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Lealtad y cooperación
ОглавлениеCon los peligros que acarrea, cabe preguntarse por qué los civiles se arriesgan a traicionar a un grupo armado poderoso. En otras palabras, ¿por qué se produce la deslealtad? Kalyvas (2006) presenta numerosos ejemplos de civiles que proporcionan información a cualquier grupo que en términos relativos ejerza un control territorial mayor, debido a que la probabilidad de ser castigados por desatender al grupo más fuerte es más alta que la de ser sancionados por desamparar al grupo más débil. Esta dinámica sugiere que el nivel de control que un grupo armado ejerce es un factor importante, que moldea las decisiones de la población civil y explica el volumen de colaboración que ese grupo recibe por parte de los civiles. En otras palabras, los civiles responden a estímulos como la seguridad, debido a que colaborar con el grupo más fuerte es menos riesgoso que contribuir con el más débil.12
Sostengo que además de la disposición hacia esos estímulos, los civiles también establecen relaciones de lealtad con parientes, vecinos, miembros de su entramado social y miembros de grupos étnicos a los que consideran sus amigos. Las lealtades también pueden traspasarse de una generación a otra o dentro de familias o clanes. Darden (en prensa) muestra que en Ucrania la educación de corte nacionalista durante la fase de alfabetización condujo a forjar identidades y lealtades duraderas. Las identidades pueden desarrollarse también a partir de vínculos tenues: Skarbek (2014) sostiene que las diferencias de filiación entre miembros de un grupo son útiles en el contexto de poblaciones numerosas, prisiones en este caso, porque permiten a las personas crear vínculos de confianza. Existen dos mecanismos para mantener la identidad de grupo: normas internas y medidas de control dentro del grupo. Los miembros saben que están sujetos a las reglas del grupo y que serán castigados si las trasgreden (Fearon y Laitin 1996). Con el tiempo, la confianza hacia otros miembros y la dependencia de la regulación interna parece generar identificación con el grupo y lealtad con respecto a sus integrantes.
Estas dinámicas de formación y consolidación de identidad estructuran las disputas que subyacen a la guerra, o “el prominente sistema de clasificación de grupos que tiene lugar en una sociedad y en sus conflictos” (Kalyvas y Kocher 2007, n10). Cuando escribe sobre la movilización de la Comuna de París, Gould (1995, 15) relaciona el proceso dinámico de formación de la identidad colectiva con el concepto de disputa:
La identidad colectiva que los trabajadores tienen como trabajadores solamente emerge si los entramados sociales en los que están inmersos son moldeados de tal forma que las personas que los conforman puedan ser divididas entre “trabajadores” y “no trabajadores”. Tan pronto esto ocurre, el conflicto social entre los actores colectivos que están definidos en términos de esa división acentuará la prominencia y verosimilitud de la división misma. La intensificación, para los individuos, del significado cognitivo del límite, en otras palabras, alineará las relaciones sociales de tal forma que el límite se hará cada vez más real.
En el mismo sentido, Tilly y Tarrow (2007, 80) desarrollan su idea sobre la formación de límites: “en toda política de identidad encontraremos el mecanismo de activación de límites, en el que un límite existente se hace más evidente como punto de referencia para reclamos colectivos”.
La “activación de límites” puede derivarse de disputas anteriores a la guerra y de las dinámicas mismas de la confrontación (Balcells 2017; Bulutgil 2016). El trabajo de Lubkemann (2005, 2008) sobre la migración durante la guerra en Mozambique enfatiza en la importancia de la sociedad de preguerra para las disputas que tienen lugar en períodos de guerra. Mientras que en Machaze (y en las grandes provincias centrales), la familia extendida era el eje básico de los conflictos de preguerra, en las provincias de Gaza y Nampula, las discordias étnicas estructuraban las relaciones sociales. Lubkemann encuentra evidencia de que el FRELIMO (Frente de Liberación de Mozambique) y la RENAMO (Resistencia Nacional Mozambiqueña), los principales grupos armados que combatían en el país, configuraron su personalidad de acuerdo con esas estructuras sociales comunitarias. El resultado fue una variación en las formas de violencia y de desplazamiento en cada región. Por ejemplo, las familias extendidas terminaron disueltas en Machaze debido al desplazamiento fragmentado, en tanto que la discordia étnica en Nampula condujo a que aldeas enteras tuvieran que huir al mismo tiempo.
Las lealtades pueden surgir también en el contexto de guerras en curso. Wood (2003) ha podido establecer que algunos campesinos se involucraron con actividades peligrosas cuando intentaban respaldar grupos rebeldes en El Salvador, debido a que esas actividades les suministraban el “placer de la agencia” (pleasure in agency), que Wood describe como un beneficio afectivo para las personas, que, al estar involucradas en acciones riesgosas, sienten que están aportando para la obtención de un beneficio mayor y cooperando con una causa justa. Como resultado, la situación puede generar identificación con o lealtad hacia el grupo que promueve la causa. Asimismo, Goodwin y Skocpol (1989, 494) sostienen que “es el constante suministro de mercancías colectivas y selectivas, no la conversión ideológica en abstracto, lo que ha ocupado un lugar preponderante en el fortalecimiento del apoyo social hacia las guerrillas”. Con el tiempo, el suministro de esas mercancías puede crear relaciones de lealtad. En algunos casos, las comunidades adquieren reputación de leales con respecto a uno de los bandos, lo cual puede vigorizar las identidades de los habitantes (Kalyvas 2006, 128-29).
En otros casos, las disputas anteriores a la guerra pueden permanecer ocultas hasta que esta comienza (Kalyvas y Kocher 2007). Por ejemplo, Balcells (2017) ha documentado dinámicas de “venganza” que se pusieron en marcha durante la Guerra Civil española y Bulutgil (2016) explica la forma en que las emociones desencadenadas por las alianzas y por la violencia durante la guerra pueden aumentar la probabilidad de operaciones de limpieza étnica. Con respecto a la escala individual, Petersen (2002) explora la manera en que el miedo, el odio, el resentimiento y la ira –forjados, por lo general, durante la guerra– permiten explicar la violencia étnica ejercida por personas que se identifican con un grupo étnico y que perciben que los miembros de otros grupos étnicos son destinatarios justificados del ejercicio de la violencia. El fascinante documental de Bringa y Christie (1993), We Are All Neighbors, sobre una aldea bosnia durante la guerra civil, muestra que mientras la violencia iba acercándose a la comunidad, aumentaba la distancia entre vecinos musulmanes y católicos. Dentro de cada grupo, los lazos entre vecinos se estrecharon mediante reuniones dedicadas a oficios religiosos y a entonar cantos nacionalistas. En otras palabras, la violencia estimuló la polarización y moldeó las lealtades entre los miembros de cada colectividad, y no fue la polarización lo que promovió la violencia.
Kalyvas (2003) alerta que sería erróneo asumir que la disputa connatural a los “bandos” enfrentados en una guerra en un marco nacional se traspone de forma directa sobre la escala local. Además, Gould (1995, 21-34) señala, y la documentación así lo demuestra, que las identidades colectivas que apuntan a la acción política son susceptibles de crearse, y seguir siendo relevantes, en la escala local.
En la medida en que la violencia se hace inminente y es dirigida hacia grupos específicos, como etnias y grupos religiosos, es más probable que las personas elijan un bando. Kalyvas y Kocher (2007) sostienen que cuando las personas son destinatarios potenciales de actos violentos, es más estratégico alinearse con un grupo armado, lo cual pude proporcionar, en términos relativos, mayores posibilidades de seguridad. Lichbach (1994, 413) argumenta, sin embargo, que las ventajas selectivas y colectivas son insuficientes, porque los grupos que suministran esas ventajas (seguridad, en este caso) tienen que competir entre sí. Hirschman ([1970] 1980, 81) agrega que “expresada como una paradoja, la lealtad, en su máxima expresión, es operativa cuando parece ser más irracional, cuando equivale a un vínculo firme con una organización que no parece garantizar tal vínculo porque este se asemeja a otro que también está al alcance”. Para Lichbach, el factor diferenciador es la ideología. Gutiérrez Sanín y Wood (2014) explican que la ideología puede atraer el apoyo de la población civil y crear compromisos normativos con respecto al grupo o a la causa. También, señalan que la ideología no se restringe a los conflictos que carecen de carácter étnico, sino que la violencia étnica y, desde luego, la violencia política, también implican una base ideológica.
Las personas, por lo tanto, pueden interiorizar una identidad colectiva como resultado de lealtades emocionales, ideología, violencia durante una guerra civil, sentimientos o, incluso, decisiones pragmáticas. Sin importar la fuente de apego individual a una identidad colectiva y, por extensión, a un grupo armado, en el caso de guerras civiles, los intereses de las personas con respecto a la seguridad y su pertenencia a un grupo se refuerzan entre sí y producen o afianzan disputas durante las guerras. Esas disputas, y las adhesiones individuales que les sirven de base, tienen implicaciones importantes sobre la forma en que los miembros de cada bando tienden a actuar y sobre las amenazas que pueden enfrentar durante la guerra.