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ОглавлениеHernán
Las palabras y la acción
Me produce cierto pudor escribir sobre Hernán Vera, porque hay quien puede hacerlo mucho mejor y porque, aunque nos encontramos varias veces, yo no fui en realidad su amigo.
El vínculo que nos relacionó fue que la gente a la que en un determinado momento los dos más quisimos era la misma.
Me refiero a Pablo Cerna y a Ana Lidia.
Con Pablo creo que le unía la admiración -mutua- por una visión del mundo endiabladamente franca e irreverente; y a Ana Lidia un lazo fortísimo forjado durante la década que habían pasado juntos escondiéndose del ejército salvadoreño y sacando al aire, en los cerros de Morazán, las emisiones de Radio Venceremos.
Cuando lo conocí en lugar de guerrillero Hernán era ya un empresario millonario, pero en aquel momento eso no importaba.
Yo había oído hablar mucho sobre él. Al poco de conocerlo -en una de sus escasas visitas desde México- fue cuando le diagnosticaron el cáncer a Pablo y la preocupación comenzó a inundarlo todo. Tras pasar largas temporadas en el hospital Hermanos Ameijeiras de La Habana, Pablo acabó regresando a morir a San Salvador.
No era la primera vez que iba a Cuba. Una década antes Pablo había estado recibiendo allí entrenamiento militar, pero cuando aquello terminó en lugar de incorporarse a las fuerzas del Ejército Revolucionario del Pueblo (el ERP) como estaba previsto, decidió cambiar su destino; prefirió exiliarse en Nicaragua y estudiar periodismo.
Con el tiempo llegaría a escribir una tesis sobre Róger Sánchez y sus Muñequitos del Pueblo (Róger fue un caricaturista nicaragüense que defendía que el poder no había que tomarlo nunca, sino que lo que había que hacer era acosarlo hasta el fin). Tras el triunfo de los sandinistas -que sí ocuparon el poder- Róger había echado a andar La Semana Cómica, con aquel insolente y desternillante subtítulo que tenía de Semanario Amarillista para Rojos. Por su parte Pablo se incorporó a la plantilla de Barricada. Faltaban aún unos años para que Narcís Bartra y Pere Arriaga modernizaran el logo del periódico, sustituyendo el combatiente con boina que disparaba su AK-47 desde un parapeto de adoquines por el mucho más neutro sombrero de Sandino.
En 1983 Pablo había pasado por una situación complicada cuando los sandinistas lo encerraron, sospechoso de estar implicado en el asesinato de Ana María, la segunda al mando en las Fuerzas Populares de Liberación de El Salvador (las FPL), a la que habían asestado casi ochenta puñaladas -con un picahielo- en una casa de seguridad ubicada en la Carretera Sur, a las afueras de Managua. La seguridad que ofrecía aquella casa resultó no ser mucha. Afortunadamente para él tardó poco en demostrarse que se trataba de un asunto interno -feísimo- de las FPL.
Yo a Pablo no lo conocí hasta una década más tarde. Fue en otoño de 1993. Me lo presentó otro Pablo; un amigo de la infancia que había viajado a San Salvador para filmar imágenes sobre la desmovilización de los combatientes del FMLN49 con la intención de hacer un documental que nunca llegó a terminar de montar.
Pablo Cerna se encontraba en Madrid haciendo una pasantía en El País, no sé si ya lo he contado. Estaba metido de lleno en el proyecto que luego se imprimiría bajo la cabecera Primera Plana. Respecto a mí, por razones que no vienen al caso tenía ya decidido dejar mi trabajo e irme a recorrer Latinoamérica. Congeniamos enseguida y no le costó nada convencerme de comenzar por El Salvador.
Poco después me mudé; alquilamos juntos una casa en la colonia Satélite Norte -al lado del Hospital Militar- y con el tiempo acabaría incorporándome al proyecto del periódico, trabajando de documentalista y como corrector de estilo.
En cuanto a Ana Lidia, en esas fechas estaba tratando de normalizar su vida -reinsertarse, decían los pedantes- después de los años pasados en el monte. Había asumido cierta distancia respecto a la política (era un momento efervescente en el que todo el mundo parecía haber sido comandante). El número de combatientes se había inflado en la desmovilización y muchos de los retornados que habían pasado los años duros cómodamente instalados en el exilio regresaban al país con un discurso más radical que el de los propios compas que habían estado enmontañados.
Ana Lidia fue siempre un ejemplo de sensata lucidez. Pablo decía de ella que había sido el mejor referente civil al interior de la guerrilla. Se mostraba mucho más fiel a la amistad que a la ortodoxia. Se había matriculado en la universidad de los jesuitas para intentar recuperar el tiempo perdido y por las tardes ayudaba a la abuela de su hija a administrar un cafetín en el Boulevard de los Héroes. Nos enamoramos enseguida.
Aquel equilibrio no duró mucho. El cáncer mató a Pablo; yo me fui unos años más tarde de Centroamérica y un mal día de 2014 Ana Lidia, con quien -salvo en los momentos difíciles del desamor- nunca he dejado de tener una comunicación fluida, me envió conmocionada por correo electrónico una nota con la noticia de la muerte de Hernán.
Cuando la recibí recordé el día en que lo había conocido. Aunque, como decía, ya había oído hablar mucho de él, no dejó de horrorizarme su rostro. Era la persona más fea que nunca he visto. El hombre elefante.
…hasta que comenzaba a hablar. No es que tuviera un timbre de voz especialmente bonito; de hecho, creo que locutó muy poco en la Venceremos -de eso se encargaba Santiago-. Era otra cosa. Un tono y una manera de contar las cosas envolvente como yo nunca he vuelto a escuchar. Casi hipnótico.
El rostro deforme de Maravilla. Sus amigos de la guerra se dirigían siempre a él por ese apodo. El origen era, según cuentan, que cuando logró traspasar las filas del ejército e incorporarse al ERP, con lo que eso entrañaba, no dejaba de admirarse y de exclamar cómo le maravillaba todo lo que veía. Al menos así lo narran los dos libros testimoniales más divulgados sobre esa experiencia política, bélica y periodística que fue Radio Venceremos: Las 1.001 historias50 y La terquedad del izote,51 el que escribió Carlos Henríquez Consalvi, Santiago.
A Santiago también lo había conocido a través de Pablo. Fue poco antes de que con malas artes -Marvin Galeas lo sabe- le echaran de la radio que él había fundado y dirigido en circunstancias tan extremas. Con el tiempo Santiago pondría en marcha el Museo de la Palabra (más tarde le añadió la coletilla y de la Imagen) al que yo me fui a trabajar cuando quebró Primera Plana. El cierre del semanario se anunció exactamente -es difícil hasta de creer- el mismo día lluvioso que enterramos a Pablo.
En cuanto a la Venceremos, la transformaron en una emisora comercial -la RV-, perdieron audiencia y los dueños acabaron alquilando la frecuencia (cuya concesión había sido uno de los puntos de los Acuerdos de Paz) a una iglesia evangélica. Radio Farabundo Martí, la otra emisora guerrillera -la de las FPL- que había liderado Haroldo no tuvo un destino mucho mejor. Haroldo recuperó su identidad como Miguel Huezo Mixco, pasó a ser jefe de la redacción de Primera Plana (mi jefe) y más tarde tuvo la habilidad de abrirse un hueco profesional en las Naciones Unidas.
Me pierdo un poco. Me pasa siempre cuando me refiero a aquella época, porque se entrecruzan muchos recuerdos intensos.
El rostro deformado Hernán se lo debía a un tumor en la cara que estuvo a punto de matarle cuando era niño. Su padre, un pintor comunista, lo llevó desde su Caracas natal a Rusia -no lo he dicho, creo, pero tanto Hernán Vera como Carlos Henríquez, Maravilla y Santiago, eran los dos venezolanos. Santiago, de Mérida-. A Hernán lo llevaron a Moscú para que lo trataran los rusos. Le operaron (una prótesis de platino en el cráneo o algo parecido, no lo sé muy bien); el caso es que tras un doloroso proceso evitaron la metástasis y le salvaron la vida. Al precio, eso sí, de dejarle el rostro desfigurado para siempre.
Me está gustando escribir sobre Hernán, porque sé que su historia es digna de ser recordada. Lo hago pensando en quienes no lo conocieron, porque tengo la seguridad de que los que sí lo hicimos, aunque fuera poco, va a ser difícil que le olvidemos. Escuché que en México alguien había comenzado a rodar un documental sobre su vida, pero no he tenido noticias de que hayan llegado a estrenarlo.
Tras la revolución
El fragmento de su historia que yo conozco (la mayor parte porque me lo contaron, una pequeña porque la viví y no poca porque la he rastreado en internet) se remonta a la segunda mitad de los 70. Yo tenía 10 años y él tendría veintipocos.
Comencemos por Douglas Bravo.52
En aquellos tiempos Douglas era un guerrillero venezolano con mucho prestigio entre la izquierda. Dicen que había tenido contactos con el Ché. El jefe máximo de las FALN (el brazo armado del Partido de la Revolución Venezolana). Las FALN habían hecho un trabajo muy eficaz de infiltración en el ejército y reclutado a algunos cuadros militares, entre los que se encontraba un jovencísimo Hugo Chávez.
En cuanto a Hernán Vera, en esa época era un joven deformado y bohemio que militaba en el MAS, el Movimiento Al Socialismo (en alguna crónica he leído que lo calificaban como ´aquella izquierda entre radical y festiva´). Su sueño era hacer cine.
En un momento determinado -ignoro cómo se produjo ese contacto- recurrieron a Hernán para tomar imágenes de un encuentro realizado en Venezuela entre jefes revolucionarios latinoamericanos que trataban de mantener cierta distancia respecto a la estrategia cubana. Parece que allí conoció en persona tanto a Douglas Bravo como al delegado salvadoreño, un tipo flaco y pequeño que unas veces decía llamarse René Cruz y otras se presentaba como Atilio. Su nombre legal, un secreto entonces bien guardado, era Joaquín Villalobos. Más tarde se convertiría en líder indiscutido del ERP y uno de los cinco miembros de la Comandancia General del FMLN. Por las fechas, aquel encuentro no debió de estar muy separado en el tiempo del asesinato del poeta Roque Dalton. A Roque lo mataron de un tiro como consecuencia de una disputa al interior de la organización. Se dice que su cuerpo -que no ha aparecido, como el de Lorca- fue arrojado en El Playón, una zona cubierta de piedra volcánica cerca de Quezaltepeque, a los pies del volcán de San Salvador.
Saltémonos la guerra. En marzo de 1994 se celebraban las primeras elecciones -las del siglo, las llamaron- después de los Acuerdos de Paz. Yo estaba recién llegado a El Salvador. Pocos días después de la conferencia de prensa que la dirección (ya no comandancia) del FMLN había realizado en un hotel de la avenida Escalón para analizar los resultados, el ERP adoptó una estrategia diferente al resto de los grupos -una apuesta socialdemócrata- y rompió la disciplina de voto en la elección de la Mesa de la Asamblea. Recuerdo que me impresionó ver que en el local de campaña del FMLN alguien había puesto boca abajo el cartel electoral de Joaquín Villalobos con una cruz dibujada en la frente. Muy explícito.
Casi enseguida el Ejército Revolucionario cambiaría su nombre: primero por Expresión Renovadora del Pueblo -para mantener las siglas- y a continuación por el de Partido Demócrata (como los gringos).
A Joaquín Villalobos me lo había presentado Ana Lidia estando preso en el Palacio Negro. Un día que fuimos a visitarlo. Le tuvieron allí poco tiempo. El empresario Orlando de Sola lo acusaba de difamación por haber afirmado que era uno de los que habían financiado a los escuadrones de la muerte. Probablemente era cierto. Al Cuartel Nacional de la Policía Nacional lo llamaban el Palacio Negro porque había sido -entonces ya no lo era- un centro clandestino de torturas. El propio Villalobos se había presentado por su pie en la recién estrenada Policía Nacional Civil.
Poco después se marchó del país y fue a estudiar a Oxford, donde lleva más de veinte años asentado como consultor experto en resolución de conflictos. Las malas lenguas lo acusaron de haber asesorado al ejército mexicano en su estrategia contrainsurgente contra los zapatistas. A saber. Escribe con alguna frecuencia en El País.
Regresemos a Hernán Vera. A finales de los años 70 se encontraba en Londres estudiando cine. Había hecho la travesía en barco. Debieron ser años de mucha droga. Cuatro, creo que estuvo. He oído y visto escrito en algún sitio, aunque quién sabe si sea cierto -pero yo me lo creo-, que en ese tiempo fue amante de Vanessa Redgrave, quien acababa de ganar un oscar por su papel en Julia (1977). Para esto la wikipedia es estupenda; una maravilla. Puede parecer raro que una actriz famosa en lo más alto de su carrera se fijara en un estudiante venezolano desconocido y deforme veinte años más joven (ella rebasaba los cuarenta y Hernán no creo que pasara de los veinticuatro). Sorprende solo a aquellos que no conocieron a Hernán. La fascinación de la palabra.
En ese momento sucede algo que yo recuerdo perfectamente haber visto en televisión y que precipitó lo que iba a venir. Ocurrió el 20 de junio de 1979; yo tenía 14 años. Era verano y lo vi en bañador en el televisor familiar. En un camping de Navalafuente. Me refiero al asesinato a sangre fría del periodista estadounidense Bill Steward a manos de un guardia somocista. Me acuerdo bien porque me impresionó. En aquella época no era frecuente que emitieran muertes reales en televisión, y aquella la repitieron muchas veces. Lo he vuelto a ver. Un guardia hijo de puta le hizo tumbarse boca abajo y le pegó una patada en las costillas. A continuación le dispara el FAL en la cabeza con una sola mano. El cuerpo del reportero rebota sobre los adoquines. La radio de Somoza dijo que había sido víctima de un francotirador sandinista, pero los cámaras Jack Clark y Jim Céfalo lo habían grabado. El guardia se llamaba Pedro González.
El asesinato de Steward indignó a la opinión pública estadounidense y forzó a Jimmy Carter a retirarle el apoyo gringo a Somoza. Veintinueve días después, el 19 de julio, la revolución triunfaba en Managua. Hoy que han pasado 39 años desde aquellos hechos produce un poco de grima ver en lo que se ha convertido Daniel Ortega.
Vale la pena recordar que, de Somoza, Henry Kissinger había dicho: sí, es un hijo de puta; pero es nuestro hijo de puta, repitiendo las mismas palabras que -antes que él- Franklin D. Roosevelt había dirigido a Somoza padre.
Y no está de más tampoco recordar que, perdido el poder, Anastasio Somoza se refugió en Asunción a las faldas de Stroessner, dispuesto a disfrutar de lo robado.
No pudo. El 17 de octubre de 1980 un comando argentino liderado por Gorriarán Merlo el Pelado disparó un lanzacohetes contra su mercedes blanco (como el de la canción de Kiko Veneno). Fue en la avenida España de Asunción (entonces se llamaba Generalísimo Franco). A apenas tres cuadras de la casa en la que yo viví con mi familia entre 2010 y 2017.
El triunfo sandinista en el patio trasero de Estados Unidos modificaba el mapa geoestratégico. Desde la revolución cubana, justo veinte años antes -quedaban todavía diez para que cayera el muro de Berlín- nada había suscitado tanto entusiasmo en la izquierda, y alentaba especialmente a las numerosas guerrillas latinoamericanas. Una de las consignas favoritas durante los años siguientes fue Nicaragua ya venció, El Salvador vencerá y Guatemala le seguirá. Renacía la consigna del Ché en la Conferencia Tricontinental de crear uno, dos, tres Vietnam y el himno sandinista llamaba a los yankees enemigos de la humanidad.53
Faltaban solo dos semanas para que Teodoro Obiang le diera el golpe de Estado a su tío en Guinea Ecuatorial. Y diez años para que a Stroessner se lo diera su consuegro. Vaya con los dictadores y con sus familiares.
En aquel contexto de euforia, anticipándose a la avalancha de internacionalistas y de comités de solidaridad que luego iban a aparecer, Hernán ve claro en el minuto uno que es el momento de hacer la película que estaba deseando y decide irse a Nicaragua a documentar la revolución.
En poco tiempo lo organiza con unos amigos; hacen una fiesta de despedida en Londres y vuelan hasta Nueva York, donde compran una cámara de cine y un coche con el que emprender el trayecto por tierra a Nicaragua a través de la carretera panamericana.
Después de tres o cuatro días de viaje, a su paso por El Salvador, se va a producir una casualidad que cambiará la vida de Hernán.
Si nos fiamos de cómo se lo contó al cubano José Ignacio López Vigil, ocurrió en los baños en la Universidad Centroamericana José Simeón Cañas, la UCA (en la que miembros del batallón Atlacatl ametrallarían años después a Ignacio Ellacuría y el resto de los padres jesuitas). Otra versión sitúa la escena mientras buscaba marihuana en los baños del Hotel Alameda de San Salvador. La variante importa poco; fuera donde fuese, parece que al ir a orinar reconoció en los servicios a Raúl Uzcátegui (las dos versiones lo llaman por su apodo el Negro Grandes Ligas).
Uzcátegui era un guerrillero venezolano próximo a Douglas Bravo a quien Hernán creía preso en una cárcel de máxima seguridad de Caracas. El negro había logrado escapar con otros compañeros mediante un túnel y, ya reincorporado, se encontraba en El Salvador enviado por Bravo en tareas de apoyo al ERP.
Al parecer, cuando Hernán le contó su proyecto de ir a filmar la revolución nicaragüense el negro le replicó que allí ya estaba todo hecho y que donde hacía falta apoyo era en El Salvador. Visto cómo sucedieron las cosas a partir de entonces, la conversación debió de ser determinante.
En diciembre de 1980 Hernán está ya conectado en una casa de seguridad de Managua (otra) a la espera de ser introducido en El Salvador. Allí conoce a Paolo Lüers, un internacionalista alemán en su misma situación. Paolo sobrevivió a la guerra y fue gerente de Primera Plana. Pablo Cerna siempre bromeaba argumentando que era un poco raro haber elegido como gerente precisamente a un comunista que no creía en el mercado. Tal vez por eso en el periódico siempre funcionó mucho mejor el componente editorial que el comercial. Con los años sin embargo Paolo se convertiría en un empresario de hostelería de éxito y columnista habitual en los medios de la derecha.
En Primera Plana trabajó también otra periodista extranjera excombatiente del ERP. Karin Lievens. Era belga y fue responsable de la sección internacional. Una buena amiga a la que recuerdo con especial cariño. Karin moriría de cáncer -parece una maldición- unos años más tarde en Bruselas.
Volvamos a Managua, una ciudad a la que cierta vez oí describir a Hernán como ´un potrero con tres semáforos´ (algo de razón tenía -y seguro que en aquella época, más-).
Muy pocas personas estaban entonces al tanto de que el FMLN planeaba lanzar en enero de 1981 lo que pensaban iba a ser la ofensiva final (ocho años después volvieron a lanzar otra con el mismo nombre, y para que no se confundieran tuvieron que añadirle la consigna Al tope. Y punto).
De manera sorpresiva, el 10 de enero avisan a Paolo y a Hernán -con solo tres horas de antelación- que se alisten, que salen hacia San Salvador. Iniciaba el baile. Según cuenta Paolo, durante el viaje Hernán le dijo que anunciaban que estaba a punto de comenzar la insurrección, pero que él más bien pensaba que lo que iba a empezar era una guerra larga. Si la anécdota es verdad no se equivocó.
Aquel día a las 17:00 se desataron los tiros y el FMLN lanzó el comunicado:
Hoy se inició la ofensiva general. El enemigo está perdido, lo tenemos rodeado. La justicia popular ha llegado.
Atacaron de manera simultánea cuarteles en San Francisco Gotera, San Miguel -la 3ª Brigada-, Santa Ana, Zacatecoluca y varios de la capital, entre ellos el de San Carlos. Confiaban en que se produciría una insurrección popular similar a la de Nicaragua, pero no sucedió. Efectivamente, comenzaba la guerra. E iba a durar once años.
A los pocos días, ayudados por una credencial del Comité de Prensa del Estado Mayor y una furgoneta con el rótulo Prensa Internacional pintado en las puertas, trasladaron a Hernán Vera hasta cerca de Santa Rosa de Lima, donde pudo contactar con las fuerzas del ERP. Santiago había entrado el día de nochebuena y, coincidiendo con la ofensiva, la radio había comenzado a transmitir el 11 de enero.
Hernán llegó a Morazán con su cámara neoyorkina pero -a su pesar- muy pronto le dieron orden de embutirla (enterrarla). Atilio tenía mucho más interés en el potencial insurreccional de la radio que en las imágenes. La fuerza de la palabra. Ahora que lo estoy escribiendo pienso en la evolución que años más tarde tendría el Museo de la palabra para convertirse en Museo de la palabra ´y la imagen´. El MUPI. Quizás ambas inercias compartan la misma lógica.
El colectivo de Radio Venceremos estuvo siempre cerca de la comandancia del ERP. Cuando trabajé en el museo me tocó ordenar decenas de cassettes. Escuché fuera de contexto la sección plomo informativo, la consigna estar desinformado es como estar desarmado y la cabecera:
…emitiendo desde el norte de Morazán su señal de libertad...
La mayor parte del tiempo -salvo alguna temporada corta que por razones de seguridad transmitieron desde Managua- tuvieron el campamento en los alrededores de Perquín, donde después se inauguró El museo de la revolución.
Por allí estaba también la BRAZ (la Brigada Rafael Arce Zablah, las fuerzas especiales del ERP) y anduvo como responsable militar en la zona de Joateca el Zarco, un estudiante de medicina de ojos verdes cuyo nombre legal era Fidel y que con los años se convirtió en jefe mío en una ong de salud ligada al ERP para la que trabajé. En 1996 Fidel emigró apresuradamente a Australia, a raíz de un confuso episodio en el que fueron asesinados varios antiguos combatientes.
Del paso de Hernán por la guerra debe de haber decenas de anécdotas. Ojalá que algún día Ana Lidia se decida a escribirlas. Sé que estuvo en la toma de Berlín, en Usulután. Y también en la del cuartel de la Guardia Nacional de Osicala.
Tal vez una de las cosas que en su momento mayor impacto tuvo fue la entrevista que le hizo al coronel Castillo.
Francisco Adolfo Castillo era al inicio de la guerra viceministro de Defensa. En junio de 1982 los compas lograron bajar el helicóptero en el que sobrevolaba Morazán (a saber cómo lo derribaron; el FMLN llegaría a contar con misiles SAM y Red Eye, pero eso no fue hasta muchos años después). Castillo sobrevivió y fue capturado por la guerrilla, que le mantuvo dos años preso antes de canjearlo. La reacción del gobierno fue negar que estuviera vivo, hasta que Hernán le entrevistó el día de su cumpleaños y desmontó esa versión.
Fueron años de muchas guindas, de emitir bajo tierra y de ver caer alrededor las bombas de 500 libras lanzadas desde los aviones Dragonfly que les habían sobrado a los gringos en Vietnam. Supongo que aún hoy en los pinares del cerro Pericón deben de continuar apreciándose las huellas de los hoyos causados por las bombas.
Dicen que por las noches, para mantener entretenidos a los guerrilleros, Hernán solía contarles películas de cine. Escribía muchos de los editoriales de la radio -que emitía tres veces al día en onda corta y FM-. También he oído que en esa época argumentaba que era necesario prescindir lo más posible de los adjetivos, porque en su opinión restaban peso político a los textos.
Curiosamente, cuando unos y otros publicaron después libros testimoniales y se prodigaron en artículos y entrevistas, él -que era un narrador extraordinario- nunca quiso sin embargo escribir nada. Lo suyo era el cine.
En ese tiempo Hernán va a conocer a dos personas que serán muy importantes para él en otro momento posterior de su vida. Uno de ellos fue Epigmenio Ibarra, un reportero de guerra mexicano que trabajaba para Canal 13, y el otro un chiquillo que entonces contaba nueve años, Chiyo, al que Hernán entrevistó para que contase en la Venceremos cómo el ejército había asesinado a su madre.
La guerra se alargó tanto que Chiyo, que en realidad se llamaba Lucio Atilio Vásquez, creció y comenzó a colaborar en la radio. Mucho más tarde, estando ya instalado en México, Hernán le llamó para que fuera a trabajar con él. Hace unos años Chiyo presentó su propio libro testimonial con el título Siete gorriones y hoy trabaja junto a Santiago en el MUPI como promotor de la memoria histórica.54
Otro episodio que Hernán debió de vivir muy de cerca fue el operativo en el que murió Monterrosa. El teniente coronel Domingo Monterrosa era el militar estrella del gobierno y ´hombre de los gringos´. Si hasta aquel momento la guerra la habían dirigido más bien ´generales de despacho´, Monterrosa era otra cosa. Un hombre de acción formado por Estados Unidos en la Escuela de las Américas que tenía además mucho liderazgo sobre la tropa. Había comandado el batallón Atlacatl y sido el responsable en 1981 de la masacre del Mozote, en la que a sangre fría fueron asesinados alrededor de novecientos campesinos -en su mayoría mujeres y niños-. Conforme instruían los manuales de contrainsurgencia, aquello era quitarle el agua al pez. Monterrosa estaba obsesionado con hacer callar a la radio, a la que consideraba -y la cita es textual- ´un aguijón en el culo´.
Sucedió en el marco de la ofensiva Torola IV. Era octubre de 1984.
Villalobos lo planeó bien y la cosa funcionó como un reloj. La guerrilla provocó un encontronazo con las fuerzas que el ejército había desplazado al norte del río Torola, lo que en aquella altura ellos denominaban territorio liberado.
Durante la refriega simularon perder el transmisor de la Venceremos dejando al lado rastros de sangre (que provenía, según me contaron, de una gallina sacrificada a tal fin). Por canales de comunicación que sabían poco seguros los responsables informaron a la comandancia de la caída del equipo y de los heridos. Aquel día la radio no emitió.
La propaganda del gobierno se puso de inmediato en movimiento y los medios anunciaron a bombo y platillo la captura de la radio. El propio Monterrosa se desplazó -como Villalobos había previsto- personalmente a Morazán para hacerse cargo del operativo, tomarse la foto y recoger los equipos, con la intención de mostrarlos a los periodistas en una rueda de prensa. Era su gran éxito.
Cuando el helicóptero se elevó un altímetro activó la dinamita que contenía en su interior el viejo transmisor. Todo explotó. Radio Venceremos volvió al aire de inmediato anunciando que se había ajusticiado al carnicero del Mozote.
En previsión de que el altímetro pudiera haber fallado habían preparado un segundo dispositivo de seguridad que manejaba el Cheje desde un cerro cercano. Me lo contó él mismo, un día que compartíamos unas pupusas de chicharrón en Las Tinajas. A diferencia de otros excombatientes, el Cheje no era alguien a quien le gustara hablar de las cosas de la guerra.
Esa operación ha sido contada muchas veces. Hay incluso una película, Trampa para un gato, que dirigió Manuel de Pedro -un zaragozano instalado en Venezuela-. Yo acompañé a Santiago a Perquín para ver cómo rodaban algunas de las escenas. Resultaba curioso estar al mismo tiempo con él y con el tipo que interpretaba su personaje. Recuerdo que hacía de Villalobos un actor jovencito y algo gritón. La película tuvo luego dificultades en la posproducción porque el dinero reservado para ello se perdió en la quiebra de un banco mexicano -era el final de la época de Carlos Salinas de Gortari-. El caso es que no consiguieron estrenarla hasta el año 2008, catorce después de su rodaje.55
Volviendo a la vida real, Hernán contribuyó a poner en marcha el Sistema Venceremos, una estructura audiovisual que produjo algunos documentales (para consumo básicamente de los comités de solidaridad en Europa y Estados Unidos). Recuerdo haber visto Carta de Morazán, La decisión de vencer, Tiempo de audacia y Tiempo de victoria, pero tengo entendido que la dirección la hizo Paolo en lugar de Hernán.
La evolución que tuvo la guerra es bien conocida. En el 89 el FMLN echó toda la carne al asador con una nueva ofensiva que puso en jaque al gobierno, el ejército decidió asesinar a los jesuitas y EEUU les obligó a negociar. Hay que recordar que fue también el año de la caída del muro de Berlín.
La guerra finalmente tendía a acabar. Y lo hacía en tablas.
Firmaron la paz el 16 de enero de 1992
…en el castillo mexicano de Chapultepec. Por cierto, los invitados de honor que salieron en la foto de aquella fiesta fueron Carlos Andrés Pérez, Carlos Salinas de Gortari y Felipe González. Es curioso, porque muy pocos años después el primero acabaría preso, el segundo prófugo de la justicia y el de más acá cuestionado por la guerra sucia (y el sello de caucho empleado por los GAL para reivindicar sus atentados fabricado en la imprenta del propio Ministerio del Interior). Como para fiarse de las presidencias de las ceremonias de honor.56
Aquel día ocurrió además algo inesperado -que, claro, pasó inadvertido-. En medio de la euforia del momento y cuando en San Salvador un sector muy importante de la población se disponía a recibir como héroes a los comandantes rebeldes, Hernán decide que se acabó para él y no regresa. No hubo argumento alguno capaz de hacerle cambiar de idea.
Quién sabe qué disputas hubo, o cuáles fueron las razones o lo hartazgos profundos de Hernán, pero se apartó en silencio justo en el momento en que todo el mundo se aproximaba al FMLN como moscas a la miel.
Millonario descreído
Tenía 38, apenas conocía a nadie en México, era sumamente feo, no tenía dinero y recién salía de haber pasado once años enmontañado, peleando por empujar lo que se acababa -a medias- de conseguir.
Parece que pidió dinero prestado y buscó alojamiento en Distrito Federal.
Si damos un salto en el tiempo lo encontramos pocos años más tarde convertido en un magnate millonario de la comunicación. ¿Cómo ocurrió?
Lo primero que Hernán debió de hacer fue buscar a Epigmenio Ibarra y éste le ofreció que trabajaran juntos. Había estallado la guerra de Yugoslavia y volvieron a reportear. Viajaron hasta Belgrado. Cubren parte del conflicto en Bosnia -en unos lugares finalizaba la barbarie mientras que en otros apenas estaba por comenzar-. Vendieron imágenes a CNN y a la BBC. Epigmenio escribía crónicas para El Nacional. Le presentó a Carlos Payán y Hernán comienza a hacerlo para La Jornada.57
Payán era una institución en la izquierda mexicana. Había sido senador por el PRD y antes de fundar La Jornada había escrito en El Machete (el periódico del Partido Comunista Mexicano) y en Unomásuno.
Con él y con Verónica Velasco, la mujer de Epigmenio, deciden montar entre los cuatro una productora propia para hacer trabajos independientes. La llamaron Argos Comunicación.
A finales de diciembre de 1993 reciben el soplo de lo que se avecina en Chiapas y alguien les sugiere que vayan con las cámaras. Cuando el primero de enero el Subcomandante Marcos rompe la baraja del TLC en San Cristóbal de las Casas58 y presta su cara (su voz y su pasamontañas, quiero decir) al movimiento insurgente indígena, las de Argos son las únicas cámaras profesionales presentes.
Epigmenio y Hernán son también los primeros que logran entrevistarle en la selva Lacandona. Utilizan para ello un teléfono satelital. Realizado el contacto, los zapatistas les permiten filmar en las áreas que controlan. Fruto de ese trabajo en septiembre de aquel año se estrena el documental Viaje al centro de la selva. Argos ya es conocida.
Simultáneamente, y en otro plano, un grupo empresarial liderado por Ricardo Salinas Pliego había comprado TV 13, un canal estatal, para convertirlo en TV Azteca. Era una operación multimillonaria dirigida a plantar cara a Televisa (a Emilio Azcárraga), uno de los grandes grupos mundiales de comunicación.
En ese contexto -que a mí se me escapa- necesitaban armar una programación de calidad que marcara la diferencia. Argos lo sabía y propone a TV Azteca producir un programa semanal de información policial. Nota roja, pero muy bien hecha. Era el año 1995 y Expediente 13/22:30, que así se llamaba, fue un gran éxito.59 El canal les pide más.
Ahí surge la idea que será el trampolín definitivo para Argos. Y un revulsivo en el mundo de las telenovelas.
Escuché una versión según la cual en aquella decisión habría participado también García Márquez, pero no puedo asegurarlo. Lo cierto es que alguien plantea producir una serie de televisión que, a diferencia de las novelas al uso, incluya en su argumento asuntos de corrupción y narcopolítica. Hay que acordarse que además de los zapatistas en marzo de 1994 habían asesinado en un mitin a Colosio -el candidato del PRI- y unos meses después llevado preso a Raúl Salinas de Gortari, el hermano del expresidente. El ambiente en México estaba convulso. El escenario era propicio.
A partir de ahí las cosas se aceleran. Como no tenían experiencia en telenovelas hicieron venir de Venezuela a José Ignacio Cabrujas, el mejor en eso parece. Cabrujas les insiste en que todo está muy bien, pero que si no hay también una historia de amor no tienen nada. Producen Nada personal, la primera novela con trasfondo político y que recuerda a algunas de las situaciones verídicas ocurridas en el país. Será un éxito. Cabrujas muere ese año de un infarto. En uno de los últimos capítulos de Nada personal le homenajean.
La fórmula funcionó, y el resto fue más sencillo. Después vendrían Demasiado corazón, Mirada de mujer, La vida en el espejo…
Me contaron que tanto Hernán como Epigmenio comenzaron en ese tiempo a frecuentar a un psicoanalista. A diferencia de todos los pacientes del mundo, la motivación en su caso no era tanto enfrentarse a conflictos intrapsíquicos como asimilar el éxito.
Viniendo de donde venimos, como no digiramos bien esto nosotros mismos la vamos a cagar.
En esa época yo visité Distrito Federal y me alojé unos días en casa de Hernán. Él vivía entonces con Gabriela Roel, una actriz muy conocida en México, protagonista de telenovelas (también de teatro y de cine) con la que tuvo una hija.
Recuerdo las conversaciones de aquellos días. Era inevitable hablar de El Salvador. Hernán explicaba, con un tequila y fumando marihuana, cómo cuando él escribía sus cosas de militante no lo leían o escuchaban más que un puñado de convencidos, en tanto que ahora cualquier mensaje que incluía en los guiones lo veían decenas de millones de personas. El poder de la palabra. Su estrategia era evitar volver a ser minoritario y tratar, por el contrario, de democratizar al máximo el mensaje.
Me acuerdo al escribir esto de otro productor latino de televisión al que conocí siendo muy niño. Era un amigo argentino de mi padre, Óscar Banegas. Hizo programas de mucho éxito en la televisión de mi infancia, como Los chiripitifláuticos o 300 millones. Una de sus hijas, Cristina, también es una actriz famosa. Fui el monaguillo de su entierro.
En cuanto a Hernán, a mí me pareció bastante desapegado del lujo que lo rodeaba. No se mostraba especialmente orgulloso de nada; más bien un poco perplejo de que la gente no entendiera cómo funcionaban las cosas. Seguía siendo, como siempre, un gusto escucharlo. Chocaban un poco su cabeza deforme y su porro con su gran todoterreno. Esa noche Gabriela encargó por teléfono comida japonesa. Al día siguiente Hernán me llevó a una fiesta en casa de Carlos Payán.
Después de aquel viaje no volví a verlo. Sé que le venció la nostalgia y regresó a El Salvador una última vez en el año 2009, para asistir a la toma de posesión del primer gobierno de izquierdas. El de Mauricio Funes. Faltaban todavía unos años para que le sucediera como presidente Salvador Sánchez Cerén, el viejo comandante Leonel de las Fuerzas Populares de Liberación.
He leído en internet que en el año 2000 Hernán vendió sus acciones de Argos al grupo de Carlos Slim, el multimillonario mexicano al que asesora Felipe González.
También que Argos rompió en algún momento con TV Azteca para trabajar con Telemundo, y que ahora lo hace también con HBO y Netflix.
El 10 de agosto de 2014, el día que Hernán murió, era domingo.
Según le contaron a Ana Lidia la muerte se produjo por una ingesta prolongada de alcohol. Debió de ser tequila. Murió en la ambulancia. Había dejado dicho que lo incineraran. Tenía 60 años.
Que sirvan estas líneas como recuerdo.
49 Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional, la plataforma unificada de las cinco organizaciones guerrilleras salvadoreñas que combatió en la guerra civil de aquel país. Tras el final del conflicto se reconvirtió en partido político.
50 Las 1.001 historias de la Radio Venceremos. José Ignacio López Vigil. UCA Ediciones, 1991.
51 La terquedad del izote. Carlos Henríquez Consalvi, Santiago. Ed. Diana, 1992.
52 Hipervínculo Douglas Bravo. Patricio. "Sacrificios colaterales".
53 Hipervínculo himno sandinista. Otro Pedro. "Los años efervescentes".
54 Siete gorriones. Lucio Atilio Vasquez. Libros La Ceiba, 2012.
55 Trampa para un gato. Manuel de Pedro. 1994.
56 Mulungo, quieras que no. El brillo de los reversos. Alberto Quintana. Ed. Cactus, 2004.
57 Con el tiempo Epigmenio Ibarra apostará por la propuesta política de López Obrador y será uno de los apoyos que le ayude a alcanzar en 2018 la presidencia de México -un proyecto latinoamericano de izquierdas en un momento de reflujo y tendencia a la derechización en todo el continente, con el complicado reto, además, de minimizar los daños provocados por Donald Trump-.
58 El Tratado de Libre Comercio con los Estados Unidos.
59 La Sexta copiará en España muchos años después título y formato con Expediente Marlasca.