Читать книгу Cómo superar el trastorno bipolar - Alberto Caselles Ríos - Страница 16
ОглавлениеHace mucho tiempo sufría en el presente porque vivía en un futuro idealizado que no llegaba nunca. Esporádicamente, disfrutaba de algún logro de una manera tan pasajera que, al día siguiente, la hoja parecía estar de nuevo en blanco. La única manera que encontraba de llenarla, consistía en proyectarme a futuro imaginando siempre logros aún mayores.
Vivir pensando en el futuro consiste en proyectarse con la imaginación para vivir lo todavía no vivido como en un viaje virtual. Aunque a nivel psicológico, esta práctica puede ser una herramienta muy útil en el crecimiento personal, para las personas diagnosticadas con trastorno bipolar puede resultar tan peligroso como poco recomendable. Vivir en el futuro una realidad virtual en la que mis deseos más escurridizos acabarían algún día por llegar a cumplirse, fue una condición necesaria para que brotaran mis episodios de euforia hace ya más de diez años. Albert Einstein resumía este concepto afirmando que todo lo que puedas imaginar es real. Para comprender mejor la idea, ilustraré el poder de la imaginación con un ejemplo infantil.
Un verano, mi hijo Roberto, iba a recibir en vacaciones como regalo una Nintendo DS. Con diez años, su mayor ilusión era tener una nueva consola desde que se rompió la que le había regalado su hermana cuando ella encontró nuevas ilusiones. Mi hijo, un niño muy inquieto y, a quien andar nunca le ha gustado demasiado, no paraba de preguntar:
-¿Dónde vamos?¿Cuánto nos falta? - mostraba a cada paso su molestia.
A quien le encanta correr, brincar o hacer el pino, andar le resulta aburrido. Lo más asombroso y no tan sorprendente conociendo la fuerza de la ilusión de un niño, es que el día en que le íbamos a regalar la pequeña consola de juegos no sentía sus piernas. Fue capaz de subir y bajar una pendiente de más de un kilómetro en busca de una tienda donde encontrar el precio más barato sin quejarse ni una sola vez. El deseo intenso de tener entre sus pequeñas manos aquella máquina con botones superaba con creces el cansancio o el aburrimiento de tener que caminar. Es posible que, siendo tan pequeño, no hubiera sido capaz de imaginar el momento en que se cumpliría su infantil deseo. O quizás sí. Desconozco si somos capaces de desear algo que no hayamos imaginado previamente con un mecanismo de proyección a futuro, o hayamos presenciado sus efectos visibles en terceras personas.
La publicidad en los medios de comunicación juega constantemente con este efecto mostrando el éxito, el placer o la felicidad en breves anuncios. También recurre a sugerentes imágenes que nos evocan recuerdos agradables o despiertan deseos por satisfacer. El coste de la publicidad es tan elevado porque la eficacia de desear algo incluso antes de haberlo saboreado está fuera de toda duda.
Pondré ahora un ejemplo con una persona adulta. Imagínate que todavía no has o hubieras decidido tu elección profesional, y cae en tus manos un periódico que te revela la siguiente información: “el sueldo promedio anual de un controlador aéreo puede alcanzar los 350.000 euros”. Una cifra tan abultada, sólo por sí misma, puede ser el motor para que cientos de personas consigan lograr la titulación necesaria y hacer su sueño realidad. Un simple titular de un artículo acaba de despertar en ti un deseo capaz de estimular tu esfuerzo casi de forma instantánea. Un esfuerzo que se traduce en un número considerable de horas de estudio o dedicadas a adquirir otras habilidades durante el periodo de formación. Este simple ejemplo parece demostrar que el deseo, un mecanismo de proyección a futuro, puede actuar como un interruptor que moviliza los recursos de una persona sin ni siquiera darse cuenta. En este caso concreto, el deseo es inmediatamente materializado en forma de imágenes que representan todas las necesidades o lujos que se podrían satisfacer con un sueldo tan llamativo. Uno mismo se proyecta como protagonista de una película donde el éxito profesional y el dinero forman parte del decorado de tan agradable película incluso antes del estreno.
La versión menos agradable de la proyección a futuro es aquella que nos limita o retrae, llegando incluso a paralizarnos. Volvamos al ejemplo del estudiante que ya ha iniciado su formación para convertirse en controlador aéreo. La historia continua y cambia el decorado en un abrir y cerrar de ojos. Fortuitamente cae en tus manos un periódico, de nuevo, en el que una noticia sobresale sobre las demás: “Un controlador aéreo ha sido cesado, acusado de una conducta inaceptable, en un accidente entre una avioneta y un helicóptero que costó la vida a tres personas”.
Tras leer estas líneas, te proyectas de nuevo a futuro y te imaginas protagonista en la dramática situación que el artículo describe, pudiendo llegar a sentir un escalofrío recorriendo todo tu cuerpo, o el corazón saltando dentro de tu pecho. La sensación de pánico de una situación sólo vivida en tu imaginación podría ser suficiente para paralizarte y hacerte dudar sobre tu verdadera valía o elección profesional.
Con este sencillo ejemplo sólo trato de ilustrar que no sólo aquello que vivimos o hemos vivido puede condicionar nuestras reacciones corporales y nuestras decisiones vitales. El filósofo Arthur Schopenhauer, conocido como el maestro del pesimismo, ya reflejaba en su desconocida obra “El arte de ser feliz” que “la alegría y el dolor intenso siempre se dan en la misma persona, porque ambos se condicionan mutuamente y también están condicionados por una gran vivacidad de espíritu [….] No son producto de la pura actualidad, sino de la anticipación del futuro”.
Una vez más, la filosofía se adelantaba a las neurociencias en el tiempo. Basta con imaginar una situación para poner en marcha nuestros recursos o despertar en nosotros mismos emociones tan intensas como las que experimentaríamos en una situación real. Años después de haber conocido la euforia, reconozco en ella una reacción emocional a un deseo muy intenso que, artificialmente, sentí repentinamente satisfecho. Añado la palabra artificialmente porque, en la práctica, mi experiencia personal me vino a demostrar que realmente no había logrado satisfacer el deseo de una manera estable. Había conseguido acariciarlo pero el deseo seguía tan escurridizo e inaccesible como siempre lo había sido. A pesar de sentirlo como algo real, alcanzando de esta manera una sensación de plenitud difícil de describir, se trataba de un castillo en el aire que no tardaba mucho en caer violentamente al suelo. La euforia, en mi caso particular, era un gran rascacielos construido sobre una ciénaga. Afortunadamente, sólo estaba habitado por mi. Aunque el riesgo es personal, el sufrimiento siempre es compartido por nuestros seres más queridos. Estas conclusiones sobre mi propia experiencia me invitan a hacerte las siguientes preguntas.
¿Llevas mucho tiempo proyectándote a futuro en una situación, en cierta manera, ideal?
Si es así, ¿podría esconderse tras esa proyección un deseo muy intenso que no has logrado satisfacer durante mucho tiempo?
Puede que sea un buen momento para que reflexiones sobre las sensaciones que te desbordaban cuando te sentías eufórico. Yo tardé casi diez años en conseguir que se iluminara esta bombilla, y surgíó de forma espontánea después de haber encontrado la serenidad y el bienestar psicológico. También soy consciente de que si no hubiera vivido el trastorno bipolar desde dentro, nunca podría haber llegado a ninguna de estas conclusiones que han sido vitales para mi recuperación y que me han permitido llegar a muchas de las conclusiones de este libro.
Encontrarse ante una situación sin salida aparente es una de las sensaciones más angustiosas que se pueden experimentar. Ver cómo uno se derrumba mientras los demás siguen en pie suele coincidir con la bajada del telón ante la expresión de asombro de los espectadores.
Tratar de comprender, evitando convertir el pensamiento en un mal vicio, es la única manera que encontré para ir abriéndome camino en la oscuridad de mi propia ignorancia; de mis limitaciones y mis deseos, de mis frustraciones y mis posibilidades. Siempre he pensado que las posibilidades de todos y cada uno de nosotros, son más de las que aparentan ser. No pretendo defender la idea de que siempre hay una salida porque hay situaciones de vida miserables que pueden ser muy difíciles de resolver y dejar secuelas que sólo el tiempo o un buen equipo médico pueden cicatrizar. Me refiero, en concreto, a aquellas situaciones en que podemos comenzar a mejorar tomando las decisiones necesarias para empezar a soltar lastre, y sin embargo, no hacerlo puede costarnos la salud.
John Lennon dijo en una ocasión que la vida es lo que pasa mientras estás haciendo otros planes. Vivir en el futuro, además de exponerte al riesgo de atragantarte con él, supone perderse la vida que transcurre en el hoy. Atragantarse con el futuro suele manifestarse como síntoma en forma de euforia. Ser incapaz de parar la locomotora de los deseos, las expectativas y los planes de futuro suponen una presión sobre la rutina del sueño que no debemos permitirnos.