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DESARROLLO EMOCIONAL: DE CERO A TRES AÑOS

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Observar, conocer, respetar… para amar.

Este es el proceso:

 Primero, tener información de los procesos madurativos infantiles. Este conocimiento nos ayudará a liberar tópicos y modelos poco saludables desde el punto de vista educativo.

 Segundo, partiendo de esa formación, podremos observar a cada criatura y respetar su ritmo real de maduración psicoafectiva.

 Tercero, desde los dos puntos anteriores surgirá el respeto auténtico, en base al conocimiento y a la observación, del ritmo madurativo infantil.

No basta con amar a la primera infancia. No basta con la buena intención. Es necesario conocimiento, observación y respeto.

Os propongo que desde esta mirada entremos en la fase primaria del desarrollo psicoafectivo desde el nacimiento a los tres años, es decir, la etapa en la que la emoción es omnipresente. Etapa presidida por el sistema límbico y el sistema instintivo (reptiliano o R-complex).

Sugiero al lector que, además de otros libros afines, retome la lectura de mi libro Amar sin miedo a malcriar, como referencia clarificadora que posibilite una mayor profundización de esta fase y de la siguiente, pues abordaremos esta etapa desde una síntesis que nos permita continuar con la exposición.

Comencemos destacando unas citas de tres investigadores reconocidos en el conocimiento de la salud psíquica infantil. R. Winnicott decía que, «de los cuidados infantiles satisfactorios, se desprende la edificación del sentimiento de continuidad del ser, base de la fuerza del yo. Cada falta de cuidado conduce a la interrupción de este sentimiento de continuidad y a un debilitamiento del yo resultante». El mismo autor afirma: «la fuerza o debilidad del yo del niño-a está en función de la capacidad del cuidador de responder de forma adecuada a la absoluta dependencia del bebé en las primeras fases de la vida».

Estas citas son un referente necesario para un abordaje adecuado durante la primera infancia.

En términos de Winnicott, el cuidador principal debe ser para el bebé o niño «lo suficientemente bueno» para satisfacer sus necesidades emocionales. Desde la teoría del apego, el psiquiatra John Bowlby considera que dicho cuidador principal debe disponer de la capacidad de desarrollar una «respuesta sensible» a las demandas del bebé. Esta respuesta sensible conlleva la capacidad para percibir las señales del bebé y satisfacerlas de forma adecuada e inmediata. La respuesta sensible se considera un potente organizador psíquico que permite la estructuración progresiva del mundo interno del bebé, así como la incorporación de los modelos internos de interacción con el exterior (modelos operativos internos).

Siguiendo con Bowlby: «Consideramos esencial para la salud mental que el bebé y el niño pequeño tengan la vivencia de una relación cálida, íntima y continuada con la madre o sustituto materno, en la que ambos alcancen satisfacción y goce».

Tampoco pueden faltar las grandes aportaciones del pionero del abordaje en la prevención infantil, el psiquiatra Wilhelm Reich, que considera acertadamente: «Los niños de hoy son el futuro del mañana. Preservemos sus potencialidades». Y sintetiza la función de la prevención en: «Si un árbol crece torcido, es más difícil enderezarlo». En esta expresión sintetizada, Reich enfatiza la importancia de prevenir los trastornos psicoafectivos que se pueden producir en la primera infancia, ya que el abordaje psicoterapéutico, si bien es eficaz, resulta más costoso que una saludable interacción familiar y escolar en edades tempranas.

Desde este abordaje de la promoción de la salud y la prevención infantil, junto con las aportaciones de la teoría del apego, centro mi intervención en mis grupos de madres-padres, así como en las sesiones familiares y las formaciones en el ámbito sanitario, educativo y profesional. Desde este modelo, corroboro una y otra vez los resultados positivos dirigidos a preservar la salud de los bebés y los niños pequeños.

Son muchos los autores e investigadores que han aportado luz a las primeras fases del desarrollo psicoafectivo infantil. En el enfoque integrador presentado, subyacen los dos modelos mencionados basados en diversas investigaciones, la práctica clínica y la riqueza de la observación directa de los sistemas familiares y educativos. En otros autores y en mi libro anterior, obtendrás más información y datos sobre estos procesos.

Retomemos una síntesis de los aspectos más importantes que hay que tener en cuenta durante la etapa infantil:

 Nuestra prematuridad como especie. Es una característica común a todos los mamíferos humanos, que nos hace dependientes y vulnerables. Somos, en realidad, fetos extraúteros hasta los doce meses de vida extrauterina, momento en que habitualmente comienza la bipedestación y la locomoción. Durante este período inicial, necesitamos ser transportados en brazos para nuestro bienestar y supervivencia. En algunos modelos de crianza, el transporte también se realiza en sillitas y capazos. Este medio de transporte aleja a los bebés del necesario contacto corporal, que ofrece amplios beneficios, entre los que destaca el de la seguridad emocional y corporal. Desde el modelo que presentamos, los bebés se benefician del contacto directo materno, del colecho, del amamantamiento prolongado…, modelo favorecido por el instinto natural de protección adulta, presente desde épocas milenarias.

 Los siete primeros años de vida representan el período de desarrollo psicoafectivo crítico (por las consecuencias para la salud). Este período abarca desde la concepción, el embarazo, el parto y el nacimiento natural hasta los siete años de edad, etapa de la constitución del carácter. Este carácter, definido como nuestro «modo habitual y automático de funcionar y de percibirnos a nosotros mismos y al mundo», responde a una serie de mecanismos defensivos más o menos rígidos, destinados a protegernos emocionalmente de los peligros externos, al tiempo que nos impide conectar con nuestro yo y su potencialidad. El carácter es el fruto del modelaje familiar, escolar y social que pretende la adaptación al funcionamiento de esta sociedad. El carácter o modo de ser se configura en estrecha interacción con las figuras parentales, primero, el entorno familiar, después, y la escuela y la interiorización de las normas sociales y educativas, finalmente.

 Todo este proceso del desarrollo psicoafectivo infantil, que atraviesa por una serie de fases psicosexuales (fase oral, etapa anal, fase sexual), debe ser respetado desde el concepto de continuum, es decir, sin fisuras ni rupturas en el proceso que pongan en peligro la base potencialmente saludable del desarrollo psicoemocional. El hilo conductor es la coherencia del modelo educativo (con frecuencia ausente) que favorezca el respeto de las necesidades emocionales infantiles.

Educar sin miedo a escuchar

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