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La tarea fina se fue al recontra carajo

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Hay otro detalle dentro del plan de asesinato de Olmedo. La Hiena tiene que morir el mismo día que otro cana tiene que ser interrogado por los hombres del Chori. Ese otro cana es el subcomisario Ramón Escobar.

El contrato establecía que a Escobar debían apretarlo para sacarle información y que a Olmedo había que matarlo. De acuerdo con la declaración de Escobar, se decidiría si se lo mataba o se lo dejaba vivo. El subcomisario Escobar labura en la jurisdicción de Morón, y de él se estaban encargando en ese preciso momento el Kevin y el Tarugo, los otros dos miembros de la banda. De Olmedo, el objetivo más difícil y peligroso, se encargaba Di Massa precisamente por su fama de eficiencia, disciplina y efectividad.

Todo venía bien, todo venía más que bien. Olmedo entró, saludó al Tano, abrazó al Pitu y se sentó en la mesa de siempre. El Chori estaba hacía más de una hora sentado y se relajó. Luego llegaron esos dos grandotes pero ni saludaron a la Hiena. Cuando trae custodios, suelen sentarse todos juntos. Sería la primera vez que los sienta aparte. No era para volverse loco por ese detalle.

La culpa la tuvo el mozo, el Pitu, según la versión del Chori. El pelotudo del Pitu puso El Show de Videomatch. Esa noche, Tinelli no tuvo mejor idea que invitar a su programa al presidente de la República Argentina, don Fernando de la Rúa.

Al principio nadie le daba bola al presidente, ni a Tinelli ni a la tele. Pero en medio de la charla televisiva apareció un pibe que quiso atacar o abrazar a De la Rúa y a partir de ello De la Rúa comenzó a derrapar.

El pibe reclamaba por los presos de La Tablada, o algo así creyó escuchar el Chori. La Hiena comenzó a reírse a carcajadas y a gritarle cosas al televisor. Mientras más la embarraba De la Rúa, más histriónico se ponía Olmedo. Ese fue el desencadenante de la tragedia. La concentración del Chori se fue al reverendísimo carajo. No es fácil sacarlo de sus casillas, pero se ve que Tinelli y De la Rúa pudieron.

La pantalla del Philips de veintidós pulgadas vuelve loco al Chori. Dejó de mirar a su víctima para ver el televisor. Se puso ansioso, un estado mental que un killer profesional nunca debe tener. El asesino ansioso es un asesino asesinado. Eso lo sabe. El Chori no quiere ser un asesino asesinado. El Chori quiere asesinar y salir caminando hasta la esquina, subirse a la Honda Enduro 250, acelerar a setenta kilómetros por hora hasta la avenida Mitre, doblar por Pavón y rajarse a Lanús. Eso es lo que quiere el Chori. O eso es lo que quería antes de que De la Rúa empezara a decir gansadas.

Olmedo es el que más fuerte se ríe. Se da vuelta apuntando al televisor y le grita al mozo: “¡Mirá, Pitu, mirá lo boludo que es!”. Y comienza a reír como una hiena. La pantalla del Philips muestra a Marcelo Tinelli con una media sonrisa sin saber si corregir o dejar hacer al presidente. Tinelli no corrige. La audiencia celebra que Tinelli no corrija al presidente.

“Este blindaje que es una garantía financiera para que Argentina tenga solidez…, esto alienta el optimismo para el año próximo”, le dice De la Rúa a Tinelli con relación a las ventajas de la firma del blindaje financiero propiciado por el FMI.

“Muchos cariños a tu familia, sé que has tenido un hijo, te felicito. Cariños a Laura, tu mujer…”

“No, pelotudo, pelotudo del orto, la mujer de Tinelli no se llama Laura, se llama Paula, pedazo de pajero”, grita la Hiena Olmedo mientras larga una sonora carcajada.

“… Un cariño a toda la audiencia de Telenoche, una audiencia vasta e importante…”

“¿Escuchaste, Tano?”, le grita Olmedo al dueño del bar. “Avisale al infeliz que está en Telefé, Tano, avisale al idiota que está con Tinelli en Canal 11 y que Telenoche queda en Canal 13, la putísima madre que lo parió”, grita la Hiena. El sudor del Chori le llega hasta los calzones. La boca reseca. La Quilmes parece meo de gato hervido. De la Rúa lo saca y a Olmedo lo recontra saca. El Chori sigue sentado con la mirada gélida, pero por dentro un volcán está a punto de entrar en erupción.

“Gracias, Fernando. Lo queremos ver bien y lo necesitamos con todo al frente del país”, se despide Tinelli. El Chori, desencajado, observa cómo el presidente se retira y lo deja a Tinelli hablando frente a la cámara, pero De la Rúa se equivoca de puerta y aparece por detrás de Tinelli, sin saber cómo salir de la escenografía.

La Hiena se levanta con el vaso de cerveza en la mano izquierda y con su dedo índice señala al televisor al grito: “¡Miren a ese infradotado! ¡Ni siquiera sabe por dónde salir!”.

La Hiena saca a relucir su mejor repertorio de carcajadas. La risa de la Hiena es contagiosa, contagiosa como rabia canina. El bar es un aquelarre de carcajadas histéricas. Olmedo da un paso más hacia el televisor y abraza al Pitu De Gennaro. “Por Dios, Pitu, mirá lo que hace.”

Varios comensales se paran festejando los gritos de Olmedo. La gente se para. ¿Esos dos que se paran y se ríen serán canas? El Chori transpira. El Chori putea en voz baja, lo putea a De la Rúa, que le está cagando la noche, le está cagando el laburo. El Chori no puede más… no puede más. Ma’ sí, que se pudra todo…

De un salto el Chori se levanta y con el mismo envión desenfunda su nueve milímetros limada apoyando el caño directamente sobre la nuca de la Hiena, que hacía instantes se había vuelto a sentar. Un solo disparo. La bala ingresa por la nuca de Olmedo y sale por el maxilar derecho, y continúa su trayecto ascendente hasta ingresar por el tabique nasal del Pitu De Gennaro.

La Hiena se despatarra sobre la mesa y cae al piso. El Pitu cae de rodillas tomándose el rostro a un metro del cadáver del comisario. Otro disparo del Chori se dirige al parietal derecho del Pitu De Gennaro.

Sin perder ni medio segundo el Chori mueve su mano hacia la derecha y apunta a uno de los dos posibles policías sentados a tres mesas de donde se encontraba la Hiena.

El plan era analizar la reacción de esos dos tipos. Si amagaban a desenfundar, morían. Si no, el Chori salía caminando mientras no les quitaba el ojo de encima. Pero el plan se fue al carajo. Había disparado dos balas y ya tenía a dos muertos: la Hiena y el Pitu. El plan comenzó fallado.

El Chori disparó su tercer tiro. Un tiro que fue a dar a la nuez de Adán de uno de los canas sospechosos. La cuarta bala salió medio segundo después e ingresó entre ceja y ceja de su compañero.

El Chori se dio vuelta y observó al Tano Migglione, que estaba petrificado detrás de la caja recaudadora. El Chori disparó dos tiros en la cabeza del Tano. Luego de estos dos disparos, el Chori comenzó a caminar hacia la salida. Dio dos pasos y se plantó frente a la parejita que había dejado de besarse para abrazarse con toda la fuerza que les daban sus veintiún años de vida. Qué mierda vivir sólo veintiún años…, vivir veintiún años en uno de los barrios más pedorros de Avellaneda, la vida es una gran bola de mierda, muchachos, pensó el Chori antes de apretar el gatillo. Vivieron sólo veintiún años por culpa de De la Rúa. Cuando el Chori los tenía a menos de un metro de distancia, le disparó un tiro a cada uno. Quedaba sólo una persona. Quedaba el Negro Nicolaides, el desocupado ex ferroviario. El Negro Nicolaides se paró justo en el momento en que el Chori terminaba de ejecutar a la parejita. Quiso correr, quiso escapar. Tres pasos dio. Tres pasos y ya estaba en la calle Nicolaides. Zafó. Zafé, pensó Nicolaides.

Pero pensó mal. Un tiro en la espalda le partió la columna vertebral. Nicolaides cayó sobre la vereda a un metro de la puerta del bar. Cuando salía, el Chori aprovechó para rajarle el segundo tiro. Esta vez la bala ingresó en la nuca.

Recién allí, luego de la muerte de Nicolaides, el Chori logró suspirar y volver a concentrarse. Había muy poca gente en la calle pese a que estaban muy cerca de la avenida más importante de Avellaneda. Muy poca gente en la noche y ningún héroe. Muy poca gente que quedó petrificada al ver que el Chori descargaba un tiro en la nuca de una persona caída en la vereda.

Tuvo un segundo de lucidez, el Chori. Volvió sobre sus pasos. Se acercó al cadáver de la Hiena Olmedo y le disparó un segundo tiro en lo que quedaba de masa encefálica. Mil cagadas me mandé pero alguna regla tengo que respetar esta noche: dos balas a la cabeza, aunque tenga la certeza de que la primera lo mató. Eso hizo el Chori para reafirmar su condición de profesional.

Caminá tranquilo, se dijo. Caminá tranquilo y fijate si ves algún cana por el lugar. El Chori salió del bar y caminó tranquilo los cuatro metros que lo separaban de su moto Honda Enduro. Se subió. Estuvo a punto de arrancar, pero se bajó de inmediato e ingresó corriendo al bar. Se paró en medio del charco de sangre. Volvió a sacar su pistola, apuntó al televisor Philips y disparó tres tiros.

“¡De la Rúa, y Tinelli la reputísima madre que los parió a los dos!”, dijo en voz alta. Salió caminando despacio. Volvió a subirse a la moto. La encendió. Aceleró. Y se fue. Se fue para Lanús.

El origen de la furia

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