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Prólogo

Hoja de ruta

Este libro trata sobre un fenómeno fulgurante que ocurrió en América Latina entre las décadas de 1940 y 1970, cuando la intensidad social, política y cultural de la transformación urbana interesó a lo más experimental de las ciencias sociales, que también se estaban reinventando en ese proceso. Se sabe que la ciudad contiene las más diversas dimensiones de la vida social, les da forma y les sirve de soporte y metáfora al mismo tiempo. Así ha sido a lo largo de toda la historia, pero ello no significa que la ciudad ocupe siempre un puesto de tal relevancia en la reflexión sobre la sociedad: solo en contadas coyunturas todo parece volverse “urbano”, desde los temas de la teoría política a los de la psicología social. Una de esas coyunturas fortuitas se produjo en el período que tomamos aquí, cuando la ciudad se volvió indistinguible de las nociones de modernización y desarrollo, y las tres juntas ocuparon una parte decisiva de la conversación pública, de los programas políticos e intelectuales y de los temarios estatales. El resultado fue la creación de la ciudad latinoamericana como una figura de la imaginación social. Porque la ciudad latinoamericana de la que se habla en este libro no tiene una existencia material; no es –digamos– una “ciudad real”, sino un artefacto de la inteligencia, que organizó en torno de la cuestión urbana una serie de representaciones sobre el pasado y el presente de América Latina, y muy especialmente, sobre los rumbos necesarios para su transformación.

Se trató de una figura muy potente, que activó no solo el pensamiento social latinoamericano, sino que atrajo la atención de los centros intelectuales más diversos, en particular los de los Estados Unidos, de donde provenían instrumentos analíticos novedosos para abordarla y buena parte de los modelos institucionales, así como de los recursos económicos que permitían hacerlo. La ciudad latinoamericana tenía, por cierto, especiales atractivos para generar tal interés, ya que permitía asomarse a varios mundos que parecían remitir, a la vez, a diversas eras históricas: su transformación explosiva coincidía con la experiencia de muchas ciudades del Tercer Mundo, en regiones que comenzaban su urbanización con migraciones multitudinarias del campo a la ciudad, similares a las que ocurrían en nuestro continente; pero a diferencia de la mayoría de las ciudades asiáticas o africanas, esa transformación tenía por detrás siglos de plan urbano, ya que aquí la ciudad fue, desde el siglo XVI, un experimento de avanzada del pensamiento europeo que moldeó el continente y fue moldeado por él.

La propuesta general del libro, entonces, es una historia intelectual del pensamiento sobre la ciudad que permita recuperar, a través del prisma urbano, el fulgor de esas décadas de mediados del siglo XX, el período en el que quizás con mayor perseverancia llegó a formularse la idea de Latinoamérica como proyecto, sea en versión desarrollista o revolucionaria. La apuesta es que, al colocar a la ciudad en el centro de la dinámica intelectual de esas décadas como la cifra perdida que estructuró programas culturales, políticos y también académicos, se consiga dar una nueva inteligibilidad al período de conjunto.

Para hacerlo, el libro se organiza en cuatro secciones: una apertura y un cierre, y dos partes centrales. En la Apertura se ofrece un cuadro general del ciclo de la ciudad latinoamericana, con foco en dos cuestiones: el modo en que el pensamiento sobre la ciudad se fue tramando con las más variadas dimensiones del debate político-intelectual y de las ciencias sociales en todo el continente (temas, protagonistas, instituciones), y el rol que jugaron las relaciones con los Estados Unidos para definir tanto el modo de interrogación de la ciudad cuanto su magnitud política, en momentos en que la Guerra Fría redefinía ambos, el campo académico-intelectual y el político. Y si puede calificarse como “ciclo” es porque aquellos temas, protagonistas e instituciones que producen la ciudad latinoamericana describen juntos durante esas décadas el pasaje a través de un arco completo de posiciones: desde el desarrollismo al dependentismo, desde el optimismo modernizador a su inversión radical, la exigencia revolucionaria que, si bien no fue menos optimista, reservaba un lugar opuesto para la ciudad en su modelo de transformación social.

En la Parte I, “Por el camino de la etnografía”, se reconstruyen los debates sobre las migraciones del campo a la ciudad y sus manifestaciones propiamente urbanas: la proliferación de villas miseria, favelas, barriadas, y todas las formas de la marginalidad, un término que en sí mismo iba a ser objeto de grandes controversias a lo largo del ciclo. Sabemos que las relaciones campo/ciudad han sido decisivas en toda la historia latinoamericana, pero quizás nunca recibieron tanta atención ni fueron objeto de tanta especulación teórica o vehículo para tantos experimentos como a lo largo de este ciclo. Se trata de debates etnográficos y sociohabitacionales que proveyeron a la ciudad latinoamericana de su definición más característica, ya que lidiaron con un fenómeno que en muy pocas décadas llegó a invertir los patrones demográficos de América Latina convirtiéndolo en un “continente urbano”, tan marcado por la precariedad y la desigualdad como antes, cuando era un “continente rural”, aunque en la ciudad esas características ganaron una visibilidad que las puso en el tope de la preocupación pública. Los capítulos de esta parte siguen los debates desde sus comienzos en Chicago y en México, revisan sus cristalizaciones institucionales en Puerto Rico y Colombia, y las experiencias que se realizaron en esa senda en Lima, Río de Janeiro y Santiago de Chile, donde el tema alcanzó una envergadura sociopolítica que trastocó todo lo que se venía pensando al respecto.

En la Parte II, “Bajo el signo de la planificación”, se analiza el surgimiento de un campo académico-intelectual específico para estudiar la ciudad e intervenir en ella, el de la planificación urbana y regional, que fue creando una urdimbre institucional con la aspiración de cubrir todo el continente. Pero, sobre todo, se busca entender la marca profunda que el verbo planificar, con su tensión hacia la praxis, dejó sobre el conjunto de la investigación social: basta verificar la presencia de los temas urbanos y regionales en los programas de las instituciones latinoamericanas de ciencias sociales desde su propia creación –esa proliferación de centros de estudios en cuyos nombres no suelen faltar las palabras “desarrollo” o “planeamiento”–, insertas en redes académicas internacionales, pero a las que aquella tensión a la praxis llevó también a vincularse, de modos crecientemente complejos, con los procesos de transformación locales y las demandas de los Estados nacionales, que habían adoptado la noción de planificación como un pasaporte voluntarista a la modernización social. En este caso, el curso que siguen los capítulos arranca en la experiencia de planificación regionalista del Valle del Tennessee y los planes de cuenca que se derivaron de ella en México, Argentina y Brasil; se detiene en la fase de la planificación desarrollista en Puerto Rico y Venezuela (Ciudad Guayana); acompaña el “desvío arquitectónico” que produce Brasilia, y finaliza con la consolidación institucional de la red de pensamiento urbano con doble foco en Santiago de Chile y Buenos Aires, analizando muy especialmente el rol que tuvo en esa consolidación la experiencia de la Cuba revolucionaria.

Finalmente, en el cierre “Compañeros de ruta”, se vuelve a recorrer todo el ciclo, pero a través de las miradas, a veces escépticas, a veces comprensivas, de la historia y la crítica cultural. El imperativo planificador creó un campo historiográfico a su medida: el de la historia del proceso de urbanización, inclinado de forma excluyente a los enfoques sociodemográficos sobre la ciudad. En ese contexto, sin embargo, para su definición, la ciudad latinoamericana precisó una perspectiva cultural, que quedó a cargo de las tres figuras excepcionales de Richard Morse, José Luis Romero y Ángel Rama –muy contrastantes respecto del conjunto y muy diferentes entre sí–, que nos permiten entender desde otro ángulo el final de toda una época en la concepción de los estudios urbanos y su reemplazo por la cultura urbana latinoamericana.

Como se puede advertir, todas las secciones recorren el ciclo completo, pero desde perspectivas diferentes, porque cada una lo reconstruye por medio de los distintos lenguajes con que la ciudad latinoamericana fue producida: las voces de la etnografía y la sociología, de la arquitectura, la planificación y la historia cultural, pero también los dialectos de las instituciones gubernamentales o de los centros de investigación, de las fundaciones norteamericanas o de las agrupaciones de base. Como toda figura de la imaginación social producida en el pasado, la ciudad latinoamericana no surge del trabajo histórico con una silueta unívoca, sino como un mosaico desajustado, hecho de piezas irregulares que no calzan entre sí con exactitud: representaciones sociales, discursos científicos, programas políticos, imaginaciones artísticas, ideologías. Mucho de lo que se escribió en aquel tiempo sobre la ciudad (muchas piezas de ese mosaico) hoy se presenta como una jerga hermética, jeroglíficos de una era que, tanto por el economicismo desarrollista o dependentista como por el estructuralismo funcionalista o marxista, entendió la ciudad desde una matriz cientificista y a la vez altamente ideologizada que hoy resulta indescifrable para cualquier lector lego. Sin embargo, en su tiempo esos textos contribuyeron con la formación de una vasta constelación cultural: nunca como entonces en América Latina la ciudad formó parte tan activa de los principales diagnósticos y programas políticos e intelectuales. Ese hallazgo está en la base de la investigación que llevó a este libro, y lo convierte en un esfuerzo de traducción a fin de despejar el velo de aquellos lenguajes esotéricos y reponer la extraordinaria potencia que llegó a tener la imaginación urbana en la definición de cuestiones clave de América Latina en esas décadas cruciales del siglo XX.

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Todo el libro apela a la metáfora del viaje, porque el ciclo de la ciudad latinoamericana, sus ideas y sus protagonistas describieron itinerarios que la investigación debió seguir para comprender. En términos más amplios, busca expresar la idea de que una de las formas de captar lo que pueda llamarse “latinoamericano” reside en el tránsito cultural, en los desplazamientos y los contactos de ciudad en ciudad y de país en país. Muchas veces, los argumentos del libro se detienen en episodios específicos (en ciudades o países), pero no porque se tomen como casos representativos, ni porque en su simple adición pudieran dar cuenta de América Latina, sino porque funcionaron como nodos de imaginarios y debates transnacionales que se asumieron como latinoamericanos.

Ahora bien, es sabido que no resulta sencillo estudiar cuestiones de dimensión latinoamericana desde un país latinoamericano: nuestras concepciones historiográficas, nuestros archivos y bibliotecas se formaron en un molde nacionalista que apenas ha sido modificado por estertores latinoamericanistas de escasa consecuencia para alterar el panorama general. Y mientras las tradiciones historiográficas sostienen la fragmentación nacionalista, las tradiciones culturales y la realidad del mercado conectan con mayor fluidez cada centro urbano latinoamericano con diversos focos mundiales antes que con otras ciudades del continente, incluso vecinas: es más sencillo encontrar en las librerías de Buenos Aires un libro editado en Madrid o Barcelona que uno escrito y publicado aquí enfrente, en Montevideo, por no hablar de los que se publican en Lima o San Juan de Puerto Rico. Existe internet, por suerte, pero sabemos lo lacunar del conocimiento que ofrece, las enormes mediaciones que establece con los hechos de los que da cuenta; así, queda reducida a una suerte de complemento, utilísimo, pero para quienes tienen otras fuentes de recursos, provenientes de experiencias menos virtuales.

Los únicos centros académicos que se han preocupado por reunir de modo sistemático a lo largo de un tiempo considerable todo el material disponible para estudiar los países de esta región vistos como conjunto son los centros latinoamericanistas de los Estados Unidos y Europa, a cuyos archivos y bibliotecas debemos un agradecimiento infinito. Pero aunque no siempre es sencillo recurrir a ellos, quizás lo más difícil sea encontrar los caminos para usar lo mejor que esos centros ofrecen, manteniendo, sin embargo, un rumbo local para la investigación, es decir, organizado a través de los problemas y las preguntas que parece necesario formular desde aquí. No porque se considere que la perspectiva local tenga alguna superioridad ontológica, sino todo lo contrario: porque se piensa que esa región imaginaria que llamamos “América Latina” se puede llegar a conocer mejor si se multiplican los lugares de enunciación –y con ello, los programas de preguntas y las formas de hacerlas–, ya que se trata de un objeto multiforme que solo puede recuperar sus diversas caras a través de una construcción plural. Así como la ciudad latinoamericana es una figura del pensamiento, también América Latina lo es, en cuanto sus modos de definición, sus roles y propósitos cambian con el tiempo y la geografía desde la que se los examina, y la productividad de lo que hagamos está asociada a la posibilidad de poner en un mismo plano de legitimidad programas de conocimiento que no coincidan necesariamente con los que se vuelven hegemónicos cada vez por la asimetría de los recursos académicos. Se trata, entonces, de buscar los modos de cubrir las extraordinarias carencias que tenemos en cada uno de nuestros países, sin perder de vista la autenticidad de los problemas y de las hipótesis para entenderlos que surgen de aquellas. Viajar mucho y, sobre todo, armar tramas cada vez más amplias de colegas e interlocutores es un camino para lograrlo: el que he tenido la suerte de tentar en los más de quince años que ha llevado el trabajo.

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En efecto, he tenido el privilegio de contar con soportes excepcionales que me permitieron pasar estadías completas en centros con bibliotecas fabulosas, viajar a los archivos de cada una de las instituciones que estudio en mi trabajo, recorrer las ciudades de las que hablo y, sobre todo, ponerme en vinculación directa con los grupos de personas que en cada país están trabajando estos temas, e incluso, con algunas de ellas, llegar a organizar proyectos colectivos transnacionales. Este prólogo es una “hoja de ruta” también porque quiero dar cuenta aquí de mis deudas con todo aquello que posibilitó esos recorridos, las instituciones y las personas que me ayudaron de un modo imposible de inventariar con precisión y detalle. Permítanme intentarlo de la manera más sucinta posible.

La investigación se abrió y se cerró entre dos ciudades muy especiales para mí, Berlín y Cambridge. Elaboré el proyecto con el que iba a ganar la beca Guggenheim en 2003 reuniendo materiales en el Instituto Iberoamericano de Berlín gracias a una beca del DAAD, y en la biblioteca de Cambridge, en una estadía como profesor visitante en el Centro de Estudios Latinoamericanos (CLAS), gracias a la curiosidad de David Lehmann. Más de una década después, con buena parte de la investigación realizada, organicé por primera vez lo que iba a ser el índice de este libro para un curso dictado nuevamente en Cambridge, pero esta vez como profesor Simón Bolívar, una experiencia maravillosa posibilitada una vez más por la generosidad de David, además del sostén de Julie Coimbra, Charles Jones y Felipe Hernández. Y encontré el tiempo y la concentración para realizar parte de la escritura en una estadía memorable en el Wissenschaftskolleg de Berlín, gracias a la persistencia de Shevy Jelin e Hilda Sabato y, por supuesto, a los compañeros y al equipo del Wiko. Como quiso alguna vez Guy Debord, yo recorría alucinado las calles de Berlín siguiendo las orientaciones del plano de mi ciudad latinoamericana, una colisión de experiencias que me gustaría que haya dejado su marca en este libro.

Entre ambos extremos, dos estadías en la Graduate School of Design de Harvard me abrieron ese mundo de bibliotecas inagotable (y con tantos insumos fundamentales para esta investigación), que pude disfrutar gracias al apoyo de Jorge Silvetti y Rodolfo Machado, de Inés Zalduendo, Mariano Siskind y Felipe Correa. Y, gracias a la beca Guggenheim, a partir de 2004 pude recorrer los lugares estudiados en el libro, con estadías en aquellos que resultaban más importantes, por sus archivos o sus instituciones, para el argumento que se iba conformando. En todos ellos conté con el auxilio desinteresado de una cantidad enorme de personas: si todo trabajo intelectual supone deudas, intercambios, ayudas inestimables, la escala latinoamericana de esta investigación, más su larguísima duración, da como resultado una lista portentosa. Así que voy a nombrar solo a los imprescindibles, mezclando tiempos y viajes, que en México DF, San Juan (Puerto Rico), Caracas, Bogotá, Lima, Santiago de Chile, Río de Janeiro, Brasilia y San Pablo fueron excelentes anfitriones, interlocutores, aliados, corresponsales, amigos (en unos casos, alguna de estas cosas; en muchos otros, todas): Arturo Almandoz, Silvia Álvarez-Curbelo, Renato Anelli, Nilce Aravecchia, Ricardo Benzaquén (inolvidable Ricardinho), Gonzalo Cáceres, Antonio Carlos Carpintero, Ana Castro, Maria Elisa Cevasco, Horacio Crespo, Alejandro Crispiani, Paulina Courard, Sergio Chejfec, Sarah Feldman, Teodoro Fernández, Néstor García Canclini, Guillermo Giucci, Beatriz Jaguaribe, Shariff Kahatt, Otávio Leonidio, Zé Lira, Jorge Lizardi, Claudio Lomnitz, Carlos Marichal, Juan José Martín Frechilla, Carlos Martins, João Masao Kamita, Germán Mejía, Joana Melo, Ricardo Medrano, Sandra Reina Mendoza, Sergio Miceli, Graciela Montaldo, Alejandra Monti, Ana Luiza Nobre, Fernanda Peixoto, Fernando Pérez Oyarzún, Heloísa Pontes, Chuco Quintero Rivera, Maria Alice Rezende de Carvalho, Luz Marie Rodríguez, Malena Rodríguez Castro, Enrique Rodríguez Larreta, Rafael Rojas, Pepe Rosas, Silvana Rubino, Francisco Sabatini, Alberto Sato, Adriana María Suárez, Mauricio Tenorio Trillo, Roberta Vasallo, Loreto Villarroel, Liliana Weinberg, Guilherme Wisnik. Con ellos recorrí las ciudades, accedí a archivos recónditos, conocí protagonistas del período que estudiaba, conversé sobre estos y tantos otros temas, fui perfilando mis hipótesis. Algunos fueron corresponsales forzosos: la cantidad de megabytes y kilogramos de papel que debe movilizar una investigación sobre América Latina podría ser un indicador objetivo de su dificultad; o, mejor, de que solo puede realizarse a través de una trama muy estrecha y militante de colegas y amigos. Tejerla fue al mismo tiempo un requisito de esta investigación y un estímulo para hacerla, y queda como uno de sus resultados perdurables.

Dos de esos amigos-interlocutores requieren una mención especial, porque sus aportes obligaron a giros importantes en el trabajo: Arcadio Díaz Quiñones, que a poco de comenzar me señaló que no podía faltar la experiencia portorriqueña por su riqueza en los temas que trataba, y me facilitó los contactos para una estadía en la isla que confirmó su sugerencia con creces, al punto de que Puerto Rico se convirtió en uno de los pivotes de la argumentación; y Mark Healey, que en diversas conversaciones insistió en que mi enfoque sobre la ciudad latinoamericana precisaba contaminarse con las representaciones sobre el mundo rural, algo que comencé a comprender al volver a trabajar sobre el Centro Interamericano de Vivienda de Bogotá, que me llevó a reorganizar el tratamiento de la Parte I.

Tengo que agradecer también a los protagonistas o testigos del ciclo que estudio que aceptaron conversar conmigo en los comienzos de la investigación, cuyas experiencias y percepciones sirvieron de orientación en ese mundo perdido de ideas: Sonia Barrios, Jordi Borja, Nora Clichevsky, José Luis Coraggio, Carlos de Mattos, Víctor Fossi, Gustavo Garza, Guillermo Geisse, Alberto Gurevich, Hilda Herzer, Elizabeth Jelin, Francis Korn, José Matos Mar, Marco Negrón, Pedro Pírez, Emilio Pradilla Cobos, Alejandro Rofman, Martha Schteingart, Marta Vallmitjana, Alicia Ziccardi.

Como en toda investigación larga, ha habido muchas instancias académicas (seminarios, cursos de posgrado) en las que avancé hipótesis de la investigación y me alimenté de los debates generados, así como publicaciones que acogieron artículos en los que fui elaborando y dando a conocer mis argumentos. Pido disculpas por no mencionarlas exhaustivamente. Respecto de las primeras, solo voy a destacar un curso en la Escola de Engenharia de São Carlos (Universidad de San Pablo) en 2007, porque el intenso intercambio con los colegas y los estudiantes incidió en la formulación de las hipótesis sobre la historia de la planificación que organizan la Parte II. Respecto de las publicaciones, no puedo dejar de señalar que varias ideas que sustentan la investigación fueron lanzadas en artículos escritos para Punto de Vista a comienzos de los años 2000; más importante todavía, que la revista fue la escuela donde cultivé este gusto por la traducción cultural de la historia de la ciudad y las ideas urbanas con el estímulo de Beatriz Sarlo, siempre entusiasta en promoverlo.

Todo eso pudo realizarse gracias al respaldo institucional del Conicet y la Universidad Nacional de Quilmes (UNQ), que me dieron completa libertad para llevar adelante la investigación y el sostén económico para hacerlo a lo largo del tiempo. En el caso del Centro de Historia Intelectual de la UNQ, recibí algo más: el diálogo constante con un grupo entrañable de colegas y amigos. Desde su creación por Oscar Terán, el Centro ha sido mi grupo académico de referencia: el trabajo en el seminario permanente de discusión (donde se leyó una versión de la Parte I) y, sobre todo, los proyectos colectivos de dimensión latinoamericana funcionaron todos estos años como una suerte de taller experimental en el que fui tentando las formas de comprensión histórica de la vida intelectual de la región. Mi agradecimiento para todos por este intercambio continuo puede resumirse en el nombre de Carlos Altamirano, principal mentor, a comienzos de los años 2000, del vuelco de los estudios del Centro hacia América Latina y del hábito de conformación de equipos transnacionales para realizarlos.[1]

Ya en el proceso de escritura, tuve la fortuna de contar con lecturas generosas de Anahi Ballent, Pablo Blitstein, Gonzalo Cáceres, Carlos Martins, Charly Reboratti y Hugo Vezzetti. Sus críticas y comentarios me ayudaron mucho a mejorar el libro, aunque, como es obligado hacer en estos casos, debo eximirlos de responsabilidad en los resultados, en los que quizás no se reconozcan. A la que no eximo tan fácilmente, en cambio, es a Graciela Silvestri: como en todos mis trabajos, ella ha estado presente desde las primeras hipótesis hasta las versiones finales, discutiendo, dando ideas, corrigiendo; después de tanto tiempo de hacerlo, ya se ha ganado el derecho de ser reconocida incluso en mis flaquezas o, mejor, ya que en las líneas generales parecemos muy diferentes, en esos detalles mínimos que, como han sostenido algunos críticos de arte para la pintura, delatan la autoría.

Por fin, debo un agradecimiento especial a Carlos Díaz y Caty Galdeano, que desde que tuvieron las primeras noticias de la investigación que iba a convertirse en este libro, lo incluyeron en los planes de Siglo XXI dándome un respaldo muy necesario en un proyecto tan incierto; y a Marisa García, por supuesto, por el trabajo de edición preciso y sensible de siempre.

Buenos Aires, diciembre de 2021

[1] Es imposible nombrar a todos los participantes de los proyectos que impulsamos desde el Centro de Historia Intelectual con temática latinomericana, de quienes aprendí muchísimo; cito los libros que surgieron como resultado, en los que están todos comprendidos: Carlos Altamirano (dir.), Historia de los intelectuales en América Latina, Buenos Aires, Katz, dos tomos, 2008 y 2010; Adrián Gorelik y Fernanda Peixoto (dirs.), Ciudades sudamericanas como arenas culturales, Buenos Aires, Siglo XXI, 2016 (edición brasileña en portugués por Sesc Edições, 2019); Sergio Miceli y Jorge Myers (orgs.), Retratos latino-americanos. A recordação letrada de intelectuais e artistas do século XX, San Pablo, Sesc Edições, 2019.

La ciudad latinoamericana

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