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2. Súbete a la cama con un vaso lleno de leche en la mano y vestida en piyama. Salta sobre el colchón hasta que no quede ni una gota.

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Me dio mucha risa. Cuando era una niña, saltar sobre la cama era uno de mis deportes favoritos. Claro que sin el vaso de leche. ¡Qué reto tan bobo! Bueno, lo primero que tenía que pensar era la excusa que iba a darle a mamá por el desastre con la ropa de cama y con mi piyama. Viéndolo bien, el reto tenía su gracia, aunque su grado de dificultad era igual a cero. Decidí que lo haría esa misma tarde cuando llegara del colegio. Pero esa promesa no la cumplí del todo porque cuando llegué del colegio me conecté a WhatsApp y estuve actualizándome de todo lo que había ocurrido en el mundo, y eso me llevó un par de horas.

Con la que más me demoré hablando fue con Naty Bebita, la más tierna de Las Rechiqui. En ocho días iba a celebrar sus quince años y la fiesta iba a ser por todo lo alto: en el Salón Rojo de Ciudad Jardín. Desde hacía un año estaba organizándola y a todas nos tenía mareadas con los detalles del magno evento. Y no se cansaba de preguntar si iba a ir. Y yo repetía lo mismo como una lora:


Era un hecho que iba a ir a la fiesta. El problema era que mamá no me había conseguido el vestido. ¡No me iba a aparecer allá con cualquier hilacha! Y mucho menos si en la fiesta iba a estar Daniel. ¡Las cosas que pueden ocurrir en una fiesta de quince! Una tiene que ir preparada, y sobre todo, inolvidablemente hermosa…

A las siete de la noche me pasé al grupo The Family Tree y les pregunté a mis papás si iban a ir a la casa esa noche porque yo tenía mucha hambre. Mamá dijo que me preparara un sándwich porque su reunión iba para largo. Papá ni siquiera me contestó. Creo que estaba en un congreso de odontólogos. Salí del cuarto con Dulcinea, fui a la cocina y preparé el sándwich, le di concentrado a la gata y serví un vaso de leche. Fui otra vez al cuarto, me puse la piyama y probé varios ángulos para grabar mi reto. Cuando estuve satisfecha, me subí a la cama con el vaso en la mano. No pude evitar que sin haber dado el primer salto se derramara un poquito sobre el edredón. Salté lo más alto que pude. Casi toda la leche cayó en mi cara y el pelo, también sobre la piyama, el tocador, la mesa de noche y hasta en la pared. Hice una cara terrible cuando sentí la cara mojada, pero ni me inmuté por el desastre que estaba ocasionando. En el fondo del vaso aún quedaba leche, entonces volví a brincar una y otra vez hasta que no quedó ni una sola gota.

Al ver el video casi me muero de la risa. Si lo hubiera puesto en la red, de inmediato se habría vuelto viral. Y habría sido víctima de terribles bromas. Menos mal los del concurso no iban a publicar nada en internet y yo no iba a mostrárselo a mi befa ni a Condesa, ni a nadie. Traté de limpiar el reguero de leche antes de que llegaran mis padres y media hora después me acosté exhausta, no sin antes mandar el video a delfinmorado@aol.orion.r. Mientras intentaba dormir pensaba que seguro pasaría el reto porque el video había quedado muy gracioso. Y ahora, ¿cuál sería el siguiente reto? Hasta el momento me habían decepcionado. Yo pensaba que todo iba a ser más emocionante. De verdad que esto, comparado con otros retos que salían en internet, parecía un juego de niños.

Al día siguiente me contactó Condesa. Me dijo que seguía en el juego y que le habían puesto una prueba muy emocionante. No me dijo cuál, pero me animó a seguir haciendo todo lo que me pusieran, porque, si pasaba la segunda prueba, ahora sí empezaría la verdadera carrera por el trono y que entonces llegarían los retos complicados. Me pidió que fuera fuerte y que no le fallara. En la tarde estuve chateando un rato con Lucy. Mi befa peleó con la mamá porque no la quería dejar ir a la fiesta de Naty Bebita debido a que en el reporte intermedio iba perdiendo dos materias: Filosofía y Física. Mi pobre befa estaba inconsolable…, y con razón. Pero yo le arreglé el día.


El tema de los siguientes veinte minutos fue la música. Y por eso digo que salvé a mi befa del suicidio. Claro que yo habría estado en las mismas si mamá me hubiera prohibido ir a la fiesta. Pero en ese sentido mis papás eran buena gente. Para ese momento ya había ido a cinco fiestas de quince. Cada una me alcanzaría para narrar una historia de trescientas páginas. Es decir que soy una pro en eso de fiestas. Qué cosas las que pasan en las fiestas de mis amigas y en las de mis enemigas —porque a esas también me invitaron y a veces me divertí más que en las fiestas de mis amigas—. El caso es que cuando iba a una fiesta, mamá o papá me llevaban y regresaban por mí más tarde, no tanto como yo hubiera querido.

Eran las once de la noche y ya iba a apagar la luz de mi cuarto, cuando me entró un mensaje. Miré la bandeja y era de Delfín Morado. No voy a negarlo, mi corazón se puso a saltar de contento. Pero cuando abrí el correo me quedé de una pieza:


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