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Introducción

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El proceso de constitución de la escritura de la historia en Colombia está relacionado con la adopción de una serie de marcos metodológicos e institucionales que delimitaron radicalmente su presencia en la vida cultural colombiana. El presente estudio no pretende ser la descripción y el análisis de la totalidad de la memoria del país, ni ser un esfuerzo que abarque la integridad de la producción histórica antigua y reciente. Ello sería imposible para una sola persona. Su ambición es más puntual. Tiene que ver con el oficio que se consolidó en el siglo XIX en torno al afán de alcanzar la unidad nacional y que avanzó un buen trecho del siglo XX postulando la necesidad de conseguir el desarrollo, pero tras las crisis de los paradigmas que le habían servido de referentes, a fines de los años ochenta, se percató de la necesidad y trascendencia de revisar los fundamentos de la nación que había aceptado sin analizar ni cuestionar.

La exploración sistemática por el oficio de la historia y su institucionalización en Colombia es parte de un ejercicio epistemológico que se encuadra en una postura crítica hacia la consolidación de las imágenes del pasado nacional. La descripción y la reflexión que aquí se proponen tienen como punto de partida la necesidad de abordar y repensar las tradiciones de escritura de la historia. Esta meta lleva consigo la exigencia de reconstruir los aspectos que ha tomado la disciplina de la historia en Colombia. Desde allí se puede otear en las distintas miradas hacia al pasado, las formas que ha adquirido la nación, el modo como ha sido construida y retomada en diversos momentos de ese transcurrir.

El esfuerzo que se ofrece al lector corresponde a la esfera disciplinar que en el contexto de la escritura de la historia se reconoce como la historiografía. Es necesario precisar que la perspectiva desde la que se hace este intento de análisis parte de ciertas consideraciones teóricas que manifiestan diferencias con lo que se ha entendido en Colombia como el quehacer historiográfico. Para mí la historiografía está más allá de una tarea descriptiva, sin desconocer que ha sido una de sus labores. La historiografía es un ejercicio de reflexión sobre el oficio histórico. Pero no parto solo de una consideración personal.

Si se retoma el ámbito de la disciplina histórica, el término historiografía se comprende en primer lugar como la producción de escritos de historia en el marco de lo que los “clásicos” (Herodoto, Tucídides o Polibio) denominaron como la historia rerum gestorum; es decir, el quehacer que se circunscribía a la narración y el análisis de los hechos históricos. En este sentido, la palabra historiografía se refiere de forma restringida al ejercicio mismo de la escritura de la historia. Esta acepción del vocablo historiografía ha pervivido hasta nuestros días pero no es el único significado que se le puede atribuir.

En América Latina se desarrolló una nueva acepción a la locución historiografía Los proyectos impulsados por la Comisión de Historia del Instituto Panamericano de Geografía e Historia en los años cincuenta del siglo XX impulsaron una serie de trabajos que debían hacer una enumeración y descripción, en lo posible, de los autores y los libros de historia más importantes a escala nacional. De esta manera, se desarrollaron una serie de ejercicios en el horizonte diacrónico muy útiles e importantes como los de José Honório Rodrígues, Historiografía del Brasil (1956) y Héctor José Tanzi, Historiografía argentina contemporánea (1976), que son seguidos de cerca en cuanto al enfoque y metodología por una obra como la de Valentín Abecia Baldivieso, Historiografía boliviana (1965). Esta acepción ha copado el tipo de trabajos historiográficos que se ha realizado en Colombia desde que Daniel Ortega Ricaurte publicó el Índice general del Boletín de Historia y Antigüedades, volúmenes I-XXXVII, 1902-1952 (1953). Tal ejemplo enumerativo se mantuvo vigente en la Academia Colombiana de Historia hasta la época en la que Germán Arciniegas ejerció como presidente de la Academia (1980-1994). Pero esta tendencia a entender la historiografía como descripción enumerativa no abarcó solamente la esfera de la institucionalidad que representa la Academia de Historia, también se encuentra desarrollada en algunos de los trabajos del historiador profesional Jorge Orlando Melo, como “La literatura histórica en la última década” (1988) y el “Post Scriptum: una muestra de la producción histórica en la última década”, que complementa el artículo “Medio siglo de historia colombiana: notas para un relato inicial” (2000).

Pese a esta tendencia diacrónica que predomina en América Latina, la palabra historiografía tiene un significado adicional más cercano a lo que se entendió por historiología, vocablo en desuso en la actualidad en el ámbito de los historiadores y los filósofos. La historiología tenía por objeto reflexionar sobre la escritura de la historia; por lo tanto, como actividad propia del ámbito de la disciplina histórica es una actitud que mantiene su vigencia. Pese a cierta marginalidad, la actitud reflexiva sobre los alcances y problemas del ejercicio de escritura y de la disciplina histórica tiene referentes fundamentales como Metahistory: The Historical Imagination in Nineteenth Century Europe (1973) de Hayden White; L’écriture de l’histoire (1978) de Michel de Certau; That Noble Dream. The “Objectivity Question” and the American Historical Profession (1988) de Peter Novick y Sur la crise de l’histoire (1996) de Gérard Noiriel. En las tradiciones latinoamericanas de escritura de la historia también se han publicado variados ejercicios de reflexión historiográfica bajo esta perspectiva. Un buen ejemplo de esta forma de entender el término historiografía se encuentra en los trabajos del historiador mexicano Edmundo O’Gorman, Crisis y porvenir de la ciencia histórica (1947). Allí, O’Gorman se separó claramente de los intentos ilustrados por elaborar filosofías de la historia, tan en boga dentro de las corrientes historicistas de esos años. Los trabajos de O’Gorman demuestran la forma en la que el propio historiador reflexiona acerca de los alcances y las limitaciones de su oficio. Este tipo de forcejeos analíticos fue llevado a cabo en la misma época por historiadores célebres como el argentino José Luis Romero, Sobre la biografía y la historia (1945) y el peruano Jorge Basadre, Apertura: Textos sobre temas de historia, educación, cultura y política escritos entre 1924-1977 (1978).

A la par con este tipo de reflexiones realizadas por historiadores latinoamericanos surgió la necesidad de establecer análisis sobre la consolidación de un quehacer en el ámbito nacional con ciertos rasgos de disciplina profesional. El surgimiento de las llamadas nuevas historias planteaba la exigencia de realizar diferenciaciones de las formas de “hacer historia”. El esfuerzo requería el trazo de unos contornos disciplinares a partir de una evaluación de las obras históricas “anteriores” y la “nueva historia” que se desarrolló con claridad desde los años sesenta en toda América Latina. En este sentido, destacan los trabajos de Germán Carrera Damas, Historia de la historiografía venezolana (1961); de Jorge Orlando Melo, “Los estudios históricos en Colombia” (1969); el trabajo de Juan Ortega y Medina, Polémicas y ensayos mexicanos en torno a la historia (1970) y Álvaro Matute, La teoría de la historia en México: 1940-1973 (1974).

Tales sugestiones han sobrevivido hasta la actualidad y en particular en los años noventa alcanzaron una notable madurez. Especialmente en torno a las reflexiones sobre la consolidación de la disciplina histórica en el marco de una profunda crisis de paradigmas. Es así como se pueden inscribir las relaciones y coincidencias de trabajos como los de Carlos Fico y Ronaldo Polito, A historia no Brasil 1980-1989 (1992); Fernando Devoto, La historiografía argentina en el siglo XX (1993); el esfuerzo colectivo realizado por los profesores del Departamento de Historia de la Universidad Nacional de Colombia reunidos en La historia al final del milenio (1994) y Brian Connaughton e Ignacio Sosa, Historiografía latinoamericana contemporánea (1999).

A partir de esta tradición de conocimiento dentro de la disciplina histórica en América Latina tomo como un complemento bastante útil ciertos aspectos que se desprenden de los alcances que me proporcionan las consideraciones hechas por Michel de Certau y Thomas S. Kuhn. De tal modo que el presente escrito asume el término historiografía como la reflexión acerca de la escritura de la historia en el marco de lo que de Certau en L’écriture de l’histoire llamó un lugar de saber; es decir, ese contexto que le da sentido a la producción de los escritos históricos y que corresponde al marco conceptual de lo que Kuhn denominó comunidades científicas, en The Structure of Scientific Revolutions (1962). Puntos de partida como estos permiten elaborar una mirada novedosa sobre la disciplina histórica en Colombia.

La investigación sobre los modos en los que se ha desenvuelto la escritura de la historia en Colombia implica una particular atención a ciertas condiciones sociales e institucionales que afectaron este quehacer intelectual. Por eso, realizo una exploración sobre los marcos institucionales que posibilitaron la escritura de la historia y que, además, sirvieron como un medio de interacción entre la disciplina y la sociedad. Me refiero en concreto a la creación de la Academia Colombiana de Historia y la apertura de los programas de historia en las universidades desde mediados de los años sesenta. Al abordar estos procesos me pude percatar de las formas como se elaboraron y se constituyeron las tradiciones de escritura de la historia nacional.

Pero si bien las instituciones ofrecen un marco preciso para el desenvolvimiento de la historia profesional, muchos de los ejercicios de escritura de la historia en Colombia se desarrollaron por fuera de este contexto puntual. Se verá en el desarrollo del texto que los escritos decimonónicos, tomados como los orígenes del canon disciplinar de la historia, así como los trabajos de los divulgadores y los revisionismos históricos durante el siglo XX, forman parte de las tradiciones que componen la disciplina histórica en Colombia. Sin embargo, sus hacedores y difusores no tuvieron como punto de apoyo un contexto institucional como el que hizo posible a la historia profesional. Por eso, asumo como criterio explicativo de estas obras y sus autores, una vieja tradición latinoamericana, estudiada por la pluma sabia de Pedro Henríquez Ureña: la de “los hombres de letras”.

En la historia de América Latina el ejercicio del poder de la palabra escrita y hablada es una constante en sus procesos histórico-sociales que adquiere un rasgo diferenciador de lo que ocurre en Europa; el papel de la palabra escrita ha tenido en muchos periodos de los procesos históricos latinoamericanos una función didáctico-política, en la medida en que esta función ha sido considerada la razón de ser del ejercicio de la palabra escrita. En el siglo XIX, los hombres de letras en América Latina sintieron la necesidad de contribuir con la escritura al “engrandecimiento y civilización de la patria”. Pero los textos escritos no solo debían tener una composición “bella”, debían ser “útiles”. En el ámbito de la escritura de la historia, por ejemplo, los discursos “históricos” tenían un destacado papel moralizador, lo cual quería decir que la estructura del texto era determinada por el carácter informativo pero también por su inclinación didáctica con fines que participaban del clima político que les fue contemporáneo. De allí que esta labor didáctica y política justificó por décadas el sentido mismo de las tareas que llevaban a cabo los hombres de letras, entendidos como hacedores de productos simbólicos que llegaron a tener un significado político; aunque, el propósito de educar y orientar políticamente no significó que los hombres de letras tuvieran la posibilidad de dirigir los decursos políticos. Algunas de las actividades de los hombres de letras, como los escritos dedicados al pasado, produjeron interpretaciones de la realidad social que les fue contemporánea y se aproximaron al pasado remoto o inmediato que consideraban que les había dado origen.

Es necesario precisar que este trabajo no aborda solamente a los historiadores profesionales. Si bien la profesionalización de la historia es un “parte aguas” en la tradición histórica nacional, no se puede entender esta ruptura si no se reconoce con respecto a qué a o a quién se da la transformación. Por eso, el estudio examina los escritos y los aportes de muchos letrados colombianos que escribieron sobre el pasado nacional, repensándolo y ofreciendo nuevas perspectivas, sin que ellos pudieran ser considerados, desde la perspectiva del presente, como historiadores, en el sentido que establece la historia profesional. Por lo tanto, si bien aquellos trabajos no cumplen los aspectos formales de lo que es una historia profesional, reconozco los aportes que ellos han hecho a las tradiciones de escritura de la historia en Colombia, y trato de especificar el lugar que tienen dentro del desenvolvimiento de esta tradición disciplinar. Si la aproximación al marco institucional me permite hacer la distinción entre los estudios de los “historiadores profesionales” y los historiadores “aficionados” o “eruditos”, la categoría de hombres de letras me permite reconocer los importantes aportes de algunas obras, elaboradas por fuera de un marco disciplinar como el que existe en la actualidad, pero que sin su aparición no se entenderían muchos de los desenvolvimientos de la disciplina histórica en Colombia.

El tema de la profesionalización es complejo y es un campo de trabajo de muy reciente configuración en el espacio académico internacional. Para el caso de la disciplina histórica esta situación se explica por la tardía presencia del fenómeno de la profesionalización dentro del ámbito de los historiadores. El desarrollo profesional de la disciplina a escala mundial es un proceso que se desenvuelve desde el siglo XIX, pero que se consolida en el transcurrir del siglo XX. Como proceso no es simultáneo ni homogéneo, su eclosión en cada país es distinta. Sin embargo, la profesionalización es uno de los rasgos distintivos de la historia como actividad del conocimiento durante el siglo XX. De allí las dificultades para establecer los rasgos que caracterizan los aspectos de la profesionalización. No obstante, es importante recalcar que se ha llegado a aceptar como un criterio unificador para abordar el fenómeno de la profesionalización de la historia, la paulatina aceptación de ciertos criterios metodológicos para la realización de las investigaciones. Esto no significa, por supuesto, la imposición de los criterios subjetivos de interpretación que hacen parte de los márgenes de libertad que manejan los historiadores. En últimas, el fenómeno de la profesionalización se explica a partir de la aceptación de ciertas bases comunes de investigación como prerrequisitos para establecer una comunidad de historiadores.1

La profesionalización de la historia en Colombia tiene caracteres que le dan una exclusiva particularidad, especialmente porque el pasado no constituye un objeto al que se le pueda atribuir un monopolio absoluto de los profesionales titulados. Sin embargo, la institucionalización de la carrera de historia dentro del ámbito universitario permitió trazar unas formas de aproximación al pasado que facilitan la distinción de los trabajos producidos por los “aficionados” y los “profesionales”. Considero que la profesionalización en el gremio de los historiadores en Colombia se establece en el momento que existen hombres que tienen un espacio universitario donde pueden formarse académicamente para ejercer una profesión. En los claustros universitarios, los historiadores adquirieron el aprendizaje de ciertas técnicas que les permitió desempeñar una ocupación de tiempo completo, en vez de un pasatiempo, y regular la producción de ese conocimiento a partir de ciertos consensos metodológicos. De este modo, los historiadores profesionales colombianos pudieron establecer de manera clara un cierto monopolio sobre el estudio del pasado, reconocido por el lugar social que adquirió la profesión, y una autonomía relativa con respecto a otras aproximaciones hacia el pasado como objeto de estudio. Creo, pues, que la profesionalización de la disciplina histórica corresponde al establecimiento de una serie de normas y estilos metodológicos que permiten distinguir sus relatos de cualquier otro tipo de abordajes sobre el pasado.

Los criterios metodológicos expuestos hasta aquí presuponen, inicialmente, el diálogo con ciertas tradiciones que construyen un conocimiento acumulado en la disciplina histórica sobre las realidades que estudia y de las cuales se debe partir. Establece, entonces, una comunidad científica que sostiene la existencia y la vivacidad de un oficio de conocimiento, ya que anima los presupuestos epistemológicos y las temáticas que justifican la pertinencia de ese conocimiento en una sociedad determinada. La existencia de esta comunidad permite estudiar las implicaciones sociales del conocimiento histórico, de los modos de configurarse en su interior y la forma como se relaciona con su entorno. Si bien los criterios que se utilizan en este trabajo representan una novedad en la tradición disciplinar colombiana, existen varios esfuerzos que antecedieron a la presente exploración. El carácter de los trabajos historiográficos en Colombia ha sido sellado por la descripción y la coyuntura, aunque el último lustro da indicios de la apuesta por la reflexión como una vía para orientar los senderos por los que transita la disciplina histórica en Colombia.

El primer estudio destacado en esta dirección se debe a la pluma de Jorge Orlando Melo: “Los estudios históricos en Colombia” (1969). Este texto, que bien podría tomarse como el manifiesto de “la nueva historia” local, planteó una ruptura con la producción historiográfica hecha hasta ese momento. Melo indicó allí el rompimiento con las bases conceptuales de la historia hecha por la Academia Colombiana de Historia y la tradición decimonónica, que ella consagró como parte del canon sobre el pasado nacional. Además de subrayar con puntualidad esta fractura también consagró los orígenes de una nueva corriente de escritura de la historia en el panorama nacional y los temas que la hacían novedosa. Este esfuerzo ha sido consolidado por la aparición regular de balances historiográficos hechos por quien fuera director de la Biblioteca Luis Ángel Arango del Banco de la República, recopilados en el libro Historiografía colombiana: realidades y perspectivas (1996); aunque, puede señalarse que han aparecido más textos historiográficos posteriormente.

El trabajo de Melo encontró un interesante eco en los esfuerzos de Bernardo Tovar Zambrano que publicó: “El pensamiento historiador colombiano sobre la época colonial” (1982). Este artículo es un extenso estudio sobre las obras históricas que estudiaron este periodo particular del pasado colombiano, pero que a pesar de su centralidad temática delineó, por primera vez, los momentos del quehacer histórico en Colombia, ya que menciona y analiza obras, autores, instituciones y publicaciones que se convirtieron en puntos de referencia básicas para el desarrollo de la historia en Colombia.

A diferencia de estos importantes historiadores profesionales, el presente trabajo no supone la linealidad de la escritura de la historia. Es revelador que para los análisis de Melo y Tovar, que a veces caen en la enumeración y en la reseña, el desenvolvimiento de los estudios históricos se suceda de acuerdo al “avance” de la disciplina o a la recepción de las modas, como lo supone la idea del progreso. Sin embargo, una aproximación como la que aquí se propone, si bien está estructurada en un marco cronológico, no supone ni teórica ni temáticamente esta idea diacrónica. En las etapas que se abordan debe tener claro el lector que su existencia es simultánea a otras etapas, a la recepción de las corrientes de ideas, a los distintos modos de elaborar las interpretaciones del pasado. No se puede perder de vista, por ejemplo, que el mayor desenvolvimiento de los estudios de la Academia Colombiana de Historia se despliega al mismo tiempo que surgen y se difunden los escritos de Luis Eduardo Nieto Arteta, una producción con un horizonte completamente distinto de la Academia y con profundas implicaciones para el futuro de la escritura de la historia en Colombia. En este punto en concreto, quiero resaltar la consideración de la simultaneidad en este trabajo como un tapiz de fondo de estas interpretaciones.

El quehacer de Bernardo Tovar Zambrano se plasmó ampliamente con la publicación historiográfica de más largo aliento realizada en el país como es La historia al final del milenio (1994). Esta obra editada por Tovar recoge los trabajos de los profesores del Departamento de Historia de la Universidad Nacional de Colombia, sede Bogotá, con interesantes réplicas de profesionales extranjeros especialistas en historia de Colombia. Además, el trabajo lo complementan las útiles descripciones y análisis de obras publicadas sobre Colombia en Alemania, Inglaterra, Estados Unidos y Francia, rematadas por las colaboraciones de historiadores latinoamericanos sobre la producción histórica de países como Ecuador, Bolivia y México.

El esfuerzo de La historia al final del milenio tiene como limitación la desigualdad de las colaboraciones que, a veces, pecan por quedarse en el plano meramente central de la Universidad Nacional; además, de asumir una actitud explícitamente descriptiva y de enumeración que es útil pero no necesariamente crítica. De todos modos, esta obra consagró e institucionalizó la necesidad de sintetizar los esfuerzos hechos por los primeros historiadores profesionales, llegados ya a la madurez, para ofrecer una especie de legado a quienes apenas se inician en el oficio. La historia al final del milenio describe y reúne de manera sistemática una producción que se hallaba dispersa por el mundo académico y editorial del país sin que se reconocieran todavía sus logros y sus vacíos.

No obstante, la publicación de los trabajos que conforman La historia al final del milenio plantea una de las mayores dificultades de la comunidad de historiadores en Colombia: la ausencia de debate y diálogo crítico entre los historiadores profesionales. Este rasgo se comprueba con la recepción de tres esfuerzos individuales que no obtuvieron contestaciones, en el sentido del debate y la crítica, a pesar de los señalamientos decisivos que hicieron para el quehacer de la historia profesional colombiana. En primera instancia, se encuentra el interesante aporte del historiador norteamericano Frank Safford en el artículo: “Acerca de las interpretaciones socioeconómicas de la política en la Colombia del siglo XIX: variaciones sobre un tema” (1985). Este extenso ensayo reflexivo fue publicado en el principal medio de difusión de los trabajos históricos en el país, el Anuario Colombiano de Historia Social y de la Cultura. Pese a su difusión y al cuestionamiento de una de las bases más sólidas en las que se fundamentaban muchos de los primeros estudios históricos profesionales sobre el siglo XIX, la relación mecánica entre la economía y los alineamientos políticos, no recibió ninguna réplica.

Por su parte, Germán Colmenares publicó en la última etapa de su vida una serie de artículos sobre las preocupaciones que le despertaban los temas de reflexión historiográfica. Las consideraciones contenidas en su último libro: Las convenciones contra la cultura (1987) tenían como fundamento una serie de señalamientos desplegados en sus obras de historiador y en sus reseñas, y en particular en artículos como: “La Historia de la Revolución por José Manuel Restrepo: una prisión historiográfica” (1986), “Sobre fuentes, temporalidad y escritura de la historia” (1987) y el informe presentado al Instituto Colombiano para el Fomento de la Ciencia y la Tecnología (Colciencias), publicado póstumamente con el título: “Perspectiva y prospectiva de la historia en Colombia” (1991). Estos trabajos dejaron en claro que para el ilustre historiador, el examen de las ideologías y los valores implícitos en los libros de historia constituían una necesidad para los historiadores contemporáneos, ya que a través de ese análisis se podían confrontar y hacer evidentes “nuestras presunciones ideológicas” y “la inevitabilidad de nuestros valores”. Los alcances de estas reflexiones para el ámbito de los historiadores profesionales colombianos aún no pueden percibirse, de ello es sintomático que la publicación de los ensayos teóricos del historiador bogotano en la serie que lleva por título Biblioteca Germán Colmenares (1997), no contara ni siquiera con una presentación y menos con una reflexión acerca de su valor y pertinencia dentro de las tradiciones de escritura de la historia en Colombia.

El último gran llamado polémico al quehacer de la escritura de la historia desde el interior mismo de la disciplina se debe a Jesús Antonio Bejarano. El economista e historiador publicó una serie de estudios historiográficos referidos a la producción de historia agraria y económica en Colombia, que fueron reunidos en Ensayos de historia agraria colombiana (1987) e Historia económica y desarrollo (1995). Sin embargo, dentro del espíritu de una preocupación más general por el quehacer histórico, es clarificadora la exposición de sus inquietudes en el extenso y provocador artículo: “Guía de perplejos: una mirada a la historiografía colombiana” (1997), que apenas mereció ciertas menciones superficiales en el Congreso Nacional de Historia del año 2000, pero que en general no despertó una respuesta crítica como la que merecía. Bejarano afirmaba allí la necesidad de “enjuiciar” la manera de hacer historiografía; es decir, “la capacidad para evaluar el estado de la disciplina”. Quizás sea este el momento de iniciar un diálogo vivificador con el historiador que fue víctima de las violencias colombianas.

A diferencia de los balances realizados por estas importantes figuras de la producción histórica profesional colombiana, el trabajo que el lector tiene entre manos no tiene como finalidad la enumeración y catalogación de obras y autores. Tampoco constituye un intento de reflexión abstracta sobre la crisis de una disciplina. El escrito pretende abordar “textos innovadores” de la historia colombiana y cómo ellos participaron y enriquecieron una tradición cultural y de conocimiento sobre la realidad nacional. Entiendo por tales aquellos textos que en determinado momento constituyeron la síntesis de un desarrollo o inauguraron una determinada tendencia dentro del quehacer histórico en el país. Como elementos de ruptura dentro de una tradición de conocimiento, estos trabajos y sus autores abrieron nuevas vías temáticas y metodológicas a la escritura de la historia. Su innovación, por supuesto, debió ser discutida y trabajada por otros estudios posteriores, que hicieron de ellos hitos importantes dentro de la tradición histórica, por los avances y reacomodos que implicaron para el conocimiento del pasado; aunque ello no signifique la presencia constante y adecuada del debate y la lectura crítica dentro del gremio de los historiadores colombianos.

Desde este aspecto conceptual y metodológico, parto de la certeza de que la escritura de la historia en Colombia se caracteriza por la coexistencia de diferentes corrientes que cohabitan en los espacios institucionales y públicos como tendencias excluyentes o, por lo menos, que ocupan estos espacios de manera simultánea sin dialogar entre sí. La ausencia del diálogo crítico entre estos modos de trabajar e interpretar el pasado colombiano plantea el problema de “la simultaneidad de lo no simultáneo” y del paralelismo de proyectos académicos y políticos, que si bien no comparten los “modos” de escribir la historia, convergen en ciertos puntos de partida que todavía esperan esclarecimientos y, sobre todo, que se hagan evidentes a través del ejercicio historiográfico.

El carácter simultáneo de las corrientes de escritura de la historia en Colombia permite formular cuatro tendencias principales en el siglo XX, desarrolladas en cada uno de los capítulos que encontrara el lector a continuación. Ninguna de ellas se ha agotado totalmente en el panorama nacional actual, con independencia de la posibilidad de que en el horizonte cronológico unas hayan sido primero que otras o que en un determinado momento unos u otros modos de escritura hayan ejercido un dominio “hegemónico” sobre los demás. Por otra parte, este planteamiento no desconoce que en sí mismo, cada uno de estos “modos” de escritura es vasto y complejo. No se pretende de ningún modo alcanzar la exhaustividad; por eso, el lector no puede esperar otra cosa que el señalamiento de ciertas obras nodales dentro de cada una de las corrientes abordadas, que sirve para indicar la forma en la que ellas pueden ejemplificar un “modo de hacer” la escritura de la historia en Colombia. También los textos que sirvieron de objeto de estudio al presente trabajo se encuentran relacionados con la injerencia que dichos trabajos tuvieron en la conformación y arraigo de ciertos prejuicios e imágenes sobre la conformación de la sociedad colombiana. Ellos instauraron ciertos periodos, ciertos autores y personajes como los símbolos de la unidad nacional colombiana y fundamentos del Estado nacional.

Este libro pretende dejar sentado que la escritura de la historia en Colombia construyó un pasado nacional incapaz de constituir una imagen inclusiva de la nación. Prácticamente ninguna tradición histórica ha sido absolutamente inclusiva, y la colombiana ve hoy la necesidad de historiar al conjunto de los grupos sociales que conforman el país, de derrumbar los mitos que se han establecido sobre cada uno de esos grupos, y presiente la importancia y la urgencia de acuñar categorías que pudieran facilitar esta labor. Las últimas publicaciones históricas permiten creer en la necesidad de reconocer la complejidad de la estructuración social de Colombia. De esta manera, puede afirmarse que el libro quiere hacer un balance crítico de carácter global que pondera tanto los factores metodológicos como los diversos usos políticos de la escritura de la historia dentro del ámbito social y cultural colombiano del siglo XX.

Es un hecho insoslayable que la historia no es la única vía para la constitución de imágenes inclusivas de la nación. Existen otros caminos: la geografía, los museos, las conmemoraciones, las festividades patrias, que siempre están relacionados con el pasado. Por esta razón, el siglo XIX aparece acotado de la forma en la que se hizo. Si se tuviera en cuenta esta amplia problemática en torno a la búsqueda de la unidad nacional, sería necesario detenerse en los antecedentes y el desarrollo de un proyecto como la Comisión Corográfica (1850-1859) y los estudios que surgieron de allí. También sería necesario aproximarse al desenvolvimiento de la Academia Colombiana de la Lengua (1871) y las obras publicadas por su principal artífice, José María Vergara y Vergara, especialmente la Historia de la literatura de Nueva Granada (1867); igualmente, sería necesario examinar algunas de las obras de José María Samper en particular, establecer un contraste entre los Apuntamientos para la historia política y social de la Nueva Granada (1853) y el Ensayo sobre las revoluciones políticas y la condición social de las repúblicas colombianas (hispano-americanas) de 1861. También tendrían que analizarse los alcances de proyectos educativos como los de la reforma de 1870, en comparación con las propuestas educativas de la Regeneración y la República Conservadora que les siguieron. Pero todos estos aspectos hubieran alejado al presente estudio del camino sobre el ejercicio de escritura de la historia en Colombia.

Si se miran con cuidado los procesos históricos y sociales de Colombia, se hace evidente que el reconocimiento y la pertenencia a la nacionalidad colombiana ha tomado caminos diferentes a los de la memoria histórica elaborada por los historiadores. La constitución de una identidad nacional colombiana ha sido mucho más efectiva dentro del círculo de la predicación eclesial y partidista, y en el impacto que significó el surgimiento, la cobertura, la permanencia y el prestigio social que han guardado hasta hoy los medios masivos de comunicación, empezando por el periódico, pasando por la radio y terminando con la televisión. Ello sin olvidar los referentes construidos por el éxito de obras literarias como María, La Vorágine o Cien años de soledad. Si bien los historiadores no aparecen como monopolizadores de la memoria nacional, sí han desempeñado un papel fundamental en la construcción de los fundamentos de esa memoria nacional.

La escritura de la historia produjo una caracterización de la nación en la segunda mitad del siglo XIX que creía percibir la esencialidad de la sociedad colombiana. Sin embargo, el desenvolvimiento de los procesos históricos sociales demostró que dichos esfuerzos desconocían las delimitaciones entre las categorías de “cultura” y “región” y sus variantes con relación al Estado y la nación. Vistos a la distancia, puede afirmarse que los letrados decimonónicos escribieron poco más que crónicas de los acontecimientos de la capital y sus alrededores y prescindieron de la realidad de los demás territorios que llegaron a conformar el Estado colombiano. El carácter que se les ha atribuido a algunos de estos trabajos como “textos canónicos” dentro de las tradiciones disciplinares se debe a una recepción posterior que los convirtió en referentes básicos. Este fenómeno es el que pretendo explorar en el caso de la disciplina histórica.

En el presente hay una clara conciencia sobre los límites de la unidad nacional propuesta por la constitución del Estado central colombiano a fines del siglo XIX. Esta situación deja abierta la posibilidad de ponderar las dificultades de las instancias regionales para los proyectos de unidad nacional y la forma como esta problemática emerge en el campo de la escritura de la historia en Colombia. Por eso, un estudio sobre la escritura de la historia colombiana no puede perder de vista las pretensiones que han tenido muchos de los discursos históricos; es decir, la de afirmar un sentido de pertenencia y cohesión de una sociedad. Sin embargo, en el libro se encuentra con una dificultad severa al reconocer que dentro del ámbito cultural y social del país ha predominado el sentimiento de pertenencia regional por encima de una pretendida colectividad nacional. Ello deja abierta una importante veta para afrontar con nuevos criterios el problema regional colombiano y evaluar con nuevos ojos la producción de la historia regional en Colombia.

Los puntos de partida teóricos y metodológicos de este libro no permiten plantear la enumeración de obras y autores, ni el carácter definitivo de los juicios; presupone que cada uno de estos “momentos” son procesos históricos que devienen de manera abierta y problemática. También afirma la convicción de que el pasado no es una entidad estática, sino que hace parte de las construcciones y las deconstrucciones que afloran en las coyunturas del presente. De ahí que esta exploración no deba tomarse solo como el análisis de una serie de tendencias metodológicas sobre un oficio; también es la postulación de una perspectiva sobre los procesos históricos colombianos.

El primer capítulo aborda el surgimiento de los primeros ejercicios de escritura sobre el pasado que le dieron un carácter fundacional a los acontecimientos de la Independencia. La escritura de la historia tendió a colaborar con el afianzamiento de una institucionalidad estatal y a participar en las luchas de los diferentes proyectos políticos que entraron en competencia una vez consolidada la Independencia. También señala cómo el proyecto triunfante de la Regeneración consagró ciertas interpretaciones sobre el pasado republicano que delimitaron las características esenciales de la nación. Consagración que encontraría una sólida firmeza cuando el Estado central pretendió ejercer la hegemonía sobre el pasado nacional.

El segundo capítulo ofrece la trayectoria de la historia como una tarea controlada por el Estado y al servicio de sus fines políticos y cívicos. Al mismo tiempo, señala las limitaciones de este tipo de construcción del conocimiento como una labor que se agotó en sí misma a partir de los presupuestos metodológicos y epistemológicos que tuvo por base, los cuales fueron incapaces de abordar los retos que ponía sobre la mesa la realidad agobiante de la sociedad colombiana del siglo XX. Trata también de resaltar los aportes que hizo la Academia Colombiana de Historia a la escritura de la historia nacional, a la consolidación de un oficio y a instaurar determinados rasgos de la nacionalidad y de la esencia del Estado colombiano. Señala, finalmente, cómo se relaciona la academia con la producción de los historiadores profesionales y de qué manera expresa la marginalidad de la producción académica en el contexto colombiano de finales del siglo XX.

Los capítulos tercero y cuarto tratan de explicar el surgimiento y los alcances del revisionismo histórico en Colombia. En una primera instancia, el revisionismo histórico provino de los trabajos de divulgadores, hombres de letras que trataron temas del pasado para el “gran público”. Esta tendencia destacó la participación popular en los más importantes acontecimientos históricos del país. Sin embargo, no avanzaron más allá ni cuestionaron abiertamente las interpretaciones que existían sobre ese pasado. En un segundo momento, sí existió una abierta reinterpretación del pasado nacional basada en un maniqueísmo interpretativo, que al final mantuvo los rasgos esenciales de la metodología y las imágenes de la nación elaboradas por la historia tradicional.

Los dos últimos capítulos presentan el desenvolvimiento de la historia profesional. Distingue dos etapas en esta breve existencia. La primera asociada al desenvolvimiento bajo los supuestos de la teoría de la dependencia, el desarrollo y el marxismo que impulsaron la profesionalización de la historia y le abrieron un espacio importante en el espectro cultural colombiano a los estudios sobre el pasado. Sin embargo, su ligazón con la política, primero, y la vinculación con el éxito editorial, después, llevaron a que muchas de las propuestas y los trabajos iniciales se quedaran truncos. Una segunda etapa proviene de las crisis epistemológicas y políticas que afectaron los postulados anteriores. Es decir, el derrumbe del mundo soviético que sirvió de referente a muchos de los postulados de la etapa anterior de la historia profesional y el cambio en las perspectivas del mundo político colombiano con la eclosión del narcotráfico y la elaboración de una nueva Constitución en 1991. Estos acontecimientos, que revelaron caras inéditas de la realidad colombiana, acompañaron el ámbito de la escritura de la historia con la apertura de nuevos campos temáticos y el empleo de nuevas herramientas metodológicas, que plantearon la necesidad de emprender novedosos esfuerzos historiográficos.

Notas

1 Sobre las dificultades para abordar el tema de la profesionalización y la corroboración de este fenómeno como un dato reciente en el ámbito mundial, son interesantes las observaciones que se encuentran en Rolf Torstendahl, “An assessment of 20th-century historiography: Professionalisation, methodologies, writings”, en Proceedings, Reports, Abstracts and Round Table Introductions. 19th International Congress of Historical Sciences 6-13 august 2000, Oslo, University of Oslo, 2000, pp. 101-122.

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