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Relato de una biografía escindida

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JOSÉ MARTÍN MARTÍNEZ


Retrato de Jesús Martínez delante del cuadro Los que golpean (1973), de Juan Genovés (Foto Miguel Lorenzo).

EL INTENTO DE TRAZAR UNA BIOGRAFÍA REQUIERE, DESDE LUEGO, LA objetividad de los hechos. Pero también, la intuición para saber vislumbrar el mapa que de ella dibuja, puede que inconscientemente, el mismo biografiado. Cuando Jorge Luis Borges, en su cuento «Biografía de Tadeo Isidoro Cruz», incluido en El Aleph (1949), intenta narrar la de tal personaje, se concentra en la noche en la que este, poseído de una súbita lucidez, descubre el sentido de su existencia. «Todo destino –apunta Borges–, por largo y complicado que sea, consta en realidad de un solo momento: el momento en que el hombre descubre para siempre quién es».1

Cuando me dispongo a relatar –pues tal es la palabra– la de Jesús Martínez Guerricabeitia, echo de menos la posibilidad de que tal momento me hubiera sido revelado por él mismo. Pero a las dificultades que suelen acompañar el bosquejo del devenir biográfico de una persona que aún vive, se añade, como todos lamentablemente sabemos, el que don Jesús sea ya incapaz de hilar sus propios recuerdos. Con todo, y alentado por el ejemplo borgiano, me ha parecido encontrar ese instante en las palabras que pronunció en la mañana del viernes 8 de abril de 1997, al recibir la medalla que la Universitat de València le había concedido en reconocimiento público de su apoyo a las actividades artísticas de la institución, pues el protocolo del acto le dio pie, precisamente, a reflexionar en voz alta sobre su conciencia de mecenas y descubrir, al evocar la figura de Cayo Cilnio Mecenas y de quienes siguieron después su ejemplo, la frecuente dicotomía que entrañan las motivaciones de la filantropía cultural:

Existe, a buen seguro, un componente de trascendencia, un deseo de dejar algo bueno tangible para cuando ya no estemos aquí; también una cierta dosis de vanidad y un deseo de compensar pretéritas frustraciones. Interviene tal vez la caridad, como la mala conciencia cuando un deter-minado bienestar material se ha conseguido; se da para tranquilizarla, aunque como decía Pessoa, casi siempre echando mano al bolsillo vacío. Con frecuencia, hay también una dosis de amor y gusto por el arte.

Y tras justificar en un anhelo de cambio social su colaboración con la Universitat, confiado en que fuese «el crisol de los cambios, pequeños o grandes», concluía con unas palabras del poeta portugués Miguel Torga: «el camino ha sido largo y los sueños desmedidos». Me pregunto si, al escribir ese discurso y en el instante de pronunciarlo en un lugar que tardíamente le abría las puertas, Jesús Martínez había encontrado en el mecenazgo por el que se le galardonaba el sentido de las íntimas contradicciones de su trayectoria vital; el reflejo simbólico de su comentada atipicidad como empresario y mecenas, originada en la dualidad de mecenas comunista y de empresario con toda una vida dedicada a hacer dinero, pero que mantuvo siempre un íntimo desgarro por su exclusión de la actividad intelectual, por su frustrado deseo de ingresar en la universidad que, con aquel acto, le reintegraba en su antigua vocación intelectual de la que la vida le apartó. Una vida que seguramente pasaba en ese momento de manera fulgurante y aún vivísima por sus recuerdos.

Las páginas que siguen están dedicadas, en consecuencia, a perseguir esas experiencias y relatarlas a la luz de tales contradicciones: tal vez porque aquel acto, quizá el último en el que pudo exhibir públicamente su fogosa lucidez, proporcionó a Jesús Martínez el instante donde reconciliar su bifronte dedicación a los negocios a los que la vida le había conducido y la intensa nostalgia de una realización humanista e intelectual por la que, de algún modo, el honor recibido le compensaba.

Jesús Martínez Guerricabeitia: coleccionista y mecenas

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