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Preámbulo

Si está usted leyendo estas líneas es que Piezas que no encajan ha llegado de algún modo hasta sus manos.

Ocurrido eso, tal vez sea necesario ofrecer una explicación.

Estos tres libros nacen del estupor; de la perplejidad que provoca el tiempo en el que vivimos. Una época impregnada de realidad virtual que se supone víspera de que aparezca la inteligencia artificial o quién sabe qué otra clase de distopía cada vez menos improbable.

Ante un escenario tan sofisticado las páginas que siguen proponen algo mucho más primario. Detenernos un poco y volver la mirada a la vieja usanza. Alrededor y atrás.

El rompecabezas

Los textos que componen esta trilogía han sido concebidos como un collage; un revoltijo irreverente y de aluvión que mezcla sin rubor materiales de registros muy dispares. En ellos la lucidez irónica de Vázquez Montalbán juega a barajarse con naturalidad -entre periódicos, recuerdos y libros de historia- con notas de Carl Schmitt o versos de Javier Krahe.

Cada uno de nosotros contamos con un repertorio de convicciones -y de prejuicios- que hemos ido acumulando desde la infancia. Algunos proceden de la experiencia personal, pero la mayoría proviene de lo que otros nos han contado (sea la familia, la escuela, la televisión, los libros o en los últimos años las redes sociales). Con esos ingredientes fabricamos un relato -el término está ahora tan de moda que parece que no puede hablarse de nada si no se lo utiliza-, un mapa que nos sirve de guía para orientarnos en la vida.

Aunque mientras los construimos se convierten en ejercicios obsesivos, cualquier aficionado a los rompecabezas sabe que lo que reconforta en ellos es la certeza de que los fragmentos van a acabar encajando. Cuando adquirimos uno no estamos comprando una caja con trozos de cartón pintados, sino la fantasía de un orden. La garantía de que al final todo va a tener sentido porque habrá un lugar en el que ajuste cada una de las piezas.

Menciono la metáfora del puzzle (a diferencia de la mayoría de anglicismos, puzzle es una palabra bastante bonita) porque las seguridades con las que ordenamos nuestra existencia -las cosas que nos creemos- se parecen mucho a esos montoncitos de pedazos de algo destinados a ser armados (en los dos sentidos) para construir una imagen.

Piezas que no encajan pretende mostrar lo contrario; que en la vida real (sea eso lo que sea -pero no es virtual-) las cosas no suceden así y el único lugar ordenado es el cementerio.

Piezas imposibles y piezas problemáticas

A poco que uno se fije, se percata de que estamos cercados por historias incomprensibles vistas desde el cuento que nos hemos contado. Basta con tomar algo de distancia y mirarlas de cerca -qué paradoja-. Son piezas imposibles. Viven con nosotros, pero a menudo no las vemos. Y no encajan.

La dificultad consiste en que mostrarlas con un poco de rigor obliga a revisarlas desde diferentes ángulos y a pasar -despacito- la yema del dedo índice por el borde de sus aristas. Es una tarea laboriosa.

Los dos primeros libros de esta trilogía tratan de hacer precisamente eso: exponer sendos ejemplos de piezas imposibles.

En el primer caso se trata de un lugar desquiciado con una historia absurda (Guinea Ecuatorial) y en el segundo del recuerdo de un personaje extravagante (Ernesto Giménez Caballero) incompatible con cualquiera de las lógicas que aceptamos como buenas.

El tercer título, Desórdenes, es un poco diferente. Consiste en el repaso a una serie de asuntos esenciales (el lenguaje, la melancolía, el deseo, la locura, el poder, la muerte…) que son a todas luces problemáticos y por los que acostumbramos también a pasar cerca de ellos de puntillas.

La forma. Citas e hipervínculos

Piezas que no encajan intercala entre sus capítulos historias de personas concretas que complementan de manera arbitraria -pero ilustrativa- la narración principal.

Me siento en la obligación de prevenir además al lector de que sus páginas están plagadas de citas. Una verdadera plaga.

La razón es que -si uno revisa lo suficiente- resulta infrecuente encontrar algo que no haya sido ya escrito. Las notas a pie de página lo atestiguan. También mi falta de fantasía para inventar según qué cosas y la pretensión de que el texto pueda en algún momento recibir la legitimación de los legitimadores.

Lo decía Cortázar (ahí va la primera):1

…citar es citarse. La diferencia es que los pedantes citan porque viste mucho y los cronopios porque son terriblemente egoístas y quieren acaparar a sus amigos.

…y la segunda. Ésta es una concesión sentimental, porque se trata de una página póstuma que fue impresa en Bruselas el 15 de febrero de 1984, exactamente al día siguiente del entierro de Julio.

…más de una vez la memoria iba trayendo cosas todavía no dichas, pedacitos ajustables a los otros pedacitos …yo iba viendo nacer los puntos de sutura, la unión de tanta cosa suelta o presumida …rompecabezas del insomnio de la hora del mate delante del cuaderno …necesitábamos que aquello se completara, que el último agujero recibiera al fin la pieza, el color, el final de una línea viniendo de una pierna o de una palabra o de una escalera.2

Entre las notas va a encontrar también, mezcladas, un puñado de cosas que escribí hace años y que he decidido reciclar.

Ahora que veo perplejo

asomar manchas de viejo

-todavía diminutas-

en el dorso de mis manos,

ahora entiendo (confundido)

que bajo de tanto ruido

no hay verdades absolutas

de tirios ni de troyanos.3

Además de vez en cuando se topará con la palabra hipervínculo. Soy consciente de que su uso no es muy preciso -en esta ocasión lo mismo me da, si sirve para entendernos-. Me refiero con ella a un atajo que relaciona dos menciones al mismo asunto o personaje abordado en diferentes capítulos. Una especie de costura interna que refuerza la unidad y pelea con las limitaciones inherentes al formato libro (páginas secuenciadas y numeradas -otra vez la fantasía de orden-). Y es que las conexiones están a muchos niveles. Tantos, que más que del rompecabezas a lo mejor hubiera sido preferible utilizar la metáfora de un sudoku. O del cubo de Rubik.

Los hipervínculos sirven además de homenaje a Rayuela y como invitación a saltar dentro del texto sin necesidad de seguirlo de principio a fin, como un lector aplicado.

El fondo. Para qué escribir

Yo creo que uno escribe por vanidad. O para ordenarse. En mi caso -tengo 54 años- lo hago sobre todo por mis hijos.

Confío en que algún día descubran con interés estas líneas, y que les puedan ser útiles para aclarar el inmenso malentendido que supone confundir nuevo con mejor. También que les ayude a comprender más a su abuela.4

Confieso que en cuestión de saltos generacionales me siento más próximo a los que me preceden que de los que me siguen. Más despistado frente al futuro que respecto al pasado.

Escribir requiere de mucho esfuerzo. A menudo cuesta amarrar un sujeto y un escuálido predicado. Tengo sin embargo la convicción5 de que a la hora del balance ese empeño va a quedar apuntado en la columna del haber, y no en la otra. Porque a base de insistir -erre que erre- uno consigue acercarse un poquito a. Aunque nunca llegue.

…porque escribir es viento fugitivo

y publicar, columna arrinconada,

digo vivir, vivir como si nada

hubiese de quedar de lo que escribo.6

Lo decía Blas de Otero. Tal vez porque el juego de las palabras es lo único de que disponemos para desarmar (también en los dos sentidos) el desorden inabarcable que nos amenaza.

En Malabo, a 16 de julio de 2019

1 La vuelta al día en ochenta mundos. Julio Cortázar. 1967.

2 El tango de la vuelta. Julio Cortázar. Editions Elisabeth Franck. Bruselas, 1984.

3 Décimas escolares. Décimas febriles. Alberto Quintana. Ed. Arandurá. Asunción, 2014.

4 Lo hago también por ella. Quisiera acabarlo para que pueda leerlo antes de morir, pero es un trabajo lento y temo no disponer de mucho tiempo.

5 En realidad, la sospecha.

6 Digo vivir. Blas de Otero. Redoble de conciencia. 1951.

Desórdenes

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