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Introducción

Los peces son organismos que han evolucionado durante más de cuatrocientos millones de años en las costas del mundo, hasta llegar a transformarse en animales que pueden adquirir conocimiento y comprensión a través de su experiencia y sentidos [1]. El estudio de su conciencia y cognición ha avanzado al punto de evidenciar que es necesario un cambio en el paradigma de cómo los entendemos y tratamos a ellos y su entorno [2]. Cuando conozcamos la diversidad de conductas y estrategias de los peces como individuos, como animales sociales y cognitivos, recién podremos cultivar esta nueva relación con ellos.

Un pez es un vertebrado con agallas y extremidades con forma de aletas. Pero, aunque su definición sea sencilla, existe una enorme variedad de peces —constituida por una vorágine de formas, colores y tamaños—, con más de 33.000 representantes, de 560 familias y 64 órdenes. De hecho, los peces representan cerca del 60% de todos los vertebrados del planeta [3-7]. En este libro solo representamos una pequeña porción de las 1.144 especies descritas para los mares de Chile [8-12]. Y, al igual que los vertebrados terrestres, poseen sistemas circulatorio, digestivo y endocrino complejos. Las diferencias radican en cómo han evolucionado para poder habitar ecosistemas tan difíciles como el marino, dado que el mar es ochocientas veces más denso que el aire que respiramos en tierra. Por ello, vivir en el océano supone formas corporales que favorezcan las hidrodinámicas para reducir el impacto de la densidad del agua [13].

Los peces se lucen en el mar. Unos destacan por un empuje sostenido y por ser capaces de atravesar océanos de un extremo a otro en busca de alimento y parejas; otros, por su capacidad para alcanzar grandes velocidades en fracción de segundos para escapar de sus depredadores. Algunos incluso pueden volar, gracias a que tienen aletas del tamaño de su cuerpo. También hay los que solo usan sus pequeñas aletas pectorales para nadar, pero son expertos en maniobrar y recorrer todos los recovecos y grietas y bucear entre los estipes de las algas, como si un ave volara a través de los troncos de un bosque [13, 14].

Los peces son animales complejos y no deberíamos comparar su anatomía con la de los organismos que se encuentran en tierra. Por ejemplo, lo reducido del tamaño de su cerebro en relación a su cuerpo es la forma de compensar su musculatura y facilitar el movimiento [14]. Las escamas y la piel de los peces, tanto cartilaginosos como óseos, permiten que sus sentidos —conectados mediante un sistema celular desde la región cefálica hasta las extremidades— aseguren su sobrevivencia en el medio acuático [3]. Gracias a que cuentan con canales que recorren todo su cuerpo para transmitir información, los peces perciben hasta las más mínimas vibraciones y longitudes de onda, las cuales al ser densas en el mar tienen mayor velocidad que en la tierra [15].

Para la ciencia, los peces han servido de modelo para explicar todos los procesos de evolución y formación de las nuevas especies [16]. Un ejemplo clave en este sentido han sido las consecuencias en la evolución de los peces producto de la formación de barreras como el istmo de Panamá —que separó a los océanos Pacífico y Atlántico hace tres millones de años—, que interrumpió el flujo de muchas poblaciones. Esta barrera generó el surgimiento de nuevas especies y también hizo que muchas otras quedaran aisladas y tuvieran que adaptarse a vivir en un solo lado del continente americano, como las que habitan en la costa del Pacífico sur oriental [17].

Otro tipo de barreras, no tan determinantes como la que separó los océanos, pero que también ha afectado a los peces durante los últimos miles de años, es la corriente de Humboldt, la que genera un bloqueo hacia los arrecifes del Pacífico occidental y también hacia los del hemisferio norte. Estas corrientes constituyen una influencia omnipresente de más de 150 km de ancho [18]. Las poblaciones más lejanas pueden alcanzar algunas especies en sus extremos, incluso en las islas Galápagos, en Ecuador. En cambio, otras especies han colonizado lentamente los arrecifes de los mares australes con una distribución hacia el norte, pero no más allá de Perú. Confinados en este mar, casi todos los peces que describimos en este libro se han formado en él, es decir, son endémicos al sistema de la corriente de Humboldt, que recorre los mismos kilómetros que los primeros nómades y cazadores recolectores del periodo arcaico [19, 20].

El aislamiento limita la riqueza (número de especies) y abundancia (número de individuos) de los peces costeros. Existe una disminución en la diversidad de los peces que habitan en la costa de Chile continental. Esto se debe a diferentes causas, siendo una de ellas la lejanía geográfica del centro de origen de los peces. El mar del Caribe y el mar de las costas indo-australianas fueron y siguen siendo sectores de generación de nuevas especies desde hace millones de años [6, 21].

En el sistema de la corriente de Humboldt hay menos peces costeros que en otras costas templadas del planeta. No obstante, la mayoría de las funciones que realizan los peces emergen en estas costas. Podríamos generar una analogía con la “hipótesis de la aldea”, según la cual en cada comunidad existen diferentes organismos y cada uno cumple una función determinada. Así, en una aldea hay un(a) panadera(o), cocinera(o), verdulera(o), etc. Si hacemos una analogía con los arrecifes, en cada una de estas comunidades de peces existen herbívoros, carnívoros, filtradores, limpiadores, etc. [22]. En los arrecifes costeros de Chile encontramos una especie para cada función, mientras que en los arrecifes templados del Pacífico hay más de un representante para cada función en particular. Lo relevante es que en las costas de Chile hay poca redundancia de especies en cuanto a sus funciones. Esto quiere decir que, si se produce la extinción local de alguna especie, por cualquiera de las amenazas que hoy en día afectan a los peces, no solo se eliminará una especie, sino que también desaparecerá una función en el ecosistema.

La observación de las especies nos ha permitido comprender estas funciones y, aun sin saber mucho de la biología de cada una —edad, crecimiento, épocas reproductivas—, podemos indicar cómo viven y qué estructuras usan para desplazarse en el medio acuático. Sabemos también de la diversidad de conductas y despliegues únicos que emplean para resolver problemas diarios para alimentarse o escapar de los depredadores [23].

Los peces siempre han estado sujetos a múltiples peligros, como cuando los cazadores recolectores se las ingeniaban para pescar usando anzuelos de cactus, cedales, pesas de huesos e incluso arpones de hueso, durante el periodo arcaico (10.000 años ca.) [19, 20]. En la actualidad, las formas de pesca son cada vez menos selectivas. Cañas de pescar, redes de distintos tamaños, dinamita y el arpón de mano usado para el buceo autónomo y semiautónomo, se suman a otras amenazas como el desarrollo de la zona costera con poca planificación, la construcción de puertos, la contaminación por plásticos y microplásticos, los relaves mineros, la extracción de unos de sus hábitats principales, como las macroalgas pardas y la alta demanda para su consumo [24, 25]. Todos estos desafíos han aumentado de forma casi exponencial (una palabra que no necesita mucha explicación hoy en día) en los últimos cincuenta años. Estos riesgos para los peces y sus ecosistemas nos invitan a tomar medidas para la conservación de este importante grupo de vertebrados y su hábitat, y también para buscar formas de vida que congenien el respeto por la naturaleza y por los servicios que esta nos entrega. Para ello necesitamos usar el conocimiento. Hoy, apenas el 1% de los peces incluidos en este libro recibe algún tipo de manejo o administración directa [26, 27]. Una forma de cuidarlos es a través de áreas marinas protegidas. Podríamos resguardar parte de la costa y de los arrecifes donde los peces duermen, viven, comen y se reproducen. En el sistema de la corriente de Humboldt apenas custodiamos un 2% de ella, es decir, un porcentaje muy pequeño de la costa está protegido para las poblaciones naturales. Otra forma de transitar hacia un manejo y pesca sustentable —complementaria a las áreas marinas costeras protegidas (AMCP)—, es establecer medidas de forma participativa, involucrando a los diferentes actores claves, como pescadores artesanales, recreativos, científicas(os) y amantes de la naturaleza (ver bibliografía 27), con recomendaciones de captura y uso. En este libro mostramos recomendaciones en tal sentido, que apoyan dicho objetivo. Si no se toman medidas de inmediato, es probable que nunca más veamos muchos de los peces que aquí aparecen.

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