Читать книгу La ciudad latinoamericana - Adrián Gorelik - Страница 10
ОглавлениеEn cierto sentido, estas comunidades en que nuestros inmigrantes viven sus más modestas vidas pueden ser consideradas modelos para la nuestra. […] Estamos alentando un nuevo espíritu aldeano.
Robert Park, 1925[55]
Las barriadas no son obra de la derrota ni de la delincuencia [sino] un mundo viviente, terrible, fuerte, cruel y victorioso.
José María Arguedas, 1958[56]
Un hilo curioso se tensa entre las frases de dos etnógrafos tan distantes como Park y Arguedas: la valoración positiva de la barriada (esa variante peruana en la familia de asentamientos informales de América Latina: favela en Brasil, villa miseria en Argentina, cantegril en Uruguay, ciudad perdida en México, población callampa en Chile, rancherío en Venezuela, entre las más conocidas) encuentra un anclaje a la vez obvio e imprevisto en la nostalgia comunitarista que permea en sus orígenes a la Escuela de Chicago, que reorientó la mirada antropológica desde el mundo aldeano hacia el mundo urbano moderno; así, con acierto Ulf Hannerz llamó “etnógrafos de Chicago” a los miembros de esta “escuela sociológica”.[57] La obviedad radica en que es muy conocida la enorme repercusión de las ideas y los métodos de la sociología urbana de Chicago en todo el mundo –y muy especialmente en América Latina– en las décadas centrales del siglo XX, de modo que no puede sorprender el encontrarse con algunos de sus motivos en cualquier trecho de literatura sociológica o antropológica del período. Pero el impacto de esas ideas y métodos quedó entre nosotros tan asociado al ethos modernizador de las teorías del desarrollo que resulta un poco inesperado recordar la ambigüedad constitutiva de su visión de la modernidad y, en especial, filiar a ella argumentos latinoamericanos que usualmente se han interpretado como contestación a su influjo.
Se trata, en rigor, de una ambigüedad compartida con buena parte de la teoría social clásica, que se nutrió de la idealización de la comunidad tradicional y del malestar frente a los efectos disolventes de la metrópoli moderna. Como señaló Robert Nisbet en un trabajo ya clásico, el extendido rechazo a la ciudad industrial dio base en el siglo XIX a “casi todas las proposiciones sociológicas relativas a la desorganización, la alienación y el aislamiento mental: estigmas todos de la pérdida de comunidad y pertenencia”.[58] Y si bien uno de los principales referentes teóricos de Robert Park fue Georg Simmel, que se cuenta entre los pocos autores clásicos que profundizaron en los efectos de la metrópoli sin manifestar una especial añoranza por las cualidades de la vida social desplazadas por ella, en la primera generación de Chicago aquel recelo fue un matiz siempre presente en los modos en que abordaron sus etnografías urbanas.
Por otra parte, conectar directamente a Park con Arguedas supone sustraer el tema de la barriada de su propia conexión interna con las manifestaciones anteriores de la pobreza urbana en cada ciudad y cada país (como el conventillo en Buenos Aires o el cortiço en Río de Janeiro), enfatizando en cambio el modo en que las ciencias sociales de los años 1950, en pleno proceso de refundación en toda América Latina, crearon un objeto enteramente nuevo a partir de los instrumentos tomados de modo dominante de la Escuela de Chicago. Es más, veremos que prácticamente toda la reflexión latinoamericana sobre el tema de las poblaciones “marginales” –término en sí mismo objeto de grandes controversias en el período– fue matrizado por un debate antropológico suscitado dentro de una clásica problemática de la Escuela de Chicago: las peripecias de la adaptación/aculturación en un mundo en transición. Me refiero al debate entre las nociones de folk-urban continuum, acuñada por Robert Redfield, y de cultura de la pobreza, formulada por Oscar Lewis para rebatir la anterior. Un debate para el que se podría extender lo que Juan Marsal sostuvo a propósito de la intensa penetración de las ideas de Redfield en América Latina: que fue recibido “como se recibe la lluvia en una región de sequía”.[59] Pero si para Marsal esto ocurrió por la simple carencia de un marco teórico apropiado en el sur de América, aquí me gustaría ensayar otra explicación: el espacio teórico delimitado por aquel debate permitió darle forma a la problemática en el modo completamente nuevo que las ciencias sociales de la región precisaban para ofrecer no ya una explicación de la pobreza en cada ciudad, sino un rasgo estructural que caracterizaba a la ciudad latinoamericana.
De hecho, lo primero que sorprende cuando se toma distancia de la naturalidad con que en el período se consideraba la pertinencia de la aplicación de las teorías de Redfield o Lewis en la investigación urbana latinoamericana es que ninguno de los dos se había propuesto explicar el tipo de marginalidad que interesaba aquí, el de la barriada o la villa miseria. Los trabajos de Redfield se iniciaron bastante antes de que esta fuese focalizada por las ciencias sociales; en verdad, él se propuso analizar los efectos transformadores del contacto civilizatorio (modernizador) en la comunidad tradicional, y si lo hizo en pueblos y ciudades latinoamericanas fue porque en este continente podía encontrar en contigüidad espacial los diferentes estadios de eso que él veía como un continuo temporal desde la comunidad folk a la vida urbana cosmopolita, pero no necesariamente porque estuviera sensibilizado por las grandes migraciones rural-urbanas que estaban comenzando entonces. Lewis ya estaba interesado en ellas, pero identificó el hábitat urbano de los recién llegados en la “vecindad” de la ciudad de México (el equivalente del conventillo en Buenos Aires), sin duda un receptáculo tradicional de la pobreza urbana, con un funcionamiento sociourbano muy diferente del de las “colonias proletarias”, como también se llamaba a las ciudades perdidas que surgían por doquier mientras Lewis hacía sus investigaciones.[60] Y, sin embargo, el debate entre ambos produjo el marco teórico más estimulante para definir algo tan nuevo como para partir en dos la historia de la ciudad latinoamericana, justamente porque señalaba también una escisión primordial dentro de ella.
En efecto, a lo largo de todo nuestro ciclo la villa miseria pasó de ser el diafragma delicado que materializaba el momento más dramático de la transición a la modernidad, a encarnar la otredad radical que parecía ofrecer salidas alternativas a la “ciudad burguesa”, pero siempre funcionó –al menos para las interpretaciones dominantes– como síntoma de una ciudad dividida: l’espace partagé, como tituló el geógrafo bahiano Milton Santos uno de los estudios más sofisticados destinados a precisar “los dos circuitos de la economía urbana de los países subdesarrollados”.[61] No se trataba por lo tanto de señalar solo que existían pobres en la ciudad, ya que siempre habían estado allí; se trataba ahora de señalar el dualismo estructural a través del cual la ciudad latinoamericana espejaba los abismos económicos y sociales en que se escindían las naciones latinoamericanas. Y la villa miseria era su síntoma elocuente porque venía a presentar esos abismos del modo más sobrecogedor posible, en la plena luz del escenario urbano, justamente el objeto de las visiones triunfalistas de la modernidad en que abundaba el período, cuestionándolas de raíz.
Esta es la gran transformación conceptual que produce la villa miseria –o mejor, que se produce a través de ella–, unificando una de las primeras y principales cuestiones que dieron cuerpo a la especificidad urbana latinoamericana. Como veremos aquí, la primera batería de estudios simultáneos de caso para producir una base de comparación en América Latina –es decir, la primera vez que las ciudades latinoamericanas se consideraron en el contexto de una problemática común– fue una investigación en poblaciones marginales en Lima, Río de Janeiro y Buenos Aires, promovida y financiada por Unesco entre 1956 y 1958. Como también veremos, los autores de esas investigaciones eran bien conscientes de que los fenómenos sociourbanos que analizaban mostraban tantas semejanzas como diferencias, pero lo más característico de sus aproximaciones es el lenguaje compartido que ensayan para definirlos. Esta nueva camada de poblaciones informales en las ciudades latinoamericanas era el resultado de las migraciones internas rural-urbanas, producto de la miseria del campo tanto como de la atracción de las ciudades, embarcadas en una industrialización sustitutiva que, con algunas diferencias en cada país, se desenvolvía desde la segunda mitad de los años treinta o la primera de los cuarenta. Pero el estudio y la caracterización del fenómeno van a comenzar a producirse desde mediados de la década siguiente, hacia 1955, dejando un hiato de unos quince años durante el cual no parece entrar en el ángulo de visión del pensamiento social.
Aquí hay que dejar sentada la notoria excepción de Río de Janeiro –a la que volveremos–, donde la favela había generado condiciones de visibilidad que se tradujeron en debates sociales y políticos y en estudios y propuestas de gran elaboración desde por lo menos la década de 1940. En el resto de los casos, en cambio, el fenómeno de las poblaciones informales nace al debate social y político en la estela del horizonte discursivo puesto por la modernización de las ciencias sociales en la década de 1950, una situación que, aunque se desarrolló con variantes en cada ciudad latinoamericana, emergió en un contexto conceptual homogeneizado por el instrumental de la sociología de Chicago. Y en un estudio como este, preocupado por entender la circulación de discursos disciplinares y los tipos de contacto cultural que esta va generando en cada sitio, vale la pena señalar que la conceptualización de la villa miseria fue muy diferente de lo que veremos cuando analicemos la relación entre discursos y objeto de la planificación urbana y territorial en la Parte II, cuando las nuevas corrientes de ideas que buscaban imponerse en el período tuvieron que recorrer territorios disciplinares y culturales muy heterogéneos, producidos por tradiciones muy diversas de pensamiento social y urbano, con los que fueron negociando puntualmente situaciones de compromiso con resultados poco unificables.
Un ejemplo significativo del desfasaje temporal entre el fenómeno sociourbano de la villa miseria y su construcción como problemática homogénea característica de América Latina puede verse en la película Los olvidados, de Luis Buñuel, de 1950. Con una crudeza que se convirtió en su sello y le costó la salida de cartel luego de pocos días de exhibición en México, la película narra las andanzas de una pandilla de jóvenes que se mueven en los bordes escabrosos de la sociedad, con un tono que va de la picaresca urbana a la crueldad criminal. La película sigue a los jóvenes desde el centro de la ciudad, foco de sus operaciones, al arrabal precario en que viven con sus familias incompletas o disfuncionales: una aglomeración desordenada de “jacales”, casillas de adobe, chapa y madera, una inconfundible ciudad perdida de las que se multiplicaban al compás de las corrientes migratorias. Sin embargo, esos aspectos sociourbanos que hoy parecen inconfundibles al ver la película de Buñuel no tienen parte en la trama: el foco en esas figuras marginales prescinde de su posible asociación con las transformaciones contemporáneas de la ciudad, sin siquiera darle lugar en el argumento a la cuestión de las migraciones. Al punto que el único personaje “fuereño”, como se lo nombra en el filme, el Ojitos, un niño campesino que fue abandonado por su padre en el mercado, viene de Los Reyes, una población muy cercana a la ciudad, en el borde mismo del DF, cuya cercanía coloca el hecho del abandono en el marco de los movimientos pendulares cotidianos entre la ciudad y su área de influencia, una dinámica con una lógica sociourbana independiente del fenómeno migratorio.
Pero la evidencia más clara del modo, digamos, tradicional en que el filme tematiza la pobreza urbana aparece en el texto en off que funciona como prólogo. Con el fondo de imágenes de Nueva York, París, Londres y México, la voz en off sostiene que
todas las grandes ciudades mundiales, Nueva York, París, Londres, esconden tras sus magníficos edificios hogares de miseria que albergan niños mal nutridos, sin higiene, sin escuela, semilleros de futuros delincuentes […]. México, la gran ciudad moderna, no es la excepción a esta regla universal.[62]
¿Todas las grandes ciudades mundiales? Pensado desde el molde conceptual que muy poco después se impondría, este texto podría interpretarse como una estrategia de disimulo dirigida al público mexicano: el intento de Buñuel –en definitiva, un europeo– por normalizar la miseria del DF poniéndola en el contexto de las ciudades más importantes; intento fallido, en definitiva, a juzgar por las reacciones adversas que el filme generó.[63] Sin embargo, ese modo de entender la pobreza urbana también lo encontramos en un mexicano como Octavio Paz, en el texto que escribió para presentar la película ante la audiencia del festival de Cannes:
Esos niños son mexicanos, pero podrían ser de otro país, habitar un suburbio cualquiera de otra gran ciudad. En cierto modo no viven en México ni en ninguna parte: son los olvidados, los habitantes de esas waste lands que cada urbe engendra a sus costados.[64]
Apenas un año después, Oscar Lewis publicaría el primer resultado de su investigación sobre las migraciones en la ciudad de México –“Urbanization without breakdown”– y, si bien no enfocó el dinámico fenómeno de las ciudades perdidas que se expandían en el DF, eso no le impidió contribuir como pocos a que, en muy poco tiempo más, el modo de entender la pobreza urbana latinoamericana cambiara radicalmente, como veremos en los estudios realizados en Lima, Río de Janeiro y Buenos Aires en 1956-1958, pero también en los filmes y las novelas de esos años.[65] Como ya en los años sesenta advirtió Luis Alberto Sánchez, el tema de “la plaga suburbana e infrahumana llamada la barriada” sustituyó a partir de los primeros años cincuenta los viejos asuntos de la imaginación literaria latinoamericana, asumiendo un protagonismo casi excluyente dentro de cada cultura nacional y produciendo una separación definitiva tanto respecto de las propias tradiciones de marginalidad urbana como de sus análogos europeos.[66]
Claro que en esa primera mitad de los años cincuenta son muchas más las cosas que estaban cambiando en los más diversos escenarios: conviene recordar que la devastación de la guerra, con sus consecuencias de miseria, carencia de habitación para multitudes y desorganización social, estaba apenas comenzando a superarse en las ciudades europeas, y que serían necesarios unos cuantos años más antes de que el boom económico generara condiciones completamente novedosas de modernización urbana; por poner un solo ejemplo, recién hacia 1954 terminaba en Gran Bretaña el racionamiento de muchos alimentos básicos, como el azúcar. De modo que las analogías de Buñuel y Paz entre México y las principales metrópolis encuentran en esos primeros años cincuenta otro fundamento en un mundo urbano occidental que está en vías de una gran mutación. Sin contar que el mismo boom de los “treinta gloriosos” pondría de manifiesto en algunos países europeos –en particular los del sur– fracturas estructurales que se expresarían de modos muy similares a las latinoamericanas, con migraciones desde las regiones desfavorecidas a las pujantes, y bidonvilles en las ciudades principales: todavía en 1976 Feos, sucios y malos, de Ettore Scola, mostraba la miseria en las colinas de Roma de un modo que no hace sencillo diferenciarla de la de Los olvidados.
Sin embargo, a partir de mediados de los años cincuenta la conceptualización de la precariedad urbana de las ciudades latinoamericanas parece volver impracticable esa confusión tan evidente. Así, en 1964 un joven Aldo Rossi podía escribir desde aquella Italia sobre Buenos Aires:
Entre las majestuosas “avenidas” de la ciudad burguesa y la extensión indiferenciada de las “villas miseria”, la grieta parece imposible de llenar. En este punto –incluso si consideraciones morfológicas y sociales pueden asociar estas bidonvilles a aquellas de otros pueblos europeos latinos, Madrid y Roma– el problema tiene características propias, perteneciendo a la dimensión del fenómeno del urbanismo en los países subdesarrollados de Sudamérica.[67]
Como se ve, tales “características propias” definían a las ciudades latinoamericanas dentro de la también novedosa región conceptual: los países subdesarrollados, el Tercer Mundo. Conviene tener presente, en este sentido, que aquellos estudios sobre villas miseria promovidos por Unesco que dieron inicio a la investigación urbana comparada en América Latina fueron diseñados a partir de la experiencia previa realizada por Naciones Unidas para indagar en las “implicancias sociales de la industrialización y la urbanización” en África, Asia y el lejano Oriente.[68] La proporción inversa entre urbanización e industrialización, desacople completo entre dos de los procesos cuya mutua necesidad había postulado Weber al explicar el surgimiento de la modernidad europea, en los años cincuenta se convierte en pauta unificadora para explicar la ausencia de la modernidad en toda esa nueva y vasta región del mundo.
Sobre esa ausencia trabajó la noción de “modernización” que, como ya se ha dicho, encuentra una de sus primeras formulaciones en la obra de Redfield en México. Ya se ha hecho evidente que son varios los aspectos de nuestro tema que se entroncan en esa obra, por lo que revisarla, junto con los debates que generó, no supone solamente el análisis de un caso entre otros de circulación de las ideas científicas, sino la posibilidad de entrever, a través de la antropología, el espectro de figuraciones dentro del cual se movió entonces el pensamiento sobre la ciudad latinoamericana, figuraciones que se traducían también en políticas muy activas en la reconfiguración del mismo objeto que se buscaba conocer.
[55] “Community organization and the romantic temper”, en Robert Park y Ernest Burgess, The city. Suggestions for investigation of human behavior in the urban environment (1925), Chicago, The University of Chicago Press, 1984, p. 122.
[56] “¿Una novela sobre las barriadas?”, La Prensa, 4 de diciembre, 1958, p. 10. Citado en Françoise Aubes, “La Tierra prometida de Luis Felipe Angell”, América. Cahiers du Criccal, n° 21, 1998, Presses Sorbone Nouvelle.
[57] Ulf Hannerz, Exploración de la ciudad (1980), México, FCE, 1986. Hannerz establece una diferenciación productiva entre la cualidad etnográfica de las investigaciones de la primera generación de Chicago, y sus postulados ecológicos, aunque a menudo las críticas a la ecología urbana han obstaculizado la comprensión de aquellos aportes. La bibliografía internacional sobre la Escuela de Chicago es muy abundante y contrasta con la escasa atención que se le ha prestado entre nosotros desde el declive de su influencia a finales de los años sesenta; dos importantes trabajos sobre su entera trayectoria son Martin Bulmer, The Chicago School of Sociology: Institutionalization, diversity and rise of sociological research, Chicago, The University of Chicago Press, 1984; y Jean-Michel Chapoulie, La tradition sociologique de Chicago, 1892-1961, París, Seuil, 2001.
[58] Robert Nisbet, La formación del pensamiento sociológico (1966), Buenos Aires, Amorrortu, 1996, t. 1, p. 46.
[59] Juan Marsal, Cambio social en América Latina. Crítica de algunas interpretaciones dominantes en las ciencias sociales (Princeton, 1965), Buenos Aires, Solar-Hachette, 1967, p. 66. Se trata de un libro pionero en el estudio de las relaciones entre la Escuela de Chicago y las teorías de la modernización en América Latina.
[60] Emilio de Antuñano analiza muy bien esta opción de Lewis por la vecindad como objeto de estudio para entender a los migrantes en la ciudad, en lugar de las colonias proletarias que ya proliferaban. Véase “Mexico City as an urban laboratory: Oscar Lewis, the ‘culture of poverty’, and the transnational history of the slum”, mimeo (agradezco al autor el acceso a él). Cabe señalar que, en algunas ciudades, los tugurios céntricos encontraron un nuevo rol en el escenario de la pobreza urbana abierto por las migraciones masivas como “cabeza de puente”, mientras los migrantes hacían su primera integración a la vida urbana, hasta que se organizaban colectivamente para la invasión y formación de una barriada. Así aparece, por ejemplo, en las investigaciones de John Turner y William Mangin sobre las barriadas de Lima. Véase William Mangin, “Latin American squatter settlements: A problem and a solution”, Latin American Research Review, vol. 2, nº 3, verano, 1967, p. 68.
[61] Véase L’espace partagé. Les deux circuits de l’économie urbaine des pays sous-développés, París, Éditions M.-Th. Génin, Librairies Techniques, 1975.
[62] Los olvidados, 1950, dirección de Luis Buñuel; guion de Buñuel con Luis Alcoriza y Juan Larrea y diálogos de Max Aub y Pedro de Urdimalas (Jesús Camacho). Sobre las peripecias de su realización y presentación, véanse Luis Buñuel, Mi último suspiro (memorias), Barcelona, Seix Barral, 1982, y Max Aub, Conversaciones con Buñuel, Madrid, Aguilar, 1984. Sobre las relaciones del filme con la ciudad de México, véase Julia Tuñón, “Ciudad, tradición y modernidad en la película Los olvidados de Luis Buñuel”, en Peter Krieger (ed.), Megalópolis. La modernización de la ciudad de México en el siglo XX, México, UNAM, 2006.
[63] Julia Tuñón menciona la posibilidad de que el texto se le haya impuesto a Buñuel, aunque también cita declaraciones de Buñuel en contrario, sosteniendo que decidió poner ese texto inicial “porque se da cuenta de que es un tema duro para las audiencias mexicanas”, en “Ciudad, tradición y modernidad…”, ob cit., p. 139.
[64] Octavio Paz, “El poeta Buñuel” (1951), recopilado en Las peras del olmo, Barcelona, Seix Barral, 1974.
[65] Respecto de la propia ciudad de México, Ariel Rodríguez Kuri parece respaldar estas consideraciones generales cuando sostiene que recién en 1956 el Séptimo Congreso Nacional de Sociología tuvo como tema dominante “la sociología urbana” y que los estudios migratorios del campo a la ciudad se desarrollarían a partir de 1960, mientras que en términos relativos había sido la década de 1940 la de mayor caudal de migrantes. Véase Ariel Rodríguez Kuri, “Secretos de la idiosincrasia. Urbanización y cambio cultural en México, 1950-1970”, en Carlos Lira Vásquez y Ariel Rodríguez Kuri, Ciudades mexicanas del siglo XX. Siete estudios históricos, México, El Colegio de México, 2009.
[66] Luis Alberto Sánchez, “Urban growth and the Latin American heritage”, en Glenn H. Beyer (ed.), The urban explosion in Latin America. A continent in process of modernization, Ithaca, Cornell University Press, 1967, p. 9 (el destacado, en castellano en el original).
[67] Aldo Rossi, prólogo al dossier “Argentina. Buenos Aires”, Casabella, nº 285, Milán, marzo, 1964, p. 5.
[68] Los tres seminarios regionales, realizados en 1954, 1956 y 1959, fueron publicados como: Unesco, Social implications of industrialization and urbanization in Africa, South of the Sahara, Londres, Unesco, 1956; Philip Hauser, Urbanization in Asia and the Far East, Calcuta, Unesco, 1957; y P. Hauser (ed.), La urbanización en América Latina, ob. cit.