Читать книгу Arkoriam Eterna - Alejandro León Galindo - Страница 6
ОглавлениеPRÓLOGO
El clima en este lugar siempre es bastante difícil. Un permanente aire frío y húmedo, mañanas y tardes consumidas por la niebla. Vegetación abundante que no aporta nada a quienes quieren cultivar ya que la maleza crece de forma inesperada, eso además de contar con una tierra pobre en minerales que permitan a un buen cultivo dar los mejores productos.
El mercenario llevaba en este lugar ya varias semanas; era el primer lugar donde se detenía por tanto tiempo desde que emprendió su viaje desde el sur, desde las tierras de Tabask: un reino donde la política, el poder y la muerte caminan juntos jugando con sus habitantes. Una tierra de asesinos, no de guerreros. Una tierra donde el mercenario ha dejado su entristecido corazón.
Ahora se encontraba en Solaria, el inexpugnable centro del continente de Ebland. Una tierra sin reino, pero no sin rey, una tierra donde —se cuenta— son enviados al exilio delincuentes de los reinos circundantes (incluso el mismo reino de Ábaron) lo cual no es otra cosa que enviarlos a la muerte: una muerte cruel y tenebrosa. Una tierra habitada por criaturas peligrosas y brutales, incluso criaturas de leyenda, criaturas de las cuales las madres cuentan a sus hijos para que se porten bien… Si solo esas madres supieran lo tangibles que pueden ser los peligros que corren sus hijos…
En tiempos anteriores todos los reinos de Ebland habían intentado de una u otra forma colonizar esta lúgubre y feroz tierra, ya fuera por uno u otro motivo: Ábaron había lanzado sus tropas bajo la guía de los paladines de Pálidor en pos de erradicar ese mal primigenio que consume el centro del continente, mas sin embargo muchos creen que este reino buscó apoderarse de Solaria porque creían que allí existían grandes minas de oro y plata.
Los reinos de Fabul y Bard, al oriente de Solaria, intentaron crear rutas de comercio que beneficiarían a todos los reinos… obteniendo ventaja del cobro de impuestos por el uso de dichas rutas de comercio. Tabask, por su parte, buscó un interés un poco más oscuro según cuentan los susurros, pero nadie puede afirmarlo con seguridad. Finalmente, cada uno de los reinos fracasó en su intento; los paladines y sus tropas nunca regresaron y las leyendas que relatan los ancianos dicen que estos ahora sirven al misterioso poder de Solaria tanto en vida como en muerte. De los pocos expedicionarios que regresaron nada pudo deducirse ya que sus mentes habían sido torcidas y sus palabras y miradas colmadas de locura, y solo sirvieron para prevenir a sus reinos.
Pero, aun dentro de todo este gris panorama que presenta Solaria, existe vida. Bueno, vida sería mucho decir, lo que existe es un deseo de supervivencia colectiva. Décadas atrás un grupo de personas que habían llegado hasta este sitio, seres sin esperanzas, sin futuro, de espíritus quebrantados, formaron en los límites del sur (colindantes con Tabask) lo que hoy se llama Villa de Solaria. Y es menester decir que muchas son las historias que giran a su alrededor. Es en este lugar donde generaciones de almas atormentadas habían encontrado apoyo mutuo y un lugar, aunque difícil por no decir terrible, donde el mundo y sus reinos no podían alcanzarlos.
Villa de Solaria no constaba de más que unas cuantas casas reunidas en torno a un pozo, casas entre las que se encontraban una posada y una herrería. Su sostenimiento se lograba gracias a un criadero de cerdos, uno de gallinas y unos pocos cultivos de una vegetación similar al bambú que permitía trabajar sus fibras en distintos productos artesanales, los cuales intercambiaban por mercancías de los pueblos cercanos a los que se llegaba después de viajar por varios días.
Pocos son los comerciantes que quieren llegar hasta Villa de Solaria por su propia voluntad puesto que existe un enorme y peligroso ogro llamado Grash, quien cobra tributos a los viajeros por cruzar por sus caminos.
Haciendo una parada en su vida, el guerrero, quien había encontrado trabajo patrullando las zonas cercanas de la villa para mantener a raya a goblinos y lobos, aprovechaba el silencio sepulcral del lugar para sumirse en sus pensamientos. En sus recuerdos. Mezcolanzas de tristeza al recordar todo aquello que había dejado atrás y melancolía por no tener a su lado al único buen amigo, al que dejó en las salvajes Tierras del Fuego. Pero lo que le producíae mayor consternación en su alma era el recuerdo de la vida y la muerte. O la muerte y la vida, sería más preciso decir.
El mercenario había muerto pocos años atrás, atravesado por los tridentes de unas peligrosas criaturas llamadas sahuagins. Fue un momento de tristeza y desesperación, como la muerte ha de ser. En sus últimos momentos, su corazón aterrado entendía que nunca más tendría la posibilidad de volver a estar junto a su dama. Solo unos segundos tras el recuerdo se arrepintió de haberla dejado ir como si se tratase de otra encomienda más que se termina entre un mercenario y su amo.
Mas sin embargo un día abrió los ojos. Sus ojos mortales que miraban al cielo en una playa. A su lado, una leyenda de Ebland, Febo el bardo, quien le había traído a la vida nuevamente con el propósito de cumplir un trabajo.
—Supongo que estarás libre de trabajo, ¿no, mercenario? —fue lo primero que escuchó de la sonriente cara de Febo. Pero esa es otra historia. Y es desde este punto de su vida en adelante cuando se convertiría en la herramienta de poderes por encima de su comprensión y alcance, cuando poco a poco se daría cuenta de que ni su vida ni su muerte le pertenecían y donde esta última, la muerte, aquella que muchos quieren evitar, aquella que trae terror a los corazones de quienes tienen mucho que perder, sean seres civilizados o criaturas salvajes, sería lo más anhelado por el mercenario. Su destino es estar condenado a nunca poder descansar en paz.
Y así era como pasaba los días en este sórdido lugar, entre sus recuerdos y sus tristezas; entre combates contra trasgos y otros males menores; entre pillar ladronzuelos y cuidar las granjas y corrales, todo por unas cuantas monedas, una comida y un techo. Un lugar donde la vida lucha constantemente por imponerse y, aun así, no parece lograr ningún avance; como si el tiempo y la civilización se negaran a entrar a Solaria y acobijar a sus pobres gentes.
Los días entonces pasaban a convertirse en una rutina peligrosamente cómoda. En las primeras horas de la mañana, Ilinea, la hija del posadero, de unos doce años de edad e inexpresivo y pálido rostro, colaboraba (por mandato de su padre tras la solicitud del foráneo) con el espigado mercenario en el ritual que comprende ataviarse de su armadura completa; ajustar placas, tensar correas, calzar grebas. Una armadura muy peculiar en una espada de alquiler, pues suelen vestir cueros tachonados o pieles de animales en vez de armaduras de caballeros a lomos de jamelgos. No obstante, es así como él lo prefería puesto que no solo esta podía protegerlo de esas hojas afiladas que no lograra esquivar o bloquear en medio de un combate, sino que hablaba muy bien de sus capacidades como guerrero ante sus clientes, ya que no cualquier mercenario podía ganar lo suficiente en toda una vida de trabajo como para comprar una armadurade estas. Aun así, hace tiempo dejó de usar el casco pues considera que limita demasiado su visión periférica.
Cuando la chiquilla terminaba de ayudar con la armadura venía un pequeño segundo ritual que consistía en forrar al hombre con un enorme gabán negro de cuello y unos guanteletes armados que le ayudaban a lucir enorme e intimidante. «Los enemigos se vencen con la espada y la presencia», aprendió este joven de su padre antes de dejar su tierra natal.
Este protocolo diario se había vuelto el mejor momento del día para los dos: sin palabras, sin miradas ni preguntas insípidas o personales; solo unos minutos de grata compañía durante los que el tedio desaparecía. Son solo dos almas nobles y atormentadas. Al final, vestido para la guerra, recoge su arma, toma aire y emprende su camino a las zonas aledañas.
Su jornada terminaba en las primeras horas de la noche o en las primeras horas de la madrugada según el turno que debiera hacer; regresaba a la taberna, tomaba una pinta de cerveza y se encerraba en sus aposentos.
Todo esto hasta el día en que la rueda del destino empezó a moverse de nuevo, hasta el día en que la sangre del guerrero compelió a cada uno de sus músculos a caminar hacia rutas inciertas, hasta que el desasosiego pudo más que la costumbre y el destino señaló sin miramientos a quienes escogió como sus parangones en el juego de la historia. Hasta que una de las razas más antiguas y peligrosas de todo Arkoriam decidió iniciar sus juegos de avaricia y poder.