Читать книгу Jesús Martínez Guerricabeitia: coleccionista y mecenas - AA.VV - Страница 16

La aventura de América: de Barranquilla a las Islas Vírgenes

Оглавление

Habían sido casi dos años de accidentados preparativos. Pero, al fin, Jesús Martínez pudo fijar la fecha, tantas veces pospuesta, de la partida. El 4 de julio de 1951 toman un tren hacia Barcelona, donde el día 10 debían embarcarse en el buque Monte Altube rumbo a Barranquilla. Pero ni la materialización de un proyecto tan anhelado ni las esperanzas de futuro que este les abría evitaron la dureza de la despedida. Tiempo después aún recordaría la emotiva separación de los suyos rememorando el adiós de su padre:

Si en el último instante yo me hubiera podido volver atrás lo hubiera hecho sin vacilar, y todavía llevo bien clavada la última imagen de mi padre, que [...] adelantándose al grupo de amigos y familiares seguía casi corriendo el tren que nos llevaba a Barcelona, hasta terminar el andén. Allí quedó haciéndose más pequeño, o pareciéndomelo a mí pues la distancia no es larga. Un mal momento pero que hoy no es más que un buen recuerdo y un acicate para ver de reunirnos pronto.136

En efecto, el empeño de Jesús Martínez por pilotar su destino le llevaba a la seguridad de un mañana que siempre desearía compartir con la familia por cuya unión había luchado tanto. No era un éxodo forzado, sino el jubiloso inicio de grandes esperanzas. Jesús, Carmen y José Pedro se alojarán en una pensión y dedicarán los días previos al embarque a visitar lugares que no habían conocido en su viaje de bodas. Admiran la Sagrada Familia, deplorando que la obra de Gaudí estuviera inconclusa; ven la catedral y pasean por el barrio Gótico; visitan el palacio de Pedralbes y los jardines de Montjuic e, incluso, van al cine con el niño. No deja de anotar el alto nivel de vida de la capital catalana.137 Y, por fin, a las 19.30 del día 10 de julio el barco suelta amarras.

El Monte Altube integraba la flota de la compañía Aznar de Bilbao, la única española que realizaba el trayecto Barcelona-Barranquilla. Era un barco viejo de 6.330 toneladas, de lenta navegación –unas 10 millas o 18,5 km por hora–, de carga, aunque adaptado para un pasaje de 54 personas que habían de acomodarse en camarotes separados por sexos (el camarote para matrimonios, de lujo, estaba fuera de sus posibilidades).138 Pero para Jesús Martínez –que se desenvuelve con franca comodidad entre una tripulación vasca con la que gusta de confraternizar valiéndose del abolengo de su segundo apellido– el viaje iba a constituir casi un crucero de placer. Pondera la abundancia y calidad de la comida, especialmente de la que constituía un lujo inasequible en una Valencia sometida todavía a las restricciones del racionamiento (pan con mantequilla, azúcar a discreción, entremeses, café o un plato de melocotón en almíbar «que no lo saltaba un gitano»).


Jesús Martínez, su esposa Carmen y el pequeño José Pedro, junto a otros pasajeros delante de barco en que emigraron a Colombia, julio de 1951.

Jesús ocupó el camarote 14, que comparte con Rafael Montoro (hijo del socio que le espera en Colombia) y dos pasajeros más. Carmen y José Pedro, junto con la mujer de Montoro y otra señora con su hija, viajan en el camarote 15, que, igual que los demás, ofrece la suficiente limpieza y comodidad como para sentirse encantados: «La vida aquí es un edén, y sólo nos faltaba esto después de la temporada de vacaciones que nos tiramos ahí».139 Jesús era consciente de que tanto ellos como el resto de los pasajeros pudieron permitirse el privilegio de afrontar aquella aventura, salvando las dificultades económicas que suponía, con los ahorros conseguidos por un duro trabajo previo: solo los pasajes en el Monte Altube les costaron 12.000 pesetas.140 No fueron, ya se ha dicho, emigrantes a la fuerza, sino –como él mismo afirmaría más tarde– «viajeros o emigrantes de excepción» empujados únicamente por la libertad de instalarse en un nuevo mundo donde realizar sus sueños.141

Así pues, Jesús Martínez se muestra exultante de optimismo en las cartas y anotaciones que escribe durante la larga travesía, tomando fotos, admirándose de los productos (tabaco y bebida) que podían adquirirse a bajo coste, gozando de la experiencia de la contemplación del mar, los delfines y los puntos de la costa y aprovechando –por supuesto– las escalas: Tarragona, Cádiz (donde arriban el 15 de julio, compran algunas cosas con miras a venderlas en Colombia y visitan el monumento a las Cortes de 1812, acercándose también a San Fernando) y, ya el 30 de julio, La Guaira (puerto oficial de Caracas, en Venezuela) tras haber divisado las islas caribeñas de Santa Lucía, Martinica, Margarita y Tortuga. El matrimonio, resarciéndose de las vicisitudes de la última etapa en Valencia, se entrega a las diversiones habituales de un crucero: fiestas y bailes amenizados con un «pick-up» y por la mismísima Carmen, que, además de demostrar habilidades danzarinas junto a su marido, se convierte en protagonista de improvisadas veladas marcando pasos de flamenco, rumba o mambo. Jesús Martínez no se resiste a glosar cómo el capitán llegó a filmarla para proyectar su actuación en sucesivos viajes, y cómo José Pedro, el pasajero más joven, al cumplir el 20 de julio sus dos primeros meses, pudo escuchar la felicitación del primer oficial por los altavoces.142 Por supuesto, Jesús no pierde ocasión de satisfacer su afición a la lectura. En medio del Caribe escribe a sus padres comentándoles que ha leído un libro en inglés que llevó consigo y dos novelas de David H. Lawrence que, en francés, le presta un compañero de camarote.143

El 3 de agosto, todavía amaneciendo, avistan, embocando el río Magdalena, el puerto de Barranquilla. La visión de la ciudad emociona a Jesús Martínez, que describe el momento con épico entusiasmo:

Apenas comenzamos a remontar el curso del río Magdalena ya se veía la gran ciudad que es. [...] La ciudad está toda asentada al margen izquierdo del río. En la derecha se extienden zonas de verdor tropical. [...] De vez en cuando un grupo de toros y alguna choza pequeña animaban el paisaje. Y por el curso del río barcas largas bastante primitivas tripuladas por negros o mestizos con indumentaria sui generis que llevaban madera u otros cargamentos y que van siguiendo muy cerca de la orilla. [...] El río es el cuarto de Sudamérica, después del Amazonas, Plata y Orinoco.144

El paisaje, agigantado por la admiración, marcaría los recuerdos de Jesús, que, todavía un año después ponderaba a Juan Bautista Monfort el puerto de Barranquilla diciendo «que está hecho sobre el río, ya que tiene suficiente profundidad, y es una cosa admirable. Permite el atraque a la orilla de siete u ocho barcos. [...] Más importante es todavía la entrada del río desde el mar en Bocas de Ceniza donde hicieron unos tajamares en lucha constante con un fortísimo oleaje como en todas las desembocaduras de importancia».145 Ese punto de llegada a la «tierra prometida» desde el mar se convirtió también en un nexo sentimental con la placentera travesía y con la España lejana. Los Martínez, al menos en los primeros años de su estancia en Barranquilla, acudirían al puerto cada vez que arribaba el Monte Altube para saludar al capitán, divertirse en los bailes y revivir el lucimiento artístico de Carmen a través de la película que se proyectaba a los pasajeros durante el viaje. De paso –el sentido práctico nunca faltó–, compraban algunas mercancías que llegaban en el buque desde España para consumirlas o venderlas con un plus de ganancia.

Así es como Jesús Martínez, ya con la responsabilidad de sacar adelante a su propia familia, pondrá a prueba su tenacidad en la perspectiva de un marco geográfico, económico y humano bien diferente del que hasta entones había conocido. Barranquilla, merced a la navegación a vapor por el río Magdalena desde la segunda mitad del siglo XIX, era aún entonces el centro comercial, industrial y cultural de la región caribeña de Colombia y, al menos hasta las primeras décadas del siglo XX, el principal punto de entrada de inmigración. No en vano se la conocía como el «Faro de América», la «Puerta de Oro de Colombia» o la «Ciudad de los Brazos Abiertos». Las impresiones de Jesús no pueden ser más ilusionantes. La observa como una ciudad bellísima («una Cañada mejor construida» –dice al referirse a su trama urbana constituida por chalés, al modo de la urbanización de Paterna, próxima a Valencia– «y con agua»), admirándose de la amplitud de sus viviendas y jardines y de las comodidades domésticas (desde lavadora o nevera a «cocinas aerodinámicas») difícilmente concebibles en la España de principios de los cincuenta. En sus cartas detalla la trama urbana de la ciudad (calles paralelas al río y carreras perpendiculares a aquellas, con zonas residenciales de tal extensión que hacen del automóvil una necesidad) y sus magníficos equipamientos (comercios, cines, instalaciones deportivas).146 Da cuenta del contraste entre la civilizada urbe y la selva contigua, «con alimañas de todo tipo» y los limpiones o aves que sobrevuelan la ciudad para exterminarlas. Constata el clima tropical seco de la ciudad, «igual que el verano de julio y agosto en Valencia, solo que aquí se prolonga todo el año», y que, sin embargo, considera soportable e, incluso, saludable.147 Como resume en la primera carta escrita a sus padres: «Aquí se vive mucho mejor y con una sensación de espacio abierto, ya me entendéis, que vale la pena».148 Tal vez cabe percibir en el «ya me entendéis» un sentido no solo literal, sino metafórico de «espacio abierto». Jesús Martínez parece sentirse por vez primera libre de constricciones y sospechas por sus ideas políticas; pero también libre del apremio que en España suponía aún la misma subsistencia cotidiana: «Otro rasgo típico de aquí, en España ya casi olvidado, es que la pura alimentación no tiene importancia [...] la comida no es problema».149 Por eso menudean en sus primeras cartas los comentarios sobre los precios –muy asequibles– de los productos básicos.

También le merecen elogios el ímpetu del desarrollo demográfico de la joven ciudad y su factor humano. Jesús Martínez viene de una Valencia con un censo que rondaba en 1951 el medio millón de habitantes; pero Barranquilla, con apenas cien años de existencia en la misma fecha, ya tiene 300.000. La mayor parte de la población, volcada en la actividad económica proveniente del tráfico marítimo y fluvial caribeño, le parece de un «pacifismo natural» favorecido por el factor del mestizaje.150 Admira la gran urbanidad de los colombianos y su tolerante «comprensión por los credos e ideas de los demás aunque sean distintos del nuestro, pues en España siempre hemos sido en esto gente dura e inflexible. Todos con un poco de Torquemadas».151 Y, aunque no acaba de asimilar –herencia del legado de ética austera del anarquismo– la cierta relajación de sus costumbres (un hecho que subraya significativamente en alguna carta a su padre), testimonia un contexto favorable a la plena integración de quienes, como ellos, han emigrado en busca de mejor fortuna. Se jacta de vestir como los autóctonos «con su camisa bien limpia» y «mi sombrero de paja» y, como fervoroso filólogo, se deleita con el idioma de la gente, «una cosa preciosa por la suavidad y por tener expresiones típicas de gran fuerza expresiva, aparte de voces del castellano antiguo aquí conservadas».152 En efecto, Barranquilla era en ese momento la expresión de un espíritu cosmopolita provocado por las oleadas de inmigración que el comercio había posibilitado. Era también un puerto de paso hacia el interior del país que mostraba la movilidad social de grupos como los estadounidenses, asiáticos, sirio-libaneses, alemanes, italianos y españoles; si bien la colonia española era relativamente reducida, en torno a 400 personas.153 Con razón escribe a su hermano José que «esto es completamente aluviónico y hay gentes de todas las razas, de todos los colores y de todas las confesiones».154

Bajo estas condiciones, Barranquilla, la próspera «Puerta de Oro» de Colombia que, con su movimiento portuario y trasiego incesante de gentes, iba a mantener su pujanza hasta la década de los setenta del siglo XX, parecía, en efecto, el lugar idóneo para que el todavía joven, tenaz y ambicioso trabajador Jesús Martínez lograra labrarse un sólido porvenir. Contaba con una experimentada capacitación, una gran facilidad de adaptación al mundo de los negocios y una voluntad férrea. A diferencia de las restricciones que ha vivido en España, capta de inmediato la facilidad de importación de mercancías y la amplitud de los márgenes comerciales, elementos en los que habría de basarse su futuro progreso en la ciudad. Y ello pese a que han llegado precisamente en el momento en el que el cenit del auge económico derivado de la Segunda Guerra Mundial comienza a declinar por la recuperación de los países europeos. Jesús Martínez percibe –y así lo comunica a algunos conocidos en sus cartas– que su llegada ha coincidido con cierta tensión política, con un alza de los precios y una bajada de las ventas. Pero viniendo de donde viene –la España deprimida del final de los años cuarenta– es un ambiente que, afirma, «me parece gloria». Y añade: «Todo el mundo espera que sople la brisa de nuevo, como dicen por aquí, y entonces parece que sopla para todos».155

Jesús Martínez Guerricabeitia: coleccionista y mecenas

Подняться наверх