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El estudio de las cartas

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Al abordar el estudio y análisis de las diferentes series en las que se fueron dividiendo las cartas del fondo de la casa Lazaga, una vez editado el Catálogo, fuimos conscientes, aún más si cabe, de la importancia de la documentación rescatada (Gullón, 2015).

En nuestro caso, las cartas celosamente resguardadas del escrutinio público por sus destinatarios y dispersas por los avatares de las herencias, acabaron de forma ocasional siendo descubiertas y organizadas merced a la curiosidad de los investigadores y a la buena voluntad de sus propietarios definitivos. El historiador, por tanto, no accede casi nunca a esta documentación al tener un carácter privado, cuyo destino es por lo general su destrucción o pérdida, y no es hasta el hallazgo de un tesoro documental de estas características que podemos contar con una amplia colección de misivas para acceder a tan fecunda información que supera ampliamente el espectro de otros documentos de carácter administrativo o comercial.

A pesar de su gran valor, estos documentos, al ser personales, son escasos y difíciles de localizar, ya que su naturaleza reservada y fugaz dificulta su custodia y conservación, y precisamente, el escaso valor que la sociedad ha dado a estos documentos ha facilitado su preservación a pesar del expolio ocurrido en el fondo antes de la intervención.

Como todas las cartas familiares, cada una de ellas va dirigida a un destinatario en un momento concreto de la vida del remitente, en unas circunstancias propias de cada momento que difieren en función de la percepción anímica del emisor, dos aspectos inseparables a todas ellas, aún al margen del análisis histórico, donde el contexto cobrará un sentido propio (Sánchez, 2014). Así, entre las cartas que salen de la casa Lazaga, José María, siendo el cabeza de familia, “ordenaba, gestionaba y administraba” en sus misivas la marcha de las salinas o la huerta en San Fernando y sus propiedades, sobre todo en Medina Sidonia; sin embargo, una vez alejado de la vida pública, nos encontramos con unas cartas en las se pudo entrever un “padre” preocupado por su prole. Expresiones como “tu viejo”, apelativo cariñoso de padre, “queridísima Lola”, “Lolilla”, “Pepín”, entre otros, permiten ahondar en los sentimientos y la humanidad del sujeto37.

El cruce de cartas entre la familia y los amigos es, ante todo, una manera de vivir las relaciones sociales, de adherirse a un grupo, de asociar el yo íntimo a los otros (Dauphin, 2014). Sobre la interacción de los miembros de la familia en la escena epistolar se construye y organiza la correspondencia familiar. Es el intercambio prolongado de cartas cruzadas entre diferentes miembros de una misma familia la que difiere de otras prácticas epistolares (como las cartas literarias o poéticas, las de amor, amistad, administrativas o diplomáticas) por la amplia y completa red de corresponsales que ponen en juego, sus formas de conservación, los recursos retóricos que emplea, por las funciones que cumple como instrumento de solidaridad, de control y de unión. Todo tal como se manifiesta en la cantidad de misivas de familiares y amigos que escriben a Lola Lazaga, en la segunda mitad del siglo XIX, como “alma mater de toda la familia” (Gullón, 2015).

La presencia de las cartas familiares está ligada, en un alto porcentaje, a la descripción de lo cotidiano, a las vivencias, a lo íntimo y confidencial; una carta escrita con un estilo cercano, de carácter sencillo y amistoso, en donde en se manifiestan los sentimientos del que la escribe sin los tabúes propio de la escena pública

El contenido del conjunto de todas estas cartas permite conocer la vida cotidiana y el acontecer de una parte de esta familia de oficiales de la armada convertidos en grandes propietarios, políticos e importantes marinos. El marco cronológico de las cartas abarca desde 1851 hasta 1929, y el contexto geográfico (figura 2-3) está siempre relacionado, en el caso de los marinos, en función de sus destinos: buques o dependencias de los diferentes departamentos marítimos de España o América serán el origen o el destino de la mayoría de estas (Gullón, 2019). También contamos con localizaciones geográficas relacionadas con los asuntos económicos de la familia, destacando el elevado número de las recibidas desde otras poblaciones de la bahía: Medina y Huelva.

El número de cartas catalogadas asciende a la suma de 2.181, concentrándose en su mayor número entre los años 1903 y 1921 (figura 4), que corresponderían al intercambio epistolar entre José María Lazaga, Dolores Lazaga y José María Chereguini. En este marco cronológico, 1909 y 1910, Lola se halla enferma en el sanatorio para mujeres del Dr. Gálvez en Málaga. Tras su curación retoma el mando de la casa ,haciéndose cargo de todo lo relacionado con la economía doméstica. Supuso un gran descubrimiento el interesante y fluido intercambio epistolar de Lola con su padre en estos momentos y a lo largo de toda su enfermedad. Ya viudo y alejado de la ciudad, viviendo en “el campo” alrededor de su hacienda y ganado en Medina, daba cuenta minuciosa a su hija (“jefa”), de la marcha de las cosechas, el tiempo de siembra, el nacimiento de reses, etc., incluidas las variaciones barométricas y el estado del tiempo, añoranzas de un hombre de mar. Estas cartas permiten adentrarnos en lo más íntimo de la relación entre padre, ya retirado de la política, e hija; las confidencias del padre, al que solo mantiene “la esperanza de la salud de su hija y el futuro de su nieto Pepín”38.

Figura 2. Fondo Lazaga


Fuente: elaboración propia

Figura 3. Fondo Lazaga


Fuente: elaboración propia

Figura 4. Fondo Lazaga


Fuente: elaboración propia

Tras el matrimonio de Lola, la casa siguió siendo un trasiego de personajes que entran y salen, que viven y se trasladan, que parten hacia sus destinos por períodos de tiempos habitualmente largos y otros, los menos, más cortos; de todo ello lleva cuenta y data María Dolores Lazaga, en anotaciones, libros de cuentas, recibos, etc., quizá sea a su cuidado y organización a quien tenemos que agradecer la conservación de este monumental repositorio epistolar y fotográfico.

Es fundamental para conocer el día a día y la vida cotidiana a bordo de los barcos de la Marina de Guerra española, a finales del siglo XIX, la correspondencia con su futuro marido, José María Chereguini, separados por un largo periodo de tiempo, 1894 a 1895, y el más prolongado, 1896 a 1898. En dichos años, y embarcado con diferentes empleos en la cañonera Almansa39y otros buques –en el transporte Legazpi la mayor parte de este periodo–, Chereguini mantiene una fluida correspondencia con Lola, lo que nos permitió conocer en primera persona las relaciones profesionales que mantuvo con compañeros, jefes, oficiales y subordinados de la Armada, entre los que encontramos algunos que ocuparon puestos de responsabilidad. Chereguini, más vinculado al departamento de Cartagena, al que Lola llama cariñosamente en sus cartas “Queridísimo Pepe”, logra hacer una brillante carrera militar con largos períodos en las costas americanas, a la vez que, junto a su mujer, llevó el control de la casa en ausencia de su suegro.


(…) lleva cuenta y data María Dolores Lazaga, en anotaciones, libros de cuentas, recibos, etc. Hoja suelta de estancias en la casa. Fondo Lazaga. Ayto. San Fernando.

Además, la documentación permite conocer y analizar, a su vez, el día a día de la casa y su entorno isleño, al pormenorizar Dolores Lazaga los diferentes acontecimientos que se van sucediendo en el ámbito familiar: las visitas que recibe, las enfermedades de familiares y allegados, su propia salud, la climatología, novedades en la “huerta”, etc. Llama la atención cómo José María Chereguini se convierte en el señor de la casa solariega de los Lazaga, en detrimento del primogénito de José María Lazaga, Juan, hermano de Lola, al que el padre no duda en tildar de “vividor” o despreocupado por la formación de sus propios hijos40, llegándose al extremo de que Lola, en detrimiento de Juan, recibe una clara mejora en el testamento que incluye la casa. En cualquier caso, Lola y José María Chereguini son los que regentan la casa familiar desde el mismo año de su enlace matrimonial, en 1899, hasta la muerte de “Lola”, que sobrevivió a su marido y que falleció en 1964, a la edad de 84 años.

El valor histórico-arqueológico del mar

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