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Tipos de adaptación

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Creo que va quedando claro que los problemas del sedentarismo tienen que ver con cómo los cambios en nuestro entorno y nuestros hábitos determinan las adaptaciones de nuestro cuerpo. Pero las adaptaciones del organismo no se reducen a adaptaciones celulares. Nuestro comportamiento y nuestros hábitos también pueden cambiar y crear una forma diferente de interactuar con el entorno. Es decir, aprendemos nuevas formas de relacionarnos con este.

Así pues, podríamos decir que tenemos dos formas principales de adaptarnos a nuestro entorno:

 Crear cambios en las células.

 Aprender.

A estas alturas, los cambios celulares deberían estar claros, pero puede que lo de «aprender» (como forma de adaptarnos) no lo esté tanto.

Desde que nacemos, nuestro sistema nervioso busca constantemente la forma más eficiente de realizar cualquier tarea: desde buscar el pecho de nuestra madre para alimentarnos hasta ponernos de pie o caminar. Se trata de un proceso de experimentación constante. De ensayo y error.

No obstante, si siempre estuviéramos experimentando, nunca haríamos nada de forma eficiente. Así pues, de esos experimentos, vamos aprendiendo cuáles son los que nos dan mejores resultados y reducimos las distintas opciones sobre las que experimentar.

Imagina que nunca has visto un dardo, pero decides tirarlo a una diana. Como nunca has visto a nadie tirarlo antes, probarás a lanzarlo de muchas maneras diferentes. Lo sujetarás por un extremo, por el otro, por el medio. Lo lanzarás dando vueltas, tratando de que no gire, con efecto, sin efecto, etc.

Poco a poco, irás aprendiendo de qué formas puedes tener más éxito. Así que te limitarás a probar esos pocos modos. Cuanto más los pruebes, más conseguirás refinar el movimiento y mejor serás. Pero todo depende de que aprendas en qué opciones debes centrarte y cuáles descartar.

Esto nos pasa con cualquier movimiento, pero también con cualquier tarea cognitiva, e incluso con las interacciones sociales.

Nuestro sistema nervioso tiene diferentes formas de aprender las mejores (también las peores) opciones y decisiones, para no perder tiempo y energía teniendo que volver a evaluar situaciones y tomar decisiones. Esta es otra forma de garantizar nuestra supervivencia: mejorar la capacidad y la velocidad de respuesta ante problemas, al tiempo que ahorramos la energía de tener que evaluar continuamente situaciones, probar, equivocarnos y volver a probar.

Uno de los mecanismos que nos ayudan a recordar las mejores decisiones es la repetición. Cuando repetimos muchas veces algo y obtenemos un buen resultado de ello, nuestro cerebro se encarga de reforzar el recuerdo de esa decisión para que sea la respuesta más probable la siguiente vez que sea necesaria.

Hay otros mecanismos para reforzar el recuerdo de una decisión y procurar que se use de forma prioritaria: la emoción. Lo hemos experimentado todos más de una vez y se puede entender mejor desde el punto de vista de la supervivencia. Si estamos en una situación en la que tememos por nuestra vida, nos interesa recordar qué situación es esa y cómo llegamos hasta ahí, para no repetirla.

Lo mismo sucede con cosas, acciones o personas que nos proporcionan alegría o bienestar. Si un alimento nos causa dolor de barriga y otro nos da placer, nuestro cuerpo querrá recordar cuál es cuál, para no confundirlos. O si alguien nos hace un favor y otra persona nos traiciona, querremos recordar quién es quién sin tener que repetir mil veces la traición.

Así que hay aprendizajes que tienen más que ver con la supervivencia y las emociones, que se fijan más rápido, y otros que tienen que ver con la exploración y experimentación, para buscar la forma óptima de hacer alguna tarea. Estos últimos dependen más de la repetición. Evidentemente, es una sobresimplificación. Existen más tipos de recuerdos y formas de aprendizaje. Pero creo que esto resume bien los más importantes.

Y dirás: «Todo esto es muy interesante, pero ¿qué tiene que ver con ser sedentarios?».

Pues bien, mucho, porque, cuando somos sedentarios, nos especializamos en ciertas tareas, así que aprendemos la forma más eficiente de realizarlas. Esto creará dos tipos de adaptaciones:

 Buscaremos y aprenderemos la forma de realizarlas usando las menos partes del cuerpo posibles, así como la menor energía de la que seamos capaces.

 Los tejidos encargados de realizar las tareas se adaptarán a usar menos energía para hacer la misma tarea.

En una tarea física, puede significar buscar la manera de que usemos los menos músculos posibles; aprender esa forma, para que sea la que hagamos siempre, y optimizar esos músculos para que gasten menos energía.

En una tarea mental, suele significar buscar el menor número posible de neuronas y conexiones neuronales para realizar dicha tarea.

En resumen, en ambos casos se usa menos energía, lo que es muy bueno para garantizar la supervivencia. El problema es que usaremos menos otros músculos y neuronas, que recibirán menos sangre, con lo que no estarán tan sanos. Si la especialización es muy grande, el número de tareas, movimientos y posiciones será muy reducido. Lo que significa que la cantidad de tejidos que se usen más y estén más sanos también será muy limitada.

3 pasos contra el sedentarismo

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