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CAPÍTULO I El camino del mercenario

Ahí estaba, era la primera vez que lo veía desde que llegó a la villa. Desde la ventana de su habitación en el segundo piso de la taberna, el aventurero observaba con desagrado que, a unos cuantos metros de la entrada norte del lugar, un enorme y feo ogro (que llevaba terciado en un hombro un espadón tan enorme como afilado) dialogaba con unos de los hombres de la villa. Este corpulento ogro se encontraba acompañado por otros dos que no lo superaban en tamaño y muy seguramente tampoco en inteligencia. Solo estaban parados allí, con sus caras estúpidas y hambrientas, mirando sin mucho interés (al tiempo que balanceaban sus porras de manera ausente) lo que ocurría entre su líder y los pobladores, esperando a que terminaran de hablar para ir a comer.

El ogro, quien supuso era el llamado Grash (el cual tiene una mirada de inteligencia y maldad), sonrió burlonamente mientras recibía de los temerosos hombres tres cerdos, dos barriles de cerveza y media docena de gallinas: el pago por el uso de los caminos que hacía poco habían sido cortados.

Después de un corto intercambio de palabras y miradas burlonas por parte de los ogros, estos se retiran del lugar con su botín mientras los hombres, apesadumbrados, regresan con sus familias, que los reciben con abrazos y sollozos.

No era la primera vez que el mercenario veía que esto ocurría en Ebland, o incluso en Velkar. Sin embargo, aunque ya lo había visto antes en otras regiones y culturas, y que como mercenario no deberían importarle este tipo de situaciones, había algo que le incomodaba. Podía sentir la rabia corriendo en su sangre, pero no entendía por qué.

—Cobardes —dijo finalmente con voz severa, los ojos entrecerrados y el ceño fruncido, refiriéndose a los hombres, mientras miraba fijamente cómo Grash se retiraba del lugar.

—Sobrevivientes. —Escuchó como respuesta a su comentario dándose cuenta de que había hablado en voz alta sin querer. Se sorprendió por la intromisión en su habitación y en sus pensamientos, pero más se sorprendió al girar su cabeza y ver de parte de quién venía el comentario. Ilinea, sosteniendo una bandeja con una jarra de aguamiel, lo miró con esos ojos calmos y distantes pero llenos de determinación. Eran las primeras palabras que la niña le dirigía desde que había llegado al lugar. El guerrero la miró en silencio durante largo rato (entrecerrando un poco sus ojos, con lo cual la cicatriz que cruzaba su rostro desde la frente pasando por su ceja y pómulo derecho hasta la mitad de su mejilla, hacía que su mirada fuese aún más penetrante e incluso amenazante) tratando de discernir qué se encontraba más allá de ese rostro inocente y angelical, puesto que había llegado a la conclusión de que Ilinea no era para nada una niña común y corriente.

«Se puede ser ambas cosas, cobarde y sobreviviente», pensó el guerrero, quien finalmente desvió la mirada hacia la ventana donde la escena ya había terminado. La niña dejó la jarra en una mesa y salió del lugar sin decir nada más.

***

Sabía muy bien que la estaban buscando. Hacía mucho tiempo que se había preparado para los difíciles tiempos que tendría que pasar en la superficie. Lo había calculado todo; había comprado a un muy alto precio los mapas de las tierras del dominio del sol que le permitirían tener ventaja sobre todos aquellos que intentaran perseguirla; había incluso estudiado con detenimiento cada una de las regiones de Ebland buscando el mejor lugar para una criatura como ella, un lugar donde su «estirpe» no llamase tanto la atención, un lugar donde tal vez pudiese lograr, si débiles, por lo menos largas alianzas que la mantuvieran con vida. Había comprado también vestidos que le mezclaran con los humanos o los elfos de la superficie: sabía claramente, gracias a la información de los libros que poseía, que sus ropas habituales resultarían llamativas, tal vez de manera peligrosa, si llegasen a verlas ojos que comprendiesen su origen.

Había estudiado con detenimiento las rutas por las cuales podría escapar, el tiempo que le tomaría, los peligros que allí podrían atacarla, así como los lugares donde podría esconderse para recuperar fuerzas y continuar su exilio voluntario.

Fueron meses de preparación, meses de recolección de información, meses en los que esperó con paciencia a que aquellos objetos mágicos tan difíciles de conseguir llegaran a sus manos; objetos que le ayudarían a sobrevivir en su viaje, en su huida.

Tal vez debió planear mejor qué hacer en el momento en que la encontraran, pero la soberbia es enemiga de la prudencia. Pensando que lo había logrado, pensando en que había logrado burlarse de su propia gente, bajó la guardia, descuidó sus encantamientos para el subterfugio, empezó a caminar más abiertamente entre la naturaleza que la rodeaba haciéndose dueña y ama de árbol y criatura que rondaran su pequeño dominio y creyó que jamás la encontrarían en el mundo del sol.

No obstante, logró escapar (de nuevo).

***

Eran ya las últimas horas de la tarde, cuando los pocos rayos de sol que traspasan las grisáceas nubes de Solaria empezaron a desaparecer. En ese momento, el mercenario bajaba a la villa para comer y beber algo antes de hacer la primera guardia nocturna. El hombre, alto, de cabello negro y ojos oscuros, cruzaba en silencio por entre las pequeñas huertas sin prestar mucha atención a lo que en ellas ocurría. Lo contrario acontecía desde estas, ya que las personas detenían brevemente sus labores para verlo pasar: los niños se escondían detrás de sus padres y algunos más osados corrían hasta una distancia relativamente cercana para verle con detalle. Si era consciente de lo que pasaba, no lo demostraba, ya que solo mantenía la vista fija en el camino que tenía al frente, donde su mirada seria y fuerte ocultaba la vorágine de pensamientos que su pasmosa actividad no lograba distraer. Sabía dentro de sí que debía ocupar su mente con algo o pronto enloquecería de desesperación.

Estas personas que lo miraban se habían acostumbrado a su presencia e incluso agradecían en silencio el trabajo que realizaba en el lugar, ya que esto les permitía dedicarse con más empeño a sus pequeños terruños y dormir más tranquilos al saber que sus hijos se encontraban protegidos. Sin embargo, se sentían intimidados e incómodos con su figura.

El guerrero escasamente cruzaba palabras con el tabernero, el herrero y una que otra persona… solo para lo estrictamente necesario.

Muchos se cuestionaban las verdaderas razones para que un hombre como él aceptara el trabajo de guardia del pueblo por tan pocas monedas, e incluso algunos pensaban que algo se traía entre manos; tal vez estaba explorando la villa en busca de esclavos para algún señor o a lo mejor pensaba tomar como suyo el pequeño pueblo, desafiando el poder de Grash. De cualquier forma, y aun cuando las opiniones de los habitantes de Villa de Solaria se encontraban divididas, nadie se atrevía a expresar sus inconformidades y solo dejaban, como siempre, que la vida transcurriera como tuviera que ser. El temor hacía parte de su herencia.

***

—¡No pueden perderle el rastro! —dijo Nerisstine en un tono lleno de ira y frustración—. ¡No estando tan cerca de atraparla! ¡Cómo es posible que los engañara a todos! ¡Inútiles! —Sus ojos rojos miraban peligrosamente a todos los varones que junto a ella se encontraban, los cuales sabían muy bien que responderle en este momento supondría, si no la muerte, por lo menos un largo tiempo de torturas y vejámenes al volver a casa; por lo tanto, solo agachaban la mirada y dejaban que la enfurecida mujer descargara su rabia en insultos y resoplidos.

Tras largas semanas de búsqueda tanto por medios físicos como mágicos, lograron dar con el paradero de Krina. Se había establecido en un lúgubre lugar ubicado en el fondo de un grisáceo valle oculto por una densa niebla. Para sus perseguidores era obvio que intentaría esconderse en algún lugar de la superficie (la cual representaba una gran vastedad de lugares dónde buscarla), así que reunieron un grupo de soldados que tuviesen conocimiento y experiencia de campo en este tipo de terrenos. Delimitaron las áreas de búsqueda a aquellas que se encontraran más cercanas a las posibles salidas de su ciudad natal (que eran una gran cantidad) y empezaron a registrar la zona. Todo era infructuoso. Demasiado terreno por cubrir con tan poco personal y demasiados peligros que evitar si querían pasar desapercibidos entre tantas razas que buscarían darles muerte.

Los métodos mágicos no arrojaban mejores resultados. Todo intento por escudriñarla resultaba en fracaso gracias a los poderosos objetos mágicos que Krina había reunido durante los largos meses de planeación. Pero Nerisstine, aunque sabía que el tiempo jugaba en su contra no desesperaba pues conocía muy bien a la mujer en fuga (o por lo menos eso creía) y sabía que más temprano que tarde la jactancia de Krina la llevaría a cometer un error, y entonces pagaría por los crímenes cometidos contra su gente. Ese momento era ahora. Ese momento era ahora y sus montaraces habían perdido el rastro.

***

Tras semanas de planeación para tomar la casa de Krina, que estaba protegida por criaturas repugnantes y peligrosas que merodeaban en los alrededores, decidieron dar el golpe. Como tinieblas de la noche se dirigieron hacia el lugar protegidos por la densa niebla, eliminaron rápido y en silencio a las bestias más cercanas pero, aunque lograron avanzar hasta la entrada de la solitaria casa, fue inevitable que las silenciosas alarmas que la mujer había preparado se activaran.

Previendo cualquier emergencia, Krina había preparado una ruta de escape a través de una pared falsa que la llevaría hasta un caballo que tenía dispuesto en un minúsculo establo a pocos metros de la casa. Y habría logrado llegar hasta allí sin mayores problemas de no ser porque en el último momento uno de los soldados logró divisarla y alertar a los demás. Todos los que pudieron, entonces, se apresuraron a salir de la casa. Todos los que pudieron, ya que algunos se encontraban enzarzados en batalla con las criaturas que la protegían. En medio del desespero, la mujer dejó caer un pequeño cofre y los ojos de los que allí se encontraban se abrieron de par en par puesto que sabían que dentro del mismo se encontraba lo que habían venido a buscar, la razón por la cual Krina había huido, la razón de todo este desastre.

La mujer, al darse cuenta, maldijo su suerte y con torpe habilidad (puesto que en su tierra no existen caballos y poco tiempo le dedicó a aprender a manejarlos con destreza) logró dar vuelta a su jamelgo para encaminarse de regreso, a por el cofre. Pero así también había corrido el soldado y, al encontrarse este más cerca, no perdió segundo alguno en hacerse con pequeño baúl. Krina, al ver que no llegaría a tiempo decidió, ejecutar un conjuro en contra de aquel varón. Trató de centrar sus pensamientos en las palabras correctas que desatarían un ataque paralizante sobre su enemigo, mas le fue imposible mantener la concentración en el hechizo al mismo tiempo que, con dificultad, mantenía en la dirección correcta a su montura. Es así como el soldado logró llegar primero hasta el cofre y reclamarlo para sí.

Sin embargo, la suerte estaría del lado de la mujer. El guerrero, vanagloriándose de su agilidad y buen ojo, no midió la distancia que existía entre él y la mujer en carga: si este hubiese tratado de escudriñar con más detalle entre la neblina, hubiese visto que ella no había disminuido la velocidad en ningún momento, y lo arroyó y mató en el acto. Krina entonces, sin perder tiempo, tomó el cofre y reemprendió la huida cuando ya empezaban a aparecer los compañeros del ahora cadáver cargando sus ballestas.

En un punto del camino, cuando había llegado a una zona boscosa, descendió del caballo y, palmeándolo fuertemente, lo envió en una dirección como señuelo para sus perseguidores mientras ella, lanzando un conjuro de levitación, tomaba el camino contrario sin dejar huella alguna.

Una vez más había logrado escapar, una vez más había logrado engañarlos, pero a un riesgo muy alto. Ya no podría volver por sí sola a la casa que había ocupado; las criaturas del lugar ya no le reconocerían como ama y había gastado la mayor parte de sus objetos mágicos, así que no podría hacerles frente. Sabía que Nerisstine no tardaría en descubrir su treta, tenía que volver y sacar la piedra del lugar. Si no ella, alguien que lo hiciera en su nombre.

***

El mercenario, tras su largo día, había llegado a la taberna. Abrió la puerta y Wilice, el tabernero, un hombretón de espeso y castaño bigote, lo recibió de buen agrado alistando la jarra en la que le sirvió el aguamiel mientras esperaba la comida. Con aire ausente, bebió su pinta y no se dio cuenta de que el volumen de los comentarios en la taberna había bajado de nivel. Si hubiese estado un poco más alerta habría entendido que esto solo ocurría cuando alguien ajeno al lugar entraba en el sitio. De no haber estado tan absorto en sus pensamientos, hubiese visto la menuda y delgada silueta que había llegado hasta su lado, sentándose junto a él.

Ya era tarde.

Usó toda su disciplina para no sobresaltarse. Sus sentidos se activaron de inmediato y de no ser por su rápida capacidad de observación hubiese golpeado a la figura en el rostro con tal fuerza que posiblemente le hubiese destruido la mandíbula. En vez de eso, disimuló tomando un largo sorbo de su jarra mientras la miraba de reojo, tratando de hacerse una imagen de quien lo acompañaba. Pero para lo que vino a continuación no estaba preparado. La mujer, cubierta por una túnica que impedía ver su rostro, habló; y la sangre del guerrero se congeló de inmediato. Él conocía muy bien ese tipo de cadencia suave y elegante, casi cantada, casi hipnótica, de cada palabra que salía de los labios de la criatura. Su mente viajó en menos de lo que dura un parpadeo hasta un pasado que creía lejano, todos sus músculos se tensaron, sus nudillos se pusieron blancos de la fuerza con que cerró sus puños, su frente se perló de sudor. Para su suerte, la mujer no lo estaba mirando.

—Conozco de usted y de la profesión a la que se dedica y quiero contratarle. Requiero de sus servicios —dijo Krina con su voz suave mientras jugaba de manera ausente con la copa de vino que le habían puesto al frente, lo cual dejó ver que sus brazos estaban totalmente cubiertos por finos guantes. Ello que puso al mercenario de vuelta en la taberna. La mujer repitió sus palabras dejando salir una pequeña entonación que denotaba impaciencia.

—No estoy interesado. —Fue todo lo que respondió y regresó a su bebida. La mujer giró un poco su cabeza con algo de sorpresa, que disimuló gracias a su capuchón, ya que imaginaba que él estaría tratando de salir de ese sitio muerto en busca de fama y riquezas. Después de todo, los humanos son de esencia simple.

El mercenario no la miró. Cuando su mente retornó a la taberna, recuperó el control de su cuerpo, pero no el de sus sentimientos: ahora lo invadía el odio, el desdén, un impulso irracional y asesino causado por el dolor y la soledad; él lo sabía muy bien, estaba perdiendo el juicio. Solo bastaba un rápido y fuerte movimiento, directo hacia el delgado y delicado cuello de la mujer, apretar con fuerza por unos segundos hasta que no se moviera más. No, no trataría de matarla, ella no le había hecho nada, y no la juzgaría, por ahora, por los crímenes cometidos por los suyos en antaño. Solo quería que ella se fuera y lo dejara en paz, pero eso no pasaría.

—La paga será bastante buena, no se arrepentirá, se lo prometo. Y además, puede estar seguro de que su hazaña llegará a oídos de gente que pued…

—¡Que no estoy interesado! —El hombre de rostro fuerte y facciones finas y duras marcadas por la experiencia, las batallas y el sufrimiento, cortó tajante. El golpe que dio con la jarra a la barra fue tan fuerte que causó un silencio súbito. Guardó su compostura y repitió en un volumen de voz más bajo—: No estoy interesado…

—Como guste, pero cuando los que vienen tras de mí lleguen hasta este lugar y acaben con este mugroso pueblo y con usted, espero no se arrepienta de su necia voluntad —dijo la mujer en un susurro a su oído para que nadie más escuchara, tratando de engañar al hombre, apostándole a su suerte en busca de dar con un elemento que lo hiciese cambiar de opinión—. Si cambias de parecer, mañana estaré en un pequeño claro en la parte sur de la villa, alejada del camino y de los ojos imprudentes. Mi nombre es Krina. —Al terminar estas palabras, con la gracia de una damisela se levantó de su lugar y salió de la taberna.

El hombre quedó consternado, sus sentimientos de odio pasaron rápidamente a ser angustia. ¿Sus perseguidores arrasarían con la villa? Algo olía muy mal para el mercenario, pero más que eso eran los recuerdos traídos a la memoria los que lo impulsaban a la aventura. Mientras estuviese en sus manos, jamás dejaría que por culpa de esta mujer destruyeran Villa de Solaria.

Finalmente dio la vuelta y se dirigió a su habitación: necesitaba poner en orden sus pensamientos y acostarse temprano para descansar el mayor tiempo posible, ya que seguramente sería la última cama cómoda que probaría en muchos días.

Arkoriam Eterna

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