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Prólogo

Tal vez como todo texto, este es efecto de una búsqueda “profesional y personal”, nos dice la autora, que tiene el coraje de enunciarlo en los primeros renglones de la presentación. Se pregunta y nos preguntamos, cómo es posible contribuir en este complejo momento del mundo al camino del conocimiento, especialmente, al camino que emprenden los jóvenes universitarios, tal vez, ya no con la ilusión de que les servirá indefectiblemente para su futuro. Es en este contexto, que nuestros saberes y nuestras técnicas se dis-locan, y quizás no podamos ya dar respuestas totales sino, por el contrario, esas que nos invitan a abrir nuevos interrogantes. Por estas razones, es que la tarea de la transmisión se complejiza y en algunos casos nos parece imposible. De ahí que la autora se pregunte “cómo educar sin agotarnos”. Es para esto que se trazan tramas, se articulan conceptos, se buscan autores como soporte que nos evitan caer en los caminos de la frustración y el desánimo.

Es acá donde este texto nos propone otros recorridos con la Pedagogía Sistémica, en el marco del pensamiento de Bert Hellinger, que sin duda guiaron los interrogantes y la insistencia en “ver más allá de lo visible”.

Es indudable que estos senderos no se transitan sino enfrentándonos de manera vivencial con los conceptos, sabiendo que aunque estos no tengan existencia corporal interrogan y afectan a nuestros cuerpos.

“Las respuestas simples a problemas complejos solo pueden despertar sospechas” (Ph. Meirieu). Tal vez esta denuncia afecte a todo el pensamiento iluminista-moderno-colonial que creyó que la simplificación y la mecanización de las perspectivas sobre el mundo lo harían más fácil de habitar.

Hoy podemos afirmar que este engaño le ha costado y le cuesta a la humanidad mucho sufrimiento, exclusión y muerte. Es por eso que en los márgenes de esta paradoja surge el impulso que nos anima a seguir explorando nuevos puntos de vista, nuevas perspectivas, o sea a crear sentidos sobre un fondo de sinsentido. Precisamente, esto es lo que ha hecho nuestra condición de existencia desde que habita este planeta.

De esta forma el libro va recorriendo las preocupaciones centrales de la autora como “explicar las trayectorias de los jóvenes en su carrera universitaria”, es acá donde claramente aparece la cuestión de la singularidad y la heterogeneidad muy poco reconocidas en todo el sistema educativo, lo cual hace muy difícil pensar la transmisión que en términos generales se basa en la generalización. Por esta razón lo que no responde a supuestos parámetros de normalidad son tenidos como excepción. La segunda cuestión, nos dice la autora, es la necesidad de explorar nuevos métodos. Me pregunto si se trata de nuevos métodos, cuando lo que se hace evidente es que hoy existen nuevas niñeces y nuevas adolescencias, acaso también nuevas adulteces, al decir de Débora Kantor.

Al mismo tiempo los distintos campos disciplinares mutan sus formas de abordar los problemas, y a veces, como también nos dice la autora, es la propia manera de interrogarnos la que abre nuevos problemas que exigirán sus soluciones. Vale el intento, sabiendo, no obstante, que los problemas “humanos” no tienen solución. Solo se desplazan o diseminan creando otras respuestas y otros interrogantes que a su vez generan nuevas teorías, sabiendo que siempre se trata de ficciones al decir de Nietzsche. También, podríamos decir, otras perspectivas que siempre se ponen en relación con otros puntos de vista.

De esto también se trata la tarea de la trasmisión, de generar posiciones de apertura capaces de articular diferencias. Nos preguntamos al leer el texto si las instituciones educativas no tendrían que revisar qué es lo que generan los abandonos, las decepciones, los fracasos.

La escuela y la universidad como instituciones moderno-coloniales no tienen como tradición mirarse a sí mismas ni cuestionarse sus modos de hacer. ¿Han tenido miedo del fantasma de lo colectivo? No se han podido pensar como tales, y por lo tanto, no han podido analizar el juego de fuerzas que se traducen en modos de circulación del poder. De esta manera producen formas de culpabilización y obturan búsquedas de resoluciones posibles. Así pues, no habitan el conflicto, por el contrario lo encubren.

Nos parece muy atinado que la investigadora nos proponga metodologías que “amplíen la comprensión del proceso vivido por los estudiantes y habiliten acciones exitosas de apoyo e intervención”.

Una metodología que toma en cuenta el proceso de individuación de los estudiantes y las transformaciones que en ellos se producen al enfrentarse con nuevos saberes y desafíos.

En su búsqueda teórico-vivencial Adriana Montequín se apoya en las configuraciones sistémicas ideadas por Bert Hellinger. En efecto, para intentar cualquier camino de transformación es necesario tener una perspectiva y explicitarla. No se trata de adherir a un método y aplicarlo a cualquier situación, antes bien, se trata de un posicionamiento que permita mirar las situaciones. En otras palabras, supone como dijimos, crear sentidos y poder explorar su pertinencia sin que se convierta en receta generalizable. Este punto de vista, necesariamente tiene que estar avalado, como en el caso de la autora, por una experiencia que sirva de soporte a sus prácticas.

La compleja tarea de la transmisión en cualquiera de sus instancias debe permitir construir lazos, tramas, que sostengan nuevos devenires en mundos inciertos en donde, a su vez, también los soportes deben construirse de manera singular en cada situación.

Por esta razón, no se trata de generalizaciones abstractas y universales, sino de la construcción permanente de una ética colectiva del sostén.

María Laura Méndez

Buenos Aires, agosto de 2019

Aprender y Educar sin agotarse

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