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OBSERVANCIA DE LA LEY I

Durante la guerra de los Tres Reinos, ocurrida en China (207-265 d. C.), el gran general Chuko Liang, que lideraba las fuerzas del reino Shu, envió a su nutrido ejército hacia un campamento distante, mientras él se quedaba descansando en una pequeña ciudad, con sólo un puñado de soldados. De pronto los centinelas le comunicaron la alarmante noticia de que se acercaba una fuerza enemiga de más de 150,000 hombres al mando de Sima Yi. Como sólo contaba con un centenar de hombres para defenderlo, la situación de Chuko Liang era desesperada. El enemigo lograría capturar al fin a ese renombrado líder militar.

LOS ANIMALES ENFERMOS DE LA PESTE

Mal que el terror difunde por doquiera, / que los cielos furiosos inventaron, / y con él los delitos castigaron / del hombre y de la fiera. / La peste, pues nombrarla es necesario, / capaz de enriquecer en sólo un día / el Aqueronte oscuro y funerario, / contra las pobres bestias combatía, / hiriéndolas de suerte / que si algunas huyeron de la muerte / todas fueron al menos atacadas. / Ya no estaban las pobres ocupadas / en buscar el sustento / de una existencia moribunda y vana; / de tomar alimento / jamás les daba gana, / ni lobos ni raposos acechaban / a la presa inocente. / Las tórtolas del nido escapaban, / no más amor ni júbilo se siente. / Celebra el León consejo: “Pueblo amigo, / —dice a las bestias—, pienso que los cielos / de nuestras graves culpas en castigo, / tantos males permiten, tantos duelos; / que de nosotros el mayor culpable / por el pueblo se inmole generoso; / de ese modo tal vez le será dable / lograr nuestra salud, nuestro reposo. / De la historia nos dicen las lecciones / que en semejantes tristes ocasiones / se han hecho siempre sacrificios tales; / vamos a examinar sin indulgencia, / y justos e imparciales, / y con sincero afán, nuestra conciencia. / En cuanto a mí, diré que arrebatado / por torpes apetitos y groseros, / glotón he devorado / muchísimos corderos. / Aquellos infelices, ¿qué me hacían? / Nada, no fui por ellos ofendido. / Y a veces devorar me ha sucedido / al pastor que tenían. / Dispuesto estoy, si debo, al sacrificio, / pero, según mi juicio, / cada cual será bueno / que confiese aquí al punto su malicia, / y quien esté de crímenes más lleno / perecerá en justicia”. / “Sois, Señor, en extremo bondadoso / y muy escrupuloso / —el Zorro replicó—. ¿Pues qué? ¿pecado / es de canalla vil haber gustado? / De ninguna manera. Generoso, / comiéndolos, Señor, habéis estado, / y es para ellos una honra inapreciable. / Respecto del pastor, el miserable / eso y más merecía, / pues que pertenecía / al número de gentes sin criterio / que quieren ejercer irracionales / un quimérico imperio / sobre todos los pobres animales.” / Así dijo el Raposo, y a dos manos / al punto le aplaudieron / todos los cortesanos. / Profundizar los casos no quisieron / del Tigre ni del Oso ni otros varios, / todos patibularios, / todos animales pendencieros, / hasta el simple mastín, eran juzgados / unos mansos corderos / por esos sapientísimos jurados. / Al fin al tribunal dijo el Pollino: “Me acuerdo de que un día / por el prado pasé de una abadía, / y el hambre, la ocasión, el heno fino, / y el Diablo, que tal vez me tentaría, / robar me hicieron del decoro en mengua, / lo que se coge de heno con la lengua”. A estas palabras, todo el Parlamento / grita contra el jumento. / Aunque muy lego, se levanta un Lobo, / y un discurso pronuncia en que elocuente / pide que se degüelle incontinente / al que audaz cometió tan grave robo. / El Borrico sarnoso / era sin duda causa de los males / que la salud turbaban y el reposo / de tantos animales. / ¡Comer la yerba ajena…! / ¡Oh, Burro maldecido…! / Y condenado fue a la última pena / como el más formidable forajido. / El mundo califica ciegamente: / al uno, criminal, juzga inocente; / al otro, sin delito, ve culpable.

Las mejores fábulas de La Fontaine, JEAN DE LA FONTAINE, 1621-1695

Sin lamentarse de su suerte ni desperdiciar tiempo en tratar de imaginar cómo lo habían tomado desprevenido, Liang ordenó a sus tropas arriar las banderas, abrir las puertas de la ciudad y ocultarse. Luego se sentó en la parte más visible de la muralla que rodeaba la ciudad, vestido con una túnica taoísta. Encendió incienso, pulsó su laúd y comenzó a cantar. Pocos minutos más tarde vio que el enorme ejército enemigo se acercaba, constituido por una interminable falange de soldados. Simulando no verlos, Liang continuó cantando y tocando el laúd.

Pronto el ejército enemigo llegó ante las puertas de la ciudad. Al frente iba Sima Yi, quien de inmediato reconoció al hombre sentado sobre la muralla.

Sin embargo, mientras sus soldados se impacientaban por ingresar por las puertas abiertas en la ciudad sin custodia, Sima Yi titubeó, los retuvo y, tras estudiar largamente a Liang, sentado sobre la muralla, ordenó a sus tropas que se retiraran de inmediato y a toda velocidad.

Interpretación

Chuko Liang era conocido por el apodo de “Dragón Dormido”. Sus proezas durante la guerra de los Tres Reinos fueron legendarias. En cierta oportunidad llegó a su campamento un hombre que, tras afirmar que era un teniente despedido de las fuerzas enemigas, ofreció ayuda e información. Liang se percató enseguida de que se trataba de una trampa. Aquel hombre no era un desertor sino un espía, y era preciso decapitarlo. Sin embargo, a último momento, cuando el hacha ya estaba por caer, Liang detuvo la ejecución y ofreció respetar la vida del hombre si consentía en convertirse en un doble agente. Agradecido y aterrado, el hombre accedió y comenzó a suministrar información falsa al enemigo. Liang ganó batalla tras batalla.

En otra ocasión, Liang robó un sello militar para forjar documentación falsa que enviara a las tropas enemigas a sitios distantes. Una vez dispersas, logró capturar tres ciudades, con lo cual consiguió dominar un corredor dentro del reino enemigo. También mediante artimañas hizo creer al enemigo que uno de sus mejores generales era un traidor, con lo cual lo obligó a escapar y unirse a las fuerzas de Liang. El Dragón Dormido cultivó con esmero su reputación de ser uno de los hombres más sagaces e inteligentes de China, alguien que siempre se guardaba un as en la manga. Esa fama, tan poderosa como cualquier otra arma, llenaba de terror a sus enemigos.

Sima Yi había luchado contra Chuko Liang docenas de veces y lo conocía bien. Cuando llegó a la ciudad vacía y vio a Liang orando sobre la muralla, quedó atónito. La túnica taoísta, los cánticos, el incienso... todo eso no podía ser sino un juego para intimidar al enemigo. Sima Yi supuso que Liang lo estaba provocando, desafiándolo a caer en su trampa. El juego era tan obvio que, por un momento, Yi pensó que Liang de veras estaba solo y desesperado. Pero su temor a Liang era tan grande que no se atrevió a averiguar la verdad. Esto muestra con claridad el poder que tiene la reputación. Es capaz de poner a la defensiva a todo un ejército, e incluso obligarlo a la retirada, sin disparar una sola flecha.

Porque, como dice Cicerón, aun aquellos que desprecian la fama quieren que los libros que escriben contra ella lleven su nombre bajo el título y esperan acceder a la fama despreciándola. Todo lo demás es negociable: podemos ceder nuestros bienes e incluso nuestra vida a nuestros amigos; pero es muy difícil que alguien acceda a compartir su fama o ceder a alguien su reputación.

MONTAIGNE, 1533-1592

OBSERVANCIA DE LA LEY II

En 1841, el joven P. T. Barnum, que trataba de afirmar su reputación de ser el principal productor de espectáculos de Estados Unidos, decidió comprar el American Museum de Manhattan y convertirlo en una colección de curiosidades que le aseguraría la fama. El problema era que no tenía dinero. Pedían 15,000 dólares por el museo, pero Barnum logró presentar una propuesta que resultó atractiva a los dueños de la institución, a pesar de que en ella se sustituía el dinero en efectivo por docenas de garantías y referencias. Los propietarios llegaron a un acuerdo verbal con Barnum, pero a último momento el socio principal cambió de idea y el museo y su colección fueron vendidos a los directores del Peale’s Museum. Barnum estaba furioso, pero el socio le explicó que “los negocios son los negocios” y que el museo se había vendido al Peale’s porque éste tenía una gran reputación, cosa de la que Barnum carecía.

Barnum decidió de inmediato que, ya que no tenía reputación para poder negociar, su único recurso consistía en arruinar la reputación de Peale’s. De modo que inició una campaña de cartas a los diarios, en las que acusaba a los dueños del Peale’s de ser una banda de “directivos bancarios fundidos” que no tenían ni idea de cómo manejar un museo o entretener al público. Advirtió al público que no comprara acciones de Peale’s, porque la compra de otro museo debilitaría los recursos de la empresa. La campaña resultó eficaz, las acciones cayeron de manera estrepitosa y, perdida la confianza en la reputación y los antecedentes de Peale’s, los dueños del American Museum desistieron de la transacción y vendieron todo a Barnum.

Al Peale’s le llevó años recuperarse y sus dueños nunca olvidaron lo que Barnum les había hecho. El señor Peale en persona decidió atacar a Barnum forjándose fama de dedicarse al “entretenimiento intelectual” y promoviendo los programas del museo como más científicos que los de su vulgar competidor. El hipnotismo era una de las atracciones “científicas” del Peale’s y durante un tiempo logró atraer multitudes y tener mucho éxito. Barnum decidió defenderse, atacando de nuevo la reputación del Peale’s.

Organizó un espectáculo de hipnotismo durante cuyo transcurso él mismo, en apariencia, lograba que una niña entrara en trance. Una vez que la pequeña parecía sumida en profundo trance, Barnum trataba de hipnotizar a personas del público, pero, por mucho que lo intentara, ninguno de los espectadores entraba en trance y muchos se echaban a reír. Frustrado por el fracaso, Barnum anunció al fin que, para probar que el trance de la niña era real, le cortaría un dedo de la mano sin que ella se diera cuenta. Pero en cuanto comenzó a afilar el cuchillo, la niña abrió los ojos y salió corriendo, para gran regocijo del público. Barnum repitió ésta y otras parodias durante varias semanas. Al poco tiempo, ya nadie podía tomar en serio el espectáculo del Peale’s y la afluencia de público decayó marcadamente, hasta que, al cabo de unas semanas, el espectáculo tuvo que cerrar. Durante los años siguientes, Barnum logró establecer una reputación de audaz y consumado productor de espectáculos, fama que perduró durante toda su vida. Peale, por su parte, nunca logró recuperar su buena reputación.

Interpretación

Barnum utilizó dos tácticas diferentes para arruinar la reputación de Peale. La primera era simple: manifestó sus dudas sobre la estabilidad y la solvencia del museo. La duda es un arma poderosa: una vez que ha sido sembrada mediante insidiosos rumores, su contrincante se encuentra frente a un dilema terrible. Por un lado, puede negar los rumores, e incluso demostrar que usted lo ha difamado. Sin embargo, siempre quedará la sombra de la duda: ¿por qué se defiende tan desesperadamente? ¿Acaso hay un atisbo de verdad en los rumores que procura desmentir? Por otra parte, si su contrincante toma por el camino más fácil y lo ignora, las dudas, al no ser refutadas, se irán fortaleciendo. Si la táctica se ejecuta de la manera correcta, sembrar rumores puede enfurecer y desestabilizar a sus rivales de tal forma que al intentar defenderse cometerán innumerables errores. Ésta es el arma perfecta para quienes no tienen aún reputación propia.

Una vez que Barnum hubo establecido su reputación, utilizó la segunda táctica, es decir, la de hacer demostraciones de un falso hipnotismo, para ridiculizar la reputación de su rival. También esto resultó exitoso. Una vez que se haya ganado una sólida base de respeto, ridiculizar a su contrincante pone a éste a la defensiva y, al mismo tiempo, dirige la atención hacia usted, enfatizando su propia reputación. Los insultos y las calumnias abiertas son acciones demasiado crudas y chocantes, que pueden causar más daño que beneficios. No obstante, la ironía sutil y la burla inteligente sugieren que usted tiene confianza en su propio valor y que disfruta de una broma a costa de su rival. Una fachada de humor le dará una apariencia graciosa e inofensiva, mientras usted destruye la reputación de su rival.

Es más fácil soportar una mala conciencia que una mala reputación.

FRIEDRICH NIETZSCHE, 1844-1900

CLAVES PARA ALCANZAR EL PODER

La gente que nos rodea, incluso nuestros mejores amigos, siempre serán, en cierta medida, misteriosos e insondables. Sus caracteres tienen recovecos secretos que nunca revelarán. Pensándolo bien, la imposibilidad de conocer a fondo a los demás puede resultar algo perturbador, dado que haría imposible juzgar y evaluar a los demás. Es por eso que preferimos ignorar ese hecho y juzgar a la gente sobre la base de sus apariencias, lo que salta a la vista: la ropa, los gestos, las palabras y las acciones. En el ámbito social, las apariencias son el barómetro que utilizamos para juzgar a los demás, algo que nunca debemos olvidar. Un paso en falso, un cambio torpe o repentino en su apariencia, puede resultar desastroso.

De ahí que fabricar y mantener una reputación creada por uno mismo, resulte de primordial importancia.

Esa reputación lo protegerá en el peligroso juego de las apariencias, pues distraerá el ojo avizor de los demás, les impedirá saber cómo es usted en realidad y le otorgará un importante grado de control sobre la manera como lo juzga el mundo, es decir, lo sitúa en una posición de poder. La reputación tiene el poder de la magia: basta un golpe de esa varita para duplicar su fuerza. También puede hacer que la gente huya de usted. Que una misma acción parezca brillante o aterradora depende por completo de la reputación de quien la realiza.

En la antigua corte china del reino de Wei había un hombre llamado Mi Tzu-hsia, conocido por sus extraordinarias educación y gentileza. Se convirtió en el favorito del gobernante. En Wei había una ley que decía que “a quienquiera que viaje secretamente en el carruaje del rey se le cortarán los pies”, pero cuando la madre de Mi Tzu-hsia se enfermó, éste utilizó el carruaje real para visitarla, afirmando que su dueño le había dado permiso. Cuando el rey se enteró del hecho, comentó: “¡Qué hijo devoto y ejemplar que es Mi Tzuhsia! ¡Por amor a su madre, hasta se olvidó de que estaba cometiendo un delito que podría costarle los pies!”.

En otra oportunidad, ambos paseaban por el huerto real. Mi Tzuhsia comenzó a comer un durazno que era demasiado grande para él, y le dio la otra mitad al rey. Éste le dijo: “¡Me amas tanto que incluso te olvidas del sabor de tu saliva y me permites comer lo que resta de tu durazno!”.

Sin embargo, un cortesano envidioso hizo correr la voz de que Mi Tzu-hsia era, en realidad, falso y arrogante, y logró perjudicar su reputación. De pronto el rey vio el comportamiento de Mi Tzu-hsia bajo otra luz. “Este indigno súbdito utilizó mi carruaje diciendo que yo le había dado permiso para hacerlo —comentó furioso a los cortesanos—. Y en otra oportunidad, me dio su durazno a medio comer.” Por las mismas acciones que habían fascinado al rey cuando era su favorito, Mi Tzu-hsia tuvo que pagar muy caro. El destino de sus pies dependía única y exclusivamente de la fuerza de su reputación.

Al comienzo, usted deberá trabajar para establecer su reputación por alguna cualidad destacada, ya sea su generosidad, su sinceridad o su sagacidad. Esta cualidad lo diferenciará de los demás y hará que la gente hable de usted. A continuación deberá difundir su reputación entre la mayor cantidad de personas posible (pero de manera sutil, cuidando de construirla lentamente pero sobre fundamentos sólidos) y observar mientras se extiende como una llama sobre un reguero de pólvora.

Una reputación sólida reforzará su presencia y destacará sus puntos fuertes, sin necesidad de gastar mucha energía en ello. También puede crearle un aura que infundirá respeto e incluso temor. Durante los combates en el desierto del norte de África, durante la Segunda Guerra Mundial, el general alemán Erwin Rommel había ganado reputación por sus maniobras sagaces y engañosas, que aterrorizaban a sus enemigos. Incluso cuando sus fuerzas fueran diezmadas y los tanques británicos superaban a los alemanes en una proporción de cinco a uno, se evacuaban ciudades enteras cuando se corría la voz de que Rommel se acercaba.

Como suele decirse, “cría fama y échate a dormir”. Y si su fama inspira respeto, logrará eficaces resultados antes de que usted entre en escena o emita una sola palabra.

El éxito parecería estar siempre marcado por los triunfos pasados. Gran parte del éxito de la táctica diplomática de Henry Kissinger se basaba en su fama de saber allanar diferencias; nadie quería que lo consideraran tan necio que Kissinger no pudiese influir sobre su ánimo. En cuanto el nombre de Kissinger entraba en las negociaciones, se daba por sentado que habría un tratado de paz.

Base su reputación en una cualidad genuina. Esta cualidad única —por ejemplo, la eficiencia o la seducción— se convierte en una especie de tarjeta de presentación que anuncia su presencia y hace que los demás sucumban a su encanto. Si tiene fama de ser sincero, podrá llevar a cabo todo tipo de engaños. Casanova utilizaba su fama de gran seductor para allanar el camino hacia futuras conquistas. Las mujeres que habían oído hablar de sus virtudes sentían gran curiosidad y deseaban descubrir por sí mismas cuáles eran los encantos del seductor.

Quizás usted ya haya arruinado su reputación, por lo cual le resulta muy difícil crearse una nueva. En tal caso, lo más inteligente es asociarse a alguien cuya imagen contraste con la suya, de modo de utilizar el buen nombre del otro para lavar y encumbrar el suyo propio. Por ejemplo, es muy difícil borrar una fama de falso o inescrupuloso, pero la asociación con alguien que sea ejemplo de franqueza y sinceridad podrá ayudarlo a superar tal inconveniente. Cuando P. T. Barnum quiso limpiar su fama de promotor de entretenimientos vulgares, trajo de Europa a la cantante Jenny Lind, que tenía reputación de ser una estrella de primera magnitud. La gira de la cantante por Estados Unidos, auspiciada por Barnum, resaltó de manera positiva la imagen de él. De manera similar, a los grandes capitalistas estadunidenses del siglo XIX les resultó imposible, durante largo tiempo, librarse de su reputación de crueldad y mezquindad. Sólo cuando comenzaron a coleccionar obras de arte, de modo que los nombres Morgan y Frick quedaron asociados en forma permanente a los de Da Vinci y Rembrandt, les fue posible superar, en gran medida, los aspectos negativos de su imagen.

La reputación es un tesoro que debe forjarse y guardarse celosamente. Sobre todo mientras uno está comenzando a darle fama, es imprescindible protegerla al máximo y prever cualquier tipo de ataque. Una vez que posea una sólida reputación, no se permita enfurecerse o adoptar una actitud defensiva frente a los comentarios difamadores de sus enemigos, ya que ello revelaría inseguridad y falta de confianza en su propia reputación. Tome el mejor camino y nunca se muestre desesperado en su autodefensa. Por otra parte, atacar la reputación de otra persona es un arma poderosa, sobre todo cuando usted tiene menos poder que el otro. Su rival tiene mucho más que perder en un enfrentamiento, mientras que la poca reputación de que usted goce ofrecerá un blanco pequeño cuando su víctima trate de pagarle con la misma moneda. Barnum utilizó este tipo de campañas en forma muy efectiva al principio de su carrera. Pero esta táctica debe ponerse en práctica con sumo cuidado. Usted no debe parecer, en ningún momento, hallarse involucrado en una venganza mezquina. Si no destruye la reputación de su enemigo con tácticas hábiles, sin querer arriesgará la suya propia.

Thomas Edison, considerado el inventor que logró controlar la electricidad, estaba convencido de que un sistema aplicable tendría que basarse en la corriente directa. Cuando el científico servio Nikola Tesla pareció alcanzar el éxito al crear un sistema basado en corriente alterna, Edison se puso furioso. Decidido a arruinar la reputación de Tesla, hizo creer al público que el sistema de corriente alterna era inherentemente inseguro y que Tesla era un irresponsable al promoverlo.

Con este fin, utilizó todo tipo de animales domésticos para electrocutarlos con corriente alterna. Como esta acción no resultó argumento suficiente, logró que las autoridades de la prisión del estado de Nueva York organizaran, en 1890, la primera ejecución con shock eléctrico, utilizando corriente alterna. Pero todos los experimentos de Edison, hasta aquel momento, se habían realizado con animales pequeños, de modo que la carga eléctrica resultó demasiado débil para un ser humano, y el hombre no murió en el primer intento. En una ejecución oficial que acaso haya sido la más cruel de la historia de Estados Unidos, hubo que repetir el procedimiento, lo que constituyó un espectáculo horrendo.

A pesar de que, a la larga, el nombre de Edison quedó reivindicado, en aquel momento su campaña de desacreditación perjudicó más su propia reputación que la de Tesla, y debió desistir de continuar con ella. La lección es evidente: nunca vaya demasiado lejos en los ataques de este tipo, porque la mirada de todos se concentrará más en su propia venganza que en la persona a la que usted intenta difamar. Cuando su propia reputación sea sólida, utilice tácticas más sutiles, como la sátira y el humor irónico, para debilitar a su contrincante al tiempo que usted queda como un tipo simpático y encantador. El poderoso león juega con el ratón que se le cruza en el camino; cualquier otra reacción no haría más que deteriorar su temible reputación.

Imagen: Una mina llena de dia- mantes y rubíes. Usted buscó el lugar del tesoro, lo excavó y ahora su riqueza está asegurada. Defiéndalo con su vida, si es necesario. Asaltantes y ladrones acecha- rán en todas partes. Nunca dé su riqueza por ase- gurada, y renuévela constantemente: el tiempo reducirá el brillo de sus joyas, ocultándolas a la vista.

Autoridad: Es deseable que nuestro cortesano refuerce su valor inherente con habilidad y sagacidad, y se asegure de que, adondequiera que vaya como desconocido, lo preceda su buena reputación... Porque la fama que parece descansar en la opinión de muchos fomenta una cierta creencia inamovible en el valor del hombre, creencia que luego será fácil reforzar en las mentes ya preparadas y predispuestas para ello. (Baltasar Castiglione, 1478-1529)

INVALIDACIÓN

Aquí no hay invalidación posible. La reputación es algo crítico y fundamental. Esta ley no admite excepciones. Es posible que, si la opinión de los demás le resulta indiferente, adquiera cierta fama de insolente y arrogante, lo cual en sí mismo puede constituir una imagen valiosa; Oscar Wilde, por ejemplo, la explotó con maestría. Pero, dado que tenemos que vivir dentro de una sociedad en la que dependemos de las opiniones de quienes nos rodean, no se gana nada descuidando la propia reputación. Si no le importa cómo lo perciben los demás permitirá que otros decidan por usted. Sea el dueño de su propio destino, y también de su reputación.

Las 48 leyes del poder

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