Читать книгу Capitalismo Natural y Economía Circular - Alejandro Pagés Tuñón - Страница 15

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Por primera vez en la historia del hombre tenemos la gran posibilidad de reencontrarnos con la naturaleza, no solo de nuestra humanidad, sino también de la propia existencia, como testigos conscientes de todo lo que nos rodea en la Tierra y el universo. El profundo entendimiento de la mente, de su funcionamiento, de nuestros pensamientos, de nuestras acciones y de sus consecuencias, nos ha permitido llegar a un límite, a un punto de inflexión con dos posibles resultados: la completa destrucción de la vida en el planeta como la conocemos o la transformación del rol que jugamos y de nosotros mismos en el futuro natural, social y económico del entorno.

A lo largo de nuestra existencia, el interés y la emoción de descubrir han moldeado la herramienta más potente con la que contamos: el cerebro humano, pieza de tecnología que, a su vez, es una pieza de biomasa extraordinaria. Desde que aprendimos a controlar el fuego, y, con ello, a procesar los alimentos para facilitar su ingesta con un menor consumo energético, nuestro cerebro comenzó a crecer y el sistema nervioso a desarrollarse y aprovecharse para pensar y crear, hacer ciencia y cultura. Los avances de las ciencias y del pensamiento han logrado desentrañar grandes misterios de su formación, su desarrollo, su crecimiento y, por supuesto, su funcionamiento. La capacidad de fascinación que se genera en nuestra mente, a través de las reacciones químicas y neurológicas, ha moldeado lo que hoy somos y lo que hoy hacemos, siempre rompiendo los límites autoimpuestos por la organización social y económica, paradójicamente, construida para nuestra sobrevivencia y bienestar.

Gracias a ello, hemos comenzado a entender que simplemente somos polvo cósmico creado hace más de quince mil millones de años, cuando la gran explosión o Big bang formó toda la materia que hoy existe, desde las gigantescas galaxias hasta las más pequeñas partículas subatómicas. Pero también nos hemos hecho conscientes de que formamos parte de uno de los arreglos más complejos del universo, con capacidades de autodeterminación y auto-sustentabilidad inigualables.

Por mentes brillantes como Albert Einstein empezamos a entender la relatividad del universo y de nosotros mismos. Sabemos que el sistema solar no es el centro del universo, pero, en una paradoja más de la existencia, nos percatamos de que cada uno de nosotros estamos en el centro del universo, en constante expansión.

La ciencia genómica ha develado las cadenas proteínicas que forman la personalidad y el carácter, aquellas que predisponen la morfología, el género y las enfermedades. Asimismo, a esta ciencia se debe la interpretación de los cromosomas que permiten entender nuestra historia y remontarnos a los orígenes del ser humano. Estos avances nos hacen vislumbrar soluciones, otrora inimaginables, para curar enfermedades y pandemias que han sido trágicas para muchas civilizaciones.

Con el gran desarrollo de la inteligencia artificial (IA) y la robótica hemos alcanzado capacidades y posibilidades infinitas para la resolución de problemas, administración y procesamiento de grandes cantidades de datos y realización de tareas complejas. La perspectiva futura solo es limitada por la imaginación humana. La ciencia genómica y la nanotecnología serán muy pronto las herramientas y los medicamentos para tratar problemas tan graves como el cáncer, al atacar a nivel celular los tejidos nocivos. Además, la neurociencia y la IA permiten que las disfunciones motoras puedan corregirse con prótesis cada vez más eficientes. Asimismo, es posible resolver los problemas de ceguera o sordera a través del procesamiento de información con dispositivos especiales que la traducen en imágenes o sensaciones verificables, para abrirles nuevas opciones.

Las decenas de telescopios (como el Hubble que gravita la órbita terrestre) ofrecen visiones del universo en una amplia gama de longitudes de onda que el ser humano no es capaz de percibir; todo ello a través del procesamiento de billones de bytes. Así, la astrofísica ha realizado más descubrimientos, teorizado y explicado mayores fenómenos astronómicos en la última década que en todos los siglos anteriores. La comunicación entre las ciencias ha ampliado el horizonte del conocimiento. De este modo, la ciencia y la tecnología espacial nos acercan a la visión de movernos en el espacio, viajar a Marte y construir colonias en un futuro no tan lejano. Nos hemos acercado tanto al Sol que hemos develado muchos de sus fenómenos atómicos; asimismo, hemos visualizado y analizado su corona, sus manchas, sus mareas y sus tormentas. Ahora empezamos a entender, con datos científicos, el enorme impacto que tiene y tendrá en nuestra existencia.

Los satélites, que empezaron a surcar el espacio y la órbita terrestre unos pocos años antes del viaje a la Luna, han impulsado y facilitado explorar el planeta en su más amplio sentido. Hoy contamos con cartografías precisas y detalladas de enorme utilidad para todas las ciencias y para la vida cotidiana. Tenemos ya varias décadas de imágenes e información recopilada sobre los ciclos de la tierra, lo cual ha permitido impulsar aún más todas las ciencias. Se cuenta así con suficientes datos para modelar el conjunto de fenómenos atmosféricos, comportamiento de las mareas y corrientes marinas; interacciones de los ecosistemas del planeta, ciclos agrícolas, sequías y el movimiento de los glaciares de los polos y de las cordilleras y montañas.

Por su parte, con los avances de las ciencias geológicas y oceanográficas, que también siguen generando información histórica relevante, se han elaborado modelos predictivos fascinantes para comprender las colosales fuerzas de la naturaleza que moldean la vida de la Tierra, pero también la muerte y las extinciones ocurridas en el planeta. Las sondas espaciales, después de más de cuatro décadas de haber sido lanzadas, han recorrido el sistema solar, orbitando los planetas y algunos de sus satélites naturales, cometas y asteroides, así como otros cuerpos estelares. Así, se han desentrañado misterios y descubrimientos asombrosos. Incluso, algunas ya han abandonado los confines del sistema solar para brindarnos nuevos conocimientos. Y como el famoso divulgador de las ciencias, Carl Sagan, destacó, al provocar la primera imagen de la Tierra vista desde el espacio profundo: “esa pequeña mota de polvo azul” nos hace vernos en perspectiva. Todo ello nos ha llevado a cobrar conciencia de la fragilidad de la vida y de nuestra propia existencia en el mundo, pero también nos ha mostrado la cantidad de riesgos que la humanidad ha afrontado, aunque en la escala de vida del ser humano puedan llegar a ser imperceptibles.

Sin embargo, no solo los riesgos potenciales para la vida provienen de la naturaleza. En las décadas recientes, la comunidad científica nos ha alertado de la posibilidad de estarnos encaminando hacia una trayectoria sin retorno. La conciencia científica nos ha señalado que el impacto de nuestro “éxito” en la carrera por la sobrevivencia biológica —en un principio— y en el “desarrollo humano” científico y tecnológico como objetivos sociales conscientes nos sitúa en una trayectoria de colisión con la naturaleza. Es tan significativa la influencia del comportamiento y la actividad humana sobre la Tierra que algunos científicos han acuñado el término Antropoceno1 para definir una nueva era geológica cuyos inicios pueden fijarse a partir del siglo XIX en los albores de la Revolución Industrial; aunque aún hay opiniones que lo remontan a quince mil u ocho mil años atrás. Con independencia de la fecha que se considere, destaca la razón por la cual surge esta idea: el conjunto de notables efectos que la presencia del ser humano ha tenido sobre la faz de la Tierra.

Capitalismo Natural y Economía Circular

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