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ОглавлениеNiñez y adolescencia. Nuevos paradigmas, sus nombres y escritura
Adrián Grassi
Primera parte: Sobre las nominaciones “minoridad” y “niñez/adolescencia”
El siglo del niño, a la hora de realizar un balance, ha dejado más sinsabores que beneficios (1). Un repaso de los últimos años de la historia de los conceptos niñez/adolescencia permite apreciar correspondencias y tensiones en los discursos que construyen su representación en el imaginario social. Saberes y prácticas se entrecruzan e imprimen matices diferentes a los términos que circulan. Si nos detenemos en el terreno de las nominaciones y significaciones que se han acuñado dentro del campo jurídico, en particular, y de las ciencias sociales en general, podríamos afirmar que se ha producido un cambio sustancial a lo largo del siglo XX, producto de un trabajo colectivo llevado a cabo en lo que G. Bachelard (1978) denominó la “ciudad científica”, que culminó con las reformas de los derechos de la infancia (2). A partir de allí, es creciente el uso de los términos niñez/adolescencia, y la caída en desuso de “el menor”. En este sentido, los términos menor y niñez/adolescencia guardan una relación directa con dos paradigmas epocales diferentes (3).
Tras haber atravesado una diversidad de obstáculos y resistencias, niñez/adolescencia tardíamente ingresó en la categoría sujeto. Pero, ¿qué decimos cuando decimos sujeto? Dado lo controvertido de la noción, sus usos y proveniencias de diferentes disciplinas, nos proponemos contextuar sentidos. A la vez, establecemos relaciones con otros términos asociados y de uso habitual en el vocabulario psicoanalítico, tales como el aparato psíquico, el inconciente, el ello, el yo, el deseo, el objeto. ¿Cómo y dónde ubicar esta categoría mencionada en varios campos del saber? ¿Qué relaciones guardan con conceptos del psicoanálisis? Se trata de algo que tendríamos que circunscribir.
Son conocidos distintos y diferentes usos del término, para la lingüística, la lógica, la filosofía, el discurso jurídico. También se puede proponer una definición biológica de sujeto, “yo diría bio-lógica ya que corresponde a la lógica misma del ser vivo” (Morín, 1994: 67-89). Todas estas inflexiones en las cuales no nos detendremos, acompañan y matizan el sentido que toman en el presente trabajo.
Sujeto y psicoanálisis
Desde una tópica prefreudiana a partir del cogito cartesiano, el yo piensa y no duda de su propia existencia por la consciencia del pensar. Yo (sujeto/conciente/cognocente) toma existencia, y en ese nivel es donde, para la filosofía clásica, se ubica el sujeto.
Con Freud —el pensamiento inconciente y las (primera y segunda) tópicas— habrá un giro en las relaciones entre el pensar, la consciencia y el yo. Con la llegada del psicoanálisis, el sujeto queda del lado del pensamiento inconciente. Y si bien es cierto que Freud no ha desarrollado particularmente este concepto, se desprenden indicaciones del mismo en gran parte de su obra. Las seguiremos primero con el estudio de las relaciones entre inconciente, preconciente, conciente (1915), retomadas y retrabajadas luego bajo las relaciones entre ello, yo y superyó (1923).
Sabemos que la idea de movilidad y comercio entre los sistemas es propia del aparato psíquico:
El Icc es más bien algo vivo, susceptible de desarrollo, y mantiene con el Prcc toda una serie de relaciones; entre otras la de la cooperación. A modo de síntesis debe decirse que el Icc se continúa en los llamados retoños, es asequible a las vicisitudes de la vida, influye de continuo sobre el Prcc y a la vez esta sometido a influencias de parte de este (Freud, 1976: 187).
Esta idea de movilidad e intercambio acompaña al concepto de sujeto. Sujeto y, desde esta perspectiva, sujeto psíquico es actividad de intercambios entre los sistemas de la organización del aparato psíquico, pero también “asequible a las vicisitudes de la vida”; es sistema en intercambio con el medio, con la cultura.
Al introducir sujeto del inconciente, el psicoanálisis se abre a la cuestión de las relaciones que el término guarda con el deseo. El sujeto es sujeto de deseo inconciente. Lacan con la escritura del sujeto barrado señala su división y descentramiento, establece la subversión del sujeto y la dialéctica del deseo. Más que una instancia, el sujeto es materia viviente, productividad, que lleva la marca de lo Icc.
Sujeto e historización
Hay, decíamos, provenientes del campo del psicoanálisis otros términos cercanos a la noción de sujeto para los cuales se hace necesaria una diferenciación. Para comenzar con uno muy controvertido y a la vez cercana a sujeto: el yo. Instancia psíquica de la tópica freudiana que ha generado muchas polémicas en la historia del psicoanálisis, produjo divisiones entre grupos y llegó a conformar distintas corrientes y escuelas de psicoanálisis. Seguiremos algunos señalamientos que encontramos en distintos autores. Destacamos los aportes de Lacan (1983), quien remarca su carácter alienante y traza diferencias entre sujeto y yo. Mientras que el yo forma parte del orden imaginario, el sujeto es parte del orden simbólico. Mantiene esta distinción fundamental entre “sujeto verdadero” del Icc y yo, en tanto núcleo de identificaciones alienantes, su vinculación con el narcisismo y el estadio del espejo. Piera Aulagnier (4), por su parte, realiza otros aportes importantes con relación al tema. Propone un modelo de aparato psíquico complejizado y otorga nuevas funciones al yo, entre las cuales destaca la de historización, específica de procesos adolescentes donde se realizan operaciones relativas a la articulación con la temporalidad (5):
(...) la función del yo como constructor que jamás descansa e inventor si es necesario, de una historia libidinal de la que extrae las causas que le hacen parecer cohabitar el mundo exterior y ese mundo psíquico que, en buena parte permanece ignoto para él. Y más adelante (...) esta función de historiador es propia del yo (…) Es una necesidad de su funcionamiento situarse y anclar en una historia que sustituye un tiempo vivido y perdido por la versión que el sujeto se procura merced a su reconstrucción de las causas que lo hicieron ser, que dan razón de su presente y hacen pensable e investible un eventual futuro (Aulagnier, 1986: 14-15).
Nos anticipamos a lo que retomaremos más adelante para remarcar este trabajo del sujeto o producción de subjetividad y procesos de temporalidad e historización. Winnicott (1972: 189) destaca con relación a la inmadurez (6) adolescente que “lo único que la cura es el paso del tiempo”. Nuestro aporte es que no se trata tanto del paso del tiempo como quien dice “ya va a crecer, y va a madurar”, sino del paso del tiempo por el aparato psíquico, la marca que el paso del tiempo deja en el psiquismo; es decir, su inscripción. La inscripción psíquica de la temporalidad como “cura”. Nos referimos a la inscripción de lo pasado, lo vivido como perdido, el paso del tiempo como límite. Lo ya vivido, pasado, en simultáneo con la inscripción del presente como fugacidad, como algo que tiene fin, que no dura siempre y, a la vez, la necesidad de (construir) un porvenir, entonces es cuando la adolescencia se liga a la juventud. Inscripción subjetiva del tiempo, subjetivación de la temporalidad. En este período resuenan frases características que aluden a no tolerar más la pérdida de tiempo.
El yo requiere de inscribir y dar continuidad a su existencia a través del paso del tiempo. Ahí la subjetividad trabaja, inscribiendo tiempo e hilando entre pasado, genealogía y proyecto identificatorio. Subjetividad es historización en varios sentidos:
en la medida en que produce la categoría tiempo;
produce con la historia, la genealogía y el devenir como proyecto;
produce en y con el contexto histórico y la cultura contemporánea. Producción subjetiva es movimiento articulado con las marcas de la época.
Sujeto es función psíquica, entidad no corpórea (7)
Para la ciencia clásica, la metafísica occidental y una serie de prácticas contemporáneas, la disociación mente-cuerpo, pone al sujeto en un callejón sin salida: ¿de qué lado se encuentra en esta escisión? ¿El sujeto es cuerpo o mente?
Desde otro costado de las funciones del yo más allá de la temporalidad, la historización y genealogía, y entrando ya en el terreno de las relaciones entre subjetividad, cuerpo e historia, es fundamental tener en cuenta que del bebé al adulto, pasando por la niñez, pubertad y adolescencia, el desarrollo corporal implica un trabajo continuo del yo.
¿Cuáles son las relaciones entre sujeto y cuerpo? Para abordar esta problemática vayamos en principio a El yo y el ello (Freud, 1923): “el yo es sobre todo una esencia-cuerpo, no es sólo una esencia superficie, sino él mismo la proyección de una superficie” (1986: 27), (se refiere a la superficie corporal). Y agregado en nota al pie (pág. 27, n.º 16): “O sea que el yo deriva en última instancia de sensaciones corporales”. Cabe entonces considerarlo como la proyección psíquica de la superficie del cuerpo, además de representar como se ha dicho, él mismo la superficie del aparato.
Teniendo en cuenta que el desarrollo corporal es una transformación constante, esto le impone al psiquismo un trabajo. Hablar de cuerpo en psicoanálisis implica hablar de cuerpo erógeno, del yo y de su imagen. ¿Qué trabajo le compete al sujeto en estas relaciones entre el cuerpo (erógeno), sus transformaciones, su imagen y el yo?
Gracias a los avances producidos por el psicoanálisis y otras disciplinas que piensan en términos de la integración psicosomática —referencia fundamental que hace a las relaciones en trabajo constante—, dado el crecimiento y cambio del cuerpo entre su imagen y el yo, entendemos que la función sujeto es trabajo de integración. Si para el cuerpo, el crecimiento es signo de salud, su correlación para la vida psíquica es la integración. Pero, ¿integración de qué?
Un trabajo de anudamiento o trabajo de integración psicosomática. El crecimiento corporal impone al psiquismo un trabajo de ligazón constante entre la proyección de la imagen del cuerpo reformulada por el crecimiento, la propia mirada, las sensaciones corporales y las miradas del Otro.
Un trabajo de integración en relación a la fantasía correlativa del crecimiento.Crecer en la fantasía es un acto agresivo Winnicott (1972: 186). Integración amor-odio por la destructividad que implica crecer (8).
Un trabajo de integración del aparato en cuanto la fantasía Icc, aun hundiendo sus raíces en lo corporal, tocando lo originario, será territorio exclusivo de la otra escena y, por lo tanto, escena de juego (Rodulfo, 1989).
El cuerpo, en su desarrollo y procesos de maduración, respeta una cronología y depende del medio para que este lo posibilite y estimule, depende de condiciones alimentarias y habitacionales, de la salud física como de funciones de investimento libidinal, de condiciones culturales. Todos elementos de la sexuación del desarrollo, fundantes del cuerpo erógeno.
La maduración neurológica y endocrinológica, la maduración de los centros superiores, la motricidad, etc., a la vez que también las funciones psicológicas que hacen al desarrollo de distintos tipos de habilidades, aprendizajes e inteligencias requieren para su funcionamiento normal de años que son de maduración. Pero además, requieren de intercambios (con el medio ambiente) e intervenciones de las funciones parentales. Así cuerpo (erógeno), el psiquismo y las funciones parentales se van constituyendo articuladamente, entrelazados.
Sea en sus versiones freudianas, como en otros modelos de aparato psíquico propuestos, no puede dejar de pensarse los fundamentos del psiquismo articulados a momentos del crecimiento corporal y las funciones parentales (9). Cuando todo transcurre por los carriles de la salud (es decir, si no hay patología grave o fracasos importantes en su organización), todo el aparato está en intercambio en sus procesos de constitución, organización y reorganización, desde los inicios de la vida pasando por la pubertad-adolescencia y más allá de la misma.
Hay mojones en la constitución del aparato psíquico, y sólo a los efectos de una rápida y breve puntualización los enunciamos sucintamente:
En concordancia con ideas de P. Aulagnier (1977), el proceso originario pone en marcha la actividad psíquica en relación con las primeras inscripciones corporales, pictogramas (primeros meses de vida).
Luego, el proceso primario con la constitución de lo Icc. Poco tiempo después se pone en funcionamiento el proceso secundario y la constitución del yo (durante el primer año).
Desde otra perspectiva mencionada más arriba, el estadio del espejo y la constitución del yo como funciones que comienzan a instalarse entre el 8º mes y el 1º año de vida, y por la cual se vuelve a pasar, luego en la pubertad (en torno a los 13-15 años) con las transformaciones del cuerpo puberal.
El superyó con sus imperativos categóricos que son herencia (10) del complejo de Edipo (desde los 3-4 años) hasta su sepultamiento (entre los 7 y 9 años). Su revisita con el nuevo cuerpo puberal, la exploración del cuerpo, (Waserman 2009), propio y el ajeno en general y primero por un período homosexual entre los 10, 11 hasta los14, 15 años y a partir de los 15, 16, 17 en adelante ampliando las diferencias genitales.
Las transformaciones de yo ideal en ideal del yo propias de lo adolescente mucho más difusas en cuanto a su ubicación en la cronología del desarrollo.
La escritura adrede ambigua de las edades responde a varios motivos, a saber: por un lado, que dichas “fases del desarrollo” no evolucionan unidireccionalmente, se producen con progresiones y regresiones, tal como Freud (1976 [1916-1917]) lo pensaba con la libido, a la vez que no tienen fechas fijas ni exactas y, además de las variaciones individuales, familiares y epocales, están las de género, sociales, culturales. Por lo tanto, no son momentos “naturales” fijos provocados por el desarrollo.
Esta compleja articulación entre la cronología del desarrollo y la constitución del psiquismo encuentra referencias importantes en distintos autores que trabajan en psicoanálisis con niños/adolescentes. Una referencia que sitúa muy claramente la problemática, en concordancia con nuestro planteo: “(esta) no pretende ser una clasificación evolucionista, ni una descripción cronológica empírica, en la cual las nociones psicológicas de desarrollo, maduración, crecimiento siguen actuando dentro del campo psicoanalítico sin que se ponga en tela de juicio su función” (Bleichmar, 1984). El nexo entre la cronología del desarrollo y la función que esta cumple en el psiquismo está dado por el trabajo de la subjetividad. Actividad no mensurable ni registrable en ninguna planilla, sujeto es un sistema que no se corresponde directamente con la edad, no es ni pequeño ni grande (11).
Es cierto que la estructuración psíquica en el niño/adolescente depende (relativamente) de su desarrollo corporal, como también de los sentidos diversos que provienen del Otro familiar (12). El yo pendiente del crecimiento está tomado desde los inicios por la búsqueda alienada y, más tarde, por la transformación de las identificaciones que lo modelan.
La idea de que la subjetividad “depende de…” es congruente para el pensamiento de lo complejo con la noción de que la subjetividad es autoorganización y autonomía (13). Si bien pendiente del cuerpo, de lo parental, del medio ambiente, no quiere esto decir determinado por alguna de estas instancias. Falta aún el producto de un trabajo combinatorio, personal; trabajo que es potencial despliegue de una capacidad que lleva al sujeto, sobre todo en la niñez/adolescencia, “de una dependencia absoluta a una dependencia relativa” (Winnicott, 1972), y como agregado nuestro, hacia una relativa independencia.
Segunda parte: Subjetividad y adolescencia
Que la adolescencia implica una crisis de identidad (Mannoni, 1986) es un saber tan difundido como cerrado. Lo reabrimos ampliando a los trabajos de la subjetividad relativos a la identidad en su relación con las identificaciones. Lo propio del sujeto en la adolescencia es crear sentidos que enriquezca al yo, en un juego de identificaciones-desidentificaciones. La adolescencia transcurre en lúdica adquisición de nuevas identificaciones y cancelaciones de otras caducas, obsoletas. Cuando este juego queda obstaculizado o detenido, vemos el alto precio pagado por el niño/adolescente por su alienación en el otro, con la fijeza de identificaciones reactivas y/o defensivas (14). La pregunta ¿quién soy?, signo de que existen procesos adolescentes en marcha, se refiere a las identificaciones que habitan al yo y que comienzan a estar cuestionadas por el sujeto.
El yo no es el sujeto aunque se produce y anida en el yo
Producción de subjetividad es la acción de dar sentido, de significar y poner una marca de origen (firmar) un proceso de metabolización. Dar un sentido personal (15), un “made in my name” o “in my way” acompañado del acto que siempre implica.
La subjetividad es materia psíquica viviente que se produce en el intercambio entre otros sistemas (intrapsíquico), por el intercambio con los otros (intersubjetivo), por el intercambio con el medio (transubjetivo). Su actividad por ser intercambio entre sistemas es inacabada. Mientras hay vida, hay vida psíquica y, consecuentemente, posibilidad de producción subjetiva. Si bien el aparato psíquico encuentra momentos de origen y relativo acabamiento en cuanto a la diferenciación de sus instancias, no así la subjetividad, cuyo leitmotiv es su no culminación abierta a lo porvenir.
Muchos de estos desarrollos desplegados en esta segunda parte, en que se tratan cuestiones relativas a sujeto y producción subjetiva, responden a una idea de Freud expresada con la justeza y belleza con que el maestro acostumbraba en sus escritos: “Donde ello era, yo debo devenir” (1933). Proponemos este yo debo devenir, como el trabajo de transformación propio de la subjetividad que encuentra en la niñez/adolescencia ya una orientación. Yo, entonces, no como una instancia cosificada, acabada, sino en movimiento en intercambio con ello, con el mundo exterior, con los otros, con la cultura. Ese devenir yo es trabajo psíquico, producción subjetiva. Luego del recorrido por el sujeto y la producción subjetiva que nos llevó a la formulación freudiana “donde ello era”, preguntamos: ¿qué es ello? Término que en clara alusión al impersonal (16) propone: donde era el impersonal, yo debo devenir.
Donde estaba el impersonal, debiera haber un acto de firma y afirmación subjetiva. Está claro que los procesos adolescentes llevan a una batalla para lograr (auto)afirmaciones mediante (pseudos)actos que no obstante tienen el valor de ensayos. Pero, como en el teatro y otros espacios, el ensayo es y origina, deja sus marcas, verdaderas inscripciones en busca de esa combinatoria única que personaliza y empuja a apropiarse del nombre. En la adolescencia donde ello(s) eran, donde ellos estaban, el pasaje de firma es apropiación del nombre propio, personal. El yo afirma su consistencia desgajado de ello(s), el Icc impersonal, familiar. Ese yo debo devenir es la apuesta adolescente que se afirma más allá de lo familiar.
Si uno de los trabajos adolescentes consiste en hacer caer identificaciones inconcientes, parentales infantiles, donde ello(s) eran garantes, donde ellos estaban, donde el Otro investía los objetos privilegiados de su deseo, yo debo devenir. Pero ellos, ¿quiénes? ¿Los padres, los antecesores, el grupo que precede, las voces ancestrales, los habitantes de la Otra escena, el coro de los ancestros? Ahí la adolescencia transita por su auto-afirmación. Sujeto es autoafirmación, autoorganización, autonomía, pero en red. La producción de subjetividad esta en-red(ada) con el cuerpo, con la historia, con el medio, con la cultura, con la genealogía. No determinada ni fijada de antemano por la cronología del desarrollo, como no fijada (aunque no sin) el deseo del Otro. Es un devenir que se produce con el cuerpo, con el Otro, con los otro(s) (17). Donde ello(s) eran, donde ello estaba, con mediación del Otro, de los otro(s), debo devenir yo sujeto. Tal la respuesta adolescente al imposible cumplimiento de la promesa infantil.
1. Esta idea puede seguirse en el libro El niño del siglo del niño, de J. C. Volnovich (1999). Buenos Aires: Lumen.
2. Dos grandes etapas se hacen notorias especialmente en América Latina y en nuestro país. Una primera que puede situarse aproximadamente entre los años 1919-1939, que introduce la especificidad del derecho de menores y crea un nuevo tipo de institucionalidad: “la Justicia de menores”. En ese contexto, la denominación de “el menor” es representativa de un paradigma epocal que da lugar (aunque más en teoría que en la realidad de la práctica jurídica) a una segunda etapa, iniciada en 1959 con los derechos del niño. En 1989 la ONU redacta la Convención Internacional de los Derechos del Niño (CIDN), a la cual la Argentina junto con casi todos los países del mundo adhiere, y se constituye de este modo un nuevo paradigma. Para el discurso jurídico, como se puede apreciar con la CIDN, el niño/adolescente es persona jurídica, sujeto del derecho, sujeto en la ley, sujeto a la ley.
3. A la vez, cuestiones relacionadas con las políticas de género nos llevan al uso de los términos “niñez/adolescencia” ya que aluden e incluyen simultáneamente la nominación en masculino y femenino, por lo cual no se tornan discriminatorios ni expulsivos de uno de los géneros (generalmente el femenino), como cuando se utiliza la expresión “el niño” para hablar simultáneamente de niños y niñas.
4. Formada en un principio en la Escuela Francesa de Psicoanálisis, especialmente con Lacan, luego fundadora del Cuarto Grupo y la Revista Topique (1969). Produjo desarrollos propios que posibilitaron el planteo de un modelo de aparato psíquico con significativos aportes (1977) en cuanto a las condiciones de su puesta en funcionamiento, sus relaciones con el cuerpo, la historia, la genealogía.
5. Por nuestra parte, desarrollamos otras funciones otorgadas al yo que se adicionan, como la de la investigación histórica familiar (Cfr. Grassi, 2005) que amplía su trabajo en relación con la temporalidad.
6. En las clases teóricas como profesor titular de la materia Psicología Evolutiva Adolescencia, en la Facultad de Psicología, Universidad de Buenos Aires, desarrollamos la diferencia entre inmadurez-no madurez y antimadurez o des-madurez. Como así también las diferencias entre irresponsabilidad-no responsabilidad- y des o anti-irresponsabilidad (subjetiva) como trabajo de negatividad adolescente.
7. Inmediatamente que decimos sujeto entidad no corpórea, aclaramos aunque no se produce por fuera del cuerpo, debe pasar por allí, es una de sus materias obligatorias.
8. Integración que no se produce antes de la adolescencia. En la niñez la fantasía que acompaña al crecimiento es de muerte (Doltó, 1974) que culmina en la adolescencia cuando toma al cuerpo con la fantasía de asesinato.
9. Funciones simbólicas ejercidas en los primeros años de vida y hasta fines de la adolescencia, fundamentalmente por el grupo familiar el cual toma a su cargo la crianza.
10. Aunque ya con el destete, el control de esfínteres y la adquisición de la lengua materna se dejan escuchar las voces de los ancestros.
11. Parece una ironía, pero aun así, en no pocos textos y referencias psicoanalíticas se nombra al niño/adolescente como el pequeño sujeto. El pequeño (si así se lo quisiera denominar) es el niño, no el sujeto, capaz de ser producido por él. Dicha equivalencia reduce una genuina producción psíquica por asociación con el crecimiento corporal. La subjetividad en la niñez/ adolescencia trabaja, produce y se produce cuando encuentra las condiciones adecuadas tanto como en el adulto. Pensar el sujeto más pequeño en la niñez/adolescencia, en relación con el adulto, más grande, pleno sujeto, es pensar con el paradigma evolucionista mas biologista.
12. Valga la aclaración, ya que no encuentro otra manera de expresar todo lo que contienen los “sentidos diversos del Otro”. Son las múltiples significaciones con las que tiene que vérselas todo sujeto por el hecho de haber nacido en un grupo que lo antecede y que va señalizando posibles significaciones a su cuerpo, su sexo, a su historia. Pero a la vez “sentidos diversos del Otro”, se refiere a que hay distintas vías sensoriales, del sentido de la vista, del oído, del gusto, del tacto, del olfato, por las cuales esas significaciones a modo de enigma a descifrar le llegan al niño para su metabolización.
13. Para los sistemas complejos “la auotoorganización significa autonomía, pero un sistema autoorganizador es un sistema que debe trabajar para construir y reconstruir su autonomía (…) es decir que para ser autónomo hay que depender del mundo exterior (…) pues el ser vivo extrae información del mundo exterior a fin de su propia organización” (Morín, 1994: 69).
14. El clima de terror que respiraba en la casa un muchacho cada vez que entraba con el así llamado “amigo peligroso”, por su vinculación con las drogas, lo exponía a interminables discusiones con sus padres que culminaban en históricos ataques de asma de uno de los progenitores. Esta situación lo llevó a decidir no ir al viaje de egresados, por temor a lo que pudiera pasarles. Sin viaje de egresados, se consuela en el encuentro y repetición de una inamovible y segura identificación con lo peligroso: “…qué le voy a hacer si ella es asmática”, se respondía como explicación a la inhibición del deseo de irse.
15. No debiera confundirse esta marca personal de lo subjetivo como opuesta a objetivo, ya que allí queda lo falso del lado de la subjetividad y lo verdadero de lado de la objetividad. Las marcas originales de la subjetividad ni se oponen ni están disociadas al principio de realidad; contrariamente, se articulan. Puede seguirse esta idea con la diferencia trazada por Winnicott (1972: capítulo 2) de los distintos tipos de fantaseo.
16. Freud recuerda en El yo y el ello (1923: capítulo 2, nota al pie nº 12) que la expresión ello ya es usada por Nietzsche para lo que es “impersonal”.
17. La escritura otro(s) se refiere a los conceptos “otro y vínculo”, que implican la consideración por la categoría de alteridad y, en ese sentido, se diferencia del otro como especular y del Otro como lugar simbólico. Nos sumamos a las ideas de algunos autores (Kaes R. Puget J. Berenstein I. Kleiman S.) que se ocupan de este concepto que ha cobrado un desarrollo importante dentro del psicoanálisis en los últimos años.