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Laura

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CIERTO DÍA NO FUI AL COLEGIO porque me dolía todo el cuerpo. Mamá me puso el termómetro y tenía 39 grados. Debí estar al borde del delirio pues la vi desfigurada: tan alta como un dinosaurio y tan voluminosa como esas gordas de Botero que visitamos una vez en Medellín. Me sentía tan mal que durante una hora ni siquiera tuve alientos de mirar el celular. Claro que al rato, cuando la fiebre ya estaba en 38, arrastré un cojín, lo puse sobre la almohada y ¡las que se conectan con el mundo!

No hay nada tan emocionante como prender el celular: es como abrir una ventana y encontrarse con que una multitud lo está esperando a uno para contarle sus cosas: “¿En que anda mi befa? ¿Daniel se ha dignado responderme? ¿Qué se comenta por los lados de Los Melomerengues? ¿Y mis adoradas Rechiqui? ¡Condesa se ha manifestado otra vez!”.

A pesar del dolor de cabeza y el escalofrío, leí todo lo que Condesa había escrito y le respondí. Ella, ¡tan linda!, me levantó el ánimo y me aclaró las dudas con respecto a nuestro último contacto, en el cual me hablaba de un juego de delfines azules, que en verdad eran morados, porque en internet uno ve las cosas del color que le plazca, como cuando se puso de moda que un vestido era azul, pero unos decían que era fucsia y otros que rosado…

Condesa me lo explicó en mensaje de voz. Yo, que andaba tan achicopalada, me reanimé un poco con solo escucharla y salí de mi lamentable estado. El juego se llamaba Delfín Morado y era de carácter privado. Es decir, que no era para todo el mundo. Como dijo Conde, había una lista reducida de invitados. Y habría premios o tal vez dinero, que se pagarían en bitcoines, para quien llegara sano y salvo a la meta después de cumplir con los veintiún retos de la prueba.

Eso de los retos siempre fue la pasión de Condesa. ¡Sí que se divertía con el No Arms Challenge! Yo me consideraba bastante tímida y hasta miedosa para esas cosas. Condesa me mostró los tiquetes que acababa de ganar por otro juego en el que participó y en el que obtuvo el segundo puesto: ¡un crucero por las islas griegas! Bueno, el caso es que ella me convenció de que participara en Delfín Morado. Además, la primera prueba me pareció tan tonta que me dije a mí misma: “Laura, ya es hora de salir al mundo y vivir emocionantes aventuras. Pronto saldrás del colegio y empezarás tu vida de adulta. Has vivido una juventud tan aburrida que si algún día tienes hijos no tendrás nada qué contarles”. Me imaginé con mi propia cuenta en bitcoines comprando en la red todo lo que se me antojara: ropa, maquillaje y… ¡Una casa en Hollywood! Condesa dijo que si ella se ganaba el reto se compraría un Mustang GT, que era el carro que le gustaba.

La cosa funcionaba de la siguiente manera: todas las pruebas tenían que ser grabadas, pero no había que subirlas a las redes sociales ni nada de eso, sino enviarlas a un correo donde las clasificaba un jurado. Eso me acabó de convencer porque yo no quería aparecer por ahí haciendo alguna bobada que se volviera viral y por la que mis amigas me matonearan. A medida que superabas las pruebas, los jurados de Delfín Morado te enviarían un correo de confirmación, donde te aceptaban para el siguiente reto. Si no llegaba nada era porque no habías superado la prueba y chao: si te vi no me acuerdo. Lo mejor era que todo sería secreto: solo al final se diría el nombre de los dos ganadores y ni en ese momento los videos saldrían a la luz pública. Condesa dijo que los organizadores de Delfín Morado eran los mismos de La Vaquita Hablantinosa, el juego en el que ella se ganó el viaje a las islas griegas.

Solo se podía participar por invitación de un concursante activo. Como Condesa ya estaba inscrita e iba por la segunda prueba, ella me aceptó y los del juego me enviaron por la tarde un correo de confirmación con mi primer reto, que decía así:


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