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TRANSGRESIÓN DE LA LEY

Nicolás Fouquet, el ministro de Finanzas de Luis XIV durante los primeros años del reinado de éste, era un hombre generoso, amante de las fiestas opulentas, las mujeres bonitas y la poesía. También amaba el dinero, dado que llevaba un estilo de vida bastante extravagante. Fouquet era muy hábil y, en gran medida, un colaborador indispensable para el rey; por lo tanto, a la muerte del primer ministro Jules Mazarin, en 1661, el ministro de Finanzas esperaba ser designado su sucesor. El rey, en cambio, decidió suprimir ese cargo. Éstas y otras actitudes llevaron a Fouquet a sospechar que estaba cayendo en desgracia y, por lo tanto, decidió congraciarse con el rey organizando la fiesta más espectacular jamás vista. El motivo oficial de la fiesta era celebrar la inauguración del castillo de Fouquet, Vaux-le-Vicomte, pero su objetivo real era homenajear al rey, invitado de honor del agasajo.

Los más notables representantes de la nobleza europea y algunas de las mentes más brillantes de la época —La Fontaine, La Rochefoucauld, Madame de Sévigné— asistieron a la fiesta. Molière escribió una obra teatral para la ocasión, en la cual él mismo actuaría, sobre el final de la velada. La fiesta comenzó con una opulenta cena de siete platos, en la que se sirvieron especialidades de Oriente nunca antes probadas en Francia, así como nuevos platos especialmente creados para la ocasión. La cena fue acompañada por música compuesta por expreso encargo de Fouquet en honor al rey.

Después de la cena, los invitados pasearon por los jardines del palacio. Con el tiempo los parques y las fuentes de Vaux-le-Vicomte habrían de inspirar los jardines de Versalles.

Fouquet acompañó personalmente al joven rey en un recorrido por el diseño geométrico de arbustos y canteros florales. Cuando llegaron a los canales que surcaban los jardines, disfrutaron de un espectáculo de fuegos artificiales, seguido por la representación de la obra de Molière. La fiesta duró hasta muy entrada la noche y todo el mundo coincidió en que nunca antes habían vivido una celebración tan espectacular.

Al día siguiente, Fouquet fue arrestado por el jefe de los mosqueteros del rey, D’Artagnan. Tres meses más tarde, fue juzgado por desfalco al Tesoro Nacional. (En realidad, la mayor parte de los fondos, de cuyo robo se lo acusó, habían sido sustraídos para la Corona y aprobados por el rey.) Fouquet fue hallado culpable y enviado a la prisión más remota de Francia, en lo alto de los Pirineos, donde pasó los últimos veinte años de su vida en solitaria reclusión.

Interpretación

Luis XIV, el Rey Sol, era un hombre orgulloso y arrogante que deseaba ser siempre el centro de atención. No soportaba que nadie lo superase en opulencia, y mucho menos ser opacado por su ministro de Finanzas. Como sucesor de Fouquet, Luis XIV designó a Jean-Baptiste Colbert, un hombre conocido por su moderación y famoso por dar las fiestas más aburridas de todo París. Colbert se aseguró de que cuanto fondo líquido hubiese en el Tesoro fuese a parar directamente a manos del rey. Con estos dineros, Luis XIV construyó un palacio aún más espléndido que el de Fouquet: el célebre palacio de Versalles. Empleó a los mismos arquitectos, decoradores y paisajistas que construyeran el palacio de su exministro de Finanzas. Y en Versalles, Luis XIV celebró fiestas aún más extravagantes que aquella que costó a Fouquet su libertad.

Analicemos la situación. La noche de la fiesta, al presentar ante Luis XIV espectáculo tras espectáculo, uno más espléndido que el otro, Fouquet tuvo la intención de demostrar su lealtad y devoción para con el rey. Esperaba que aquella fiesta no sólo le permitiera recuperar el beneplácito del rey, sino también demostrar su buen gusto, sus relaciones y su popularidad, subrayando así lo indispensable que era él para el rey y probando ante éste que sería un excelente primer ministro. Pero en realidad sucedió todo lo contrario. Cada nuevo espectáculo, cada sonrisa de apreciación dirigida por los huéspedes a Fouquet hicieron sentir a Luis XIV que sus propios amigos y súbditos estaban más fascinados con el ministro de Finanzas que con él, y que Fouquet hacía indebida ostentación de su fortuna y de su poder. En lugar de halagar a Luis XIV, la elaborada fiesta de Fouquet ofendió la vanidad personal del soberano. Por supuesto, Luis XIV no iba a admitir semejante cosa, de modo que encontró, en cambio, una excusa conveniente para librarse del hombre que, sin darse cuenta, lo había hecho sentirse inseguro.

Éste es el destino que corren, de una u otra forma, todos aquellos que desequilibran la autoestima de su amo, hieren su vanidad o le hacen dudar de su preeminencia.

Al comienzo de la velada, Fouquet estaba en la cima del mundo. Cuando la fiesta llegó a su fin, había caído en un abismo.

VOLTAIRE, 1694-1778

OBSERVANCIA DE LA LEY

A principios del siglo XVII, el astrónomo y matemático italiano Galileo se encontraba en una situación sumamente difícil. Dependía de la generosidad de los grandes gobernantes y, como todos los científicos del Renacimiento, solía obsequiar sus inventos y descubrimientos a los grandes gobernantes y regentes la época. Por ejemplo, en cierta oportunidad regaló una brújula militar de su invención al duque de Gonzaga. Luego le dedicó un libro, en el que explicaba el uso de dicha brújula, a los Médici. Ambos gobernantes se sintieron muy agradecidos y a través de ellos Galileo logró reunir más alumnos. Pero, por importantes que fuesen sus descubrimientos, sus amos, por lo general, le retribuían con obsequios y no con dinero en efectivo. Esto hacía que viviera en constante inseguridad y dependencia económica. Fue entonces cuando pensó que debía de existir otra forma de manejar aquella situación.

Galileo vislumbró una nueva estrategia en 1610, cuando descubrió las lunas de Júpiter. En lugar de dividir su descubrimiento entre sus distintos amos —donando a uno el telescopio que había usado, dedicando a otro un libro, y así sucesivamente—, como lo había hecho en el pasado, decidió centrar su atención exclusivamente en los Médici. Los eligió por un motivo particular: poco después de que Cosme I estableció la dinastía de los Médici, en 1540, había convertido a Júpiter, el más poderoso de los dioses, en el símbolo de la familia, un símbolo de poder que iba más allá de la política y del negocio bancario, ya que estaba ligado a la antigua Roma y a sus deidades.

Galileo convirtió el descubrimiento de las lunas de Júpiter en un acontecimiento cósmico que honraba la grandeza de los Médici. Poco después del descubrimiento anunció que “los brillantes astros [las lunas de Júpiter] se ofrecían en los cielos” a su telescopio, al mismo tiempo en que Cosme II era entronizado. Dijo que el número de lunas —cuatro— armonizaba con el número de Médici (Cosme II tenía tres hermanos) y que las lunas giraban en torno de Júpiter como esos cuatro hijos giraban en torno de Cosme I, el fundador de la dinastía. Más que una coincidencia, ello demostraba que los mismos cielos reflejaban la ascendencia de la familia de los Médici. Después de dedicar este descubrimiento a los Médici, Galileo mandó confeccionar un emblema que representaba a Júpiter sentado sobre una nube, con los cuatro astros girando a su alrededor, y lo obsequió a Cosme II como símbolo de su unión con los astros.

En 1610, Cosme II nombró a Galileo filósofo y matemático oficial de la corte, con un salario respetable. Para un científico, aquello era un verdadero golpe de buena fortuna, que puso fin a sus días de pobreza y necesidades.

Interpretación

Con una sola jugada, Galileo ganó más con su nueva estrategia que en años de súplicas. La razón es simple: todos los amos desean brillar más que el resto de la gente.

No les importa la ciencia ni la verdad empírica ni el último invento. Les preocupa su fama y su gloria. Galileo dio a los Médici una gloria infinitamente mayor, al vincular su nombre con las fuerzas cósmicas, que mencionándolos como patrocinadores de algún nuevo invento o descubrimiento.

Ni siquiera los científicos pueden eludir las veleidades de la vida cortesana y los padrinazgos. Como todos, necesitan servir a los amos que controlan los recursos monetarios. Y su gran poder intelectual puede hacer que esos amos se sientan poco seguros de sí mismos y perciban que sólo están para suministrar los fondos... una tarea poco noble. El productor de una gran obra quiere sentir que es algo más que el que financia una empresa; también quiere aparecer como creativo y poderoso, incluso más poderoso que la obra producida en su nombre. En lugar de hacerlo sentir inseguro, es necesario concederle gloria. Galileo no desafió la autoridad intelectual de los Médici con su descubrimiento, ni los hizo sentir inferiores. Al ponerlos literalmente en el nivel de los astros, los hizo aparecer como tales en las cortes italianas. No le hizo sombra a su amo, sino que logró que su amo brillara más que nadie.

CLAVES PARA ALCANZAR EL PODER

Todos tenemos inseguridades. Cuando uno se presenta ante el mundo y muestra sus talentos, naturalmente genera en los demás todo tipo de resentimientos, envidia y otras manifestaciones de inseguridad. Esto es algo que hay que tener en cuenta. Uno no puede pasar la vida preocupándose por los mezquinos sentimientos de los demás. Sin embargo, con sus superiores deberá encarar la situación de manera diferente: cuando se trata del poder, hacerle sombra al amo es quizás el peor error de todos los que se pueden cometer.

No se engañe pensando que la vida ha cambiado mucho desde los días de Luis XIV o de los Médici. Quienes logran ocupar posiciones de poder en la vida son como las reinas y los reyes: quieren sentirse seguros y superar a quienes los rodean en inteligencia, simpatía, ingenio y encanto. Creer que al hacer gala de sus dones y talentos usted va a ganar el afecto de su amo es un error fatal, aunque muy común. Su superior podrá simular aprecio, pero en la primera oportunidad que se le presente lo reemplazará con alguien menos inteligente, menos atractivo y menos amenazador, como Luis XIV reemplazó al brillante Fouquet con el mediocre y maleable Colbert. Y, al igual que Luis XIV, no admitirá la verdad, sino que encontrará alguna excusa para librarse de su presencia.

Esta ley implica dos normas que deberá aprender. Primero, que es posible hacerle sombra a su amo con ser simplemente usted mismo. Hay amos que son muy inseguros... terriblemente inseguros. Y basta con ser encantador y desenvuelto para hacerles sombra.

Nadie tuvo más talentos naturales que Astorre Manfedi, príncipe de Faenza. Era el más apuesto de todos los jóvenes príncipes italianos y cautivaba a sus súbditos con su generosidad y su espíritu abierto.

En el año 1500, César Borgia puso sitio a Faenza. Cuando la ciudad se rindió, sus ciudadanos esperaban lo peor de parte del cruel Borgia, quien, sin embargo, decidió perdonar a la población. Se contentó con ocupar la fortaleza, no ejecutó a ninguno de los ciudadanos y permitió que el príncipe Manfredi, que sólo tenía dieciocho años de edad, permaneciera en su corte, con total libertad.

Sin embargo, algunas semanas más tarde, los soldados apresaron a Astorre Manfredi y lo llevaron a una prisión romana. Un año más tarde, su cuerpo fue encontrado en el río Tíber, con una piedra atada al cuello. Borgia justificó el horrible acto alegando cargos de traición y conspiración, pero el problema de fondo era la vanidad y la inseguridad de Borgia. El joven, sin siquiera intentarlo, le hacía sombra. En vista de los talentos naturales de Manfredi, su sola presencia hacía aparecer a Borgia menos atractivo y carismático. La lección es simple: si usted no puede dejar de ser encantador y de mostrar sus talentos, deberá aprender a evitar ese tipo de monstruos vanidosos. La otra posibilidad consiste en aprender a disimular hábilmente sus virtudes cuando esté al lado de un César Borgia.

En segundo lugar, nunca piense que, porque el amo lo aprecia, usted puede hacer lo que se le dé la gana. Se podrían escribir varios tomos sobre favoritos que cayeron en desgracia por dar por sentado que su posición era inamovible o por atreverse a hacerle sombra a su amo. En Japón, a fines del siglo XVI, el favorito del emperador Hideyoshi era un hombre llamado Sen No Rikyu. Artista máximo de la ceremonia del té, que se había convertido en una obsesión entre la nobleza, fue uno de los asesores de mayor confianza de Hideyoshi, tenía sus propios aposentos dentro del palacio y era honrado en todo el Japón. Sin embargo, en 1591 Hideyoshi lo hizo arrestar y condenar a muerte. Rikyu se quitó la vida. Sólo más tarde se descubrió la causa de ese repentino cambio de suerte: parece que Rikyu, de origen campesino y luego favorito de la corte, mandó tallar su estatua en madera, que lo mostraba calzado con sandalias (un signo de nobleza) y en una pose altiva. Hizo colocar esta estatua en el templo más importante del palacio, a la vista de toda la realeza. Para Hideyoshi, esta actitud significaba que Rikyu no conocía sus límites. Al suponer que gozaba de los mismos derechos que los integrantes de la alta nobleza, olvidó que su posición dependía del emperador y llegó a creer que él mismo se la había ganado. Esto constituyó un imperdonable error de cálculo acerca de su propia importancia, por el que pagó con su vida. Recuerde lo siguiente: nunca dé por segura su posición y nunca permita que los favores que reciba se le suban a la cabeza. Conociendo los riesgos que implica el hacerle sombra a su amo, usted podrá utilizar esta ley en su propio beneficio. En primer lugar, debe halagar y ensalzar a su amo. Los elogios abiertos pueden llegar a resultar eficaces, pero tienen sus límites; es algo demasiado obvio y directo, y puede ser mal visto por los demás cortesanos. El elogio discreto e indirecto es mucho más poderoso y efectivo. Por ejemplo, si usted es más inteligente que su amo, demuestre lo opuesto: hágalo aparecer más inteligente que usted. Actúe en forma ingenua. Simule necesitar de su pericia. Cometa errores intranscendentes que no lo perjudiquen en el largo plazo pero que le brinden la oportunidad de pedir ayuda, cosa que a los amos les encanta. Un amo que no puede brindarle el don de su experiencia puede llegar a hacerlo blanco de su rencor y de su mala voluntad.

Si sus ideas son más creativas que las de su amo, atribúyaselas de la manera más pública posible. Deje en claro que el consejo de usted es sólo un eco del consejo de él.

Si usted supera a su amo en rapidez e ingenio, está bien que desempeñe el papel del bufón del rey, pero no lo haga aparecer a él frío y taciturno en comparación. En caso necesario, baje los decibeles de su humor y encuentre la forma de hacerlo quedar como alguien divertido, con sentido de humor. Si usted es, por naturaleza, más sociable y generoso que su amo, tenga cuidado de no convertirse en la nube que tapa la luz que él irradia hacia los demás. Es su amo el que tiene que parecer el Sol, en torno del cual gira todo el mundo, un Sol que irradia poder y esplendor y se constituye en centro de atención. Si usted se ve en la situación de oficiar de anfitrión de su amo, ganará su simpatía evidenciando sus recursos limitados. Cualquier intento de impresionarlo con su gracia y generosidad puede resultarle fatal. Aprenda de Fouquet, o pagará el precio que él tuvo que pagar.

En todos estos casos, disimular sus aspectos fuertes no es señal de debilidad, si esta estrategia termina otorgándole poder. Al dejar que otros le hagan sombra a usted, retiene el control en lugar de convertirse en víctima de su inseguridad. Todo esto le vendrá bien el día en que decida elevarse por encima de su nivel de subordinado. Si, como Galileo, usted puede dar más lustre a su amo ante los ojos de los demás, será para él un regalo del cielo y logrará ascender de inmediato.

Imagen: Los astros del cielo. Sólo puede haber un Sol por vez. Nunca tape la luz del Sol ni com- pita con el Sol en cuanto a lumino- sidad; procure, más bien, diluirse en el cielo y encontrar la forma de incrementar la intensidad lumínica del astro que es su amo.

Autoridad: Evite las victorias sobre su amo. Toda superioridad es odiosa, y si es sobre el príncipe, es estúpida y fatal. Siempre la superioridad fue aborrecida, ¡y cuánto más si es sobre los mismos superiores! Nos enseñan esta lección con dicha los astros, que aunque son hijos del Sol y son brillantes, nunca se atreven a competir con los lucimientos del Sol. (Baltasar Gracián, 1601-1658)

INVALIDACIÓN

Usted no puede vivir cuidándose de no contrariar a ninguna de todas las personas con las que se cruza pero puede ser selectivamente cruel. Si su superior es una estrella en decadencia, no tiene por qué temer hacerle sombra. No sienta piedad, ya que su amo tampoco tuvo ningún tipo de escrúpulos cuando, a sangre fría, se abría camino hacia la cumbre del éxito. Mida con cuidado la fuerza de su amo. Si descubre que es débil, acelere discretamente su caída: en momentos clave, muéstrese más capaz, más encantador y más sagaz que él. Si la posición de su superior es muy débil y está a punto de caer, deje que la situación siga su curso natural. Pero si su amo se encuentra en una posición firme, aunque usted se sepa más capaz, tómese su tiempo y tenga paciencia. Según el curso natural de los hechos, con el correr del tiempo el poder se debilita y cae. Algún día su amo habrá de caer y, si usted juega sus cartas con habilidad, lo sobrevivirá y superará.

Las 48 leyes del poder

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