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PREFACIO

Edoardo Barbieri

La dramática pobreza lingüística de nuestros estudiantes me resulta evidente cuando, para explicar la conformación de la prensa (1) tipográfica manual y su necesidad de contener la dispersión de energía causada por la modificación (obtenida gracias al tornillo sin fin) de la dirección del vector de la fuerza (la que se aplica desde el tirador a la barra), pregunto qué verbo se emplea en italiano para expresar la idea de dar inicio a una actividad tipográfica. Ya casi nadie recuerda que la Accademia della Crusca enseña la expresión impiantare (‘implantar’) una prensa, subrayando de este modo la necesidad de que se fije de manera firme. Si todo eso tiene sus implicancias puramente técnicas, tanto en las grandes “patas” que fijan la prensa al piso como en la corona de viguetas inclinadas, la cual, a su vez, ancla a las dos vigas al techo (tal como bien puede apreciarse en la imprenta representada en la célebre Danza macabra lionesa de finales del siglo XV, así como en las ilustraciones realizadas para la Enciclopedia), no menos graves son las otras consecuencias que se derivan de esto. (2) En efecto, una cierta mitología de los imprenteros ambulantes será puesta seriamente en discusión, aún cuando esté relacionada con figuras que podemos considerar bohemias e intrigantes, como los cerretanos y los juglares, (3) porque parece más conveniente insistir (tanto desde un punto de vista didáctico como histórico) en la estabilidad de las prensas, también para subrayar cómo, en el caso de los impresores, se trataba de una profesionalidad compleja que necesitaba de instrumentos, materiales, conocimientos e inversiones que, por cierto, no podían improvisarse.

Es por todo esto que no solo es útil, sino que también resulta indispensable, considerar el fenómeno del traslado de los tipógrafos de una localidad a otra, motivado por razones muy diversas. Así lo ha demostrado un amplio proyecto de investigación dedicado a la “Movilidad de los oficios del libro”, desarrollado en un bello congreso romano –cuyas actas ya se encuentran disponibles– y un (perfectible) repertorio. (4) La proclamada “estabilidad” de las prensas será, pues, siempre relativa, ligada no solo a la transitoriedad de las cosas humanas, sino, de manera más específica, a una unión connatural con una clase de trabajadores especializados que dependen no tanto del territorio de origen como del mercado de trabajo (también Renzo Tramaglino, que es un obrero especializado en la elaboración de la seda, se traslada siguiendo las líneas de una “geografía de la migración”). Líneas o rutas también muy extendidas cuando llega la imprenta, a mediados del siglo XVI, a Cerdeña o también a América Central. En ambos casos, sus protagonistas eran trabajadores originarios de la zona de Brescia. (5)

Dicho esto, si de manera razonable el historiador del libro puede ceder a la idea de una estabilidad del taller tipográfico “variable” o “desdoblada”, el discurso que aquí se pone en juego posee una naturaleza muy diferente. En efecto, en el ya citado congreso romano, la coautora de este volumen, al hablar de prensas que funcionaban montadas sobre carros y carritos durante varias ocasiones festivas, religiosas o políticas (y, para esto, véase también aquí el capítulo 2) había querido maravillar a sus oyentes releyendo el canon de la “movilidad” transfiriéndolo, por decirlo de algún modo, de las macroestructuras a las microestructuras. Tales manifestaciones, tan ligadas al canon de lo efímero, de lo excepcional, del boato de la fiesta, podían aparecer más como cosas extrañas y monstruosas, que debían ser evaluadas como fenómenos absolutamente raros que dan lustre a la doctrina del investigador pero que, desde el punto de vista historiográfico, resultan decididamente insignificantes. Aquí, en cambio, con una indómita energía que sorprende aún más cuanto más se conocen las dificultades objetivas de tal empresa, Alessandro Corubolo y Maria Gioia Tavoni han tenido la capacidad de mostrar (valiéndose, también, de un precioso repertorio iconográfico) cómo esos casos, superando la pura curiosidad, pueden ser documentados de manera más amplia y sólida e iluminar un aspecto del arte tipográfico pocas veces considerado.

Luego de una introducción dedicada a los problemas de índole tecnológica, el texto se mueve a lo largo de recorridos –en parte paralelos– que, aunque no desdeñan la organización cronológica de las informaciones, intentan cubrir las varias tipologías en que se manifiesta la idea misma de “imprenta itinerante.” Para lograrlo, a veces es necesario aglutinar experiencias heterónomas, como la de la imprenta misionera (se da como ejemplo el caso del Tíbet) que encontramos en el capítulo dedicado a la imprenta de guerra. Justamente sobre esa línea se habrían podido alinear otros episodios, como el de la tipografía franciscana de Tierra Santa en Jerusalén, implantada a mediados del siglo XIX gracias a una prensa y al material tipográfico que fueron enviados desde Viena y que constituyó la primera imprenta con caracteres arábigos y latinos de la zona. (6) Con respecto a los medios de transporte utilizados de diversos modos, si se considera que quizás el tren parece ser un medio más apto que otros para tal fin, no queda otro remedio que entrar en el terreno de la fantasía. Cuando, pues, años atrás, en los tiempos en los que se comenzó a hablar de la impresión de nuestros productos tipográficos en China –en especial de los de cartón y de los libros ilustrados o libros-juguete para niños (un fenómeno, este, que ya ha alcanzado proporciones colosales, garantiza la calidad de los materiales, de la realización y precios absolutamente competitivos respecto del mercado europeo)– (7) hubo quien, no sé si con razón o sin ella, insinuó que grandes máquinas de imprenta o, inclusive, fábricas enteras con tipografías y talleres de encuadernación habían sido montados sobre enormes naves y que filas de obreros chinos eran obligados a trabajar en condiciones ilegales. Al fin de cuentas, nada nuevo bajo el sol, dado que también en este libro se habla de prensas montadas en navíos y barcos. Aún en los años cincuenta, en el transatlántico italiano Andrea Doria, el cual se hundió trágicamente el 25 de julio de 1956 sobre la costa estadounidense, se imprimía para los pasajeros un periódico en italiano e inglés, armado en la nave por un linotipista que recibía las noticias desde tierra, vía radio.

Y, sin embargo, el principio mismo de la movilidad de las prensas entra en relación con características específicas que ellas mismas deberán conquistarse. La primera será la transportabilidad, la cual comportará una mayor reducción posible de peso y de dimensiones. Si ya la llegada de la imprenta a Italia, con los dos casos –probablemente paralelos– de Bondeno y Subiaco es suficientemente indicativa en tal sentido, (8) el ejemplo de la Frotola nova, una breve serie de textos que en una época había sido atribuida a Aldo Manuzio y que ya ha sido en gran medida analizada, constituye un interesante caso de impresión de un medio folio (debería tratarse de un “ventilador”) (Milano, 1990: 198-205) realizado por un tipógrafo ambulante que usaba una pequeña prensa dotada de una muy limitada variedad de caracteres (Barbieri, 1997). Por cierto, tal principio, visto desde una perspectiva diacrónica, se conecta aquí con la invención de la minerva de impresión que, en superficies relativamente limitadas y para productos tipográficos sobre todo no literarios y de baja calidad (tales como volantes, manifiestos, periódicos) permitía un rendimiento adecuado y veloz (Gaskell, 1972: 263-265). Y no es casual que los filmes western –con la serie infinita de periódicos locales y de sus periodistas-redactores-diagramadores dotados de sobremangas negras, de sus sedes improbables– sean el género cinematográfico en el que, sin duda, las imprentas están más presentes y casi siempre bajo la forma de la minerva. Pero yo hablaba de las pequeñas dimensiones que debía poseer la prensa “transportable”. Un buen ejemplo de tal factor está documentado por una bella imprenta de mesa de finales del siglo XIX que el amigo Luigi Lanfossi, del Museo de la Imprenta e Imprenta de Arte de Lodi, lleva siempre consigo para imprimir y regalar señaladores de libros que publicitan el Museo. Se trata, por otra parte, del mismo modelo que Vittorio Bozzi usó sobre el monte Adamello, en 1917, para imprimir el periódico de trinchera La Mitraglia (‘La ametralladora’), cuyo ejemplar original ahora se encuentra conservado en el Museo Nazionale Storico degli Alpini de Doss Trento (Adami, 2014). La alegre figura del doctor Lanfossi quien, ataviado con un amplio delantal de tipógrafo, se pone a componer palabras y a imprimir en la librería Feltrinelli de la calle Marghera en Milán o en el Salón Internacional del Libro Usado en la Feria de Milán, siempre cosecha atención y éxito. Sin embargo, este principio era ya muy claro, también, para los productores de un juego francés para niños del cual he gozado (¿habrá sido una señal premonitoria?) desde mi infancia. Se trataba de la Machine à imprimer de la Novimprim que incluso ganó, en 1970, el premio “Oscar du jouet”. (9) Aunque está realizada en su totalidad en plástico, a excepción de algunas pequeñas partes de metal y de los caracteres y figuras en relieve que son de goma, la máquina, accionada por una manivela, es capaz de imprimir –si bien de manera aproximada– tarjetas personales u hojitas de dimensiones análogas.

Pero existe un segundo principio que se cruza con el precedente, y este es la rápida disponibilidad de la imprenta. La otra gran exigencia a la cual ha respondido históricamente la “imprenta móvil” ha sido el no tener que esperar los tiempos de una organización compleja o lejana o sometida a una autoridad de control. Desde esta óptica de “autoproducción” (10) no resulta inútil recordar las vicisitudes de las llamadas imprentas “poligráficas” que han desarrollado de diversas maneras el principio de la litografía, vale decir del tratamiento químico de una superficie plana que, de esta manera, se transforma en apta para la impresión. Tal modalidad de reproducción, que usa diversos soportes, encontraba su propia aplicación en una serie de situaciones límite, desde el frente de guerra hasta los campos de reclusión, pero era considerada –aún en situaciones más comunes– como un modo posible y razonable para reproducir textos en un número limitado de copias y sin particulares exigencias de calidad. Recuerdo haber leído en la vieja Enciclopedia dei ragazzi de la editorial Mondadori, en la sección “Il libro dei passatempi. Giuochi semplici e svaghi per bimbi di tutte le età” (‘El libro de los pasatiempos. Juegos simples y diversiones para niños de todas las edades’), el fascinante capítulo “Cómo se prepara un polígrafo”, dedicado a explicar cómo se imprime desde una superficie en gelatina usando tinta de anilina. (11) Sin embargo, es necesario observar que la experiencia del rápido acceso a la impresión (que será diferente de la de agilización de los procesos productivos, que encontró su solución en la linotipia y en la rotativa) posee como característica principal la superación del carácter tipográfico (o bien del tipo) en metal, convertido en un elemento de reducción de la velocidad y de sobrecarga de los procesos. (12) Era esta la razón del éxito del mimeógrafo (“mimeografiado hecho aquí”, la fórmula mágica de la libertad) que garantizaba la autonomía del producto, en detrimento, eso sí, de la calidad, pero conservando a su favor el costo limitado y la sencillez de la realización, gracias a una matriz golpeada solo a máquina (en posición “neutra”, cuando el martillito con el carácter correspondiente golpeaba sobre el carril sin la intromisión de la cinta entintada). Y me gustaría entrevistar a algún militante del 68 italiano aún lúcido para saber si alguna vez montó un mimeógrafo sobre un furgoncito, para seguir “en directo” huelgas o manifestaciones. Por mi parte, en cambio, en la segunda mitad de 1980, junto con algunos amigos, proyecté introducir clandestinamente en la Checoslovaquia comunista una máquina fotocopiadora desmontada, que permitiese a la Iglesia católica clandestina una mínima actividad editorial independiente: desistí solo porque el mantenimiento de la fotocopiadora era complicado y requería mucha frecuencia. ¡Era más simple fotocopiar y encuadernar el material en Italia y luego encontrar el modo de hacerlo llegar a destino!

Ahora –y concluyo–, si se concentra la atención en los dos principios señalados como característicos de este tipo de prensa “móvil”, vale decir su miniaturización y la inmediatez de su uso, es fácil intuir cómo según el enfoque aquí elegido, la perspectiva presentada en las agudas páginas de este libro no es otra cosa que la prehistoria de nuestras modernas impresoras láser. En efecto, estas responden, por medio de la impresión digital, a las exigencias nacidas y atestiguadas por las pequeñas prensas transportables de todos los géneros, revolucionando el concepto mismo de producto de imprenta (aquí se encuentra solo una analogía de la imprenta en sentido propio). Quizás sea tarea de la próxima generación superar también esta fase híbrida, llegando al uso de la escritura y de la lectura siempre y solo sobre varios tipos de pantalla, pero sin papel y sin impresión. Por cierto, en este caso, el sueño del libro autoproducido (con todas sus implicancias) se transformará en algo cada vez más cercano a todos. (13)

Zuberec (Montes Tatras), 22 de julio de 2016,

fiesta de Santa María Magdalena

1. Dada la cercanía semántica de las palabras italianas torchio y stampa, se ha tomado la decisión de traducirlas al español como prensa e imprenta, respectivamente. Asimismo, la palabra tipografía con valor de imprenta ha sido traducida con este último término. [N. de la T.]

2. Una vasta selección de ilustraciones ha sido propuesta en el reciente libro de Ugo Rozzo (2016; en la página 18, un tipógrafo con una prensa desmontada cargada sobre un carro).

3. Véase la excelente contribución de Petrella (2011).

4. Véase la introducción al presente volumen.

5. Baste aquí reenviar respectivamente a Ledda (2012) y a Sandal (2007).

6. Véase la tesis de licenciatura de Camorani (2011-2012).

7. Baste visitar la Feria del Libro para niños de Bolonia para tomar dimensión del fenómeno.

8. Véanse las actas del congreso Subiaco 1465: nascita di un progetto editoriale?, compiladas por Concetta Bianca, en prensa.

9. Véanse los dos ejemplares puestos en venta en el mercado de usados en las páginas <www.la-malle-aux-jouets-vide-greniers> y <www.loulouetgaga.canalblog.com/archives /2015/09/23/32663045.html>, donde también se encuentran disponibles reproducciones fotográficas [consulta: 07/2016].

10. Y en seguida nos viene a la memoria un bellísimo volumen como lo es el de Bandinelli, Iacobelli y Lussu (1990).

11. Enciclopedia dei ragazzi (1950: 3135).

12. Otra historia es la de las soluciones inventadas para imprimir lenguas para las cuales no se poseían los caracteres necesarios: véase el bellísimo catálogo del Gutenberg Museum de Maguncia: Sprachen des Nahen Ostens und die Druckrevolution. Eine interkulturelle Begegnung (2002).

13. Un último agradecimiento a los primeros lectores: Francesca Turrisi, Luca Rivali, Natale Vacalebre y Alessandro Tedesco.

Las imprentas nómadas

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