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ОглавлениеAdolescencia: reorganización y nuevos modelos de subjetividad
Adrián Grassi
El des-orden
Teniendo en cuenta que el título del trabajo anticipa la adolescencia como momento de transformaciones y cambios, algunas precisiones conceptuales provenientes de la epistemología del “pensamiento de los sistemas complejos” darán el trasfondo sobre el cual se plantean estos desarrollos.
Veamos el alcance de los términos organización, reorganización y lo que se denomina nuevas o neoorganizaciones. En un sentido amplio, reorganización implica que un orden o “estado de la cosa” es cambiado, transformado por reacomodamientos, reordenamientos, por des-orden de lo existente. La incorporación de nuevos elementos des-ordena lo establecido dando lugar a organizaciones neo.
Para el pensamiento de los sistemas complejos, un orden organizacional puede nacer a partir de un proceso que produce desorden. La complejidad de la relación orden/desorden/organización surge, entonces, cuando se constata empíricamente que fenómenos desordenados son necesarios en ciertas condiciones, en ciertos casos para la producción de fenómenos organizados, lo cual contribuye al incremento del orden (Morín, 2003).
La peculiaridad de la escritura “des-orden” es utilizada aquí para destacar varios sentidos del término. En lo que a producción subjetiva y adolescencia se refiere, des-orden no es mera oposición a orden ni dicho des-orden aparece por descuido, des-gano, negativismo o rebeldía adolescente (aunque todo esto pueda estar presente en alguna medida). Des-orden no es producto de una carencia del sujeto ni deviene por “evolución natural” del desarrollo. Des-orden es meta a alcanzar mediante un esfuerzo de trabajo psíquico y su realización comporta un rédito positivo en la producción de subjetividad, afirmación esta que acompaña los desarrollos del presente trabajo.
En otro sentido, diferenciamos des-orden de desorganización o batifondo (Balandier, 2005), de su antítesis anti-órden, como de la negación simple no-orden. Existen procesos adolescentes que pueden tomar esas derivaciones en la medida en que aparezcan importantes interferencias (intra o intersubjetivas) que obstaculicen el procesamiento o metabolización de los elementos nuevos que se presenten. También son conocidas distintas resistencias al des-orden, más allá de las de los padres e instituciones, las propias del mismo adolescente.
Lo puberal-lo adolescente
La vida psíquica encuentra distintos momentos en los cuales se trata de inscribir, incorporar, metabolizar lo heterogéneo y así re-organizar, re-ordenar, des-ordenar lo previo. Movimientos inaugurales constitutivos del psiquismo. En su devenir, la subjetividad trabaja la adolescencia produciendo transformaciones. Estos trabajos denominados lo puberal-adolescente implican un potencial saludable (no siempre desarrollado) de cambio. Lo puberal-adolescente, al encontrar condiciones de desarrollo, es una puesta en des-orden del statu quo promotor de neoorganizaciones. Distintos autores plantean la adolescencia como segundo nacimiento, aquí destacamos cuáles son esas nuevas organizaciones psíquicas de las que ella es origen y génesis.
Siendo que desorden, reorganización y neo organizaciones aparecen ante la incorporación de lo nuevo, de lo distinto, de lo hetero; lo puberal-adolescente trabaja para su incorporación y homogenización, lo proveniente de distintas fuentes:
a) Un campo estrictamente intra-subjetivo como son los cambios corporales y las vicisitudes de la historia personal.
b) Un campo de inter-sujetividad que abarca las relaciones familiares, al conjunto de los coetáneos y un círculo más amplio, con quienes se comparte un período histórico-político-social.
c) Un campo que, vía transmisión generacional de la vida psíquica, toma una dimensión trans-subjetiva que conecta con las generaciones precedentes.
Puntualizamos distintos elementos heterogéneos a metabolizar en este período:
1) Crecimiento y desarrollo que jaquean la identidad
Los cambios corporales relativos al desarrollo y nuevo funcionamiento endocrino y hormonal, que producen el crecimiento del cuerpo y la aparición de los caracteres sexuales secundarios, imponen al psiquismo un trabajo de simbolización. La maduración biológica (bruscos cambios de estatura, peso y proporciones corporales, aparición de vellosidad, cambios de voz, etc.), que irrumpe en ambos sexos entre los 12 y los 16 continuando durante varios años, replantea en simultáneo las identidades enraizadas a lo somático. A la vez, el crecimiento del aparto genital, la maduración de sus órganos sexuales internos y externos (producción de líquido seminal, la ovulación y la llegada de la menstruación, el desarrollo de los senos, aparición de vello pubiano) son elementos que anuncian al psiquismo un trabajo de metabolización de las diferencias de género sobre el desarrollo de la identidad sexual. La maduración biológica con todo este nuevo funcionamiento endocrino y hormonal, el crecimiento corporal con sus transformaciones y metamorfosis son la materia prima, lo hetero a metabolizar.
Los cambios corporales piden una revisita de la imagen especular. Un nuevo pasaje por el estadio del espejo como formador de la función del yo (Lacan, 1975), el cual no es sin su imagen corporal, anuncia la importancia que toma la mirada, el tacto y el tiempo dedicado a decorar sus cambios. A la vez que con la apertura hacia la genitalidad, el cuerpo pre-genital queda chico y limita al/la adolescente para registrar sus nuevas experiencias y exploraciones (Wassermann, 2005). Con el erotismo ligado a la genitalidad, la eyaculación y lo orgásmico en general, se registran nuevas vivencias, experiencias y sensaciones que requieren de inscripciones psíquicas para su significación (1).
Es común en los años de pubertad y adolescencia la aparición de fenómenos de alteración de funciones corporales, tales como trastornos digestivos y alimentarios, las alteraciones de los ritmos del sueño, trastornos corporales producidos por el exceso en la ingesta de bebidas alcohólicas y otras sustancias, las actuaciones sobre el terreno de lo corporal con autoagresiones y automutilaciones, las diversas marcaciones (voluntarias e involuntarias) sobre la superficie de la piel, la aparición de enfermedades psicosomáticas, fenómenos conversivos y angustia hipocondríaca. Todos estos desarreglos funcionales acompañados además de temores, cuando no terrores referidos a lo corporal y sus límites, son una muestra suficiente para dimensionar que la subjetividad requiere de trabajos de integración psicosomática y que no alcanza con el decurso del proceso de maduración biológica per se para que esta quede establecida.
La subjetividad demanda encontrar nuevos ordenamientos, re-ordenar, des-ordenar las relaciones del cuerpo infantil con la propia historia, con los padres de la infancia, con la infancia de los padres, con su lugar en el circuito de deseo familiar. Demanda replantear las identificaciones infantiles enraizadas en lo somático y en la familia. Se requieren nuevas organizaciones que signifiquen, que den sentido al crecimiento y la genitalidad. La simbolización del crecimiento del cuerpo (erógeno) con su naciente genitalidad implica trabajos psíquicos en relación con el estadio del espejo y sus categorías (narcisismo e identidad, “lo extraño”, fort-da) y del complejo de Edipo (identificaciones sexuales, de género y generacionales) que comprometen toda la estructura del aparato psíquico.
Es conocido y aceptado el planteo de la adolescencia como un período de crisis y duelo. Crisis de identidad, duelo por el “ser infantil”. Son los duelos por los padres de la infancia, por la historia de las relaciones infantiles de objeto, por la mismidad, por el self si se quiere, que toman un carácter distintivo respecto de otros duelos como la pérdida de un objeto. Aberastury y Knobel (1971) se han ocupado ampliamente de describir los trabajos de duelo del adolescente. No obstante, no puede soslayarse un planteo que contenga la idea de que los duelos y las crisis de la adolescencia se juegan en un terreno que es el de un sistema de relaciones, en este caso familiares. De allí que creemos más apropiado nombrarlas no tanto como crisis de, sino en la adolescencia, para incluir todo lo que comprometen de circuitos libidinales de “lo puberal de los padres” (Gutton, 1993) y del reposicionamiento generacional (Kanciper, 2007), punto que retomaremos más adelante.
Los trabajos de duelo en la adolescencia son paradojales (Rodulfo, 2004). El fin de la infancia requiere de una caída, una muerte, pero a la vez de una conservación superadora, transformación de lo infantil. Algo se pierde pero los referentes simbólicos de la identidad son resignificados (nombre, apellido, filiación, pertenencia a un sexo, a un grupo de origen, a una generación). Los nexos con el cuerpo de la infancia, con la historia de las elecciones libidinales y de la relaciones objetales familiares, con la genealogía entran en un proceso de resignificación e historización aun incierto en cuanto a su devenir y que se inicia con los procesos adolescentes (Rother de Hornstein, 2006). Sabido es que para el psicoanálisis, la temporalidad no se plantea como una continuidad lineal entre pasado, presente y futuro. “La historia es el pasado historizado en el presente, historizado en el presente porque ha sido vivido en el pasado” (Lacan, 1981: 27). El psicoanálisis ha desarrollado conceptos (retroactividad, series complementarias, repetición, por ejemplo) que muestran la complejidad de las relaciones entre el pasado y el devenir, relación que puede plantearse entre temporalidad y causalidad psíquica.
2) Los dos tiempos o fases de la sexuación (y el entretiempo)
Dada esta peculiaridad de la sexualidad humana de constituirse en dos tiempos o fases (Freud, 1905), cabe preguntarse por la relación entre la sexualidad infantil (historia libidinal, historia de las relaciones de objeto en la infancia) y la sexualidad adulta (con su hallazgo de objeto y procreación como nuevo fin). ¿Cómo se articulan pasado, presente y futuro en lo que a identidad sexuada, identidad de género, hallazgo de objeto y nuevo fin se refiere?
Vaya en esta cita nuestro homenaje a Silvia Bleichmar, de quien tomamos su planteo sobre los dos tiempos de la sexualidad humana:
(...) no corresponden a dos fases de una misma sexualidad, sino a dos sexualidades diferentes: una desgranada de los cuidados precoses, implantada por el adulto, productora de excitaciones que encuentran vías de ligazón y descarga bajo formas parciales y otra con primacía genital, establecida en la pubertad y ubicada en el camino madurativo que posibilita el ensamblaje genital, no constituyendo entonces una simple reedición del acmé de la sexualidad infantil, sino un modo de recomposición ordenado y guiado por la existencia de una primacía de carácter genital (Bleichmar, 2006: 95).
Respecto de estos dos tiempos o formas de la sexuación, nuestra proposición: lo puberal-adolescente es el entretiempo de la sexuación, en la medida en que la culminación de la sexualidad (infantil) no se produce (si es que alguna vez lo hace) automáticamente y deviene en su conformación normal definitiva (adulta). Requiere de estaciones de recambio de su identidad infantil, de des-orden del cuerpo, del objeto familiar, del reposicionamiento generacional. Entre re-edición y repetición, lo puberal adolescente tiene urgencia de transformar y crear. Urgencia por la inscripción de un cuerpo que conlleve una identidad diferenciada de lo infantil, de lo conocido y parental, con rasgos originarios y que contenga el deseo genital ligado a un objeto no-familiar (2). Entre repetición de lo viejo e inscripción de lo nuevo, lo puberal adolescente demanda un proceso identificatorio que se debate entre principio de permanencia y principio de cambio (Aulagnier, 1991).
Sabido es que la pubertad y adolescencia requieren de un tiempo de maduración, período variable más o menos prolongado y duradero, intervalo con diferentes capítulos como finales abiertos e inciertos. Estación de recambio del cuerpo, del objeto, del emplazamiento generacional. Si bien es momento propicio para las repeticiones de los modelos de las relaciones de objeto de la infancia, del narcisismo, del complejo de Edipo, de la historia infantil y el pasado familiar, también es empuje y oportunidad para el origen y los nuevos comienzos.
No habría que olvidar que la conclusión del momento infantil de la sexualidad, final del complejo de Edipo previo a la latencia, plantea varias posibilidades respecto del destino de la libido:
No veo razón alguna, para denegar el nombre de represión al extrañamiento del yo respecto del complejo de Edipo, si bien las represiones posteriores son llevadas a cabo la mayoría de las veces con la participación del superyó que aquí recién se forma. Pero el proceso descripto es más que una represión; equivale cuando se consuma idealmente a una destrucción y cancelación del complejo. Cabe suponer que hemos tropezado aquí con la frontera no muy tajante entre lo normal y lo patológico. Si el yo no ha logrado mucho más que una represión del complejo, éste subsistirá inconciente en el ello y más tarde exteriorizará su efecto patógeno (Freud, 1986: 146).
En este sentido, no es menor la diferencia que puede establecerse entre desplazamiento de la libido por represión de deseos incestuosos y desasimiento o remoción de la libido por sepultamiento del complejo de Edipo. Así, en la adolescencia, no habría necesariamente una mera transferencia o desplazamiento automático (represión mediante) de libido desde los objetos incestuosos, de lo familiar hacia el afuera de lo familiar. Con la aparición del deseo genital —tanto fuente como objeto y fin de la pulsión— se requiere de nuevas inscripciones, de nuevas organizaciones psíquicas.
Dicha operatoria, sepultamiento del complejo de Edipo mediante, se produce no sin conflicto, no sin las marcas de la historia familiar (libidinal) infantil y no sin la consideración por lo nuevo y no familiar del objeto. El conflicto, que como anticipamos puede tener resoluciones diferentes (3), se expresa en términos de un cuerpo pre-genital que conlleva las marcas del deseo del Otro familiar, la sexualidad del adulto inscripta en el cuerpo del niño y que ahora, con el devenir puberal adolescente, el cuerpo constituye deseo genital en un vínculo no-familiar. Lo puberal-adolescente es ese entretiempo de trabajos específicos, lugar de transformación e inscripción del cuerpo (erógeno) pre-genital en cuerpo genital y de objeto familiar en objeto de deseo no-familiar.
3) Erotismo genital y hallazgo de objeto alteran “lo familiar”
Tanto en la inscripción del cuerpo genital como en este pasaje a elección de objeto heterofamiliar, “el vínculo al otro” (Berenstein, 2005) compañero/a sexual, sujeto de deseo, es marca que funda e inaugura. En lo que a constitución del cuerpo genital se refiere, señalamos que la iniciación sexual marca un antes y un después, un hito en los procesos de subjetivación, el cual no es sin “el otro”. El otro (a la vez par y extraño), en su función de compañero/a sexual (opaco, ajeno), en presencia (y diferencia), con su participación coadyuva en la inscripción del cuerpo genital. A la vez que en la inscripción del cuerpo genital coadyuva, y no sin una profunda angustia, en la inscripción de la categoría misma de la alteridad del objeto (Bleichmar, 2007). De allí que el objeto más que extra-familiar, sea extra-familiar.
Si bien cobran nuevas significaciones las diferencias sexuales, ahora genitales, de género y el pasaje de la bisexualidad a la homo u heterosexualidad, cobran también nuevas significaciones las diferencias intersubjetivas. La genitalidad constituyéndose en vínculo, en lo hetero, da una nueva vuelta por la alteridad. Como en otras instancias de pasaje, este no se produce sino en mutualidad (Winnicott, 1991). Quedando pendiente un desarrollo que considere las relaciones entre mutualidad y alteridad, adelantamos que se abre una perspectiva con la diferencia que venimos desarrollando entre fusión-confusión y co-fusión.
Estas conceptualizaciones retoman ideas freudianas de las Metamorfosis. Una de ellas, no suficientemente destacada pero consecuencia del “altruismo de la pulsión”, es que la inscripción de la radical diferencia del otro sexo abre a la inscripción de las diferencias con el objeto. Con el coito se inscriben y reinscriben diferencias corporales, de género y desiderativas. El otro se constituye en su alteridad como sujeto de deseo.
4) La sucesión generacional y su reordenamiento
El reacomodamiento que la adolescencia implica por sus posibilidades de fecundación y procreación impone al psiquismo un trabajo de simbolización de un nuevo emplazamiento generacional. El corrimiento y reubicación generacional (hijo-padre-abuelo) deviene des-orden no por el inexorable paso del tiempo. El potencial pasaje de hijo/a y su proyección como padre/madre, y consecuentemente el pasaje de padres a abuelos etc., es un corrimiento generacional cuya metabolización implica un deseo de muerte y asesinato de los progenitores como operaciones simbólicas (Winnicott, 1970).
La elección de la formulación “deseo de muerte de los progenitores” guarda la suficiente ambigüedad como para dar lugar a la consideración de que los procesos de crisis y duelos, como se mencionara anteriormente, son en la adolescencia, a la vez que del adolescente; es decir, que se producen en un campo que es de intersubjetividad. Si los padres tienen que sobrevivir al asesinato (simbólico), deseo de muerte del cual son objeto por parte del hijo/a, los hijos también han de sobrevivir a los deseos destructivos e incestuosos en las distintas formas que puedan tomar de los padres respecto de su progenie. Lo puberal de los padres es un desarrollo conceptual que sitúa las crisis en la adolescencia, y no sólo en la doble vertiente de los trabajos psíquicos de hijos y padres, sino sobre todo en su mutua, relativa o absoluta dependencia (4).
En el mismo mito de Edipo está planteado el tema para el protagonista, quien en más de una oportunidad tiene que sortear la muerte proveniente de un deseo de su padre Layo. En su gestación, primero denegada y acontecida bajo la forma de un engaño, como en su nacimiento, donde es mandado a matar y sobrevive al deseo de muerte que lo precede y con el cual se estructura. Posteriormente en su juventud, cuando se produce el encuentro entre ambos en el cruce de caminos, donde se enfrenta a Layo, quien es muerto en la disputa luego de haber amenazado de muerte, una vez más, a su hijo Edipo.
Del lado de la psicopatología también llegamos a que el “deseo de muerte de madre/padre a hijo/a” más directo, menos elaborado o sublimado se hace inevitable en la evaluación de algunos cuadros graves. Un panorama más amplio y no sólo en las relaciones padre-hijo/a se puede continuar en la diferencia que traza (Aulagnier, 1977) entre deseo de hijo y deseo de maternidad, lo que más ampliamente traducimos en términos de padre-madre/progenitor/a, como diferencia de las funciones simbólicas logradas y su degradación. Que en la adolescencia se sobreviva al deseo de muerte y asesinato es fundante del pasaje generacional y para llegar a un nuevo emplazamiento se requiere que lo adolescente simbolice dicha experiencia. Este nuevo emplazamiento generacional simultáneamente implica un nuevo registro de la temporalidad, construirse un pasado va a posibilitar proyectar un futuro. El devenir en cuanto proyecto identificatorio no es sin ligaduras con la genealogía, la sucesión generacional, el por-venir y el azar.
1. Estas nuevas experiencias son en principio registradas como tales por el proceso originario. Puede seguirse la participación del proceso originario con el concepto de excorporación del objeto como previo a su hallazgo en Grassi, A. “Metamorfosis de la pubertad: el hallazgo (?) de objeto, su registro originario”, capítulo 4 del presente libro.
2. Aquí ‘familiar’ toma la doble acepción de parental y de conocido, capital diferencia que Sami Ali (1980) desarrolla tomando distancia del clásico (unheimliche) o inquietante extrañeza freudiano.
3. Sea que éste se haya logrado y matice el hallazgo-creación, sea relativamente logrado y empañe el objeto, sea por oposición al mismo; o bien, lo obstaculice, inhiba o impida.
4. El recorrido de esta problemática puede seguirse en el texto de Gutton (1997).