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Introducción al tercer cuaderno

Desórdenes

Este último volumen es un poco diferente a los dos anteriores. Diferente, y en cierta manera complementario.

Desórdenes se fija en un puñado de piezas que no me atrevo a calificar como imposibles, pero que parecen por lo menos problemáticas. Son de ésas que cuando tratamos de armar el puzzle que es la vida vuelven, obstinadas, una y otra vez a nuestras manos. Esenciales y tercas.

No hay a nuestro alrededor, me parece, demasiados asuntos que sean realmente importantes. Solamente el paso del tiempo, el sexo, los hijos, el amor -y su reverso, el desamor-, los amigos, la injusticia, la inexistencia tal vez de dios …y poco más.7

Siendo así, sorprende que sin embargo tengamos tantas energías depositadas en cuestiones que son periféricas y a menudo bastante bobas. La mayor parte de ellas tienen relación con el dinero.

Por eso es oportuno alborotar y abrir las ventanas. Para que corra un poco el aire, porque -lo cantaba Carlos Cano- si estuvieran abiertas todas las puertas nadie tendría que abrirlas con violencia.

Y una manera, creo, de ir haciéndolo, es señalar un puñado de cosas.

Mostrar que las palabras fracasan en su intento por tapar el galimatías de lo que nombran; que por más trapos que colguemos en las terrazas (o pulseras que nos pongamos en las muñecas, insignias en las solapas o pegatinas en los coches -nadie utiliza ya la palabra ´calcomanía´-) seguimos sin saber adónde pertenecemos; que la moral no ha sido nunca (ni lo va a ser) capaz de poner orden en el deseo; que sentirse a salvo de la locura tras un parapeto de batas blancas y de diagnósticos es síntoma de estar bastante enfermo; que el paso del tiempo provoca melancolía; que el Poder tiene aristas que lastiman, o -sobre todo- que no hay liturgia capaz de suavizar el desorden mayor. El de la muerte.

Julio Cortázar describió mejor que nadie esa impotencia:

…era lo que me crispaba, Bruno, que se sintieran seguros. Seguros de qué, dime un poco. Cuando yo, un pobre diablo con más pestes que el demonio debajo de la piel, tenía bastante conciencia para sentir que todo era como una jalea, que todo temblaba alrededor, que no había más que fijarse un poco, sentirse un poco, callarse un poco, para descubrir los agujeros; todo lleno de agujeros, todo esponja …pero ellos eran la ciencia ¿comprendes? Estaban muy seguros de sí mismos, convencidísimos de sus recetas, de sus jergas, su maldito psicoanálisis, sus no fume y sus no beba…8

Afeaba -lo hizo en Rayuela- que haya quien prefiera mirar hacia otro lado, aunque para ello deba pagar el precio de ser tan vegetal, tan caracol. Pedro Juan Gutiérrez, el escritor cubano, es de la misma opinión:

…para vivir con paz interior hay que ser un imbécil.

Por eso este texto se propone, decía, alborotar. Soliviantar y llamar la atención acerca de la desmesurada cantidad de desorden que aparece a poquito que uno rasque. Desengañémonos, bajo los adoquines no estaba la playa (como decían los estudiantes parisinos del 68 -eso fue una majadería-). Lo que hay es un vértigo horroroso provocado por tanto fragmento que no encaja.

También aquello de atado y bien atado fue una bobada. Una bravuconada, en el mejor de los casos. Porque orden, lo que se dice orden, solo existe en la fantasía ofuscada de los totalitarismos, y acaso en la ficción botánica de algunos clasificadores. Como si hubiera un lugar para cada cosa.

Fíjese en las feministas, empecinadas como están en el empeño imposible de catalogar la posición subjetiva frente al deseo: L, G, T, B, I, Q, +… siempre va a aparecer alguien que no se sienta concernido (concernida, concernid@, concernide) en ninguna de las anteriores.

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Hay algo que debo anticipar; y es que en este cuaderno va a encontrar mayor número de vivencias personales. Es así porque me ayudan a vincularme mejor al texto, y a ese vínculo le doy mucha importancia.

Me ha preocupado (pero poco -por lo impúdico-) que el resultado pueda ser demasiado referencial, pero creo que, en el fondo, nunca hablamos de otra cosa que no sea nosotros mismos. Tal vez somos nuestra única herramienta.

Ojalá que estas páginas tengan suficiente interés -trabajo sí que tienen- para que valga la pena compartirlas (valer la pena, vaya una expresión).

Me gusta creer que sí, porque cómo seguir -si no- después de este poema:

Desde el bar

-al otro lado de la calle-,

observo una boca de metro:

la gente

sube

y baja,

entra y sale,

y todos

parecen tener claro

a dónde van.

Es fascinante.9

Le dedico estas piezas problemáticas a Bruno (…era lo que me crispaba, Bruno, que se sintieran seguros).

Son una recopilación de ingenuidades.

7 Quizás haya algún otro; en un rompecabezas como éste cabe mucho, pero no todo.

8 El perseguidor. Las armas secretas. Julio Cortázar. 1959.

9 Perplejidad. Karmelo C. Iribarren. Poema incluido en Otra ciudad, otra vida (2011) y recogido en su Poesía Completa 1993-2018. Visor Libros SL, 2019.

Desórdenes

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