Читать книгу Sasha Masha - Agnes Borinsky - Страница 8

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3.

Me desperté antes del amanecer porque Murphy, nuestro gato, estaba rascando la puerta. Abrí poco a poco los ojos en la oscuridad y me llevó un momento entender qué pasaba. Últimamente, Murphy había tomado esa costumbre y me despertaba a horas intempestivas. Cuando yo tenía un día generoso, admiraba su persistencia.

En cuanto me eché la pasta de dientes en el cepillo y me miré con ojos entrecerrados en el espejo del baño, recordé que me habían besado. Entonces el día comenzó a cobrar forma a mi alrededor. Sentía un cosquilleo —como un toque de menta— en la comisura de la boca, allí donde la humedad de los labios de Tracy había dejado cierta humedad en los míos. Me quedé de pie, recordando, hasta que fui capaz de abrir los ojos por completo.

Yo era Real.

No lo sabía la noche anterior, pero cuando Tracy me besó, eso marcó la diferencia. Había besado a Tracy. En un cuarto de baño gélido. El beso me había cambiado. Sentí de nuevo su nariz rozándose contra la mía; esa mañana distinguía incluso su olor, apenas, sobre mi piel. El roce había sido muy suave.

Mi padre estaba cociendo huevos en la cocina. Llevaba una camiseta roja, y el pelo tieso y revuelto.

—Buenos días, buenos días —saludó.

Me eché un bol de cereales y me enganché a mi silla de la cocina como se engancha una hebilla. Me sentía conectado a él. Podíamos ser dos hombres en una cocina. Ninguno de los dos era remilgado y los dos besábamos a chicas.

—¿Qué estáis dando en clase de Historia? —me preguntó.

—La Guerra Fría. —Me lo inventé, porque todavía no habíamos dado nada.

—Ah, sí. Esa es muy divertida.

Y me reí porque sabía que él quería que lo hiciera.

En el autobús, disfruté de las imágenes y sonidos que pasaban al otro lado de la ventanilla.

En los pasillos del instituto, me sentía gigante.

Me sentía gigante delante de la taquilla. Me sentía gigante cuando saludaba a la gente que conocía. Me crucé con Jo por el pasillo, que caminaba a toda prisa mientras se hacía un moño alto. Se detuvo lo suficiente para sonreírme de oreja a oreja y darme tres palmaditas en el hombro; por supuesto, tuvo que volver a recogerse el pelo y empezar de nuevo.

No me apresuré en toda la mañana, no hui de nadie, solo caminé. Ya no tenía que correr para alcanzar a nadie, porque era Real. El mundo no podía dejarme atrás, porque yo era parte de él y era Real.

Cuando saludé a Tracy en clase de Inglés, temblaba un poco y sentía algo de timidez, pero ella se sentó a mi lado y me apretó el muslo en cuanto sonó el timbre de inicio. No presté mucha atención en esa clase y, cuando el timbre volvió a sonar y tuvimos que separarnos, no sabía qué decirle, así que solo balbucí un «¡hasta luego!» demasiado alto.

—Hasta luego —dijo ella, y se sonrojó.

No comí en una mesa vacía a la hora del almuerzo. Jen se aseguró de que me sentara con ellos: Jo, Tracy y James, en su mesa habitual. La noticia del día era que Jo había tenido un rollete con un chico de nuestra clase durante el verano y él había dejado de hablarle.

—Se lo curró mucho para quedar conmigo —me contó ella—. Fuimos al cine varias veces. Nos veíamos un montón. Incluso conoció a mis padres una vez, lo que es mucho.

—Para Jo, es mucho —añadió Jen.

—Pero entonces desapareció. Como un fantasma…

—¿Has hablado con él? ¿Le has preguntado? —quiso saber Tracy.

—No, la verdad —dijo Jo—. Y ahora estamos juntos en clase de Español, y es incómodo. Es en plan: «¿Qué hiciste este verano?». Y yo: «Travis. Me lo hice con Travis».[2]

Todos nos reímos.

—No sé —concluyó ella—. Supongo que nos comportaremos como si no hubiera ocurrido nunca. —Y se encogió de hombros.

—Eso no mola. —Jen sacudió la cabeza y rasgó el papel de su pajita—. A ver, si es una semana, vale, pero hacer eso un año entero es mucho. —Alzó la vista para mirar a Jo—. ¿Por qué no pides cambiarte de clase?

—No. —Jo negó con la cabeza—. No, no, no. No es para tanto.

—¡Sí que lo es! —insistió Jen.

Tracy estuvo de acuerdo:

—Sí lo es. Pero esa no es la actitud. Tienes que hablar con él. Le esperas un día después de clase y le dices: «Oye, tenemos que hablar de lo que pasó en verano».

—No querrá hablar de ello —aseguró Jen.

—A lo mejor no, pero es lo justo —insistió Tracy.

—Las cosas no siempre son justas.

—Ya lo sé, pero por eso es importante intentarlo.

Jo se volvió hacia James.

—Y tú, ¿qué piensas, como persona de inteligencia limitada?

En el rostro de James apareció lentamente una sonrisa. Aquello era, obviamente, una broma recurrente entre ellos. Decían que James estaba enamorado de Jen y por eso andaba siempre con ella, Jo y Tracy. También decían que una vez había echado a patadas de su casa a su padre por pegar a su madre. Durante la hora de comer, no había dejado de observarme con una sonrisa astuta y misteriosa, pero nunca se dirigía directamente a mí. Todos en el instituto conocían a James. La gente probablemente conociera también a Tracy, que era la mejor de la clase; y a lo mejor conocían a Jen y a Jo. Pero James era simpático con todos. Era el tipo de chico que me ponía nervioso, el tipo de persona que me hacía sentir no Real.

—Pues, como persona de inteligencia limitada, creo que el tío es un capullo.

La carcajada que solté no era falsa, pero brotó de una manera que no suelen brotar mis carcajadas. Me sobresaltó. Pensé con pánico en Mabel y me pregunté dónde habrían ido las partes de mí que se reían con Mabel. ¿Me dejarían? Miré el móvil, como si algún mensaje suyo contuviera la respuesta, pero no tenía ninguno nuevo.

El pie derecho de Tracy se arrimó al mío y nos acercamos un poquito.

Una vez le había confesado a Mabel que creía que me gustaban un poco los chicos. Cuando ella se entusiasmó, le dije que se relajara.

—No estoy pensando hacer nada en el futuro cercano —prometí.

—¿Pero no quieres enamorarte? —preguntó ella.

—A lo mejor, cuando tenga veinticinco años.

Pero lo que decía sonaba tan serio que nos echamos a reír. No podíamos parar. Creo que ese fue el día en que nos hicimos inseparables.

El contacto de la pierna de Tracy contra la mía me hacía estremecer, me latía muy fuerte el corazón. Mabel parecía muy lejana. Supongo que también me gustan las chicas, me dije para mis adentros. Y a lo mejor no tengo que esperar a tener veinticinco años.

Aquello me alivió un poco.

La semana pasó en un suspiro. El martes puse divisores en las carpetas e hice etiquetas para cada sección. El miércoles ya tenía las bases de un trabajo oral llamado «Perspectivas de la Historia» para la señora Graybill y había escrito unas líneas sobre la novela que habíamos tenido que leer en verano para la señora Lewiston. Memoricé dieciséis verbos nuevos de español y me hice un esquema de veintialgo reacciones para Química. Jake Florieau había empezado a chocarme la mano cuando nos cruzábamos en los pasillos; aunque me ruborizaba, siempre le correspondía con el mismo gesto.

El timbre de la mañana sonó igual que siempre; el hueco de la escalera olía a podredumbre, como siempre, y los mismos profesores me saludaron al pasar. Sin embargo, todo era diferente, porque ahora Tracy y yo salíamos juntos. Sentía que por fin podía romper los vínculos con el pasado, alejarme de todos los años en los que no fui Real.

Excepto por una cosa: echaba de menos a Mabel. Y algo me impedía decírselo a Tracy.

¿Por qué? Algo de esa nueva vida parecía una traición extraña. Mabel y yo habíamos construido nuestra amistad sobre las bases de que no nos parecíamos a ningún tipo de persona, de que teníamos el corazón roto y a la vez lleno de anhelos, frustraciones y deseos… Básicamente, todo lo que yo consideraba no Real. Pero si era cierto, ¿por qué de pronto era un chico Real que salía con una chica Real? Mabel había pasado de ser mi alma gemela a convertirse en un nombre en el móvil y, siempre que levantaba la vista de la pantallita rectangular y miraba a las personas que me rodeaban, me sentía como si estuviera viviendo una doble vida.

El miércoles por la noche, Mabel me envió una foto de su nuevo dormitorio en Pittsburgh. Vi que había colgado sobre el escritorio una postal que yo le había dado.

¿Qué tal?

Yo respondí con un corazón, un encogimiento de hombros y un:

Te echo de menos.

Eso fue todo. Cuando dejé el teléfono, se me cayó el alma a los pies y juro que estuve a punto de echarme a llorar.

El jueves, a la hora de comer, me senté con los que ahora eran mis amigos habituales, escuché su conversación y más o menos la seguí. No dije mucho. Después de Química, la última clase del día, Tracy y yo recogimos nuestras cosas de nuestras respectivas taquillas y caminamos hacia el aparcamiento juntos, donde yo tenía que coger el autobús. Sentí el deseo repentino de pasar todo mi tiempo libre con ella.

—¿Quieres ir a ver una película o hacer algo este finde? —le dije.

—Claro —respondió ella con un amago de sonrisa—. ¿Mañana?

Le dije que sonaba genial y ella respondió que pasaría a buscarme.

Sasha Masha

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