Читать книгу Técnicas de relajación - Patricia Abella Ferrer - Страница 5

Оглавление

Conociendo al enemigo: el estrés

La palabra «estrés» proviene del término inglés stress, y su definición hace referencia a una reacción fisiológica del cuerpo en la que se conjugan diversos mecanismos de defensa para hacer frente a una situación percibida como una amenaza o demanda.

Esta reacción es una respuesta natural y necesaria para sobrevivir, y no siempre tiene un sentido negativo, al contrario: puede ser un catalizador que en un momento dado genera energía para motivar a las personas. Cuando ese estrés se prolonga en el tiempo y no se maneja adecuadamente es cuando se torna negativo, ya que puede llegar a provocar daños en el organismo.

El concepto como tal fue definido en la década de los treinta por Hans Selye, entonces un estudiante de medicina de la Universidad de Praga que observó una serie de síntomas comunes en los enfermos a los que estudiaba, independientemente de la dolencia que padecieran. A este conjunto de síntomas, Selye los llamó «síndrome de estar enfermo». A raíz de sus investigaciones, en el año 1950 publicó su trabajo sobre el tema, titulado: «Estrés. Un estudio sobre la ansiedad».

CAUSAS DEL ESTRÉS

A grandes rasgos, podemos decir que hay dos tipos de estímulos que pueden ser desencadenantes del estrés. El primero es el de los estímulos externos (problemas familiares, afectivos, trabajo, dificultades económicas, etc.), que causan estrés mental. El segundo es el de los estímulos internos del organismo (dolor, enfermedades, traumas, etc.), que provocan estrés físico.

En cualquier caso, hemos de saber que el origen del estrés está en el cerebro, que es el responsable de reconocer y responder a los factores causantes del mismo. Ante un estímulo o «amenaza» se inicia una cadena de procesos fisiológicos regidos por el cerebro en la que se generan toda una serie de sustancias que nos mantienen alerta y nos impulsan a responder ante la situación estresante.

El hipotálamo, la glándula endocrina situada en el cerebro, se encarga de regular las emociones (así como el dolor y el hambre) y, junto con la glándula hipófisis (situada en la base del cráneo), genera unas hormonas que activan las glándulas suprarrenales situadas encima de los riñones. Estas producen, entre otras hormonas, adrenalina y cortisol. Así, tras la percepción de peligro o amenaza, se produce una activación generalizada del organismo. Es una reacción que desencadena un proceso complejo en el que también intervienen otras sustancias, como la dopamina y la serotonina, unos neurotransmisores que tienen efectos estimulantes; proteínas como la gelanina, que actúa como ansiolítico o reguladora de la ansiedad; y las hormonas sexuales, que influyen sobre el sistema inmunológico y el nivel de actividad física. Es así como un estrés de intensidad manejable produce un efecto energético y vigorizante, y nos mantiene alerta, concentrados y competitivos, ayudándonos a adaptarnos a los cambios y a afrontar situaciones de incertidumbre o que conlleven cierto riesgo.

El estrés es una respuesta del organismo necesaria para sobrevivir, siempre que no se prolongue en el tiempo

Un símil útil para entender mejor este funcionamiento consiste en imaginar nuestra mente como si fuera un muelle. Tiene una capacidad de «dar de sí», pero con un límite. Supongamos que tenemos que someternos a una entrevista de trabajo. Es una situación nueva y desconocida, donde no podemos prever los resultados. Eso genera un estrés momentáneo, es decir, el muelle se tensa. Una vez hemos pasado la entrevista, independientemente del resultado de la misma, esa tensión y estado de nervios se calman, el muelle se recupera y vuelve a su forma originaria.

El ejemplo de la entrevista serviría como muestra de un «estrés momentáneo», que no causa males mayores. En cambio, si el estado de presión se perpetuase en el tiempo, por ejemplo, porque una mala situación económica se prolonga demasiado, el muelle se tensaría peligrosamente. Cuanto más tiempo pase en esa etapa de tensión, menos capacidad de recuperación tendrá el muelle. Y eso es lo que nos pasa también a las personas. El estrés prolongado provoca daños en el organismo. Es lo que se conoce como distrés: el punto en el que no hemos podido adaptarnos a la situación y se produce un agotamiento a nivel físico.

De todos modos, hay que tener en cuenta que cada persona procesa el estrés de manera distinta, y las reacciones pueden ser también muy diferentes. Existen una serie de variables que dan a la personalidad unas características determinadas que la hacen más o menos resistente al estrés. La mayor parte de estas «resistencias» vienen determinadas por nuestras creencias, las cuales hemos ido incorporando a lo largo de nuestra existencia.

La capacidad del ser humano para sobreponerse a un estímulo adverso, la habilidad para sobreponerse a una etapa de dolor emocional o trauma, y adaptarse y recuperarse en pos de una vida significativa se conoce como resiliencia.

Estadísticamente se ha comprobado que una mayor actividad cognitiva y un mayor nivel intelectual favorece la resiliencia.

No obstante, no es absoluta la relación «mayor nivel intelectual = mayor resiliencia», aunque se puede decir que los individuos con más capacidad intelectual son capaces de procesar y elaborar con más eficacia los traumas y los factores causantes del estrés.

Ya he mencionado los estados de estrés momentáneo o los de estrés continuado que pueden degenerar en el distrés. Pero hay que tener en cuenta otro tipo de estrés: el postraumático. Este se define como un trastorno debilitante que suele presentarse después de algún suceso aterrador por las circunstancias en las que se ha producido, sean estas físicas, emocionales o traumáticas (un accidente, robo, violación, desastre natural, etc.). En estos casos la persona suele tener recuerdos recurrentes y flashbacks que actúan en la mente como fogonazos del suceso traumático. Los casos de estrés postraumático deben ser supervisados y tratados por profesionales del campo médico mental. Son estos especialistas los que ayudarán a las personas que han sobrevivido a trances excepcionales a conducir y sobrellevar la situación con altos grados de éxito. En esas circunstancias extremas, también la capacidad de adaptación de la persona tendrá mucho que ver con su capacidad intelectual. El libro El hombre en busca de sentido, del psiquiatra y escritor Viktor Frankl, narra la experiencia del autor, que fue capturado y retenido en un campo de concentración nazi durante la Segunda Guerra Mundial. Con todo detalle, Frankl describe su proceso traumático al convivir con las situaciones de sus compañeros y la suya propia durante el período de reclusión y el momento de la liberación por las fuerzas aliadas, así como la forma en que pudo superar ese trance.

SÍNTOMAS DEL ESTRÉS

Los síntomas que delatan una situación de estrés pueden ser tanto físicos como psicológicos, y pueden llegar a afectar las relaciones sociales y, naturalmente, también la salud. Como ya he mencionado, tenemos una capacidad de adaptación (resiliencia), pero esta varía según el individuo. Cuando se llega a una situación de distrés, el daño que se produce es tal que el cerebro actúa vertiendo en el torrente sanguíneo sustancias que alteran el organismo hasta niveles que son detectables en los análisis. Estos mecanismos del cuerpo se desarrollan para aumentar las probabilidades de supervivencia a corto plazo, no para que se mantenga indefinidamente, tal como sucede en algunos casos.

Un caso leve de estrés puede desencadenar taquicardia, sudoración, dolor de cabeza, insomnio y alteraciones en el apetito. Cuando este estado de «alerta» se mantiene en el tiempo, produce un desgaste en el organismo y puede derivar en patologías tales como trombosis, ansiedad, depresión, inmunodeficiencia, dolores musculares, insomnio crónico, trastornos de atención, alteraciones hormonales, afecciones cardiovasculares, migrañas, diabetes, etcétera.

Técnicas de relajación

Подняться наверх