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Capítulo XII

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Conviene reformar los paseos, que en muchos hombres son tan continuos que andan siempre vagando por las casas y teatros, ofreciéndose a los negocios ajenos, remedando a los que siempre están ocupados. Y si preguntas a alguno de éstos cuando sale de casa, a dónde va o en qué piensa, te responderá: «Por Dios que no lo sé; visitaré a algunos y haré algún negocio.» Van sin determinación buscando ocupaciones; y sin hacer aquello que habían determinado hacen lo que primero se les ofreció: su paseo es vano y sin consejo, como el de las hormigas que suben por los árboles, y después de haber llegado a la cima bajan vacías al tronco. Muchos son los que pasan la vida semejante a éstas, pudiendo con razón llamarla una inquieta pereza. De otros tendrás compasión, como de personas que corren incendio, que atropellando a los que encuentran se despeñan y los despeñan. Estos tales, después de haber corrido a saludar a quien no les ha de pagar la cortesía, o para hallarse en las honras de persona con quien no tuvieron conocimiento, o para asistir a la vista de algún pleito, del que es siempre litigante, o a las bodas de quien muchas veces se casa, siguiendo su litera y ayudando en muchas partes a llevarla, cuando vuelven a sus casas con un vacío cansancio juran que ni saben a qué salieron, ni dónde estuvieron, con haber de andar los mismos pasos el día siguiente. Enderécese, pues, tu trabajo a algún fin, y mire a parte seguro. A los inquietos y locos no los mueve la industria, muévenles las falsas imágenes de las cosas, porque les obliga alguna vana esperanza; convídalos la apariencia de aquello cuya vanidad no la comprende el entendimiento cautivo. Del mismo modo sucede a los que salen de casa a sólo aumentar el vulgo, llevándolos por la ciudad insustanciales y ligeras ocasiones, y sin tener en qué trabajar los expele de sus casas a la salida del sol; y después de haber sufrido mil encontrones para llegar a saludar a muchos, siendo mal admitidos de algunos, a ningunos hallan más dificultosamente en casa que a sí mismos. De esta ociosidad se origina el vicio de andar siempre escuchando e inquiriendo los secretos de la república y el saber muchas cosas que ni con seguridad se pueden contar, ni aun saberse con ella. Pienso que, siguiendo esta doctrina Demócrito, comenzó diciendo: «El que quisiere vivir en tranquilidad, ni haga muchas cosas en que se singularice, ni se deje llevar con publicidad a las superfluas.» Porque de las que son necesarias, no sólo se han de hacer muchas privadas y públicamente, sino innumerables; pero donde no nos llama la obligación de algún importante ministerio, conviene enfrenar nuestras acciones.

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