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Fomentar la autoestima

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Dentro de las bases de la resiliencia hay un aspecto que, quizá por no vanagloriarnos, ocultamos bajo capas innecesarias de otras emociones: la autoestima. No nos engañemos, nadie quiere más a nadie que a uno mismo. Si no nos amamos a nosotros mismos difícilmente seremos capaces de extrapolar ese amor. Como reza la frase atribuida a Alejandro Magno: «Conocerse a uno mismo es la tarea más difícil, porque pone en juego directamente nuestra racionalidad, pero también nuestros miedos y pasiones. Si uno consigue conocerse a fondo, sabrá comprender a los demás y la realidad que lo rodea».

No nos importa nada que no sea todo aquello que nos afecta, todo aquello que «tenemos» o todo aquello que somos. Si intentamos describirnos, lo primero que aflora a nuestros labios es «yo». Hay quien vincula necesariamente ciertas posesiones materiales con elementos intrínsecos del ser, elementos que quedan en agua de borrajas una vez despojados de ellos, y la persona queda desprovista de esa supuesta «personalidad» o ego. Como parte de nuestro ser, la autoestima se desarrolla con el crecimiento humano, y tiene mucha relación con las vivencias y experiencias personales. La autoestima crece alimentada tanto por nuestro pensamiento interno como por la influencia que personas de nuestro alrededor puedan aportarle. Como ocurría con el centro de control, debemos tener claro en qué basamos nuestros criterios, saber barajar nuestra propia opinión de nosotros mismos y la valoración o estímulos que recibamos de otros individuos, sean estos positivos o negativos. Ante una valoración positiva fácilmente sentimos una gran sensación de bienestar. No así con las valoraciones u opiniones negativas, que nos sumen en un estado de culpabilidad y frustración y nos generan dudas e inseguridades..

En este punto tenemos que prestar especial atención a la interacción entre estímulos y emociones. La emoción que nos produzca cierto estímulo, sea positivo o no, repercutirá inevitablemente en la autoestima. Por ello debemos ser capaces de observar con atención las emociones que se derivan, pues serán determinantes. La autoestima es un elemento primordial a la hora de enfrentar cualquier inconveniente o problema. Una opinión o valoración propia positiva nos aportará confianza, voluntad y fuerza, pues nos sentiremos valiosos y con un alto grado de satisfacción. Las personas que se valoran a sí mismas son, a su vez, valorados por los demás (siempre y cuando no se caiga en lo conocido como «ilusión de competencia»), por lo que en situaciones extremas, son capaces de sacar fuerzas para superarse aún más si hiciera falta y son capaces de establecer mejores relaciones sociales que las personas con una baja autoestima. Es altamente beneficioso conocer y reconocer nuestras habilidades y limitaciones, pues ello producirá una autoestima saludable y, como decía el teólogo y político Reinhold Niebuhr, nos aportará la serenidad para aceptar las cosas que no podemos cambiar, valor para cambiar las cosas que podemos cambiar y sabiduría para poder diferenciarlas.

Las personas que se valoran a sí mismas son, a su vez, valoradas por los demás

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