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IV. Todo es perfecto como es

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Permanecer anclado en el presente es esencial para los que caminan por la tierra como el Cristo de Dios. Esto se debe a que han comprendido que el ahora, si bien sigue siendo un espacio de tiempo, es tan semejante a la eternidad que ambas realidades se unen en un instante de amor y verdad. El instante presente es tal solo cuando es un ahora de puro amor. Y eso es posible en la medida en que se suelta el pasado, el futuro y todo juicio. El presente-amor es un tiempo en el que se permite que todo sea como es, con la certeza de que todo es perfecto así como es.

Para poder vivir anclado en el amor siempre presente es necesario haber aceptado que la vida de cada cual, tal y como es, es simplemente el perfecto camino que Dios preparó para cada uno de sus hijos y para la totalidad como expresión del pacto del alma con su supremo creador.

Cristo, la relación infinita de todas las realidades, sostiene dentro de sí la armonía universal. Esto quiere decir que las leyes del amor, que son las que sostienen la vida, son la base por la que funciona el universo. Y eso atañe a todo. No existe una parte de la creación que no esté unida al resto, de un modo u otro. Que no se vea esa relación no quiere decir que no exista. De hecho, puedes ver sus efectos.

La unión en la totalidad, o unión divina, y el presente son lo mismo en el plano de la verdad, porque la verdad es eterna y, por lo tanto, no está, ni sujeta, ni condicionada por el tiempo. Es por ello que la relación divina lo es todo. En efecto, la relación de Dios con todo lo creado y de ello con él, es la única relación real. Las demás relaciones que se entablan, ya sea la relación que existe entre los números de una ecuación matemática, o entre diferentes ideas en una teoría, o incluso entre el valor de relatividad que hay entre dos seres, o su relación con el tiempo, carecen de sentido cuando se las desconecta de la unión divina, porque carecen de unión en la totalidad.

Ciertamente todo está unido a todo por el amor. Aun así, la mente pensante puede creer, y a menudo lo ha hecho, que puede crear a su modo nuevas interrelaciones mentales entre las cosas, de una manera diferente a las que Dios ha establecido. Esto es lo que significó la separación: establecer un tipo de vínculo con la realidad que no tiene ningún fundamento en el amor perfecto. Para la mente pensante, ella es su propia realidad y con ello, ha buscado crear un mundo que por definición no puede unirse a nada, según ella lo concibe. Hizo eso para no perderse en la totalidad, pues creyó que ser lo mismo anulaba la posibilidad de ser diferente.

A la mente no le corresponde crear la realidad. La vida la ha creado Dios mismo y es eterna. De tal manera que cuando se habla de la separación, o pérdida del amor, en realidad de lo que se está hablando es de vivir guiado por un sistema de pensamiento, cuyo fundamento era el deseo de ser autónomo, en vez de aceptar amorosamente el hecho de que todos somos interdependientes, incluyéndolo al creador. ¿Acaso un creador puede ser tal sin una creación que él mismo haya creado?

No puede haber paz sin verdad. Por esta razón es que, una y otra vez cuando recordamos que la paz ha llegado, hablamos de la verdad. En tu mente, allí en lo alto de esa parte de tu alma que vive unida al amor de Dios, existe la verdadera razón de Cristo. Es allí donde mora la belleza de la razón, donde se encuentran todos los tesoros del reino, sin excepción. ¡Y son tantos! Todos ellos permanecen unidos como un hermoso ramillete de flores benditas. Amor, razón, verdad, paz, armonía, creación. Son todas perlas de inestimable valor, las cuales junto a otras incontables más, coexisten dentro de tu mente santa.

Vivir centrado en el corazón en el que la razón y el amor permanecen unidos es la manera de vivir de Cristo.

Lo que estamos diciendo acá es que los iluminados, que son aquellos que han alcanzado la paz de Cristo en este mundo, son los que, por experiencia propia (y estas pueden y suelen ser muy disímiles), han internalizado y hecho carne, el hecho de que hay un ser superior a todo lo que existe. Que ese ser superior gobierna la creación y es de puro amor desde donde todo surge eternamente, incluyéndolos a ellos mismos. Ellos saben que ese ser supremo de puro amor, al que unos llaman Dios, otros Abba, Alá, Al Baki, Sol, Yavhe, o de otras incontables maneras, es el mismo amor santo que envuelve toda existencia. Esta certeza, la cual procede de la sabiduría del corazón, es el fundamento de su paz.

Todo lo que existe debe tener una base sobre la que pueda existir. Así como un árbol no puede existir si no tiene su base en el suelo, o una casa no puede permanecer erguida sin cimientos, lo mismo ocurre con toda creación. Nada existe por sí mismo, salvo la fuente de la vida que Dios es.

El dulce reconocimiento de que tiene que existir un “algo” que le da existencia a todo, incluyéndote a ti, es la base para que puedas vivir siempre en el amor de Cristo. Este reconocimiento no solo es una verdad universal, es además la base sobre la que se edifica la paz, la alegría y la belleza, porque es la base de la vida.

Toda vida fue creada sobre el fundamento de la certeza perfecta. En otras palabras, la duda no forma parte de la realidad divina. ¿Verdad que esto tiene sentido? Sin embargo, y a pesar del hecho de que lo tenga, el punto significativo para ti es entender cuál es la certeza de la que estamos hablando.

La única certeza necesaria es la de reconocer, con amor y pura aceptación, el hecho de que nada ni nadie es autónomo, ni necesita serlo. En otras palabras, que la relación de todo con todo, dentro del amor de Dios, es la realidad de la vida. Esto es lo mismo que decir que la única certeza necesaria surge de reconocer que el amor es lo único real.

Aceptar la relación divina como la única realidad dentro de la cual todo existe, es la condición previa para la paz porque es la condición de la verdad. Quien vive recordando esta verdad todos los días de su vida, hasta que este recuerdo se hace parte de su modo de ser, es quien ha abandonado la soledad y la carencia para siempre. Si el amor infinito gobierna tu existencia, ¿qué espacio puede haber para el miedo? Recuerda que allí donde existe el amor no hay espacio para el temor. Esta remembranza es esencial para aquellos que encarnan a Cristo, es decir, al amor. Dicho llanamente, para ti que recibes estas palabras y muy pronto saldrás al mundo a ejercer tu ministerio santo.

El amor es el fundamento de la razón y esta es la morada de la verdad. Amor, razón y verdad son una unidad hermanada que habita en el corazón de tu alma, el centro de tu ser. Al amor no le interesa habitar en ningún otro lugar que no sea el templo sagrado donde habita la verdad porque una es la esencia de la otra. El amor no puede coexistir con la ilusión porque es pura realidad y lo que no es real jamás será aceptado por la razón como algo digno de ser venerado. Recuerda que la veneración es un sentir armónicamente encajado, en la relación de amor que fluye desde el creado hacia el creador, y de ninguna otra relación.

Con esta revelación, lo que queremos mostrarte como parte de los santos panoramas de la verdad divina es que el tiempo que la humanidad está viviendo ahora, este nuevo tiempo de la historia, estará signado por la unión de la razón y el amor. Una unión que no siempre se ha reconocido ni honrado. Una unión que es la base de la vida del alma y de la creación.

Retornar a la unidad, o permanecer en la relación divina, es permanecer en la unidad que la razón y el amor son. En ella reside el estado de unión desde donde actúas como el Cristo que eres, desde donde sientes lo que el sagrado corazón siente y desde donde piensas lo que la mente divina piensa. Una vez que reconoces la unión sagrada que existe entre amor y razón, comienzas a permitir que la verdad te sea revelada. Ningún esfuerzo es necesario. Ningún juicio tampoco. En otras palabras, comienzas a permitir que el Cristo que eres en verdad se manifieste por sí mismo en razón del amor que es. De esa manera reconoces que todo es perfecto tal como es, no según los viejos patrones de pensamiento del ego sino según la verdad que procede del amor y la razón. Así es como reconoces jubilosamente que la paz ha llegado. El sol ha vuelto a brillar. El cielo está despejado. Cristo ha llegado.

Elige solo el amor: La relación divina

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