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La Cosa Nostra

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La época donde se concentra el inicio de la obra El Padrino, tanto en la novela como en la primera película, es en el momento en que la Segunda Guerra Mundial está terminando. Por entonces Vito Corleone lleva veinte años de haber fundado su primera empresa, Genco Pura (en la novela) o Genco Olive Oil (en la película). Con esa compañía en la mano, entró al crimen organizado cuando comprendió las enormes dificultades para forjar un monopolio desde las técnicas de mercadeo habituales. Su amistoso despotismo, acompañado de la desesperación de los migrantes, le permitió un avance vertiginoso.

La llegada de la prohibición de venta de alcohol fue su siguiente oportunidad, pues los camiones que le servían para el aceite ahora eran el mecanismo de tráfico de alcohol. Esa oportunidad nació en realidad de las faltas que cometieron los contrabandistas que le pidieron los camiones a cambio de sumas importantes de dinero, pero no pagaron. Corleone decidió tomar el asunto en sus manos y se convirtió en el principal distribuidor ilegal de alcohol, manteniendo su lógica de cultivar una amplia red de socios de sus actividades en el mundo “legal”. El fin de la prohibición lo obligó a ampliar su repertorio de negocios y fue así que transitó al juego, la usura, la prostitución y los sindicatos, entre otras actividades.

Cuando creció su negocio contactó a Salvatore Maranzano para unir fuerzas. Maranzano tenía enorme superioridad en términos comerciales, pero no en poder. Las influencias de Vito Corleone eran mayores. Este último asumió que Maranzano comprendería y aceptaría el pacto, pero no fue así. No lo vio conveniente. Vito Corleone decidió actuar en su contra. Para ello recurrió a Tessio, el jefe de uno de sus regimientos históricos, quien se encargó de realizar un exitoso magnicidio. Desde ese día Vito Corleone pasó a ser parte de las familias más importantes.

A fines de la década de 1920 el tema del crimen organizado ya había explotado en Estados Unidos. La matanza del día de San Valentín en 1929, cuando Al Capone eliminó a cinco rivales de peso y se hizo dueño de la ciudad de Chicago, había marcado la historia. Ya en 1928 una película sobre la mafia de Chicago había sido nominada al Óscar (The Racket, de Lewis Milestone) y el año anterior Al Capone había ganado el equivalente a 1.600 millones de dólares de nuestros días. Es el mismo año en el que, en Nueva York, Vito Cascio intenta unificar las familias de la mafia. Pero es Chicago el centro del escándalo social y político. Y es la razón por la que finalmente Al Capone será un objetivo político fundamental para Estados Unidos, lo que terminará con su juicio por evasión fiscal, ironía monumental que simplemente reveló la influencia de las familias del crimen organizado.

Lo interesante es que Puzo elige Nueva York y no Chicago para emplazar su obra. Más aún, sitúa a Capone como un personaje menor en su obra. Y de alguna manera, Joey Saza en El Padrino III nos recuerda el perfil de Capone. Incluso Michael, en la famosa reunión de la Comisión donde Saza organiza el atentado desde el helicóptero, le dice con ironía que gracias a él (a Saza) pronto todos los miembros de la comisión aparecerán en la portada de los periódicos. Como Saza ama las portadas de los medios porque se siente una “bella figura”, entiende literalmente lo que ha de ser visto con el gesto oblicuo del sarcasmo. Zasa cree que Michael imagina que todos se harán famosos gracias a su actuar. Y es que cree que la fama tiene solo una cara, la de las revistas de moda, la de los príncipes y monarcas del mundo. Pero Michael le está diciendo, no a él, sino al resto de los asistentes, que de la mano de un imprudente y pornográfico exhibicionismo no hay más destino que la prensa hablando una y otra vez de la mafia y, con ello, destruyendo sus posibilidades de acción. He aquí una tensión que Puzo y Coppola desean remarcar: la diferencia entre el poder gris de la mafia neoyorquina y el galopante poder explícito y arrogante de los de Chicago. Saza, aunque neoyorquino, viene a actualizar ese conflicto, ya que en la nueva era (El Padrino III está ambientado en la segunda mitad de los años setenta, más de cuarenta años después de las glorias criminales de Chicago) se revela que Al Capone fue al respecto vanguardia, pues la nueva forma de ser mafioso es justamente la tendiente al exhibicionismo.

La mafia ha perdido la capacidad de ser un intersticio entre lo legal y lo ilegal. No hay que extrañarse. La gracia de la mafia al estilo de Vito Corleone radica en comprender que, más allá de los crímenes cometidos cada cierto tiempo, la actividad lucrativa es fundamentalmente “paralegal”, ya que se trata de actividades que en una época o lugar son ilegales y en otro tiempo y espacio no lo son. Por eso cuando Sollozzo aparece con la oferta de la droga, Vito dice sencillamente “no”, porque el entronque del poder de las familias y el crimen con el poder político y judicial es la clave del éxito.

En los años setenta vemos a Michael saliendo del crimen para quedarse solo con el poder político y económico en su alianza con el Vaticano mediante una forma corporativa y propia de las sociedades por acciones, pero con lo de siempre, la compra de indulgencias. Por otro lado, vemos a una parte del crimen organizado transitando cada vez más a sus actividades criminales, perdiendo conexión con su barrio (ni Michael vuelve al Bronx, por razones asociadas a su elevación; ni Saza, que controla el barrio, cuida a la gente del Bronx).

La magia de la construcción de poder de Vito Corleone está en estas sutilezas. Y dentro de esas sutilezas, su pensamiento conservador llega a una conclusión “liberal” pero por mera extensión de su conservadurismo: cada cual puede llevar su vida y ganarse el pan como mejor le parezca. El imperativo categórico de Kant no le es del todo ajeno, ironía mediante: “obra de tal modo que la máxima de tu voluntad siempre pueda valer al mismo tiempo como principio de una legislación universal”, dijo el filósofo alemán en su Crítica de la razón práctica. Para Kant, su formulación es un imperativo capaz de orientar la sociedad hacia la paz. Para Vito Corleone, esa misma máxima abre un mundo más ancho y complejo, moralmente discutible pero necesario; cada ser humano tiene derecho a llevar su vida y satisfacer sus necesidades como le parezca, y en ello su voluntad es libre, pero su forma de proceder siempre debe tener un sentido universal, es decir, siempre debe existir una ley para la conducta. El principio de la omertà, el código del silencio siciliano que prohíbe comentar cualquier asunto policial y que establece que toda información debe quedar dentro de la organización; constituye (ese código) la principal impronta de la actividad criminal de la mafia. Y detrás de ese código subyace una ley universal, que es el respeto a las reglas, crueles, sensibles o despiadadas, de aquella inmanencia social y espiritual que es la Cosa Nostra.

La Cosa Nostra significa al menos tres cosas:

1 Cada cual tiene derecho a ganarse la vida como le parezca. Vito Corleone dice: “Nuestros intereses son cosa nostra”. En la formulación del concepto cosa nostra hay un hálito imperial, el del mare nostrum de los romanos. “Los límites de nuestro poder son los límites de nuestro mundo”, diría el tratado en el punto uno si así se escribiera.

2 En el ejercicio de su actividad, cada cual debe respetar a quienes pertenecen a una cofradía que ha hecho alianza política desde lo cultural como necesidad de autodefensa en un mundo: Estados Unidos, que es una oportunidad, pero también un riesgo. Es un país obsesionado por la corrección normativa, por la ausencia de delitos, por la ausencia de vicios. Es un país protestante, metodista. Y la mafia italoamericana es evidentemente hostil a esas formas de vida.

3 Las familias están en conflicto entre sí, los clanes se unen y se traicionan por doquier, pero hay códigos mínimos de carácter interno. Y es que la Cosa Nostra es también de todos sus miembros contra el orden social imperante, contra las élites que son compradas, neutralizadas y absorbidas, pero que siempre son los enemigos.

La Cosa Nostra puede guardar tanto resentimiento como el más beligerante de los anticapitalismos y como el personaje más crítico de la riqueza. Pero la diferencia es que la mafia no pretende destruir ese orden, sino solo presionar para sumarse a él por el lado de los beneficios. Su resentimiento se cura explícitamente con el éxito.

Así, la Cosa Nostra es el tejido social del crimen organizado convertido en un conjunto de instituciones propias, valores, normas y códigos que han de respetarse, pues de no hacerlo se puede perder la vida o, peor, el orden.

Decir “Cosa Nostra” es, para Vito Corleone, preguntarse por qué debemos obedecer unas leyes dictadas por otros, hechas para su propio beneficio y en perjuicio nuestro. Decir “Cosa Nostra” es preguntarse con qué derecho se inmiscuyen otros en nuestros asuntos cuando simplemente protegemos nuestros intereses. Por esto Vito Corleone, permita usted la manera de decirlo, formula la fórmula: “Nuestros intereses son cosa nostra. Nuestro mundo es cosa nostra”. ¿Qué ley debe regir sobre ese mundo? La propia. Por lo tanto, dirá Vito, quienes juegan el peligroso juego de avanzar por el margen del camino deben mantenerse unidos, pues es el único modo de evitar interferencias.

La demostración de Corleone sobre esta sabiduría es un gran sacrificio. En nombre de este ideario señalará ante la Comisión de familias que no vengará la muerte de Sonny, de su hijo. El bien común es lo primero y frente a él dará la marca de Caín a los asesinos de su hijo: nadie podrá tocarlos. Afirmará que ninguno de los suyos levantará un solo dedo contra ninguno de los presentes en la reunión, salvo que la provocación sea intolerable. Vito dirá que está dispuesto a sacrificar sus intereses comerciales en aras del bien común. Pero aclarará un último punto. Dice tener un problema personal: que su hijo menor (Michael), acusado de las muertes de Sollozzo y de un capitán de la policía, está obligado a vivir exiliado en Sicilia sin poder volver a Nueva York. Y exige así su retorno.

La paz de Corleone es un gesto, es la tranquilidad y la amenaza. El mundo es siempre doble. De alguna manera dice: “este es nuestro asunto, proteger nuestros intereses, nuestro mundo y aun cuando tengo problemas también estoy dispuesto a ayudarlos a todos en sus problemas, pero ustedes me tienen que ayudar a mí”.

He aquí el carácter fundante de lo que hemos llamado el “Principio constituyente del acto político en El Padrino”: cada acto debe tener su razón, su moral y su estrategia. Esa es la tríada. Pero estos tres conceptos no son lo más importante de este principio constituyente. Lo clave radica en el posesivo su. No se trata de la razón, de la moral, de la estrategia. Se trata de aquella razón, aquella moral y aquella estrategia que le son propias a la existencia misma de quien debe actuar.

La única filosofía que pesa sobre los hombros es necesariamente situacional. El abstracto poder es en realidad un animal siempre concreto, un fantasma sólido como una roca. ¿Qué es la razón? La comprensión de los intereses en juego, la comprensión de qué quiere el otro, qué está buscando, y el asumir que es legítimo que lo quiera. ¿Qué es la moral? Es la reciprocidad, en primer lugar (los favores), pero es también comprender que nunca se debe abusar del mal, no se debe ofender, siempre se debe intentar razonar; el mal solo va de vuelta, uno no debe aplicar el mal de ida, y el bien se paga. ¿Qué es la estrategia? La acción política es meditada y jamás inmediata, hay que desconfiar radicalmente del ahora, lo que no significa la inacción, por supuesto, pero significa tener una estrategia.

La Cosa Nostra es algo así como la conciencia de clase. Se trata de la comprensión, por parte de un grupo, de que nadie puede representar sus intereses mejor que ellos mismos, pues estos asuntos no son delegables. Y ello implica, en ese contexto, que todo lo que afecte a los intereses comunes de un grupo, en este caso una familia determinada (que es una estructura organizacional de varias familias), debe ser comprendido desde la conciencia de la posición verdadera en la sociedad. Un grupo que busca acumular poder debe comprender dónde está parado, qué recursos tiene y cuáles son sus intereses. Y debe comprender que sus asuntos son estricta e intensamente propios.

Al Capone no tuvo conciencia de clase, no comprendió el alcance verdadero de su poder, mucho más modesto de lo que imaginaba, no comprendió que aun cuando ganaba dinero a manos llenas caminaba sobre un escenario enemigo. Tener claridad de que los asuntos propios son propios no es una comprensión que comienza y termina en dicha frase. Es algo más robusto, más sólido, pero también más complicado, aunque la forma de gestionar esta problemática sea siempre la misma.

En rigor, la única ley de la Cosa Nostra es el poder. Eso es lo único que importa. Todo lo demás es emanación de él. El poder, que es primero físico y material, luego institucional y finalmente metafísico. El poder debe aumentar hasta configurarse a la manera imperial, articulando el poder político y económico, usándose todos de herramientas entre sí. Ahí no hay Kant que valga. Se acabaron los fines últimos, solo quedan los medios. Maquiavelo en plena gloria. Per secula seculorum.

La mafia construye, pues, un espacio autónomo, soberano. La pregunta se la hace Puzo en boca de Vito Corleone. Y en esta cita se unen la historia de Estados Unidos con la de los sicilianos. Dice Vito Corleone:

“Tengo nietos, y espero que sus hijos lleguen a ser gobernadores o, incluso, presidentes. Quién sabe, en América todo es posible. Pero debemos empezar a luchar para ponerlos a la altura de los tiempos. Ya ha pasado la hora de las pistolas y los asesinatos. Debemos ser astutos como los demás hombres de negocios, y ello repercutirá en beneficio de nuestros hijos y de los hijos de nuestros hijos. No tenemos obligación alguna con respecto a los pezzonovante2 que se consideran a sí mismos como rectores del país, que pretenden dirigir nuestras vidas, que declaran las guerras y nos dicen que luchemos por el país. Porque, en realidad, lo que quieren es defender sus intereses personales. ¿Por qué debemos obedecer unas leyes dictadas por ellos, para su propio beneficio y en perjuicio nuestro? Y ¿con qué derecho se inmiscuyen cuando pretendemos proteger nuestros intereses?

“Nuestros intereses son «cosa nostra». Nuestro mundo es cosa nostra, y por eso queremos ser nosotros quienes lo rijan. Por lo tanto, debemos mantenernos unidos, pues es el único modo de evitar interferencias, o de lo contrario nos dominarán, como dominan ya a millones de napolitanos y demás italianos de este país” (265 y 266).

Esta filosofía es persistente en Vito Corleone. Efectivamente no le preocupa cómo se gana la vida el resto, no lo comenta, no le importa. Se sabe lo que piensa en genérico de ciertas conductas, pero puede amar y respetar a quien incumple esas normas porque pertenece a sus afectos, como es el caso de Johnny Fontane. Vito Corleone comprende que cada quien se juega su destino y que intentar llevarlo lo mejor posible es lo más digno e indispensable. Nada es, de por sí, condenable. No es la ética de la convicción, diría Weber, es la ética de la responsabilidad. A Vito le preocupa la conducta disipada de sus hijos Fredo y Sonny, pero no porque le moleste realmente el carácter innecesariamente pecaminoso de su actuar (aunque también), sino porque se exponen y exponen a la familia a riesgos importantes.

La unidad básica de la sociedad en la Cosa Nostra es la familia, pero no nuclear, ni siquiera extensa. La familia es una gran estructura que articula las necesidades de quienes pertenecen a lo ‘nuestro’. Y es así que lo propio no es lo propio, sino que es lo pactado. Más allá de la familia comienza el horror de la desconfianza, pero incluso así eso puede ser cosa nostra. Porque esta son los intereses comunes, es la comunidad de necesidades y apuestas que ha obligado y obligará a familias en competencia a permanecer unidas, pues finalmente su gran esfuerzo es defenderse de los verdaderamente poderosos, de los ‘importantes’, los que controlan la ley y la construyen para su propio beneficio. La Cosa Nostra es la conciencia de clase de un grupo ultraconservador, antiliberal, anticomunista y depredadoramente capitalista. Es un grupo que sabe que hay dos guerras, una como grupo contra la sociedad y otra como familias contra las familias.

Puzo señala que la palabra mafia significaba ‘lugar de refugio’, ya que Sicilia había sido una isla dominada por diversas naciones y ciudades: romanos, germanos, bizantinos, sarracenos, gibelinos, aragoneses, españoles, italianos. También fue un reino autónomo. Este dominio permanente de fuerzas foráneas templó el carácter de los sicilianos hasta convertirlos en aborrecedores del poder constituido y formal, a tal punto que lograron construir una forma de acumulación de poder basada en la comunidad y en sencillas conductas como el secreto, la venganza y el honor. Como la historia de Sicilia es una historia de atropellos, como la Inquisición torturó allí con una intensidad desconocida en otros lugares, como Mussolini entró a Sicilia con una violencia inusitada, la herida de los ciudadanos de Sicilia es siempre la misma: el sufrimiento de inenarrables dolores y atropellos. Por esa razón el poder policial era absolutamente ilegítimo, y no había mayor insulto que la palabra ‘policía’.

Los pobres, describe Puzo, habían aprendido a no demostrar su cólera simplemente por miedo. El poder era siempre salvaje y su pulsión era aplastar toda rebeldía, cualquier mínima inquietud. La población sabía que proferir amenazas era inadecuado, riesgoso. Comprendían que la sociedad era su enemiga porque la organización de ella no era propia. Solo la comunidad podía salvarlos. Y fue así como nació la necesidad de una organización paralela y diferente a la oficial, una organización secreta, la mafia. Y si la sociedad abierta, si el poder político tenía su autoridad en las leyes por todos conocidas, la mafia había cimentado su poder estableciendo la ley del silencio, la omertà. Una mujer cuyo marido o cuyos hijos habían sido asesinados no diría a la policía el nombre del asesino, aunque lo supiera. Jamás señalaría a los sospechosos. Ni siquiera iría a la policía. Entendía que la vida era dura, pero que era cosa nostra.

Esta estructura arcaica y originada como una respuesta racional al dolor y la violencia recibida se convertiría luego, en la misma Sicilia, pero también en Estados Unidos, en el brazo ilegal de los ricos, e incluso en una especie de policía auxiliar de la estructura política y legal. Se había convertido en lo que Michael Corleone comprenderá como una ‘degenerada estructura capitalista’. Y es que, en el capitalismo de libre mercado, hay muchas actividades de alta rentabilidad que, en ciertos momentos, están prohibidas o intensamente reguladas. La liberación ‘criminal’ de esos mercados ayuda a que los flujos de esos grandes negocios ayuden al ‘ambiente de negocios’ en general, ya que produce dinero circulando en la economía de la zona. También ocurre que el capitalismo tiene dos caras. Una de ellas, sin ser amable (porque descree precisamente de la amabilidad de la naturaleza humana), tiene un fundamento moral. Se trata de la visión de que la defensa de los propios intereses es buena para toda la sociedad. Esta visión y el concepto de ‘competencia’ entre agentes en los mercados son el sustento del liberalismo económico como doctrina política y moral.

El Padrino tiene su final en la tercera película, única sin base en la novela, aunque su libreto sí fue escrito por Puzo en colaboración con Coppola. La trama central de la obra es la articulación de la familia Corleone con el Vaticano. La Cosa Nostra ha llegado a construir sus tentáculos para absorber las complejidades del control de Europa, donde el Vaticano es poderosísimo. Michael Corleone ha logrado el sueño: blanquear su riqueza con la Iglesia, limpiarlo de todo lo ilegal y además ser un actor tanto en América como en Europa. El tono mafioso se combina con el arte vaticano. La magia de la obra logra algo fundamental: hacer ver que el arte de la Cosa Nostra no es nada diferente al del Vaticano. No es una metáfora, es una identificación.

Puzo y Coppola se centran en la historia de la muerte, o el asesinato de Juan Pablo I, la emergencia de Juan Pablo II (opositor al anterior, pero que lleva su nombre) y la trama bancaria y sexual que envuelve a la Iglesia católica. El dinero es el corazón del asunto. El llamado Banco de Dios tiene una historia sorprendente: el banquero Roberto Calvi ahorcado bajo el puente de Londres, hijas de funcionarios del Vaticano raptadas misteriosamente, mafiosos enterrados en una cripta de Roma reservada a cardenales, la detención de Paolo Gabriele, camarlengo o mayordomo privado de Benedicto XVI, quien fuera acusado de filtrar la información sobre las inversiones del Vaticano que se hicieron conocidas a través de un libro (los llamados ‘Vatileaks’). Esta detención y el despido del Presidente del Banco Ambrosiano al mismo tiempo fueron las señales que llevaron a Benedicto XVI a crear una salida inédita: renunciar al papado. Una crisis de largas décadas volvía a terminar con un papa, esta vez con una muerte burocrática y no física. Lejos ha quedado esa Iglesia católica que negaba la legitimidad de la financiarización de la economía, que consideraba pecado que el tiempo fuera dinero. El Vaticano es un Estado pequeño, sin ciudadanos, con un presupuesto exiguo. Pero es una corporación grande. Y sus ejecutivos bancarios mueven hilos tan complejos e incomprensibles para nuestra mirada que solo nos enteramos de ellos en sus renuncias o en la aparición de su cadáver, de forma espectral y operática, colgado de un puente en Londres, en un suicidio que se finge con cero interés en que sea creíble.

50 leyes del poder en El Padrino

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