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Pintó bajón

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Vino como loco, el Kevin. Estaba sacado. Sabía que la había cagado. Fue lo primero que dijo cuando entró a la pieza. La cagamos, me dijo. Y después se metió a la ducha. Estuvo una hora. Una hora matando fantasmas.

Le pregunté como veinte veces qué pasaba, pero como siempre se quedó callado, el guacho. No me contó nada. El Kevin se guarda todo, pero estaba claro que algún laburo había salido mal. Le pregunté si el Chori y el Tarugo estaban bien. Sí, sí, a ellos no les pasó nada. Por lo menos me contestó eso. Yo no sé de qué trabaja ni me importa. Supongo que sigue siendo chorro y no me parece mal. Espero que sea un chorro con códigos, espero que no sea violento. Espero, pero no sé. No me interesa saber. Yo cojo con él, no con su laburo. Él no se mete con mi laburo y yo respeto mucho eso. Salió de la ducha un poco más calmado. Fumamos un porro y cogimos bien. Nos abrazamos mucho cuando acabamos.

Al Kevin siempre le pinta bajón después de uno de sus trabajos. Se deprime mal y dice que no hay nada más basura que un chorro amigo de empresarios. Un chorro que se junta con garcas. Hace dos meses se tatuó la palabra TRAIDOR en su nuca. Ese día que lo vi me asusté. No pregunté nada. Él no dijo nada. Cuando fuma se bajonea. Cuando se bajonea se queda horas en la ducha. El faso siempre lo baja. Lo baja y lo entristece.

Vos sabés hablar, Yeni, me dijo hace un par de semanas, vos sabés escribir. Vos estudiás y leés libros, me dice juntando toda la tristeza del mundo. Escribí esta historia, me dijo, escribí la historia de nosotros. Me abrazó y luego me soltó.

Yo la voy a escribir, le dije, yo voy a contar nuestra historia. Ya la estoy contando, Kevin. Pero la cuento junto con vos.

No, conmigo no. Vos tenés que irte. Vos tenés que soltarme porque yo te voy a hundir. Vos podés salir porque sabés hablar, sabés escribir, sos linda y sos buena, Yeni. Vos terminaste el secundario, loca, vos estás tratando de estudiar, vos ya no tenés que estar conmigo. Yo le digo que tranquilo. Yo le digo que ya no está más en cana, que no va a volver más a estar preso, que no se asuste, que no tengo ni idea de los quilombos que lo persiguen, pero que mientras esté en libertad y estemos juntos, alguna solución le vamos a encontrar, que el día que me quiera contar lo que le pasa, que yo lo voy a escuchar. Que yo no lo juzgo. Que lo que hizo, o lo que pudo hacer, ya fue y que todo se puede arreglar. Se tiene que arreglar porque nosotros no somos como esos empresarios garcas que él menciona, porque hasta ahora es lo único que me confesó. Que anda con cogotudos garcas.

Lo beso, lo abrazo. Me abraza. Yo lloro. Nadie nos enseñó a salir de la mierda, Kevin, le digo mientras lo acaricio. Nadie nos enseñó a salir sin manchas. Nadie nos puede enseñar a salir del mundo sorete, del mundo del odio, Kevin, nosotros tenemos ese privilegio. Vos, yo y la generación de los sobrevivientes de Villa Albertina somos los privilegiados en conocer el odio, el odio que nace de la miseria. Es un virus, Kevin, la miseria es un virus que llevamos adentro, le digo. Nada ni nadie nos va a sacar ese virus, mucho menos los blanquitos soretes que inventaron las reglas del mundo. Esos blanquitos soretes se olvidaron de meter en el mundo a los negros de Villa Albertina y a los millones de barrios como Villa Albertina, Kevin. Ni los blancos ni sus leyes nos pueden decir nada a nosotros porque para ellos nosotros somos nada, no existimos, Kevin. Nosotros conocemos el mal porque nos mandaron a vivir en el mal. Somos sabios en vivir y convivir en el mal. Vivimos en el mal, infectados de miseria, Kevin, es imposible que con todo eso no tengamos furia, la furia de vivir esta vida de mierda. Furia que nos destroza el cuerpo y el alma. Nos apaga, nos hace malditos, pero no nos mata, no nos termina de matar porque nosotros somos sobrevivientes Kevin y ni la furia, ni el mal, ni el odio nos pudo matar todavía, le digo. Le digo que nuestra historia se contará algún día y lo abrazo. Lo abrazo y lo beso.

Porque el Kevin tiene que bajar, tiene que bajar mucho después de una tarea fina.

El origen de la furia

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