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Sin sangre no hay adaptación

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He hablado de una parte importante de esa adaptación celular, el estímulo, la razón para adaptarse, que no solo indica que hay que crear un cambio, sino que señala en qué dirección hay que hacerlo.

Pero había dos elementos más en la adaptación celular: la energía y la materia prima.

La adaptación celular podemos verla como la construcción de un muro: necesitamos una razón para construirlo, así como ciertos requisitos del muro (altura, longitud, grosor), pero también necesitaremos ladrillos (materia prima) y fuerzas. Si no hemos dormido la noche anterior o no hemos comido desde hace varios días, no tendremos muchas fuerzas para construirlo.

Y tanto los nutrientes como la energía le llegarán a la célula a través del torrente sanguíneo. Por la sangre viaja la materia prima para crear cualquier tipo de cambio celular, así como los recursos necesarios para generar energía. Pero no solo es necesario para crear cambios en la célula, sino también para vivir.

Si la sangre no alcanza alguna célula, no llegan los nutrientes y la célula se muere. Si se mueren muchas células de un tejido, el tejido perece; si perecen muchos tejidos (o alguno vital), el ser vivo se muere.

Esta es la razón por la que el sistema circulatorio es tan importante para la supervivencia.

Aunque no pensemos mucho en ello, es algo que todos sabemos. Pero algo que no tanta gente sabe y a lo que no se le presta suficiente atención es cómo funciona ese sistema circulatorio.

Explicaré esto con más detalle en el apartado «Sistema cardiovascular», porque es un tema amplio y que vale la pena conocer mejor. Lo que sí adelantaré es que el movimiento (la contracción muscular) influye mucho en cómo se desplaza la sangre por el cuerpo. Las zonas que más movemos reciben más sangre, mientras que las que menos movemos reciben menos afluencia. Es algo muy importante porque, si impulsamos poco una parte del cuerpo, la capacidad de regeneración de las células de esos tejidos disminuye considerablemente.

Por otro lado, cualquier órgano o tejido que necesite energía o nutrientes mandará señales químicas que ayudarán a que llegue más sangre.

Esto puede parecer una obviedad, pero es la clave de muchos problemas del sedentarismo. Si nos movemos siempre de la misma forma y adoptamos siempre las mismas posturas, habrá zonas del cuerpo adonde llegará menos sangre. Así que todos los tejidos de esa zona tendrán menor capacidad de repararse, adaptarse o crecer. Es decir, estarán menos sanos. Hacer siempre las mismas cosas, de la misma manera, implica que habrá órganos y tejidos que usemos mucho y otros que empleemos poco o de formas muy específicas.

Por ejemplo, cuanto más usemos unas neuronas en concreto, más sangre llegará a ellas y a sus vecinas, lo cual contribuirá a que tanto unas como las otras estén más sanas. Pero si se usan poco otras neuronas, estas y sus vecinas también recibirán menos sangre. Y eso provocará que toda el área funcione peor.

Y no hay que olvidar que ser sedentarios significa especializarnos y hacer unas pocas cosas mucho, pero el resto menos. Esto no solo implica tareas físicas, sino también intelectuales o cognitivas.

Realizar las mismas tareas mentales siempre de la misma forma es otro efecto del sedentarismo y la sobreespecialización. Y el resultado es que habrá áreas del cerebro y redes neuronales mucho más activas y sanas que otras. Habrá tareas que nos resultarán facilísimas, pero otras que cada vez nos costarán más.

3 pasos contra el sedentarismo

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