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Nemo

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CUANDO VEO PELÍCULAS DE JUSTICIEROS me horroriza pensar que yo actué como ellos: movido por la sed de venganza. Uno no puede tomarse la justicia por sus propias manos. No se debe actuar siguiendo la misma lógica de los criminales, pues en algún momento se pierde el norte y termina uno siendo un bandido más.

Me alegro de pertenecer a la UIT, así no esté en la nómina oficial. Desde acá puedo hacer algo por este mundo, dominado ya por el gran HPZ, y en el que a veces siento que me falta el aire. Trabajar aquí me ha dado la oportunidad de no andar por ahí atormentándome con rencores que podrían hacerme daño. Recuerdo cuando le conté a Protón lo que había ocurrido con mi hermana. El tema surgió de otro tema que él me planteó.

—A veces, en la Dijin, me hacen sentir mal —me confesó Protón un día, cerca de la cafetería de la esquina, después de mordisquear a la mitad un pandebono caliente.

—¿Y allá no están tus amigos? —pregunté.

—Qué amigos ni qué nada.

—¿Cuál es el problema?

—Dicen que mientras ellos arriesgan su vida en las calles, lidiando con toda clase de malandrines, yo estoy en una oficina mirando porno en internet. Que lo mío no es investigación ni es nada. Que no hay nada de heroísmo en pasarse la vida jugando al espía en las redes. Me matonean todo el tiempo. A veces me hacen dudar de mi trabajo.

—Pues ellos no van a reconocer lo que haces hasta que no tengan que venir a pedir tu ayuda —respondí indignado—. Eres muy bueno en lo que haces. Y todos, según nuestras capacidades, podemos servir a los demás de una manera diferente. No te dejes desanimar. Muchos niños están esperando que haya tipos como tú, que los defiendan de esos miserables depredadores que están esperándolos en internet cada vez que se conectan. ¡Si hubiera habido un Protón que hubiese salvado a mi hermana!

En ese momento sentí que podía confiar en Protón. Le conté lo que a nadie le había dicho. Aunque era algo que pertenecía al círculo íntimo de nuestra familia, podía servirle a él para darse cuenta de lo importante que era su trabajo.

Cuando ocurrió el suceso de mi hermana, hacía dos años que yo había salido del colegio y estudiaba actuación. Mi hermana es cuatro años menor que yo y estaba en décimo. Ella siempre había sido muy amiguera, contrario a mí, que era bastante tímido y retraído. Ella era muy activa en internet. Mis papás confiaban en ella porque siempre dio muestras de ser muy madura. Tenía perfiles en todas las redes sociales y se jactaba de tener muchos más amigos que cualquiera de sus compañeras de colegio.

Los dos manteníamos una buena relación, aunque ya no tan cercana como cuando niños. Su adolescencia nos alejó un poco. En esa época peleábamos por cualquier motivo y, al poco tiempo, nos reconciliábamos. Yo estaba pendiente de sus cosas, pero no me atrevía a husmear en su celular. Nos respetábamos y defendíamos mucho nuestra privacidad.

Después, cuando vino la investigación, supe que su núcleo de acción era WhatsApp, donde tenía muchos amigos desconocidos, aunque también frecuentaba Snapchat, que permite que los mensajes enviados se borren en corto tiempo. Yo también tenía mis grupos, pero eran pura mamadera de gallo o todo lo contrario, asuntos realmente serios.

La amiga de Inés, o befa como se decían entre ellas, era una niña de su misma edad que había llegado al colegio cuando estaban en sexto. De inmediato congeniaron y se hicieron inseparables. Le decían Houston, porque se parecía a la cantante Whitney Houston. Era muy extravertida y pronto se hizo muy popular en el colegio.

Mi hermana se montó en la cresta de popularidad de Houston y las dos crearon un grupo al que llamaron Houston y Sus Comadres. Allí estaban las más bonitas, las más lanzadas y las más apetecidas por los muchachos. Así se llamaban en la vida real y también en el grupo que tenían en WhatsApp.

Houston era, por supuesto, la que más admiradores tenía. Más de uno soñaba con tener una relación sentimental con ella. Por eso la chica e Inés acordaron mantenerse al tanto de todo avance que realizaran los muchachos en ese sentido. Es decir, se cuidaban la espalda. Fue tal el grado de confianza y de camaradería que cultivaron entre las dos, que un muchacho debía primero pasar el examen de la una para que pudiera entablar amistad o amorío con la otra: “Si le partes el corazón, te las verás conmigo”, “Te voy a dar el visto bueno, pero si no te comportas, te voy a hacer la vida imposible en las redes sociales”. Si algunas de las dos rechazaba a un pretendiente de la otra, no había vuelta de hoja y era dejado en visto o bloqueado del chat.

Fue Houston la que animó a Inés a aceptar una relación amorosa con Tobías. ¿De dónde había salido este tipo? Ese muchacho era amigo de una prima de Andrea, que era una de las Comadres. Fue Andrea la que lo llevó al grupo Loslocosdelsalón y allí fue donde se interesó por el perfil de mi hermana Inés. A las pocas horas eran amigos y al otro día él le declaró a mi hermana, a través del chat privado, que estaba enamorado de ella.

Lo que a Tobías le faltaba en belleza física le sobraba en palabrería. En la segunda noche, después de haber recibido el visto bueno de Houston, Tobías le mandó a mi hermana veinticinco mensajes de voz. Algunos de ellos de hasta diez minutos. Y hablaba de una manera tan cariñosa que era fácil entender por qué mi hermana se había enamorado de él. Eso, sumado a que tenía una voz muy sensual, hizo que Inés cayera en sus redes.

Los mensajes que encontramos después revelaron que Inés no se quedó atrás. Se comunicaba con él estando en clases, en recreo o en la buseta. Y ni se diga cuando llegaba a la casa y se encerraba en su habitación. Encontramos conversaciones después de la medianoche, cuando se suponía que estaba dormida. Los mensajes de Inés no eran tan explícitos como los de Tobías, pero sí mostraban a una adolescente perdidamente enamorada y terriblemente ingenua.

Fueron quince días de amor intenso hasta que Tobías le pidió a Inés que se vieran en la vida real. Ella le respondió que eso era imposible porque mis papás no la dejarían. Entonces él recurrió a varios trucos y, hablándole como solo él sabía hacerlo, le propuso que se vieran el sábado cuando ella fuera a la unidad residencial de mi tía Emilia, rutina de la que estaba enterado porque Inés le había contado su vida al derecho y al revés, y le había hablado al detalle de cada uno de los integrantes de nuestra familia.

Todo quedó en los mensajes que se intercambiaron: la estrategia de Inés para salir del apartamento de la tía Emilia diciendo que iba para el apartamento 1104 donde vivía una amiga y el truco de salir por la portería sin ser vista por los porteros, esperando en el corredor hasta que un grupo de personas saliera para confundirse con ellas. El vehículo de color marrón que la recogió una cuadra más adelante del edificio fue captado por una cámara de seguridad.

Ese día me habían invitado a celebrar el cumpleaños de un amigo en un bar de la calle sesenta y seis. Fui a la casa después de mi última clase de teatro, me cambié, pregunté por Inés y mamá me dijo que estaba en la casa de la tía Emilia. Hablé con papá y le pedí plata. Me despedí y salí a la portería donde ya me estaba esperando el taxi.

Al llegar al bar me vi en dificultades para encontrar la mesa donde estaban mis amigos. La gente estaba bailando reguetón y cantando en coro. Había que avanzar empujando a todo el mundo. Saludé a mis a amigos, me tomé un sorbo de ron y me puse a charlar. Al rato salí a bailar con Betty, mi mejor amiga de la escuela de artes. Ella y yo nos entendíamos bien, pero nada más. Bailé con ella todo el rato.

A las once y quince de la noche sonó el teléfono. Miré la pantalla y me di cuenta de que era mamá. Contesté a los gritos mientras intentaba despejar el camino para llegar al baño. Lo único que supe fue que mamá estaba llorando. Avancé entre la multitud, dando codazos a diestra y siniestra, hasta que alcancé la puerta. Entonces, alejado ya del ruido, mamá repitió lo que había dicho en medio de la algarabía: Inés no aparecía por ningún lado. Ni siquiera había llegado al apartamento 1104 donde supuestamente había ido a visitar a su amiga.

La habían buscado por toda la unidad y nadie daba razón de ella. Mi tía andaba como loca averiguando en todas partes, pero hasta el momento no había noticias de mi hermana. En ese momento la tía estaba revisando los videos de las cámaras instaladas en la unidad residencial y papá había salido para allá.

Traté de calmar a mamá, diciéndole que había transcurrido muy poco tiempo, que todavía era temprano y que seguramente Inés estaría donde alguna otra amiga en el conjunto porque era imposible que la tía pudiera ir de apartamento en apartamento buscando a mi hermana. Finalmente le dije que saldría de inmediato para la casa de mi tía y que me sumaría a la búsqueda.

Me despedí de mis amigos diciéndoles que se había presentado una emergencia en mi casa y tomé un taxi que me llevó en menos de diez minutos al barrio El Caney. Al llegar, encontré a papá y a Jaime, esposo de mi tía, en la sala del apartamento, con rostro de tragedia, tratando de calmar a mi tía que había sufrido una crisis de nervios.

Papá me explicó que habían descubierto, gracias a los videos, que Inés había salido del conjunto residencial camuflada entre un grupo de personas y que después se había subido sola a un carro que la estaba esperando en la esquina. Yo me quedé de una pieza. Me hice el fuerte para no angustiarlos más, pero por dentro entré en pánico absoluto y así estuve durante las horas siguientes.

Algo terrible había ocurrido y prácticamente estábamos maniatados. Lo único que podíamos hacer era esperar… Y esperar en tales circunstancias fue una verdadera tortura.

Papá fue a la estación de policía, yo lo acompañé. Allí le dijeron que era muy pronto para poner una denuncia por desaparición. Salimos refunfuñando por la actitud de los agentes. Después, sabiendo que mamá estaba sola y hecha una mata de nervios, nos dirigimos a la casa. Cuando llegamos, mamá estaba con la camándula en la mano. Se abalanzó sobre nosotros y se puso a llorar. Ya iban a ser las cinco de la mañana.

Después de un rato, papá me pidió que me fuera a descansar y yo fingí que le obedecía, pero en ese momento recordé algo importante y salí para el cuarto de mi hermana. Prendí su computador y activé la aplicación Buscar iPhone, que yo mismo le había instalado porque mi hermana era muy despistada y siempre andaba perdiendo las cosas. Después de un par de minutos logré establecer que el celular se encontraba en un lugar específico del parque El Ingenio, al sur de la ciudad. Salté de la silla como un resorte y fui a comunicarles a mis padres el resultado de mis pesquisas. Más me demoré en decirlo que papá en coger las llaves del carro. Yo recogí el portátil de mi hermana y salimos juntos sin decirnos ni una palabra.

Nos demoramos una hora y pico buscando el celular en el lugar que señalaba la aplicación, la cual nos permitía buscar en un perímetro concreto aunque no tan preciso. Fui yo quien lo encontró al lado de un matorral, en un sector del parque alejado de los senderos que utiliza la gente para trotar. De inmediato supe, sin ser siquiera un aficionado en asuntos forenses, que allí había ocurrido algo grave. No había sangre ni nada de eso, pero las plantas estaban aporreadas, la grama aplastada y había varias colillas de cachos de marihuana. Supuse que algo muy terrible le habían hecho a mi hermana, pero no quise comentarle nada a papá porque mi imaginación tiene cierta tendencia a crear escenarios que después resultan ciertos, y eso asusta a las personas.

Por el lugar en el que encontré el celular supuse que mi hermana había logrado ocultarlo sin que sus atacantes se percataran de ello. Para mi papá fue el presagio de eventos terribles y se puso a llorar. Lo abracé y dejé que se desahogara. Para mis adentros pensé que encontrar el celular había sido bueno porque de esa manera, si estábamos de suerte, íbamos a poder reconstruir lo que había ocurrido con mi hermana.

Esa misma mañana, antes de formalizar la denuncia por desaparición, hice una copia de todas las comunicaciones de mi hermana y empecé a analizar la información que encontré en los chats de WhatsApp, en las fotos de Instagram y en los mensajes de Snapchat. Muy pronto empecé a armar el rompecabezas con solo seguirles la pista a las conversaciones que había sostenido con su befa, Houston, y con su amigo Tobías, quien era a todas luces el principal implicado en la desaparición.

Al descubrir todo aquello me tendí sobre la cama como si un rayo me hubiera desplomado. Me parecía increíble que mi hermana no se hubiese dado cuenta del peligro que estaba corriendo al citarse con un desconocido. Las palabras de ese muchacho le habían adormilado la conciencia. Yo estaba convencido de que ella no era ninguna tonta. Siempre había demostrado sagacidad e inteligencia. ¿Qué le había ocurrido para dejarse engañar de esa manera?

Es claro que a los jóvenes solo les interesa agrandar su círculo de amistades para que crezca su popularidad y no se preocupan por la procedencia de sus amigos. Mi hermana andaba en ese plan y por eso la amistad de Houston le cayó como anillo al dedo. Tobías era el supuesto amigo de la prima de una amiga. Ni siquiera el amigo directo de su amiga Andrea o de alguna otra de Las Comadres. Andrea lo había agregado a Loslocosdelsalón por petición de su prima. Vaya uno a saber cómo fue que la prima lo conoció. Pero Houston le había dado el “visto bueno” y, por lo visto, confiaba más en ella que en cualquier otra persona sobre esta Tierra.

Para consolarme, pensé que al menos había un rostro, una voz y muchas pistas en ese celular. Allí estaba Tobías y todo indicaba que era un muchacho real. Cuando papá regresó a la estación de policía, ya tenía un relato concreto y una denuncia de mucho peso. ¿Aprovecharía la Policía los datos que le estábamos entregando?

Lo que yo descubrí en menos de una hora, ellos se tardaron varios días en corroborarlo. En ese entonces la UIT estaba en pañales y los investigadores no tenían mucha experiencia. Y antes que ellos entregaran resultados concretos, apareció mi hermana.

Un cortero de caña la encontró de puro milagro en un cañaduzal en la vía que de Cali conduce a Candelaria. El hombre creyó que mi hermana estaba muerta, pero cuando sus compañeros se acercaron observaron que aún respiraba. Pidieron ayuda y la condujeron al hospital departamental. Los médicos determinaron que había sido violada, torturada y que, finalmente, producto de una terrible golpiza, había quedado en estado de coma.

A mis papás les quedó, al menos, la ilusión de que Inés se recuperara algún día y eso les dio fuerza para seguir adelante. Fueron días muy difíciles para todos. No me gusta pensar en eso porque me revuelve el estómago y se me hace un nudo en la garganta. Para mí, hubiera sido mejor encontrarla muerta que en ese estado… Si hubiera tenido los conocimientos que tengo hoy, seguro habría dado con los responsables de ese crimen, pero apenas era un aficionado a los videojuegos…

La Policía logró establecer que Tobías fue el anzuelo que le pusieron a mi hermana dos sujetos conocidos como Parkis y Rigo. Ellos utilizaron a Tobías para seducir a mi hermana. Al salir de casa para verse con él, cayó en las redes de los bandidos. Fue atacada en el parque El Ingenio y después conducida a un lugar de la ciudad donde fue sometida a toda clase de vejámenes sexuales. Al cabo de cinco días —tal vez porque la dieron por muerta— sus verdugos la abandonaron en el cañaduzal.

A los dos días de aparecer mi hermana, fue encontrado el cadáver de Tobías —que en realidad no se llamaba Tobías sino Joansen Aparicio— en un potrero cerca de Jamundí. Ese hecho, en vez de acelerar la investigación, la atascó. Lo único que se pudo establecer con total certeza, por los mensajes que recibió en su celular, fue el vínculo que tenía Joansen con Parkis y Rigo, pero estos eran nombres falsos y nunca se pudo dar con su paradero.

Hay algo de todo esto que no saben mis padres, Protón ni nadie. Dos años después de la tragedia, cuando ya estaba estudiando en la Univalle y hacía un trabajo de investigación sobre la red oscura, encontré por pura casualidad un video que circulaba en un chat. De inmediato, sin que la primera imagen lo mostrara, supe que allí había algo que me incumbía. Fue como una corazonada. En efecto, en el video aparecía mi hermana siendo violada y torturada por un par de encapuchados.

Fue entonces cuando comprendí que los hombres que destruyeron la vida de mi hermana tenían como objetivo principal vender esas imágenes en la red a los usuarios que las pedían desde cualquier lugar del mundo. Esas imágenes acabaron con la poca paz que me quedaba.

A pesar del tiempo transcurrido, todavía no he superado el impacto que me produjo ese video. Guardé silencio por respeto a mi hermana y por temor a que las imágenes recibieran más difusión de la que tenía en la red oscura. Pero empecé a trabajar de inmediato con la convicción de que algún día descubriría a los culpables.

Me pasé noches enteras tratando de descifrar la ruta del video, pero este ya llevaba mucho tiempo circulando y fue imposible rastrear el origen. Además, era una tarea que tenía que hacer yo solo, sin ayuda de nadie, y no tenía los conocimientos suficientes para semejante empresa. Lo que sí logré fue desaparecerlo, impedir que siguiera circulando. Sé que aún puede estar guardado en algún computador, pero yo estoy listo para atacar a quien se atreva a publicarlo.

Mi hermana ha permanecido todos estos años en recuperación. A los veinte días despertó del estado de coma, sin daños cerebrales aparentes, pero con un trauma sicológico que la ha dejado irreconocible. No regresó al colegio, casi siempre habla en monosílabos o articula frases cortas, se queda horas enteras mirando por la ventana, no llora ni ríe. Me da mucho dolor verla así, cuando era tan activa, tan conversadora, tan amiguera. Y no es que hablara mucho conmigo, pero su sola presencia le daba alegría a la casa. Mis padres se pasan la vida cuidándola y aunque se han envejecido más de la cuenta esto los mantiene vivos. No pierden la esperanza de que Inés vuelva un día a ser la misma de antes. Quién sabe. A lo mejor se quede así para siempre… Como ida de este mundo.

Cuando Protón escuchó parte de este relato, clavó los ojos en la mesa como un niño que recibe un regaño por haber actuado tontamente. Después levantó la mirada y extendió el brazo hasta alcanzar mi hombro.

—Cuenta conmigo —dijo—. Te agradezco por contármelo. Y te admiro por hacer las cosas como las haces. Yo, en tu caso, no sé cómo hubiera reaccionado.

—No deseo venganza, como debería —dije—, pero no pierdo la esperanza de encontrar alguna pista que me lleve hasta las autores de ese crimen, aunque este trabajo no haya dado fruto hasta el momento.

—Te entiendo —respondió—, yo también me siento impotente frente al sistema. Pero creo que tenemos un buen campo de acción y, con lo que me dices, ya somos dos los que estamos tras esa escoria humana.

—Al menos los dos somos pacientes —agregué—. En este trabajo hay que actuar con la paciencia del pescador que lanza el anzuelo en aguas poco tranquilas. Se requiere una buena carnada y mucha suerte para dar con una buena presa.

—¡En eso eres un experto! —dijo sonriendo—. Que lo diga Euclides Torres. O nuestro amigo Richard…

Protón apuró el jugo de mora que se estaba tomando y yo terminé mi tercer tinto del día. Después salimos a la calle. Hacía mucho calor y parecía que las palmas afuera del edificio estuvieran bailando salsa al ritmo de la suave brisa de la tarde. Respiré profundo y quise creer que me despojaba de todas mis angustias. En ese momento me dieron ganas de estar en otro lugar, en la cima de una montaña tal vez, donde no tuviera que preocuparme por las atrocidades del mundo.


Arriba, en la oficina, nos esperaba mucho trabajo. Richard había entrado en acción esa misma mañana en Bogotá. Richard era el personaje ficticio que yo había creado y que estaba siendo interpretado por Tadeo35, un agente de la UIT que fue compañero mío en la universidad. Llevábamos bastante tiempo trabajando en llave y eran muchas las investigaciones que habíamos compartido desde nuestras respectivas ciudades. Él se hacía pasar por Richard de acuerdo con el libreto que yo le había diseñado y tenía la misión de evitar que los usuarios sospecharan que se trataba de una operación policial.

Según lo que Tadeo35 informó aquella tarde, ya se habían hecho tres ofrecimientos por los hijos de Euclides. La subasta iba para largo porque lo que necesitábamos era tiempo, mucho tiempo para identificar a los verdaderos implicados en la muerte de Beto. Era como esperar en un parque a que se prendiera una luz en el apartamento X de una torre gigantesca. Si esa luz se prendía con cierta periodicidad y en el momento indicado, podríamos deducir que el inquilino estaba en contacto con Richard. Pero en la red oscura era muy difícil llegar al parque, encontrar el edificio y, mucho más, observar la luz.

Nuestro hombre en la Europol era Alain2. Con él tengo una buena amistad y hemos trabajado en grandes investigaciones, rastreando descargas y conexiones a través de las redes P2P, usadas por pedófilos para el intercambio de archivos en la red oscura. Cuando esa tarde me comuniqué con Alain2, pensé que él estaría muy concentrado en la Operación Terciopelo y que me tendría noticias al respecto. Todas las acciones referentes a la búsqueda de los involucrados en la muerte de Beto habían sido coordinadas entre la UIT, la Europol, la Interpol y la Guardia Civil española. Pero Alain2, hablando un español muy fluido, me sorprendió preguntándome sobre otra cosa.

—Oye, Nemo, ¿has visto por ahí algo que tenga que ver con un delfín morado?

De inmediato me incorporé.

—¡La conmoción planetaria! —recordé con tono burlesco—. Siempre estamos conectados, justamente estaba pensando en eso. Pues sí, resulta que hace unos días descubrí un correo en que dos peches —así llamamos en clave a los pedófilos— hablaban de que delfín morado iba a causar una conmoción planetaria. Estaba por preguntarte lo mismo.

—¿Me puedes reenviar ese correo?

—¿Tienes algo? —pregunté—. Si el mundo se va a acabar quiero ser el primero en saberlo.

—No sé de qué se trata, pero ha ocurrido algo aquí en Francia, específicamente en Marsella. Una niña de quince años, Annette, fue encontrada muerta en el baño de su casa. Tenía tatuado un delfín morado en la palma de su mano izquierda. La investigación indica que recibió alguna instrucción por la red, pero hasta el momento ha sido imposible obtener algo concreto. ¡Envíame, por favor, ese correo!

—Lo estoy buscando, pero no lo encuentro. Dame unos minutos —respondí, mientras revisaba mis archivos de asuntos clasificados.

Soy muy cuidadoso con el material de trabajo. Normalmente hago tres backup cuando se trata de material sensible. El riesgo es muy grande. Yo mismo, siendo investigador, puedo ser blanco de ataques por parte de crackers o de agentes anónimos de la red oscura. Aunque mi equipo cuenta con un software muy avanzado, ellos siempre son muy sagaces y a veces es difícil mantenerse a la vanguardia. ¿Cómo iba a desaparecer un simple archivo, una copia de un chat, que no habría ocupado ni media página de Word, así, como por arte de magia? Era de no creérselo. Le pedí tiempo a Alain2 mientras investigaba qué había ocurrido.

Es difícil reconocer que se es vulnerable. Y aunque uno lo sabe —no hay equipos totalmente seguros—, es peor si se es experto en seguridad informática y ese ataque ha sido exitoso para el adversario. Porque así como un soldado tiene que enfrentar en la guerra a un enemigo que puede acabar con su vida, nosotros, Protón y yo, tenemos que vérnoslas día a día con enemigos despiadados que darían lo que fuera por vernos por fuera del sistema. El ataque a mi computador había sido exitoso y habían borrado todo lo referente al mensaje y a la ruta. Pero igual: no hay daño que no se pueda reparar.

Me quedé hasta muy tarde en la oficina recuperando lo que me habían robado. Lo logré a eso las dos de la mañana. No me contenté con obtener de nuevo la conversación, sino que descubrí otra charla en la que el tema del delfín morado volvía a salir. Era algo sobre “el chico de Turín” y, por lo que deduje, se trataba de un niño al que iban a someter a una especie de prueba. Todos los mensajes estaban cifrados y me fue imposible avanzar. Concluí que el asunto del delfín morado era algo muy organizado y que debía avanzar a ciegas durante un buen trecho si quería obtener un resultado positivo.

Justo antes de apagar el computador me llegó un correo enmascarado, cuyo contenido estaba desplegado en su totalidad en el asunto. Era una amenaza:

The dolphin will take you to the depths

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