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De Villar a Requena: la ética familiar y el estímulo de la cultura

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Amor Jesús Martínez Guerricabeitia nace en la pequeña localidad valenciana de Villar del Arzobispo en la Nochebuena de 1922, año y medio después que su hermano José (nacido el 18 de junio de 1921). Ambos, por tanto, pertenecieron a una generación marcada –en una edad decisiva en la formación humana– por las vivencias de la Guerra Civil española y sus consecuencias. Su primer nombre, Amor, revela los ideales de luminosa fraternidad universal que alimentaba el ideario de un minero anarcosindicalista como era su padre, fiel a su militancia libertaria. Esta nominal «declaración de principios» se documenta en una certificación de extracto de su acta de nacimiento firmada por el juez encargado del Registro Civil de Villar con fecha del 28 de agosto de 1934, conservada en su expediente del Instituto de Educación Secundaria de Requena, donde figuran en ese orden sus dos nombres de pila: Amor Jesús.2 Él mismo puso de relieve en diferentes ocasiones el sentido heroico de aquel primer nombre, que significaba, sin duda, un deseo de reivindicar la memoria de su padre y las convicciones que con él orgullosamente compartió.3 Aducía que el empecinamiento dogmático del párroco don Antolín Marián ante la sospecha ácrata del apelativo forzó a su padre a añadir el Jesús, más ortodoxo. Pero lo cierto es que el asiento del libro de bautismos de la parroquia de la Virgen de la Paz registra el bautizo (por parte del coadjutor don Clemente Ferrandis Montón) del niño Jesús Martínez Guerricabeytia, no apareciendo el nombre de Amor por parte alguna.4 ¿Cómo explicar esa disparidad entre el recuerdo familiar y los documentos? ¿Y entre el registro civil y el eclesiástico? Es muy probable que se produjera la controversia, y hasta es posible que su padre admitiera la incorporación de Jesús al nombre de pila de su hijo, pues la figura de Jesucristo como símbolo de la entrega fraternal no fue ajena al ideario anarquista. Pero lo cierto es que durante su infancia y juventud firmó como Amor a secas, tal como siempre se le conoció en el ámbito familiar, y solo tras la guerra, cuando rehaga su vida en Valencia, se da a conocer como Jesús, por causas fácilmente comprensibles en un régimen tal vez más intransigente que el párroco de Villar. Sin embargo, el padre sí que pudo cumplir su voluntad civilmente –al menos en parte–, como refleja el certificado de nacimiento de 1934 al que ya me he referido. Lo que acaso puede explicar que Jesús Martínez prescindiera oficialmente de aquel emotivo nombre familiar es que la desaparición de los documentos del Registro Civil de Villar durante la Guerra Civil hizo necesaria, como sucedió en muchos otros lugares, la reconstrucción de los libros a partir de los registros de bautismo. Eso explica que en los nuevos libros figure registrado el nacimiento con el solo nombre de Jesús.5

Villar del Arzobispo, un municipio situado en el extremo oriental de la comarca de Los Serranos, tendría por entonces poco más de los 4.554 habitantes que refleja el censo de 1920, dedicados en su mayoría a cultivos de secano (cereales y viñedos) y a la explotación de minas de arcilla, caolín y creta, trabajo al que, como veremos enseguida, se dedicó el cabeza de familia. Una familia evidentemente modesta, que no menesterosa, aunque en la población, como recordaría Martínez Guerricabeitia años más tarde, era manifiesta la separación de clases sociales.6 Todavía en 1951, le recordaría a su hermano –que mantenía un sombrío recuerdo de Villar– lo siguiente:

Ni en Villar se mueren las viñas, ni se han muerto, porque fue de los últimos pueblos en conocer la filoxera. Hoy aún queda mucha planta vieja, que está boyante. Tío, hay quien recoge de golpe trescientas mil pesetas de vino, sin ser de los mayores. Ni hay una sola hipoteca en el término. [...] Hoy el que tiene tierras está con la economía como nunca. No el que tiene un garranchal que trabaja después de la mina, claro está. En las minas se gana mucho más que en Valencia.7

Pero lo cierto es que la familia careció de propiedades rústicas o urbanas. De hecho, su padre, en un escrito dirigido en septiembre de 1932 al Instituto de Segunda Enseñanza de Requena, solicitaba matrícula gratuita para su hijo mayor «por carecer de medios económicos y no poder cubrir las necesidades de casa», aportando para ello sendos certificados de los secretarios de los ayuntamientos de Villar y de Requena en los que se corroboraba la carencia de bienes del matrimonio («a los efectos de que puedan acreditar su estado de pobreza»). Dos años después, recaba otro certificado del secretario de Requena para matricularlo «en calidad de pobre». En efecto, José Martínez García (apodado en Villar el Terrer) era un jornalero, nacido el 23 de agosto de 1896, que había comenzado a trabajar con 12 años, apenas sabiendo leer y escribir,8 en los yacimientos de caolín de Villar e Higueruelas, extrayendo el mineral de sol a sol o transportándolo mediante recuas de yeguas hasta Liria, desde donde partía por ferrocarril con destino a la indus-tria cerámica de Manises. El joven minero ascendió pronto, debido seguramente a su capacidad y formación, de simple peón a capataz, un puesto sin duda menos duro y mejor remunerado. Y temprana fue asimismo su militancia anarcosindicalista: en 1913 ingresa en la Sociedad de Trabajadores del Campo La Fraternal, perteneciente a la Federación Agrícola de Sociedades Obreras de la Región Valenciana, recién introducida en el campo valenciano. Su formación, absolutamente autodidacta, le hace destacar lo suficiente para ser nombrado secretario de La Fraternal, ya hacia 1915 o 1916, y asistir como delegado al congreso federal de la organización celebrado en Benaguacil.9

La Federación valenciana se había integrado ya en 1914 en la Nacional de Obreros Agricultores de España (FNOAE), a cuyo V Congreso (Zaragoza, 1917) acudiría también José Martínez, justo en los años más duros de la lucha obrera y de la huelga revolucionaria de ese mismo año, fuertemente reprimida por el ejército.10 Su actividad sindical, por tanto, es manifiesta desde su primera juventud, y lo confirma un certificado expedido a finales de 1936 por el Sindicato Único de Oficios Varios de Requena (CNT-AIT en el que su secretario expresa que «José Martínez, padre del niño Amor, que desea continuar sus estudios en esta localidad en su Instituto de Segunda Enseñanza, es afecto al régimen y pertenece a esta Organización desde el año 1913».11

De hecho, en los inicios del asociacionismo obrero las agrupaciones de carácter local se constituían como entidades autónomas con diverso marco legal (fueran sociedades de socorro o cooperativas obreras), si bien se adscribían a la órbita de sindicatos oficiales como la UGT o la CNT. Sin duda, pues, José Martínez se consideraba integrado en el sindicato cenetista desde 1913, aunque en declaraciones posteriores confesara su militancia efectiva desde 1915.12 La Fraternal, en todo caso, era uno de aquellos primeros círculos libertarios en los que las familias obreras encontraron un ámbito no solo de militancia ideológica, sino de formación cultural mediante conferencias o, incluso, representaciones teatrales. José Martínez recuerda que, tras entrar en la agrupación, comenzó a leer con fruición cuantos folletos y libros caían en sus manos, especialmente el semanario Tierra y Libertad. Su decidido esfuerzo autodidacta lo empleará luego dando clases de lectura y escritura a sus propios compañeros en el salón de actos de la sede (situada en la calle Valencia de Villar, junto a la casa que después ocuparía la Cooperativa Agrícola). En ella, incluso, se habilitó un modesto teatro donde el matrimonio Martínez Guerricabeitia pudo ver representadas algunas obras de José Fola Igúrbide, dramaturgo de profundas convicciones obreras, como El Cristo moderno o La Fábrica, pero también sainetes cómicos de Pedro Muñoz Seca, como Contrabando, y Sels de novensa, de Josep Peris Celda. Un repertorio en el que no faltó la emblemática obra de protesta social del anarquizante y anticlerical Joaquín Dicenta, Juan José.13 La cualidad humana y la extraordinaria ambición de conocimientos de José Martínez García, a partir de un apasionado sentido autodidacta, habrían de constituir un referente esencial en la vida de sus dos hijos, que heredaron su curiosidad intelectual, su rectitud moral y algo también de su carácter enérgico.14

Un talante, a su vez, heredado quizá por José Martínez García de su padre (Higinio Martínez Martínez, nacido también en Villar del Arzobispo en 1854), un humilde campesino de filiación carlista que chocó más de una vez con el ideario de su hijo, al que tildaba de revolucionario.15 Su madre, Juliana García López, también villarenca y nacida en 1857, tuvo doce hijos y se ganó fama como reconocida ama de cría.

La madre de Jesús Martínez, Josefa Guerricabeitia –dos años más joven que su marido y que participó abiertamente de sus ideales libertarios–, les legó asimismo un temple decidido. Era hija del vasco Tomás Guerricabeitia Clemente, experto en canteras y agrimensor, que fue lo suficientemente cultivado como para llegar a actuar de notario en la localidad.16 Jesús Martínez recuerda una reunión política celebrada en el ahora desaparecido Teatro Romea de Requena en la que, en el fragor del debate y ante las críticas contra los anarquistas, su madre no dudó en amenazar con echar mano de una pistola del calibre 6,35 que su marido le había dejado.17 En el certificado de nacimiento de 1934 antes citado y en el resto de los documentos escolares conservados, el apellido materno se transcribe como Guerricabeytia, y así firma él mismo en ellos hasta 1937.18 A partir de entonces, bien por simplificar o desaristocratizarlo, lo escribirá siempre con i latina.


Amor Martínez y su hermano José. Requena, ca. 1925.

Sin embargo, el largo arraigo en Villar del Arzobispo iba a interrumpirse en 1925, cuando la familia se instala en Requena, ciudad situada a unos 54 kilómetros al suroeste, más extensa y poblada que Villar: en esa fecha vivían en el núcleo urbano más de 8.000 habitantes, casi el doble que en Villar, sin contar los 11.000 de las aldeas y los caseríos del término municipal. Las ra-zones, en principio, fueron estrictamente laborales. José Martínez García, hasta entonces un simple asalariado del empresario José M.ª Carpintero Alpuente (1887-1936), dueño de una fábrica en Manises dedicada a la fabricación de pastas para la industria cerámica con el caolín y la creta extraídos de sus minas de Higueruelas (lindantes con Villar) y Requena, aceptó su propuesta de trasladarse a explotar estas últimas, estableciéndose por cuenta propia como capataz de una cuadrilla, aunque suministrándole en exclusiva la materia prima para su negocio. A la probada capacidad y experiencia de José en las prospecciones de las minas de Villar, se uniría probablemente la afinidad ideológica con su jefe, pues Carpintero era de talante progresista, de hecho, se afilió a Izquierda Republicana y fue alcalde de Manises entre 1931 y 1936. El animoso militante anarcosindicalista, por entonces de unos treinta años, no duda así en instalarse por cuenta propia, explotando las minas de Suárez y la Serratilla de Requena y el lavadero de caolín en Higueruelas que el empresario poseía.19 Dejando atrás la dependencia de un magro sueldo fijo, José Martínez García acabaría convirtiéndose en el encargado, administrador y hombre de confianza del patrón. Con el aumento de los ingresos, la familia iba a gozar de cierta holgura y se pudo permitir alquilar la planta baja y un piso en el número 13 de la calle del Carmen, en el barrio del Arrabal de Requena. Una vez asentados, la incipiente mejoría económica los anima a abrir en el bajo una tienda de cerámica y alfarería (actividad claramente facilitada por la relación del cabeza de familia con las fábricas de Manises). El pequeño negocio (rotulado, según testimonia el sello de caucho conservado: «CRISTAL, LOZA Y PORCELANA / MAYÓLICAS Y ALFARERÍA / JOSÉ MARTÍNEZ / CALLE CARMEN. REQUENA») y el aumento de las ganancias del padre sitúan a la familia en una relativa comodidad. Esto, unido al hecho de que el traslado se produce apenas año y medio después del golpe militar que trajo consigo la dictadura de Primo de Rivera –y su implacable persecuciÓn de la CNT, condenada a la clandestinidad–, puede explicar el momentáneo alejamiento de José Martínez de una militancia sindical activa y el consiguiente repliegue en el ámbito familiar, lo que puede considerarse simbólicamente el precedente de la contradicción que marcaría también la vida de su hijo Jesús, sujeta siempre al vaivén entre sus convicciones ideológicas y el pragmatismo en pro de la prosperidad material, al constante dilema entre el altruismo y el interés.

La proclamación de la República en 1931 supuso la reincorporación del padre de José y Amor a la actividad sindical en Requena, donde se afilia oficialmente a la CNT>, aunque sin el protagonismo de antaño. Así lo reconoce él mismo en unas notas autobiográficas:

Requena empezó a despertar y a sacudirse la inercia en que estaba sumida, debido a que se organizaron algunos mítines, en los que intervendrán algunos oradores de la CNT fundándose a continuación el Sindicato en el cual ingresé en sus primeros momentos, pero sin desempeñar cargos, que no quise aceptarlos, pero sí tuve que intervenir en algunos conflictos planteados formando parte de la comisiones designadas a tal efecto.20

Y se confirma por uno de los testigos del proceso penal que sufrió tras la guerra, en cuyo sumario Félix Saturnino Sánchez Solano declara que, además de extremista de izquierda, era «el fundador del Sindicato Único, ya de mucho antes de iniciado el Movimiento».21 En enero de 1932, José Martínez García será designado delegado por la comarcal de Requena y Utiel en el congreso regional de Murcia, el cual –escribe él mismo– «se tuvo que suspender por no querer aceptar la representación de un delegado gubernativo, trasladándonos seguidamente a Alicante, donde lo celebramos clandestinamente. Al abandonar el local [...] de Murcia, lo hicimos entre dos filas de Guardias Civiles y de Asalto».22

Pese a esta militancia de bajo perfil, los problemas no tardaron en presentarse. El 10 de enero de 1933, la CNT convoca una huelga general –paralela a los graves sucesos de Casas Viejas (Cádiz) con la proclamación por los braceros de la aldea del comunismo libertario–. Mientras en distintos lugares se producen numerosos sabotajes, instalación de bombas y enfrentamiento con las fuerzas del orden, en Fuenterrobles, un pueblo cercano a Requena, el día 11 de enero, cortadas las comunicaciones, un comité comunista revolucionario depone al alcalde, quema el Ayuntamiento, el archivo y la biblioteca, y hace lo propio con la bandera republicana y el retrato del presidente de la República.23 Por la tarde, la Guardia Civil toma el pueblo a golpe de fuego de ametralladora, pone en fuga a los sublevados y realiza cinco detenciones.24 Dos días después, el 13 de enero, a las cinco de la mañana, José Martínez García es arrestado y acusado de ser el cabecilla del amotinamiento. Pasará casi tres meses en la Cárcel Modelo de Valencia, pero la causa es sobreseída y recupera la libertad en abril. La experiencia le encoleriza hasta el punto de denunciar su acre protesta por la injusticia cometida en una suerte de libelo o manifiesto dirigido «A las autoridades de Requena», escrito con la vehemencia que le había conferido su militancia anarquista –radical incluso contra el Gobierno republicano–, pero también con un dejo de sentimentalidad familiar y de cierto distanciamiento:

¡Qué les importaba a los causantes de mi detención dejar a unos pequeños sin padre y a una mujer sin marido! ¿Que no ha delinquido? ¡Nosotros le pondremos el delito y a la cárcel! Esto es la justicia republicana, que si se diferencia de la monárquica es en la forma con que se ensañan sus hombres con los obreros conscientes. [...] A mí se me ha hecho aparecer como un hombre peligroso al que había que eliminar sin dilación. Tenían sí, que justificar ciertas autoridades, que mi detención no era cualquier cosa, y para ello nada mejor que hacerme aparecer por información secreta como a un Bakunin, o Malatesta, que tenía en tensión continua a los trabajadores, no ya de Requena, sino de toda la comarca. [...] Yo no he cometido más delito que el de pensar alto y sentir hondo. [...] Yo sí propugno por una sociedad más justa que la presente, donde no se den los contrastes que se dan en ésta, como exceso de producción y hambre y miseria por doquier; paro forzoso y muchos trabajos de imperiosa necesidad por hacer; una miseria denigrante en medio de un lujo escandaloso [...]. No puede haber concierto y armonía donde hay diferencia de clases.25

El escrito deja patente una fidelidad básica a su ideario, es cierto. Pero también marca una línea de alejamiento de posiciones extremas, como si en aquellos momentos en los que afloraba la violenta disidencia cenetista hacia lo que consideraba una República puramente reformista y burguesa, José Martínez García se situara ya en otra esfera: la del trabajador, sí, pero integrado desde su ética y esfuerzo en un sistema que le planteaba, por así decir, un «extrañamiento» de clase. El texto que escribe respecto a aquellos acontecimientos en sus apuntes de memoria, ya en 1972, ratifica esta sensación:

Hay que tener en cuenta, que yo aunque trabajador, debido a mi forma de trabajo independiente, no parecía un obrero auténtico, pero a pesar de esto se adivinaba que todas las miradas se fijaban en mí, sacando la conclusión de que mi persona les resultaba molesto, hasta el extremo que buscaron la forma de hacerme desaparecer de la escena, sin conseguirlo. Finalmente encontraron la ocasión que buscaban, con los sucesos de Bugarra, puesto que aunque en Requena no pasó nada anormal, a mí me complicaron en los hechos de Fuente Robles [sic], pueblo al cual no conozco ni conocía, ni al cual me unía ningún vínculo, lo cual hizo que me detuvieran y me postergaran durante tres meses en la cárcel Modelo de Valencia; al salir redacté un manifiesto dirigido a las autoridades y a la opinión pública, el cual aún conservo, con el fin de reivindicarme, y el efecto fue formidable.26

Los subrayados muestran hasta qué punto su manifiesto era de protesta, pero también de reivindicación defensiva. Latentes, sin duda, su fidelidad a la causa obrerista y su compromiso político; reclama, no obstante, una nueva situación de trabajador autónomo e incipiente dueño de un negocio propio: ya no es un simple obrero y repudia cualquier extremismo. Un síntoma de esa contradicción generada desde su instalación en Requena –tímida pero reveladora sensación de desclasamiento– y que pugnaba por intentar armonizar internamente una ideología profesada sinceramente con el afán por lograr un medio de vida, si no burgués, más confortable. Tal vez es entonces cuando se revela también este legado paradójico que marcará la vida de su hijo Jesús, quien habría de descubrir, como él, que la vida emborrona los límites del principio marxista de la dependencia de la superestructura ideológica respecto a la infraestructura económica. Y ello a pesar de que la familia conservó siempre sus lazos afectivos y de pertenencia al pueblo de Villar. Jesús, pese a haberlo abandonado con apenas dos años, lo consideró siempre el lugar de sus raíces. No solo porque, tras la Guerra Civil, sus progenitores volvieron a él para sobrellevar sus dramáticas consecuencias, sino porque allí acudió, ya casado, como espacio de descanso familiar. Incluso, años después, cuando –como veremos– emigre a América, se mantendrá unido a los recuerdos del hogar fomentados por la constante correspondencia con su padre, quien le enviaba postales fotográficas del pueblo con detallados comentarios, mientras él añoraba su fruta y hasta el vino lugareño. En Villar, por lo demás, vivirá su hijo durante un tiempo con los abuelos, se construirá un chalé en las afueras para pasar las vacaciones y, al advenimiento de la democracia, no dudará en implicarse en la política y cultura locales.

Lo que, sin duda, jamás dejó de preocupar a José Martínez García –una causa más de su repliegue a los deberes familiares– fue la educación de sus hijos, para la que el cambio de residencia a Requena ofrecía mejores oportunidades. No obstante, José Martínez –fiel a la pedagogía anarquista que desconfiaba de la rutina escolar de aquel tiempo– supo sentar las bases de su preparación desde su propio amor a la cultura y al arte, principio que intentó inculcar en los dos hermanos como medio de progreso social. Jesús evocaría muchos años después aquella biblioteca paterna de unos tres mil volúmenes, gracias a la que ambos (y su madre) pudieron escuchar la lectura, al calor del fuego, de las novelas, llenas de profunda sátira antiburguesa, de Sinclair Lewis, de León Tolstoi y Émil Zola o las de Romain Rolland, plenas de idealismo humanista imbuido de hinduismo, y de Panait Istrati (el llamado Gorki de los Balcanes) o de Anatole France.27 Las brasas de la fe libertaria revivían desde aquella voracidad lectora que heredarían de su padre, quien conseguía los textos ácratas de Federico Urales, los pedagógicos de Francisco Ferrer Guardia o los clásicos de su ideología, como Mijáil Bakunin, Piotr Kropotkin, Rudolf Roker o Errico Malatesta. O las obras de José Ortega y Gasset y Miguel de Unamuno, durante mucho tiempo reverenciados por ambos hermanos. Fue el único lujo que se permitió el obrero ya acomodado: una biblioteca –cuidadosamente personalizada con su propio ex-libris– que sería objeto de robo y dispersión por los falangistas tras la guerra y que, en buena medida, Jesús Martínez intentó recuperar durante toda su vida en la suya propia. La lectura, que ya había sido instrumento básico de su autodidactismo, a costa del arraigado sistema formativo y doctrinal de los colectivos obreristas, traslada a sus hijos una inagotable avidez de emancipación de su inteligencia y, sin duda, de su deseo de mejora social a través de aquella mística libertaria de las posibilidades transformadoras de la razón y de la ciencia junto al esfuerzo personal. Una ética adscrita al perfil más estoico, puritano y casi cristiano del anarquismo que sus hijos amoldarían luego a su propia personalidad. Si en Jesús prevaleció este sentido austero y sacrificado, en su hermano José se deslizó hacia una mayor autonomía libertaria, como revelaría años después en alguna de sus cartas, en referencia a las prevenciones morales de su padre:

La segunda y más interesante [parte] de tu carta me da a entender que te produce alguna inquietud escribirme, derivada seguramente de mi advertencia prohibitiva de rollos morales. Pero desde luego no creo que estoy en la circunstancia en que estas consideraciones sean fructíferas, aparte de sabérmelas de memoria. Claro que aunque mi deseo es no oír tales reflexiones, si ello impide que escribas más a menudo, hazlo endilgándome cuantas filosofías quieras, respecto a la lucha por la existencia, el instinto de superación de la especie y el poder mágico de la voluntad, que junto con mi pereza y abandono eran los ejes de tus charlas conmigo.28

Sea como fuere, ambos hermanos inician su escolarización en Requena, primero en la escuela primaria y luego en el instituto. Probablemente la entrada en el colegio de Jesús se produciría en el curso 1928-1929 (si no fue en el siguiente, ya que hasta el 24 de diciembre no cumpliría los siete años). Era la del maestro Vicente Llopis, una de las diez escuelas públicas que tenía entonces Requena, lejana por tanto a aquellos ideales laicos y racionalistas que recibían en la educación hogareña de su padre. Después, ya en el curso 1934-35, ingresa en el Instituto de Segunda Enseñanza de la localidad, como consta en la instancia que él mismo, con pulcra caligrafía, escribe el 27 de septiembre de 1934.29 Su hermano José lo había hecho ya dos años antes.


Amor Martínez a los siete años de edad. Requena, 18 de febrero de 1930.

Precisamente, casi enfrente de su domicilio, se encontraba la iglesia del Carmen, fundada en el siglo XII, cuya parte conventual, exclaustrada en 1836 por la desamortización de Mendizábal, se destinó a Instituto de Segunda Enseñanza en el curso 1928-29.30 Propiedad del Ayuntamiento, alcanzó la categoría de nacional en 1935, gracias a la mediación del subsecretario de Instrucción Pública Mariano Cuber; razón por la cual se le dedicó la antigua calle del Carmen. Jesús estrena el nuevo plan de estudios que el gobierno de la República había aprobado el 29 de agosto de 1934. Un bachillerato unitario –sin distinción de ciencias y letras– dividido en los ciclos de elemental para los tres primeros cursos y superior o universitario para los otros cuatro; y, por supuesto, ajustado al laicismo del régimen republicano. El centro ofertó, además, numerosas actividades extraescolares, con clases de música y conferencias semanales sobre temas como la paz y la justicia social. Jesús Martínez mostraría enseguida una aplicación en los estudios que atribuyó siempre al ejemplo paterno. En todas las asignaturas de los cuatro primeros cursos obtuvo la calificación conjunta de sobresaliente y matrícula de honor.31 Cuando comienza el 4.º curso de bachillerato ya ha estallado la Guerra Civil. Sin embargo, la situación bélica no impidió la normalidad académica y el Instituto, incluso, cedió un espacio para la creación de una biblioteca pública. En el último año de la guerra (curso 1938-39), según aduce Margarita Ibáñez Tarín, tal normalidad apenas pudo persistir; no solo por la amenaza de los bombardeos (que obligó a la Dirección a pedir la construcción de un refugio), sino por la dificultad para cubrir las suficientes plazas de profesorado para atender a los 207 alumnos matriculados.32 Sea por esta causa o por otra, en el expediente escolar que se conserva de Amor Martínez no figuran ya datos correspondientes a dicho curso. En consecuencia, hemos de suponer concluida su etapa escolar de educación coincidiendo con aquellas dramáticas circunstancias.

Sin embargo, los hermanos Martínez Guerricabeitia contaron con un espacio de formación añadido a la instrucción paterna y al propio instituto. José era un estudiante mucho más irregular que Jesús, pero su habilidad con el dibujo pudo ser la causa de que su padre llevara a los dos a las clases nocturnas de la Escuela de Artes e Industrias de Requena. Fundada en 1910, su condición gratuita y el que tan solo exigiera unos conocimientos básicos y contar con una edad de 12 años facilitarían que el minero libertario, deseoso siempre de una enseñanza integral para sus hijos, los inscribiera. Contaba, además, con la amistad de su director, Fernando Morencos Maestre (1880-1950), un hombre ilustrado y progresista que regía una institución donde los hermanos pudieron aprender dibujo artístico y lineal, copiando de láminas o del natural. José parece que aprendió asimismo a pintar –afición que practicará esporádicamente en la posguerra– y su estancia en ella (posiblemente más larga que la de Jesús, pues lo más probable es que la comenzase durante su segundo curso de bachillerato) terminaría también con la guerra.

Así pues, en 1938 o ya el 28 de marzo 1939 (cuando el Instituto de Requena, tras funcionar bajo mínimos por la movilización de parte del profesorado, cierra sus puertas) se trunca abruptamente la trayectoria de un alumno brillante como Jesús Martínez. De su madurez dan cuenta algunos documentos del expediente escolar, como una impagable redacción sobre la «Descripción física de Inglaterra. Estudio de sus cordilleras, ríos, accidentes costeros, producciones, industria y comercio», escrita a pluma con excelente caligrafía y con un nivel de redacción que ya quisieran algunos universitarios actuales, con numerosas citas e informaciones precisas. Inglaterra, por cierto, fue un país por el que mostró gran admiración en su juventud. Era su «Ejercicio de Oposición a Matrícula de Honor. 2.º curso», firmado el 1 de junio de 1936. En una foto escolar del año anterior podemos contemplarlo sentado a la izquierda de la primera fila, serio y mirando fijamente a la cámara, portando un atuendo que revela a un niño de familia modesta, que, a diferencia de sus compañeros mejor abrigados, viste un sencillo jersey jaspeado con cremallera y calza unas zapatillas de loneta blanca. Su ropa y su diáfana mirada, entre tímida y contenida, sugieren aquel titánico esfuerzo de superación que plasmó en el único espacio que la memoria familiar le abrió para ser alguien en el mundo. Un espacio cerrado súbitamente por el devenir de una contienda bélica que haría añicos sus sueños. Aupado en el anhelante magisterio de su padre, también le marcaría el de algunos profesores del Instituto. Por ejemplo, Camilo Chousa, profesor de Lengua y Literatura y, casualmente, vecino del n.º 20 de la misma calle del Carmen donde habitaba la familia Martínez Guerricabeitia. Doctor en Filosofía y Letras y licenciado en Pedagogía –estudios que amplió en Ginebra y París–, fue pensionado en varias ocasiones por la Junta de Ampliación de Estudios al objeto de estudiar la organización de la enseñanza en Francia, Bélgica y Suiza. Ferviente admirador de Giner de los Ríos y de la Institución Libre de Enseñanza, de ideología liberal y republicana –había sido director del Instituto y alcalde de Antequera en 1932 por el partido Radical de Alejandro Lerroux–, fundaría en 1935 la Unión Republicana de Requena, donde intentó introducir la Liga de los Derechos del Hombre, una asociación vinculada a la masonería a la que perteneció. Paradójicamente, fue depurado doblemente: primero durante la República, en 1936, sancionado con la jubilación forzosa, y después por los que se alzaron contra ella, ante su manifiesta militancia republicana. La relación de vecindad con la familia llegó a la abierta amistad. No en vano les dejó unas cajas de libros y otros enseres cuando abandonó Requena tras ser depurado en 1936. El desgraciado hallazgo de estos objetos (requisados al ser detenidos José Martínez García y sus dos hijos) fue una prueba más para su condena a 12 años de prisión por el Tribunal de la Represión de la Masonería y el Comunismo de Valencia.33


Foto escolar del curso de Amor Martínez (sentado en el extremo izquierdo). Instituto de Segunda Enseñanza de Requena, 1935.

Jesús Martínez Guerricabeitia nunca llegó a terminar su quinto curso de bachillerato. Ni siquiera después de la guerra, aunque pensara hacerlo.34 El camino que con tanto sacrificio y entusiasmo había querido abrir a sus hijos un obrero hecho a sí mismo y forjado en los ideales de la cultura libertaria se cerraba oscuramente. Ni la querencia por la sociología de José, ni la vocación por la filología de Jesús, para quienes trazaba un porvenir incluso de futura docencia universitaria, pudieron materializarse. La vida había doblado una esquina, abocándose a una trágica incertidumbre. Años después, cuando Jesús escriba a sus padres desde la lejana Barranquilla, reflexionará estoicamente sobre tal frustración: «Seguramente con otro ambiente o en un terreno más propicio hubiera podido ser otra cosa, pues veo mi mente capaz de llegar a cualquier altura [...]. Pero qué vamos a hacer. Somos gente de una encrucijada y sufrimos las consecuencias de la misma».35

Jesús Martínez Guerricabeitia: coleccionista y mecenas

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