pax y en Valencia mediante Alonso de Proaza. El cardenal Cisneros, que costeó las ediciones lulianas de uno y otro, escribía el 8 de octubre de 1513 a los jurados de Mallorca: «Tengo grande afición a todas las obras del doctor Raimundo Lulio, doctor iluminadísimo, pues son de gran doctrina y utilidad, y así, creed que en todo cuanto pueda proseguiré en favorecerle y trabajaré para que se publiquen y lean en todas las escuelas».[96]

Finalmente, el grupo de los humanistas, que si bien no se habían asentado completamente en las universidades españolas, llevaban ya una larga tradición.

Desde los primeros humanistas arrecian las críticas hacia el Escolasticismo y Nominalismo. En sus cartas Familiares Petrarca se lamenta de la «vana ciencia de los dialécticos», que con sus bárbaros sofismas han corrompido el arte del discurso.[97] Pero la crítica más dura a los dialécticos de París y Oxford se da en De sui et multorum ignorantia, donde basa su programa de sabiduría cristiana en tres principios: la sabiduría de Platón, la elocuencia de Cicerón y la fe cristiana. Pero será Lorenzo Valla quien estructure una nueva lógica capaz de contraponerse a la dialéctica de París. Según el parecer de Gabriel González:

Valla intenta eliminar todo un conjunto de creaciones conceptuales y lingüísticas, consideradas inaceptables por inútiles o por estar desviadas del camino de la verdad. La lógica o dialéctica, según piensa Valla, corresponde a una de las partes de la retórica, la invención, y halla su base y fuentes en las obras clásicas respectivas, especialmente en los Topica ciceronianos y en la Institutio de Quintiliano, y, dentro de la lógica aristotélica, en el tratado de los Tópicos. El centro de gravedad del discurso se desplaza del procedimiento demostrativo al método de la argumentación que se desarrolla en el plano de la probabilidad y posibilidad y tiene especial aplicación en la esfera ética y política, es decir, en la organización inmediata de la vida humana a nivel individual y colectivo.[98]

¿Cuáles fueron los principales debates entre los diferentes grupos en las facultades de Artes y Teología?El primero de ellos procede de la lógica y/o dialéctica. A partir de Abelardo se concibe la dialéctica o lógica como una ciencia en sí misma, y se redactan una serie de tratados que se conocerán bajo el nombre de Logica moderna o modernorum en contraposición a la Logica antiqua o antiquorum. En la Facultad de Artes de París y Oxford, la enseñanza de la dialéctica ocupa una parte considerable del programa docente con respecto a la gramática y retórica, que pasa a un segundo plano. La base de la enseñanza de la lógica fueron las Súmulas de Pedro Hispano con comentarios realizados por las diferentes escuelas.

El Nominalismo brota por un deseo de anteponer lo concreto a las abstracciones tomistas del siglo XIII y a las «formalidades» de Duns Escoto. Se trata, pues, de un movimiento de reacción contra los excesos abstraccionistas anteriores, contra las disputas interminables, formalísticas y puramente verbales de la escolástica decadente. La posición nominalista sostiene que las especies y géneros no son realidades anteriores a las cosas —«esencias», capaces de ser conocidas por abstracción—, sino que se trata, simplemente, de nomina (nombres) o voces, que utilizamos para designar a grupos de individuos.

En el fondo de todas estas controversias está el silogismo. En la época que nos ocupa, la ciencia llega a conclusiones estableciendo tesis partiendo de autoridades a favor y en contra; la alegación de estas y el esfuerzo subsiguiente por interpretarlas y conciliarlas origina la disputa, que se convierte por tanto en el método general del saber. La dialéctica versará, pues, sobre el debate, sobre las proposiciones lógicas. Pero para los nominalistas, las proposiciones están compuestas de universales, que tienen lugar solo en la mente y en la lengua hablada o escrita, zonas en las que no pueden existir las sustancias particulares. Así pues, ninguna proposición puede estar compuesta de sustancias particulares, sino al contrario, de universales; por tanto, los universales no pueden ser concebidos como sustancias. Según Gabriel González:

El análisis de la estructura semántica de la lengua que Ockam lleva a cabo en sus escritos de lógica lleva a un empirismo radical que acepta como únicas realidades las cosas y sucesos particulares y concretos y consiguientemente considera la experiencia directa como la sola base del conocimiento. La física queda así reducida a un tipo de saber positivo desprovisto de las necesidades metafísicas… La teología, por su parte, se limita al dato positivo revelado, que en cuanto a tal no admite demostración ni tampoco sufre riesgos de refutación…[99]

La lógica nominalista introduce una profunda disociación entre las palabras y las cosas y subsiguientemente entre las diversas categorías (espacio, tiempo, movimiento…) a través de las cuales se capta la realidad sensible. La crítica humanista sale en defensa de las disciplinas tradicionales, mediante las modificaciones pertinentes, con las que se puede adquirir un conocimiento verdadero de las cosas. El rechazo o no aceptación como punto de partida de la correspondencia pensamiento-palabras-cosas trastorna evidentemente la noción tradicional de verdad y la manera de comprender y ejercitar la actividad cognoscitiva, y es sin duda la línea divisoria básica entre la lógica escolástica en general y la lógica humanista. No ha de sorprender, pues, la apelación constante de los humanistas a la experiencia y lengua ordinarias, y como contrapartida, la acusación igualmente constante a la nueva lógica de insania, locura, inanidad, palabrería vana, logomaquia, y otras lindezas por el estilo.

Según Mª Isabel Lafuente: «La dirección que tomó el humanismo fue la de otorgar el primado a las artes sermoniciales, a la retórica. Valla en las Elegantiae y en la Repastinatio reacciona contra la artificial invención nominalista de términos nuevos e inusuales, que oscurecen el lenguaje y la mente al prescindir de su relación con la res y lucha por volver a la claridad del lenguaje latino original. Considera que, en su lucha por vencer a los adversarios, la lógica nominalista ha abandonado la sana consuetudo loquendi de los Antiguos, ha abandonado el lenguaje claro e inteligible basado en el usus cuya característica principal es la unión de racionalidad y lenguaje. Dialéctica y lógica tienen una raíz común que designa al mismo tiempo una ciencia sermonicialis y una ciencia rationalis».[100]

Toda esta polémica sobre la lógica y dialéctica o retórica, sobre si las palabras se refieren o no a las cosas, sobre si podemos comprender o no la esencia y existencia de Dios y los elementos no sensibles, trajo consigo críticas agrias entre las diferentes escuelas, que variaron incluso el método de la enseñanza. Los humanistas potenciaron la gramática y la retórica frente a la dialéctica y la lógica. Pero no siempre vencieron los de uno u otro bando; muchas veces tuvieron que convivir en la misma sede universitaria con posturas contrapuestas y enfrentadas entre sí.

Otra de las discrepancias enfrentaba la razón con la fe. Los escolásticos eran partidarios de llegar a la fe mediante la razón, o la demostración de la esencia divina a través del entendimiento, todo ello mediante proposiciones lógicas (un claro ejemplo son las vías de santo Tomás para demostrar la existencia divina). Duns Escoto consideraba inviable demostrar los atributos de Dios (que vive, que es sabio, que está dotado de voluntad, etc.) e incluso de la inmortalidad del alma, por lo que solo llegaremos a su conocimiento mediante la libre aceptación a través de la fe. Para Guillermo de Ockham: «Los artículos de fe no son principios de demostración, ni conclusiones, y no son ni siquiera probables, ya que parecen falsos a todos o a la mayoría, o a los sabios; entendiendo por sabios aquellos que se confían a la razón natural...».[101] El dilema escolástico es declarado de este modo insoluble y desprovisto de todo significado. Para Ramón Lull, en el Ars generalis ultima, la fe es superior al entendimiento, siguiendo los planteamientos agustinianos. Para Petrarca y los humanistas, la fe cristiana implica la aceptación de los secretos de la naturaleza y los misterios de Dios, ocultos al conocimiento del hombre, por lo que no son demostrables. Relacionado con la primacía entre la razón y la fe se configurará la preeminencia del intelecto o la voluntad en el ser humano. Para la escuela franciscana y los humanistas, así como para san Agustín, la voluntad es el pilar en el que se basa toda su filosofía. Para santo Tomás y los dominicos, el intelecto es el elemento que nos distingue de las bestias, capaz de llegar al conocimiento de la Verdad.

Todas estas controversias aparecen en la Comedia de Calisto y Melibea, sobre todo centradas en las críticas a la filosofía escolástica, pero también peripatética y estoica. Por otro lado, se sugiere la aceptación del voluntarismo agustiniano y una vuelta a los santos Padres y los apóstoles, sobre todo san Pablo, quien antepone la fe a la vana sabiduría (véanse los siguientes apartados de esta Introducción).

[86] Sigo en parte mi artículo: «La Celestina en la ‘contienda’ intelectual y universitaria de principios del s. XVI», Celestinesca 32 (2008), pp. 85-107.

[87] Uno de los primero en atacar la filosofía escolástica en el Cuatrocientos es Lorenzo Valla en diferentes obras, pero sobre todo en las Dialecticæ Disputationes. Aspectos que retomarán Erasmo y Vives, refutando a los sofistas, filósofos y educadores de las escuelas y universidades.

[88] Juan Belda Plans cita algunas de las críticas hacia la Teología formuladas por Erasmo: «¿Hay otras cuestiones más dignas de los grandes teólogos […] las cuales cuando se plantean las llenan de agitación: ¿Existe el verdadero instante de la generación divina?, ¿es admisible la proposición que dice ‘Pater Deus odi filium’?, ¿habría podido tomar forma Dios de mujer, de diablo, de asno, de calabaza o de guijarro?; y una calabaza ¿cómo hubiera podido predicar, hacer milagros y ser crucificada?, ¿se comerá y se beberá después de la resurrección de la carne»?, Elogio de la locura, cap. 53, en La Escuela de Salamanca, Madrid, BAC, 2000, p. 10 en nota.

[89] Luis Vives, «Adversus pseudodialecticos» (1519), en Obras completas, tomo II, trad. Lorenzo Riber, Madrid, M. Aguilar, 1948, reimpresión de 1992 por la Generalitat Valenciana, pp. 313-314.

[90] Juan Belda Plans, La Escuela de Salamanca, ed. cit., pp. 13-4.

[91] José Luis Canet, «La Universidad en la época de Melchor Cano», en Melchor Cano y Luisa Sigea, dos figuras del Renacimiento español, Cuenca, Ayuntamiento de Tarancón 2008, pp. 31-32.

[92] Joaquín Ortega Martín, Un reformador pretridentino: Don Pascual de Ampudia, obispo de Burgos (1496-1512), Publicaciones del Instituto Español de Historia Eclesiástica, Monografías, núm 20, Roma, Iglesia Nacional Española, 1973, p. 85.

[93] «Maestro de Juan Mayor en París fue el español Jerónimo Pardo. Su obra lógica titulada Medulla dyalectices, en la que se resumen de una manera sistemática las doctrinas de los autores nominalistas precedentes, fue editada en 1505 por otro español discípulo suyo, el maestro Jaime Ortiz. Discípulo predilecto de Juan Mayor fue el segoviano Antonio Coronel, quien llegó a ser rector del colegio de Montaigu… Hermano de Antonio fue Luis Coronel, profesor en el mismo colegio. Otro discípulo eminente de Juan Mayor fue el matemático y filósofo aragonés Gaspar Lax (1487-1560). Al mismo grupo de discípulos inmediatos o mediatos de Juan Mayor pertenece el vallisoletano Fernando de Enzinas… el andaluz Agustín Pérez de Oliva… Juan de Celaya, profesor en el colegio de Santa Bárbara y rector más tarde de la Universidad de Valencia, su tierra natal, quien compuso un cierto número de comentarios a los escritos de Aristóteles, de Porfirio y de Pedro Hispano, amén de otras obras lógicas, entre ellas unos Magna exponibilia que fueron muy celebrados en su tiempo». Véase Tomás y Joaquín Carreras y Artau, Historia de la Filosofía Española. Filosofía cristiana de los siglos XIII al XV, vol. I, Madrid, Real Academia de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales, 1939, pp. 134-35.

[94] Joaquín Carreras y Artau, Historia de la Filosofía Española, ed. cit., p. 353.

[95] Marcelino Menéndez y Pelayo, Historia de los heterodoxos españoles, Madrid, Biblioteca de Autores Cristianos, 1978 (3ª ed.), vol. I, pp. 555-56.

[96] Marcelino Menéndez y Pelayo, op. cit., p. 556.

[97] Gabriel González, Dialéctica escolástica y lógica humanística, Salamanca, Ediciones Universidad Salamanca, 1987, p. 113.

[98] Op. cit., p. 397.

[99] Gabriel González, Dialéctica escolástica y lógica humanística, ed. cit., p. 88.

[100] Véase Hernando Alonso de Herrera, La disputa contra Aristóteles y sus seguidores, ed. de Mª Asunción Sánchez Manzano y estudio preliminar de Mª Isabel Lafuente Guantes, Valladolid, Consejería de Educación y Cultura - Universidad de León, 2004, p. 47.

[101] Lógica, III, 1.

Comedia de Calisto y Melibea

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