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Prosperidad y progreso: ampliando nuestro horizonte de vida
ОглавлениеCabe señalar que en el siglo XVII ningún país del mundo tenía una expectativa de vida superior a los 40 años (32 años en promedio). En países que en ese tiempo eran pobres, como India y Corea, la expectativa de vida apenas llegaba a los 26 años. En 1950 mejoró de manera destacada para la mitad de la población: los más ricos de Europa y Norteamérica superaron los 60 años, cuando la modernización y la industrialización se manifestaban en su apogeo (en el rango superior, llegó a 72 años). No obstante, en los países más pobres persistía una amplia brecha que impactaba en la otra mitad de la población del mundo, principalmente en China, por su bajo nivel de desarrollo. Esta situación solo fue zanjada hasta principios de este siglo. Así, fue en 2012 que más de tres cuartas partes de la población mundial superaron los 67 años de expectativa de vida (con un promedio global de 70 y un rango entre 47 en el mínimo para Sierra Leona, en África, y 87 en el máximo para Japón, en Asia).
El progreso más acelerado se observó entre los países en vías de desarrollo, en particular China, pues pasó de menos de 40 años a más de 70; India alcanzó los 67, luego de encontrarse en alrededor de 35, y Corea del Sur pasó de menos de 45 a más de 80. El progreso de los dos primeros países en este aspecto representó aportaciones significativas al acelerado crecimiento de la población mundial en el periodo. Otros países relevantes que mostraron grandes mejoras fueron Indonesia, Paquistán y Afganistán, en Asia, y los países latinoamericanos como Brasil y México. África progresó fuertemente en varios países de la región, pero se mantiene aún rezagada respecto al resto del mundo.
Esperanza de vida de la población mundial en 1800, 1950 y 2012
Los países están ordenados en el eje de las x, aumentando la esperanza de vida de la población. Los datos de todos los países se muestran en el gráfico, pero no todos los puntos están etiquetados con el nombre del país.
Fuente: Max Roser, Datos obtenidos de Gapminder.org (2013).
Además del incremento en los años de vida de las personas, la mortalidad infantil también se vio modificada de forma extraordinaria. Datos de Suecia, que abarcan de 1800 hasta 2015, muestran la evolución de la tasa de fertilidad medida a partir de la sobrevivencia de hijos menores de 5 años respecto de los hijos menores de 5 años que murieron. A partir del inicio del siglo XX, se observa una caída acelerada de la fertilidad de las mujeres, medida por el número de hijos nacidos, ya que pasó de un rango de entre tres y cinco hijos, de 1800 a 1900 (de los cuales morían entre uno y dos), a un promedio inferior a los dos hijos, entre 1930 y 2015, de los cuales la tasa de mortalidad es hoy cercana a cero.8
Para 1800, países como Yemen, India, Irán y Corea del Sur mostraban una tasa de mortalidad mayor a 50%. Cada segundo hijo nacido moría antes de los 5 años. Entretanto, los países que estaban relativamente mejor mostraban tasas mayores a 30% —en países con mejor salud, uno de cada tres hijos moría—, como Bélgica, Estados Unidos y Alemania, mientras Francia, China y Rusia superaban tasas de 40%.
Durante los siguientes 150 años, algunos países redujeron sustancialmente su tasa de mortalidad: 30% de la población mundial mostraba tasas de mortalidad infantil por debajo de 10%. Otras naciones estaban estancadas con niveles de salud pobres: más de la mitad del mundo (57%) resentía tasas de mortalidad infantil mayores a 20%. Aún se apreciaba una separación notable entre los países desarrollados y los que se encontraban en vías de desarrollo. Así, un efecto claro del rápido progreso de la industrialización se manifestaba en una distribución muy desigual de la salud global. Para inicios de la segunda década de este siglo (2013), las condiciones globales de salud han mejorado sustancialmente. Particularmente, los que estaban en peores condiciones en 1950 fueron quienes experimentaron los cambios más dramáticos. China redujo su tasa de mortalidad infantil de 28.4% a 1.3%. Así, el efecto de un progreso acelerado en los países en vías de desarrollo fue la continua y constante reducción de la inequidad en salubridad desde entonces.9-10
Población mundial por nivel de tasa de mortalidad infantil a lo largo del tiempo (1800–2013)
La tasa de mortalidad infantil es la proporción de niños nacidos vivos que mueren antes de cumplir los 5 años.
Fuente: Roser Ritchie y Dadonaite (2013), “Child and Infant Mortality”.
En síntesis, la tasa de mortalidad global promedio ponderada cayó de 43.3%, en 1800, a 3.4%, actualmente. Esta condición permite destacar el fantástico logro que ha significado la reducción de la inequidad en la salud global. En los últimos 200 años, el progreso humano ha sido de tal magnitud que logramos pasar de una salud global pobre y precaria, en 1800, a una gran inequidad a mediados del siglo XX (1950) entre países industrializados y en vías de desarrollo. De este modo, ahora nos encontramos en un mundo con mayor igualdad y alcance sanitario, lo cual ha catapultado a la raza humana a niveles insospechados. El destacado economista Sam Peltzman analiza la inequidad entre las naciones respecto a la expectativa de vida.11 Señala que esta inequidad disminuyó en el mundo y que “los cambios en la expectativa de vida representan no solo una ganancia en bienestar, al extender el promedio de vida, pero también contribuyen enormemente a la equidad social”. Además, sus comparativos con los índices de Gini sobre la declinación de la tasa de mortalidad parecen haber excedido la caída de ingresos en el último siglo. Ello podría sugerir que la mejora en la longevidad tiene una mayor contribución a la equidad social que a la redistribución del ingreso.
La caída de la mortalidad materna también ha contribuido al crecimiento de la población. En una muestra de los países con mejores niveles de salud, se observa que, en el siglo XIX, de cien mil nacimientos, entre quinientos y mil terminaron en la muerte de la madre. El cambio en el último siglo llevó a estos países a tasas de mortalidad materna de diez por cada cien mil nacimientos, e incluso las tasas más bajas alcanzaron 1% de la tasa de mortalidad en el siglo XIX. Este claro avance tiene su origen en un notable progreso científico de la medicina, que determinó las causas de la muerte por parto y adoptó prácticas sanitarias más favorecedoras. La razón más común de muerte por parto se denominaba fiebre puerperal, la cual era ocasionada por la utilización de prácticas insalubres de atención de parto, que llevaban a la infección genital y a la muerte.
A partir de la teoría formulada por Louis Pasteur sobre las enfermedades ocasionadas por gérmenes, el descubrimiento de la penicilina y la adopción de prácticas higiénicas como “lavarse las manos, literalmente” —lo que ya había sugerido el médico Ignaz Semmelweis—, comenzaron a decrecer aceleradamente las incidencias mortales. Fue tal el éxito de estos avances y prácticas médicas que, desde su adopción hasta la fecha, esta causa de mortalidad casi ha desaparecido en el mundo.
Como consecuencia de los avances científicos en medicina y el progreso tecnológico industrial de los dos últimos siglos, representamos hoy una de las poblaciones de seres vivos complejos más extendidas en el globo terráqueo. Así, nos hemos adaptado y, con ello, diferenciado del resto de los seres vivos del planeta, pero, sobre todo, hemos logrado transformar radicalmente el entorno.
Es justo decir que hemos ido más allá de la propia teoría de la selección de las especies de Charles Darwin. Mientras que el resto de los seres vivos debe adaptarse a las cambiantes condiciones del medio ambiente, luchar día a día por sobrevivir y obtener los nutrientes necesarios para cumplir su ciclo instintivo de vida, el hombre ha edificado sus urbes y generado las condiciones para seguir modificando y probando sus límites.
No obstante, estos avances que describen el alto nivel de desarrollo alcanzado por el hombre plantean múltiples interrogantes: ¿cómo podremos satisfacer las crecientes necesidades de la humanidad?, ¿hasta dónde alcanzarán los recursos naturales de la Tierra?, ¿nos estamos acercando al límite de no retorno? Incluso, afloran cuestionamientos sobre el impacto que hemos tenido en el curso de la naturaleza: ¿cuánto hemos afectado la biodiversidad y los ciclos biológicos de los seres vivos? ¿Estamos contribuyendo a la deforestación y desertificación de la Tierra a niveles irreversibles? ¿Cuántas especies de plantas, animales, peces, insectos y otros se han extinguido por nuestras actividades? ¿Cuántas más están en riesgo? ¿Estamos conscientes del daño que hemos ocasionado a los ecosistemas?, ¿del impacto real que generamos día a día con la huella de carbono que produce cada ser humano en el planeta?, ¿de cómo contribuimos a la generación de gases de efecto invernadero (GEI)?, ¿de los efectos de la contaminación ambiental del aire, los océanos, los ríos y los suelos?, ¿de las realidades que debemos enfrentar por el calentamiento global? ¿Podremos revertir los efectos de los daños que hemos causado?
Además, debemos estar conscientes de que, a pesar de los grandes avances científicos y tecnológicos alcanzados y los logros de las revoluciones industriales, dependemos de la naturaleza para sobrevivir. En cualquier escenario previsible, en este siglo seguiremos siendo muchos seres humanos que demandan alimentos, agua, vestido, medicamentos, energéticos y vivienda para mantener el progreso y el desarrollo humanos.
Con la demanda esperada de bienes y servicios, seguimos presionando el uso de los recursos del planeta. Son nuestras decisiones de hoy las que tendrán impacto en el mañana, para nosotros mismos, pero, sobre todo, para nuestros hijos y las generaciones futuras. Esto es, decisiones de planeación familiar, reducción del consumo, control de la contaminación, protección de nuestro hábitat. Todas ellas afectan el futuro de la humanidad y de todas las especies en la Tierra. Todas tienen impacto sobre el equilibrio natural y las posibilidades de sobrevivencia del sistema de vida terráqueo, entendido como un sistema cerrado.
Sí, la Tierra es un sistema cerrado porque estamos confinados a él. Ni los avances de la ciencia aeroespacial nos permiten visualizar en el corto o mediano plazo los viajes interplanetarios para pensar en la colonización o en el extremo de abandonar la Tierra. Aunque el brillante físico teórico Stephen Hawking vaticinó que el ser humano tendría que abandonar la Tierra en menos de cien años si quería sobrevivir como especie, esto parece aún muy lejano. Por ello, podemos y debemos enfocar nuestras capacidades en reconocer los diagnósticos del daño ocasionado, identificar alternativas realizables, esforzarnos y concientizarnos para actuar y pensar en un futuro prometedor para la humanidad y el planeta.
Luego de un breve recuento evolutivo e histórico de nuestro paso por el planeta y los logros y alcances del desarrollo humano, procede identificar cómo hemos afectado al planeta y a sus hábitats en términos de equilibrio sustentable.
1 Se denomina Antropoceno a la época o era geológica que, en el año 2000, fue propuesta por el premio nobel de química del mismo año, Paul Cruzten, aunque aún no ha sido reconocida y formalmente aceptada. Paul Crutzen hizo la propuesta para suceder al actual Holoceno del periodo Cuaternario. Esta proposición se debe al significativo impacto global que las actividades humanas están teniendo sobre los ecosistemas terrestres, en particular, su efecto en el cambio climático. Crutzen, P. J. y Stoermer, E. F. (2000). «The ‘Anthropocene’». Global Change Newsletter 41: 17-18.
2 El concepto de límites planetarios consiste en un conjunto de nueve determinantes dentro de los cuales la humanidad puede seguir desarrollándose y prosperar durante las generaciones venideras. En 2009, un grupo de científicos de renombre internacional identificaron y categorizaron nueve procesos que regulan la estabilidad y la resiliencia del sistema de la Tierra. Los científicos propusieron límites planetarios cuantitativos. Cruzar estos límites aumenta el riesgo de generar cambios ambientales abruptos o irreversibles a gran escala. Desde entonces, el marco de límites planetarios ha generado un enorme interés dentro de la ciencia, la política y la práctica (Stockholm University, 2020).
3 “La evolución humana” (Ros Franco, 2008).
4 La hominización o antropogénesis se ha definido como un proceso evolutivo que recoge tanto los cambios anatómicos como la evolución etológica o conductual de culturización de estas especies y todas las características específicas que nos diferencian del resto de los primates, ya que unos están íntimamente ligados a los otros, lo que transformó progresivamente un linaje de homínidos en humanos. Socialización, lenguaje, organización, arte y tecnificación, entre otros procesos complejos advertidos en la evolución humana, forman parte de esta transformación. Para una discusión profunda de la antropogénesis, véase: Things hidden since the foundation of the world (Girard y Oughourlian, 1987).
5 En el siglo XXI, la secuenciación del genoma humano y el análisis de ADN de los restos de los primeros humanos ha encontrado evidencia de que evolucionaron rápidamente en respuesta a los cambios en la dieta. Esta evidencia socava una premisa central de la dieta paleolítica, que la digestión humana se ha mantenido esencialmente sin cambios con el tiempo. La ciencia antropológica ha encontrado que la dieta humana paleolítica era más variada y menos centrada en la carne de lo que se había asumido (Whoriskey, 2016, y Zuk, 2014).
6 “World Population Growth” (Roser, Ritchie y Ortiz-Ospina, 2013).
7 Roser, Ritchie y Ortiz-Ospina, 2013.
8 “Fertility Rate” (Roser, 2014).
9 “Life Expectancy” (Roser, Ortiz-Ospina, y Ritchie, 2013).
10 “Child and Infant Mortality” (Roser, Ritchie y Dadonaite, 2013).
11 Peltzman (2009). “Mortality Inequality”. Journal of Economic Perspectives, 23 (4): 175-90. DOI: 10.1257/jep.23.4.175
Hay unos cuatro millones de diferentes tipos de animales y plantas en el mundo. Cuatro millones de soluciones diferentes a los problemas de mantenerse con vida.
Sir David Attenborough